OCENILLA: DESCUBRIENDO PAISAJES
Soria, 26 Marzo 2022
No estaba programada para esta fecha. Pero las previsiones meteorológicas por tierras aragonesas que íbamos a visitar hicieron que nuestros sherpas cambiaran de intención y nos prepararon una ruta próxima a la capital. A la postre, esa circunstancia es lo de menos (tendremos ocasión de hacerla por territorio zaragozano otro sábado), porque, como tantos caminos que hemos recorrido por esta extensa provincia, el paseo sabático de hoy nos ha ofrecido parajes con encanto y lugares de interés ecológico, cultural e histórico. Pero empecemos desde el principio.
Ocenilla, punto de partida, se encuentra a 14 Km. de Soria. Así que no es necesario madrugar para ganar tiempo por el desplazamiento y a las 9,00 de la mañana estamos citados en este pequeño, pero encantador, pueblo soriano. Y con nuestra puntualidad habitual, a esa hora nos encontramos junto a la fuente del pueblo quienes manifestamos interés en caminar, un sábado más, por llanos y alturas todavía desconocidos para la inmensa mayoría del grupo.
Apenas hemos iniciado la marcha, ante nosotros se nos presenta una pequeña y artificial laguna, que, además del encanto por esta cuidada balsa de agua, frente a ella se ha emplazado una escultura forjada en hierro, con la figura de tres ovejas, un perro y el pastor que, supuestamente, cuida de los animales. Y, por si fuera poco, completando la imagen simbólica de esta estampa tan impregnada en nuestra tierra, no falta un cartel explicativo con un texto que ha escrito el imaginario pastor del conjunto escultórico, trasladando a los visitantes del lugar, con un lenguaje sencillo y perfectamente comprensible, su oficio, misión, proyectos, deseos y, cómo no, las ganas de encontrarse con la mujer de sus sueños con la que prolongar su descendencia: ” …Pero lo que yo anhelo – confiesa el pastor – es que sea mi moza la que me espere algún día al amor de la lumbre de nuestra casa con nuestros zagales bien hermosos”. Hermosa declaración de intenciones, no exenta de un toque romántico, sin necesidad de recurrir a otros recursos literarios más sofisticados
Dejamos al pastor, embelesado en sus sueños y nobles deseos, para encaminarnos por una verde pradera, conocida como La Vega, en apariencia una dehesa en otros tiempos, para rodearnos pronto de una vegetación arbórea que no abandonaremos ya en todo el recorrido, empezando por el abundante robledal que puebla la llanura por la que transitamos. Ha llovido recientemente. La humedad del suelo y la vegetación herbácea que lo cubre llenan de olor primaveral el campo. Por el camino observamos unos curiosos y voluminosos hitos, que forman estilizadas columnitas de piedra de algo más de un metro de altura, como si el autor o autores de los mismos hubieran querido señalizar el camino de forma inequívoca, o bien los han elaborado pacientemente para paliar los posibles problemas de visión del caminante. En cualquier caso, nuestro agradecimiento a los “artesanos” de este recurso ambiental.
Dejamos a nuestra derecha una pequeña finca trufera y nos encaminamos por la llanura de La Villanera, desde donde podemos ver todavía el casco urbano del pueblo que hoy nos acoge, además del incipiente tono verde que muestran los campos de cereal. La reciente lluvia ha significado el empujón necesario que hace aflorar los cultivos más genuinos de nuestra tierra.
Pronto cambia la fotografía campestre que llena estos parajes. Todavía por terreno llano, nos adentramos en un frondoso pinar, con presencia casi exclusiva del pino laricio (la autoridad de Alberto en materia forestal así nos lo informa), que riega un más que generoso arroyo, cuyo origen conoceremos en poco tiempo, amén de otras belleza escondidas por estos pagos.
Vamos dejando la llanura y acometemos una prolongada y suave pendiente (todavía), donde empezamos a ver pequeñas y rápidas cascadas, escapadas del cauce del arroyo que les ha dado vida, a modo de huidizas correntías de agua que riegan el suelo, como si de un juego escapista se tratara. Es el canto a la vida que la naturaleza tan espontáneamente nos muestra. Y en el ascenso paralelo a estas corrientes, encontramos en un punto del mismo una pequeña caseta, que interpretamos como el lugar de la toma de agua que ofrecen estos montes y su regulación para otros aprovechamientos. Momento idóneo para un pequeño receso y contemplar la sencilla, pero siempre armoniosa, caída que forma el torrente de agua cuando se despeña libremente por la tierra que fecunda.
