Cebollera Toda 14 Junio 2025
En esta ruta coincidimos dieciocho senderistas esperando aprobar el examen global que teníamos por delante para poder ir a la excursión de fin de curso. Algunos, como Belén, ya iban advirtiendo que iban a repetir al año siguiente. Fuimos en varios vehículos hasta el aparcamiento de la Laguna Cebollera donde nos esperaba un transporte alternativo para llevarnos al alto del Puerto de la Cola y quitarnos una parte de subida dura y monótona y poder guardar energía para la senda que nos esperaba.

Para subir al descapotable que nos esperaba era necesario acceder como en los autobuses ingleses, usando una escalera, aunque en este caso no era de caracol. Con el entusiasmo de los niños que hacen las cosas por primera vez fuimos subiendo, emitiendo risas y sonidos de cierto nerviosismo. La situación nos recordaba a los tiempos en los que uno iba de fiesta en fiesta en circunstancias parecidas.
Empezó la subida y me parecía que nos transportaban a gran velocidad cuesta arriba, con el viento en nuestras caras, que, en mi caso, según me cuentan, era de absoluto pavor. La realidad no es siempre como la percibe uno. Sólo en mi mente íbamos deprisa. La realidad verdadera era que aquello, por los gritos y el cachondeo, parecía un autobús escolar, jaleando cada bache. Una mirada a cada uno de los integrantes del vehículo hablaba de su personalidad. En algún momento quisimos contar cuántos íbamos en el vehículo y éramos un número que para algunas culturas trae mala suerte, pero que para nuestro ávido conductor le había reportado sólo buena dicha en su vida. Le hicimos la ola cuando llegamos a buen puerto, en este caso, empezando por la Cola. Bajamos todos con algún músculo agarrotado de sujetarnos con las manos, pero con las risas encima.
Comenzamos a andar por el camino hasta el Puerto de las Setecientas, camino ascendente hasta los 1918 m de altura. He intentado averiguar de donde viene el nombre del puerto y de la laguna, sin éxito.

Los 300 m de desnivel en 1.3 km discurrían por la frontera de las dos provincias en las que últimamente pasamos nuestros fines de semana y requerían sudor, pero las vistas maravillosas nos hacían olvidar el esfuerzo. Fue un día de ver montañas y colinas, pero sobre todo de observar lagos, lagunas y charcas.

La que vimos desde este Puerto y con el mismo nombre pertenece a La Rioja, al municipio de Lumbreras de Cameros, en el Valle del Iregua.
Lumbreras es conocida como la Corte de la Sierra Cebollera por la riqueza de 13 ricos ganaderos y agricultores que se afanaron en dejar constancia de sus bienes a través de sus estupendas casas blasonadas. ¿De qué me suena el número trece?

