LAGUNA VERDE
Para el 9 de junio teníamos prevista una ruta a Purujosa, pero ante las incesantes lluvias que estamos teniendo nuestro sherpa Ángel, previsor como es él, llamó al municipio al que pertenece y le indicaron que el barranco iba crecido, de manera que se optó por ir a la siguiente en nuestra lista, la Laguna Verde. Es una de las que había que repetir, el año pasado los compañeros quedaron encantados del camino, de la belleza de la laguna y de las espectaculares vistas.
El sábado amanece nublado, pero no llueve. Sobre las 8 horas, 14 senderistas estamos en el aparcamiento del Punto de nieve de Santa Inés nuestra idea es ir a la laguna Verde, los ojos del Iregua y las lagunas de Vinuesa, 14 km de marcha.
Comenzamos la ruta adentrándonos en la niebla y en un bosque encantado, piedras cubiertas por el verde intenso del musgo, inquietantes pinos envueltos en líquenes que aquí parecen distintos a cualquier otro pino, con sus formas irregulares y caprichosas y cargados de estos líquenes colgantes que les dan un aspecto fantasmal y misterioso.
Cada ejemplar es una sorpresa, incluso los pinos jóvenes tienen un aspecto vetusto, y qué decir de los que son realmente viejos, porque si en Covaleda visitamos a los abuelos del bosque, aquí tampoco faltan. Yo diría que es un bosque sin tiempo, su aspecto sería similar hace 200, 400 años con los mismos arboles anárquicos y salvajes.
Y aquellos que han sido vencidos por el tiempo son gigantes caídos que poco a poco vuelven a fundirse con la tierra.
Además de las originales formas de los arboles es un bosque en el que nos vamos topando con la magia de la naturaleza, nos parece ver un cervatillo, entre las ramas algunas telarañas brillan cubiertas por gotitas de agua, gotas que también penden de las agujas de los pinos, una preciosa salamandra amarilla y negra capta nuestro interés hasta que se esconde, manantiales que brotan de la nada…
La niebla se ha ido disipando y dejamos atrás este bosque sorprendente. Con el ascenso, los ejemplares que vamos encontrando tienen una envergadura mucho menor y están limpios de liquen, hay algunos narcisos pequeños y sin hojas por la altura y también encontramos corros de enebro rastrojero.
La Laguna verde está casi a 2000 m. y el ascenso no siempre es cómodo, también debemos atravesar trechos cuyas protagonistas son afiladas y resbaladizas piedras, otros en los que corren regueros de agua o salvar la cara del azote de los brezos. Tampoco es fácil de hallar, está muy escondida, montoncitos de piedras dejados por otros montañeros van indicando el camino a seguir.
Recuerdo una fotografía antigua de un grupo visitando la laguna Verde, las señoras con sus traje largos; complicado camino sería el suyo.
Al llegar a la laguna, la expresión de todos es de admiración y, sí, es verde, pero ahora incluso la laguna Negra se está volviendo verde por las algas; ésta es más pequeña, rodeada de vegetación y de misterio. ¿Vivirá en sus profundidades una ondina como la de los ojos verdes de Bécquer? Para acceder a la laguna oculta hemos atravesado un bosque encantado envuelto en la niebla, morrenas de cortantes aristas, pronunciados ascensos… Vencimos los desafíos, y ¿si le pedimos un deseo a la guardiana de la laguna y de su bosque ancestral? Sea, éste, protección para el caminante y al caminante también le pediríamos que proteja la tierra que pisa y a los animales que pueda encontrar.
Proseguimos nuestra ruta, y no sé si la ondina no dio su aprobación para completarla o es su manera de protegernos pero el tiempo comienza a empeorar, la niebla ha vuelto a aparecer y el frío es más intenso, caminamos hasta un puesto de palomas para almorzar. Estaba previsto que frente a una vista espectacular y extensa.
Pero una espesa cortina de niebla oculta hacia la derecha la sierra de Cebollera, al frente y abajo los Hoyos u ojos del Iregua en su nacimiento, detrás Urbión y el Pico Zorraquín y al noreste habríamos visto incluso los prepirineos.
Tampoco parece factible subir al castillo de Vinuesa como el año pasado, de manera que por la cima regresaremos al punto de nieve de Santa Inés.
Cuando llegamos al vértice geodésico de Pico de Buey (a 2035 m) ya parece un día invernal, desde aquí debiéramos ver al norte la sierra de Valdezcaray. Estamos en el término de Villoslada de Cameros, ya desde la laguna hemos venido alternando Soria y la Rioja.
Los nombres y situación de los accidentes geográficos nos los aporta Ángel, que yo andaba tan perdida como en un día de niebla, pero continuemos el camino que ya va concluyendo.
El frio ha arreciado y han hecho su aparición estelar la lluvia y el viento, este año nada de quitarse el sayo el 40 de mayo, aún así vamos, en lo que se puede, disfrutando del paisaje, y también, por qué no, de la lluvia.
El último trecho es una ladera de descenso para los esquiadores, nosotros también descendemos con la ayuda de nuestros bastones que nos han sido tan útiles en algunos momentos de la ruta. Creo que ha habido tres caídas producidas por resbalones, por suerte sin importancia, pero sin ellos hubiéramos tenido más.
Llegados a nuestro destino, caminamos hacia el bar restaurante de Santa Inés, siguiendo una valla de madera preparada con luces aún encendidas porque la niebla sigue siendo nuestra fría compañera de ruta.
Es un lugar en medio de la nada y no es temporada alta para ellos, pero hay bastantes clientes y cestas de hermosos hongos recién cogidos.
Ya de regreso vemos que por Vinuesa luce un sol esplendido y parece que no ha llovido.
09/06/2018
Ana María A.