Seguimos inmersos en el pinar de laricios. El suelo exhibe una considerable profusión de vegetal herbáceo, que ha crecido al amparo de la humedad que le proporcionan estas generosas correntías en tránsito hacia un cauce que las acogerá en su caudal.
Pero no solo encontramos hierbas altas y otros especímenes rastreros que alfombran el suelo. En nuestro camino ascendente, como si quisieran dar color y belleza plástica al entorno, podemos admirar largas e interrumpidas hileras de narcisos, a modo de elocuente expresión del tono cromático que proclama la llegada de la primavera. Constituyen el adorno floral que alegran la vista de cualquier caminante y expresan la variedad ornamental de nuestros suelos en lugares poco previsibles.
Seguimos subiendo y, tras dejar atrás los coloridos narcisos, enseguida encontramos una pequeña oquedad de origen kárstico, que muestra el alumbramiento del caudal que venimos acompañando en nuestra ruta. Se le conoce como El Caño de la Mora, origen del arroyo cuya cadencia armoniosa hemos seguido en su descenso. Siempre he sentido curiosidad por conocer el motivo de los nombres toponímicos que vamos conociendo. Y, he de confesar, que casi nunca encuentro una explicación a los mismos. En este caso concreto, me resulta desconcertante que se use el término “caño” para expresar una hermosa y generosa surgencia de agua subterránea y, mucho más sorprendente, qué protagonismo puede tener una “mora” en estos parajes. Con toda probabilidad, mi desconocimiento en esta materia es consecuencia de una deficiente información de las fuentes etnográficas que han dado motivado los nombres referenciados.
Parada y fotos de rigor en este singular paraje.
Hasta ahora hemos hecho el “aperitivo” de la ruta. Nos falta el plato fuerte, que no es otro que la subida hasta el denominado alto de la Risca. Nos enfrentamos a una pronunciada pendiente, sin tregua ni concesiones en el trayecto, que nos obliga a tomarnos un respiro cada cierto tiempo, para que nuestras piernas y pulmones puedan asimilar la severidad del terreno que nos conduce a la máxima altura de la ruta.
Transitamos una marcada senda utilizada por aficionados (o, más bien, consumados) amantes de la bici, pero solo en su vertiente descendente, porque en sentido ascendente, según nos manifiesta José Antonio, no hay atrevidos que osen utilizarla para llegar hasta la cima. No es nuestra especialidad la bici. Por ahí, ningún problema. Y nuestras fuerzas, aunque por momentos necesitadas de algún descanso, soportan la dureza del trayecto y, por ende, la superación de las dificultades añadidas.
Y al final, podemos decir la consabida frase de satisfacción: ¡objetivo conseguido! Hemos coronado el alto de la Risca y a pocos metros y con menos desnivel, atravesamos una penillanura de terreno pedregoso que, a juzgar por los excrementos extendidos por el suelo, ha sido “aposento” a cielo abierto de un rebaño de ovejas. Ante nosotros el punto geodésico que marca la máxima altitud de este territorio: 1434 m. Fotos de rigor, comentarios sobre el lugar y, sobre todo, hermosas vistas desde donde nos encontramos, la Sierra de Cabrejas, que prolonga la entrañable figura del Pico Frentes. Y, cómo no: la inconfundible presencia de los habituales moradores de estas altitudes rocosas: los buitres. Su vuelo, silencioso y majestuoso, suscita curiosidad o admiración cuando nos encontramos en las cercanías de su territorio. Las cámaras fotográficas hacen el resto. Y en esta ocasión nuestro sherpa, Ángel, ha captado un alado de considerable envergadura muy cerca de nuestras cabezas mientras nos hacíamos la fotografía del grupo…., merced a su esmerada técnica de montajes fotográficos.
