EL (ESCONDIDO) ENCANTO DE LA SORIA DESPOBLADA Soria, 24 Mayo 2025

Mucho se habla, y no sin razón, del drama demográfico en el que se halla incursa nuestra provincia desde hace ya algunos lustros, por el consabido tema  de la pérdida gradual de población. No vamos a negar que este problema es un tema recurrente en nuestras conversaciones sociales, amén de las tertulias políticas y las propuestas (o pseudo-propuestas) para su solución.

Pero no es menos cierto también que caminando por estas tierras despobladas llegamos a  rincones y lugares que, en su desnudez demográfica, ofrecen un encanto poco habitual de lo que uno espera encontrar donde aparentemente ha desparecido la vida social de un pueblo, una comarca, una vecindad que en su día fue.

Y nuestra ruta de hoy es un ejemplo de la aparente nimiedad que ofrece un paisaje desolado, vacío, despoblado, pero que conserva el encanto  del silencio de unas piedras que hablan de su pasado, de  sus edificios  medio derruidos unos, bien conservados otros pocos, de sus campos que dieron vida a  su economía, de sus paisajes limpios,  de la variedad de su flora que no entiende de despoblación, de las laderas de sus montes y de sus sierras, que conservan la riqueza vegetal inmune  al abandono de sus pobladores….Hemos paseado por la sierra de Alcarama y su entorno silencioso, casi desértico, pero con ese sabor rural que deja la impronta del lugar todavía incólume a la pérdida de su belleza natural, aunque haya perdido su población.

Las 8,00 de la mañana y ya estamos prestos  los inscritos en la ruta para encaminarnos hacia nuestro punto de partida y recorrer el terruño que hoy han diseñado nuestros sherpas.

Acompañamos a Ricardo en su coche cuatro entusiastas del grupo  por una carretera serpenteante, con cerradas curvas en algunos tramos y un trazado sinuoso, mientras vamos consumiendo los poco menos de 50 Km que nos separan de la capital.  Atrás van quedando municipios como Renieblas, Almajano, Magaña, Pobar, Fuentes de Magaña…hasta llegar a un llano verde, que alberga un caserío, con nombre de población: Las Fuesas.

Una llanura que acoge unas pocas casas, alguna rotulada con la sugerente expresión “La casa de la pradera”. Y es que, en realidad, nos encontramos en una verde pradera, que parece diseñada para convertirla en un lugar de descanso o un parque infantil, donde los más pequeños se pueden sentir a sus anchas, correteando por el césped que cubre el suelo de este espacio sin calles, sin hormigón  y sin construcciones que impidan la vista de un paisaje  que rezuma paz y sosiego. Constituye una pedanía de la cercana población de Cerbón, y su casi desnudez demográfica se convierte en encanto paisajístico entre las reducidas dimensiones de su entorno urbanístico (si es que se puede llamar así).

Aquí aparcamos los coches y ahora nos enfrentamos al tramo más exigente de toda la ruta que haremos: la corta, pero pendiente subida al cercano pueblo de Castillejo de San Pedro. Situado sobre un altozano de la sierra del Alcarama, parece construido, con sus numerosos miradores hacia la citada sierra, para ser guardia y vigía  de estas tierras altas sampedranas, que se aloman y alinean en forma de frontera con la vecina Rioja, conservando el encanto y la fisionomía de un paisaje de montaña baja, que ha visto crecer y pastar  por estos lares la crianza de un ganado lanar muy apreciado y sustento fundamental en la economía domestica de sus pobladores. Castillejo pertenece al municipio de Valdeprado. Pero al contrario que su vecina Las Fuesas, aquí encontramos viviendas y otros edificios de uso doméstico, construidos con la típica piedra de lasca que abunda por esta zona y que se caracteriza porque su construcción apenas requiere el uso de materiales de adhesión, como el cemento o el barro, ya que la construcción se hace  de forma casi artesanal, colocando piedra sobre piedra, según sus dimensiones, y de forma regular haciendo coincidir cada unidad con su correspondiente par de similar geometría y peso. Aquí encontramos viviendas reformadas y reconstruidas, algunas para su ocupación natural y otras como elemento de pervivencia de una vida pasada que se resiste a desaparecer. En palabras de Abel Hernández, podríamos decir que “Nadie escucha ya el rumor eterno del río entre las piedras. El agua pasa de largo sin regar los huertos ni mover la aceña. El trujal no da aceite. Las ramas de la higuera penetran por la ventana de la casa. Solo los cazadores prueban los frutos del serbal y del maguillo. La iglesia se ha quedado muda, sin campanas. Parece que por aquí, por este último rincón de Castilla, ha pasado el ángel exterminador. Queda la belleza esencial de las ruinas, que encierran el alma visible de  los pueblos abandonados…” (Abel Hernández. “Historias de la Alcarama”).

Así es como sentimos este trozo de nuestra provincia. Pero aquí no venimos a hacer poesía, aunque los rincones que visitamos estén cargados de nostalgia que conducen a ciertos sentimientos poéticos. Nuestro objetivo es  conocer el  entorno de nuestra tierra (y otras allende nuestras fronteras provinciales), a la vez que  activamos el organismo y ponemos a punto el rendimiento de las  piernas y nuestro sistema cardiaco Y si en Las Fuesas encontramos una vivienda con nombre de serie de película, Castillejo no iba a ser menos y ,sobre el remozado dintel de una vivienda que creemos ocupada ocasionalmente, nos encontramos con una rotunda y conocida inscripción que inspiró una serie americana allá por los años 70-80: “Falcon Crest”. Y no muy alejada de esta vivienda, hay un recinto cerrado, a modo de corralito, con una piedra en su frontispicio que deja bien a las claras el uso para el que se destina el citado espacio cuasi-sagrado:”Rincón de meditación”. Parece que los lugareños de este  despoblado núcleo de la sierra tenían también otras actividades más elevadas que la mera recogida de la cosecha anual o el pastoreo de sus rebaños.

