DE BOÓS A VALDENEBRO: UN PASEO POR EL HOCINO

Soria, 19/01/2019

En esta ocasión nuestros pasos se han dirigido hacia tierras del centro-oeste soriano. No es de las rutas más transitadas que figuran en los folletos turísticos de nuestra provincia, pero la actividad senderista siempre encuentra un atractivo en cada rincón, cada pueblo, cada paisaje que se ofrece a la vista del caminante. Y no faltarán motivos para pensar que esta vez iba a ser una excepción.

A nuestra hora habitual (8,00 h.) veinticinco entusiastas “pasopaseros” tomamos la salida hacia la N-122 para dirigirnos a Boós, punto inicial de la marcha. La mañana presenta un aspecto gris, aunque la temperatura es algo más clemente que el plomizo color del cielo y, sobre todo, no hay amenaza de lluvia, enemigo climatológico principal del senderista.

En poco más de media hora nos hemos plantado en Boós, en su bien cuidada plaza y, a la vez, frontón, aunque, como tantos otros frontones de nuestra geografía soriana, escasamente utilizado por falta de usuarios en los pueblos. Sobre el pavimento del mismo se ha formado una fina capa de humedad, que en realidad, son restos de la helada caída la noche anterior y obliga a extremar las precauciones para conservar la verticalidad y evitar dar con nuestros huesos en el refinado hormigón. El ruido de los coches ha despertado a un vecino, que nos da la bienvenida desde la ventana de su casa, no sin antes preguntar por nuestras intenciones a esas horas de la mañana y por esas latitudes. Satisfecha su curiosidad, nos agradece nuestra presencia en su pueblo y nos desea un buen paseo por estas tierras.

Arrancamos la andadura por una pista agrícola, envuelta en una densa niebla que invade el horizonte de nuestros pasos. La mañana ofrece una estampa cuasi onírica, donde se combina el color ocre de la tierra que pisamos con el blanco níveo del suelo herbáceo que flanquea el camino, residuo todavía palpable de la helada caída sobre estos campos de cultivo. Todo ello, envuelto en la envolvente nebulosa que convierte a las personas en siluetas andantes en la lejanía de sus pasos.

El trazado es llano y de escasa dificultad. Apenas 3 Km. de iniciada la ruta, encontramos lo que ya es habitual en estas tierras marcadas por el estigma de la despoblación: a nuestra derecha se ofrece lo que parecen ser las ruinas de una majada, y, un poco más adelante, los restos de un pequeño molino, a juzgar por las conducciones de agua que aún se conservan bajo su planta inferior. Curiosa es la estampa de un enebro, hendido en la parte inferior de su tronco y abierto en canal en las caras opuestas de su anatomía.

Un poco más adelante, y una vez adentrados en el desfiladero que forma el río Sequillo, también conocido este paraje como el Hocino, divisamos una silenciosa colonia de buitres sobre uno de los elevados peñascos de este pequeño cañón, que observan nuestro caminar sin alterar su erguida posición en lo alto de la roca.

Vamos haciendo camino al andar y transcurridos algo más de 6 Km. nos adentramos por una corta senda que conduce a lo que en su tiempo fue una discreta presa formada por el río Sequillo, de la cual hoy solo queda un pequeño puente de piedra y los estribos de contención que sirvieron para retener el agua, aunque no hay rastro de las compuertas que debían conformar la estructura de la presa.

Y a propósito del término “hocino”, hay que decir que es un vocablo polisémico, como tantos otros de nuestra extensa y rica lengua castellana, que puede significar tanto un instrumento corvo de hierro acerado, en forma de pequeña hoz (de ahí “hocino”), que se usa para cortar leña, como en el sentido geográfico que aquí le aplicamos: espacio que dejan las quebradas de las montañas cerca de los ríos o, también, el estrechamiento de un río entre montañas.

Sobre el puente de la antigua presa aprovechamos para hacernos las fotos de rigor que servirán de recordatorio de nuestro paso por estos pagos y enfilamos por el monte bajo jalonado de enebros, sabinas, encinas y algunos robles. Durante todo el trayecto hemos sentido el inconfundible aroma que emana de las sabinas de esta zona (sabina albar), y que forman parte de esta vasta extensión de sabinar del Calatañazor, la más grande de Europa occidental.