A los 3.4 km llegamos al Alto de la Laguna a 2084 m. de altitud. Desde allí se veía un magnífico paisaje de la Laguna de la Chopera entre el azul del efecto óptico de la bruma. Otro nombre que no tenía sentido porque a esa altitud los chopos no crecen. Creo recordar que fue allí cuando oímos por primera vez el croar de las ranas que iba a convertirse en la banda sonora de la mañana. Las ranas macho croan principalmente para comunicarse con otras ranas. Durante la temporada de apareamiento, en la que nos encontramos, croan para atraer a las hembras. Hay que tener en cuenta que cada especie de rana tiene su propio canto distintivo y que las hembras pueden evaluar la calidad del canto para elegir un compañero adecuado. Los machos también usan el croar para indicar su presencia a otros machos, evitando así conflictos.
Este croar territorial es más agresivo. Mi conocimiento del croar de estos animales no me permite discernir qué tipo de croar era el que escuchamos, ni la especie concreta. Entre las curiosidades de la vida afectiva de estos anuros habría que comentar que en su apareamiento hay un poco de despiporre, llegando algunas hembras a hacerse las muertas o croar para hacerse pasar por machos y evitar el contacto.
Seguimos subiendo por una senda que se pierde entre el brezo que se encuentra por doquier. Como estamos en junio y no quiero que Alberto me suspenda, diré que en esta zona lo que predomina es la erica. Este tipo de brezo tiene flores dispuestas boca arriba y otras boca abajo, siendo muy resistente al fuego. Se dice en el folklore escocés que pisar el brezo podía enfadar a las hadas y provocar sus traviesos trucos. De la forma en la que estos seres fantásticos se vengaban de nosotros era con los múltiples esguinces de tobillos que tuvimos al no ver los agujeros que la erica tapaba.
Vimos una surgencia de agua con una fuente. Allí comimos después de que Paula rellenara su botella con el agua que brotaba, potabilizándola con una pastilla que José Antonio le ofreció explicando el proceso. Reme y Esther me hablaron de los electrolitos que le echaban al agua, pero no me atreví a probarlos. Quedará para el siguiente curso.
Ascendimos un poco más para llegar al Alto de la Mesa, a 2160 m, también en La Rioja. Se veía el Pico Frentes, nuestro distintivo, y el Pantano a lo lejos. Justo antes de alcanzar ese pico, Santi nos retó a alzar una piedra en forma de Menhir, emulando lo que habíamos hecho la semana anterior.
No pillamos la broma y pensamos que se refería a una losa más pequeña y movible. Ricardo y Alberto, quebrantando su propio dogma de dejar la naturaleza tal como está, se pusieron mano a la obra, en este caso de arte. En la parte Riojana de la Cebollera hay un Parque de Esculturas en el entorno de la Ermita de la Virgen de Lomos. Nuestro grupo, consciente de que las comunidades autónomas adyacentes intentan ningunear la importancia de nuestra geografía ignorando nuestra existencia cuando hablan de “su” Parque Natural de Cebollera o del Moncayo, ha decidido que nosotros también vamos a ir dejando esculturas a nuestro paso, ya que la naturaleza no entiende de fronteras políticas. En este alto había un túmulo de piedras y como su nombre indica había una mesa de hierro con cajón, de esas que ponen los grupos de montaña para dejar un libro de visitas en el que escribir. La placa ponía la fecha del Día de San Valentín del 93 y la había llevado la Sociedad de Montaña Sherpa. En el cajón sólo había una pelota de papel de aluminio porque escribir notas de recuerdo en las cimas pertenece a un mundo perdido, al igual que los menhires.
Llegamos a Cebollera después de pasar por varios monolitos con la inscripción MP56. Veo en la página web del ministerio que le 28% de la propiedad forestal es pública y que gozan de un régimen jurídico especial y son inalienables, imprescriptibles e inembargables. Ni idea de lo que eso significa. Nos hicimos la foto de rigor en el vértice geodésico.
Allí había un delicado belén en un pequeño tronco de madera y vistas a los Valles del Ra, del Razón y al Castillo de Vinuesa. Esther, Yolanda, Reme, Almudena y Azucena nos deleitaron con una canción al viento. Pepa, Asun, Marisa y Mari Carmen se hacían fotos para inmortalizar el momento.
También había una escultura de hierro de un hacha clavada a un tronco. Alguien la comparó con Excalibur, pero no fuimos capaces de sacarla, así que no habrá rey o reina de Cebollera.
Bajamos a la Laguna Helada y allí Santi acuñó una definición para laguna inversa a la de isla: trozo de agua rodeado de hierba. Para entonces estábamos todos en modo poético. Un poco más adelante nos separamos en dos grupos. Uno, entre los que se encontraban Chus y Gema, volvieron al punto inicial, mientras otros bajamos a Laguna Cebollera por una pendiente imposible. Esta laguna glaciar, ya en nuestra provincia, fue recrecida mediante una represa en los 70. Desde allí, siguiendo el curso del Razoncillo, llegamos a otra Laguna menos conocida, rodeada de pinos y repleta de libélulas azules. La bautizamos como la Laguna de la Cosita. Nos reagrupamos todos y en nuestros respectivos coches volvimos por donde habíamos venido al bar de costumbre y a las consumiciones de recompensa del trabajo bien hecho y la senda terminada.
Maria Jesús Diez
Vaya aventura.Duro pero divertido. Gracias por tu relato.