Se nota que estamos en las alturas y desprotegidos frente al frío viento, suave, pero persistente, que se hace notar en el cuerpo. Así que buscamos un lugar más protegido para hacer el merecido descanso y dar cuenta del deseado bocadillo. Unos metros más abajo y arropados por el árbol emblemático que puebla esta sierra, la sabina, encontramos acomodo para extraer de las mochilas el reconfortante bocata que repone energías para el resto del camino. Momento distendido para la conversación e intercambio de impresiones por el logro de hallarnos en estas cumbres.
Hemos podido observar con nitidez la localidad de Ocenilla y, un poco a la izquierda, la vecina Cidones. De regreso ya a nuestro punto de partida, tomamos una senda más amable, no sin antes conocer y admirar alguna joya arqueológica. Nos adentramos en el paraje conocido como Los Castillejos. Y en el lugar encontramos los restos de lo que fue fortaleza y castro de la tribu de los pelendones, siglo III a.C., con su panel explicativo que informa de la estructura arquitectónica de la misma, y donde se halló impresa en una vaso de cerámica la figura de un guerrero que ha servido como símbolo recurrente de la localidad de Ocenilla para entender sus orígenes. La citada fortaleza fue abandonada por los romanos tras la caída de Numancia (para ellos debió ser más importante acabar con la resistencia numantina, tribu rebelde por antonomasia a Roma, que conservar enclaves celtíberos de escaso interés estratégico). Expertos arqueólogos han conseguido describir, desde las ruinas halladas, cómo fue aquella fortaleza de nuestros ancestros. Así lo encontramos en el panel informativo junto a los restos de piedra que todavía permanecen.
En nuestro camino de descenso encontramos otro admirable paraje, conocido como La Lagunilla que, como su nombre indica, se trata de una pequeña laguna o humedal escondido entre la vegetación del llano que la embalsa, y que a su vez, presenta un sobradero de agua formando un arroyo que dará origen a una coqueta fuente , ya en las proximidades del municipio, que los vecinos han aprovechado para convertir el lugar en un espacio de recreo, mesa y asientos de piedra incluidos en sus aldeaños, donde disfrutar de la soledad y el encanto natural de la fuente y su agua cristalina.
Estamos entrando en el pueblo y la primera vista que tenemos es una finca donde pastan tranquilamente un grupo de ocas, además de la presencia de un colorido pavo real. Intentamos llamarle la atención para provocar su vanidad y conseguir el despliegue de su majestuosa y exuberante cola, pero el animalito no responde a nuestras aviesas intenciones. No muy lejos de aquí, podemos admirar otra escultura en hierro que representa fielmente el trabajo del labrador: un animal de tiro, unido a un arado romano auténtico, que sujeta firmemente el agricultor. Todo un homenaje a la profesión más representativa de nuestra tierra. Ya en el pueblo, hay que destacar su diseño urbanístico, abierto y luminoso, así como la solidez y amplitud de la mayor parte de sus
viviendas, normalmente segundas residencias, completadas muchas de ellas con espacioso jardín que prolonga su habitabilidad. Conocido es que Ocenilla albergó entre sus gentes a mediados del siglo pasado un importante número de artesanos canteros, que labraban primorosamente la piedra para uso de la construcción, cuando no para fines ornamentales. Y como botón de muestra, solo hay que contemplar a la entrada de la localidad la escultura labrada en piedra del ya citado guerrero celtíbero, a quien los nativos del lugar le han bautizado como “El Manazas”. Huelga explicar el motivo de tan contundente apelativo.
Y otra curiosidad que llama la atención es la estilizada y detallada escultura en hierro de una abubilla sobre la fuente del pueblo, símbolo que representa a los ocenillenses, razón por la que ellos se sienten más a gusto con otro gentilicio que hace referencia a este pájaro: bubillos.
Tenemos la suerte de que el bar del pueblo está abierto, así que, casi al ladito del aparcamiento de los coches, cumplimos el ritual de apurar la cerveza o el vino reconfortante que celebra el esfuerzo y la satisfacción de otro logro conseguido, nuevos paisajes conocidos, otras experiencias vividas, caminos de convivencia en el amplio y siempre sorprendente espacio de la geografía soriana.
Agnelo Yubero
Vaya ruta asombrosa, como tu bien dices descubriendo Ocenilla y sus alrededores, no se sospecha esta variedad de paisajes tan bonitos. Preciosa nuestra Soria!!.Un abrazo compañero.