Tras un par de Kms. por este monte y bajo la sabia conducción (wikiloc mediante) de nuestro siempre bien informado y mejor dispuesto sherpa, sin pistas claras, pero orientaciones seguras, nos vamos acercando a Valdenebro, término municipal al que pertenece Boós, por una suave ladera donde siguen dominado la sabina y el enhebro, con presencia cada vez más frecuente de encinas y algunos pinos negrales. Tras un corto trayecto por esta ruta, tomamos de nuevo la pista agropecuaria que enfila hacia el pueblo. En las proximidades del mismo vemos una pradera de pastos para la explotación del ganado vacuno, que pace tranquilamente en este campo, mientras observa

indiferente nuestra presencia. A la postre, según nos informan después, es la única explotación ganadera con que cuenta el municipio. Una curiosa fuente, conocida como “Fuente del Prado”, presenta como credencial de su existencia una cabeza de perro, tallada en la propia roca de la cual emana el agua, es el penúltimo elemento original que observamos por estos pagos.

Entramos en Valdenebro y nos sorprende la pulcritud de sus calles y la rehabilitación, en muchos casos, de sus cuidadas casas. La localidad se sitúa al pie de una peña, las Peñuelas o Piñuelas, en el término medio de un valle de escasa profundidad. El tramo alto del valle está cerrado por la ruta que hemos traído, el cortado calizo del Hocino de Boós. El pequeño río Sequillo (el diminutivo del nombre hace justicia a su discreto caudal) discurre por esta vega, flanqueado por cultivos de secano y el ya mencionado monte de sabinas, encinas y, en menor medida, pinos resineros. A su paso por la localidad, se ha acondicionado un tramo del modesto río para usos recreativos y de esparcimiento. El color ocre de la tierra impone un filtro rojizo a todo el entorno, dominando en el caserío los tonos del adobe propios de las construcciones tradicionales, contando Valdenebro con sobrados ejemplares de esta popular arquitectura.

Mientras recorremos las calles, nos encontramos con un vecino, José Antonio Cercadillo, que a la postre será nuestro guía e informante de las riquezas que contiene su pueblo. Y la primera muestra de hospitalidad que nos brinda es ofrecernos el club social del municipio para que hagamos la necesaria y gratificante parada de reposición de fuerzas. Es un pequeño y cuidado recinto donde se reúnen los vecinos, no solo para tomar un café o echar la partida, sino también para navegar por internet en los ordenadores de que dispone, herramienta necesaria ya en cualquier núcleo poblacional que se precie de adaptarse a la cultura de las nuevas telecomunicaciones, siempre que las grandes empresas de telecomunicación les presten cobertura. Valdenebro en este aspecto parece que ha tenido suerte, no así otras poblaciones de nuestro entorno provincial, donde todavía no ha llegado este extendido y universal recurso.

Sobre la barra de lo que es el bar del local descargamos las mochilas, a la vez que hacemos uso de las mesas y sillas dispuestas para satisfacer nuestro merecido asueto gastronómico. Además, el club cuenta con sendas máquinas de refrescos y café, que facilitan un complemento ideal a nuestras viandas.

Terminado el tenteenpie, nos acompaña José Antonio para que conozcamos los rincones y espacios más significativos. Antes nos ha hablado de la realidad social de su pueblo: número de habitantes, tipo de población, recursos agrícolas y ganaderos más comunes, actividades y programas que desarrollan, etc. Pero nos sorprende gratamente el movimiento cultural que se lleva a cabo a lo largo del año y más intensamente en la época estival. De todo ello es partícipe nuestro guía, que, a juzgar por su dinamismo, se nos revela como un excelente animador cultural de la localidad, además de ejercer otras funciones públicas por razón de su cargo. Nos dirigimos a la Iglesia del pueblo, la iglesia de San Miguel, uno de los ejemplos románicos más antiguos de Soria. Su portada, de claro estilo románico, presenta cuatro arquivoltas restauradas, de las cuales solo la más elevada aparece ornamentada con motivos vegetales. El ábside, en forma de bóveda de cañón, está también

reconstruido, mientras el resto de la cubierta es un armazón de madera, muy posterior a su fecha de construcción. Otras partes del templo también han sido rehabilitadas para su mejora y conservación. Pero lo más relevante de esta bien conservada Iglesia lo encontramos en las dos sacristías

exteriores, situadas a ambos lados de la puerta de entrada desde el pórtico común, donde José Antonio, merced a su iniciativa, ha conseguido formar un pequeño museo con los ornamentos y prendas usadas en el culto litúrgico: casullas, dalmáticas, capas pluviales , roquetes y otras prendas se muestran decorosamente expuestas sobre las paredes de estas sacristías, como testimonio de la riqueza ornamental de la parroquia, que sorprende por su amplitud y perfecta estado de conservación en tan pequeño reducto poblacional. Y es que nuestro guía, además de promover todo tipo de actividades culturales, es un restaurador de espacios antiguos y de usos tradicionales. Nos dice que él mismo ha restaurado la adobera con su horno que fuera propiedad de la familia, aunque no hemos tenido la oportunidad de admirarla por encontrarse ligeramente alejada del núcleo habitado.

Desde la Iglesia nos dirigimos a otro lugar común en el mundo rural: el lavadero. También restaurado, aunque sin uso por la suplantación de otros medios de lavado más acordes con los tiempos, presenta un impecable aspecto en sus dos vasos que forman sendas cavidades donde se realizaba el lavado. Sin embargo, no por falta de uso para su fin apropiado resulta inútil su conservación: José Antonio, haciendo gala de una mezcla de imaginación y pragmatismo, aprovecha este espacio para proyectar películas y todo tipo de audiovisuales a los niños del pueblo cuando se dan cita en el período estival. En las inmediaciones del lavadero encontramos un parque infantil y un coqueto paseo, flanqueado por dos hileras de plátanos para darle un aire más acogedor y cálido al calor de las tardes de verano.

Dejamos Valdenebro con el buen sabor de boca por comprobar que todavía quedan pueblos que se resisten a sufrir esa pandemia rural llamada despoblación. Ahora enfilamos por la carretera que enlaza con la población vecina de Bayubas de Arriba para dirigirnos a la ermita de la Virgen de Olmacedo (aunque hay otras versiones sobre el nombre correcto de este reducto mariano), donde nos presentamos tras una pequeña y asequible subida. No está abierta, así que aprovechamos para hacernos fotos junto a sus paredes y aligerarnos de ropa, que el sol nos viene acompañando desde hace un buen rato y hemos superado con creces los rigores y la climatología adversa de las primeras horas de la mañana. Cumplido el trámite de este improvisado descanso, continuamos nuestra ruta hacia el punto de origen. Caminamos por un bajo bosque que perfila una estrecha y marcada vereda, hacia algún punto conocido. Sin embargo, a poco de caminar por esta senda, nos advierte el sherpa que su wikiloc le da error en la dirección tomada. Y como rectificar es de sabios ( y en este caso de necesaria obligatoriedad) nos adentramos por el monte bajo, sin caminos y solo con la guía que el satélite transmite al móvil del sherpa. Algún árbol caído y atravesado en el camino nos obliga a utilizar fáciles e improvisados recursos para superar esta adversidad. Cuando el horizonte se hace más claro, podemos divisar el caserío, que lo tenemos a escasos Kms. Ya en las proximidades de esta pedanía, tomamos otra pista forestal para completar la ruta hasta nuestro punto de origen, Boós. El nombre de la localidad, original donde los haya, proviene del latín bos-bovis, en referencia al ganado bovino, lugar o estancia de bueyes. Esta pedanía de Valdenebro fué noticia en los últimos meses por haber sido objeto de expolio en la ermita de San Lorenzo. En concreto, dos capiteles románicos fueron sustraídos de esta abandonada y semiderruida ermita en las proximidades de la localidad. Y no fue el único, ya que en la vecina localidad de Rioseco consiguieron llevarse parte del pórtico de otra ermita, también alejada del núcleo urbano y poco vigilada.

Muy cerca de Boós pasaba la vía romana que unía Astúriga (Astorga) con Cesaraugusta (Zaragoza). A lo largo de estas vías y para darles seguridad y protegerlas del pillaje, se adjudicaban una serie de terrenos, villas, etc., en virtud de méritos contraídos a los generales retirados o por adquisiciones, con lo que además se colonizaba el terreno. Una de estas villas la encontramos en LOS QUINTANARES DE RIOSECO (perfectamente señalizado en el trayecto Rioseco-Boós), cuyo dueño, revestido de autoridad, hubo de crearse un latifundio en forma de propiedad territorial. No sería de extrañar que el término de Boós fuera la dehesa boyal del señor de LOS QUINTANARES.

Hemos completado algo más de 17 Km. de esta ruta sabática y nos falta rematarla con el consiguiente momento de convivencia relajada junto a una cerveza o un buen vino. En esta ocasión lo hacemos por partida doble, primero en Rioseco y luego en la Venta Nueva, con la satisfacción de haber conocido otros rincones de nuestra provincia que, no por menos publicitados en las guías de turismo carecen de interés y belleza, en los espacios que se asientan sobre esta extensa provincia.

AGNELO

Esta ruta esta grabada en el usuario “soriapasoapaso” en wikiloc:

https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/muriel-de-la-fuente-la-penota-la-fuentona-muriel-fuente-ibp-53-hkg-32809311

One Comment so far:

  1. Bien!!!por Valdenebro,que pueblo mas chulo y bien conservado y conectado. Me encanta leer crónicas así. Gracias Agnelo,me encanta leer tus relatos.

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Posted by: soriapasoapaso on