Paseamos un buen rato por estas pocas calles  deséticas (por supuesto, no encontramos un alma a quien saludar), mientras admiramos algunas de sus bellezas de la flora y vegetación que no entienden de despoblación, sino de crecimiento y surgimiento en la época que estamos: hermosos tilos en flor o los no menos llamativos olivos que mantienen su vigor por estas tierras, aparentemente hostiles a su desarrollo.

Fotos desde los variados miradores que ofrece el pueblo y enseguida encaramos la ruta por la serranía que iremos atravesando, mientras podemos observar el cambio de suelo y sus variantes florales.

La ruta no es en exceso exigente y por la pequeña senda marcada como recorrido senderista, vamos viendo y sintiendo el olor de unos cultivos herbáceos de nuestra provincias, como el tomillo y alguna flor en especial llamativa, como el aciano, de un azul inconfundible, que, dicen, cura las afecciones oculares. Y algunos más expertos nos advierten también de la presencia de la llamada flor de hipérico, también conocida como la hierba de San Juan, de la cual se obtiene un aceite con propiedades  calmantes, usado también en el tratamiento de problemas de piel como quemaduras solares, piel seca o agrietada y eczemas. También se le atribuyen otras propiedades curativas referentes al estado de ánimo, cansancio, falta de interés, dolores musculares, articulares, así como otras propiedades analgésicas o antiinflamatorias. Pero todo eso lo dejamos para el estudio y consideración de la farmacopea que usa  elementos naturales (ahora se diría  más “ecológicos”) para la composición y

Caminamos a media ladera por esta rica serranía floral y pronto encontramos una parte vallada, que nos hace pensar que entramos en un espacio protegido.

Efectivamente, se trata de una repoblación forestal de pino negral, que  más adelante dominará las laderas de la falda del Alcarama  y  nos introduce en otro mundo vegetal, dominado por los cultivos arbóreos, que dan pluralidad y riqueza añadida a este enclave de tierras altas. El pino se hace dueño de la sierra, le da pujanza y color, a la vez que enriquece su hábitat con otro tipo de fauna y permite al visitante disfrutar de la variedad del paisaje que presentan estas  despobladas tierras.

Y si nos adentramos en un pinar, ¿qué mejor sitio para hacer el merecido descanso de toda ruta, tras algo más de dos horas recorriendo nuestro territorio de tierras altas?   Así que decidimos descargar el peso de las mochilas, protegidos por la sombra de los pinos, cerca de una encrucijada de pistas forestales que señalan direcciones  en sentido norte-sur, hacia poblaciones conocidas de nuestra provincia…. San Pedro Manrique, Sarnago , Matasejún…etc.

Reina el buen humor y el ambiente distendido en este rato de asueto, como no podía ser de otra forma, mientras corre la bota por los corrillos y se distribuyen generosamente no pocos delicatessen energéticos para hacer más atractivo el bocadillo de media mañana.

Y finalizado el siempre esperado momento gastronómico, de nuevo nos ponemos en marcha para completar la última parte de la ruta.

Caminamos por una especie de pseudo-cañón, que, en su recorrido descendente y a juzgar por la conservación del camino mediante la construcción artificial de refuerzos para evitar el deterioro o derrumbe de su sendero natural, constituyó en su día una vía de comunicación entre poblaciones cercanas con los medios de entonces ( entiéndase, el transporte con caballerías de personas y mercancías), hasta  aproximarnos a  un marcado camino forestal que nos dirige al último bastión de lo que fue un pueblo aislado en esta comarca, hoy totalmente deshabitado, pero las ruinas que quedan, nos hacen imaginar cómo pudo ser la vida de sus gentes en este territorio aislado, sin carretera o medios de comunicación con sus vecinos más próximos, salvo los indicados anteriormente.

Nos referimos a El Vallejo.  Hay que desviarse ligeramente de la pista forestal que transitamos, porque, de lo contrario, pasaría inadvertida la presencia de un poblado en este lugar. Y allá que nos dirigimos, mientras ascendemos una corta subida, cubierta de vegetación, que nos conduce hasta las reliquias de uno más de nuestros pueblos abandonados.  No somos los únicos. Otras familias, con hijos pequeños, parece que han sentido la misma curiosidad que nosotros por conocer vestigios de un rincón que tuvo vida. Apenas quedan unas pocas paredes  de sus edificios  y destaca, sobre todo, la situación ruinosa de lo que fue la Iglesia, todavía visitable,  y que ofrece una idea de la reducida población que habitó estos  ecológicos (no diremos que afortunados) lugares.

Y El Vallejo nos despide con el silencio sepulcral que envuelve su otrora pasado más activo y vigoroso.

Continuamos la pista forestal que traíamos anteriormente. Y ya, un par de Km. más adelante, divisamos los coches que Las Fuesas han custodiado en nuestra ausencia. Todavía los niños corretean por la pradera. Alguna chimenea humea, lo que indica que hay vida tras estas escasas edificaciones. Y pensamos:¡No todo está perdido! Todavía hay personas con talante romántico que se resisten a abandonar su “Casa de la Pradera” o, sencillamente,  el encanto de su pueblo, de su paisaje, de su entorno que vivieron y aún permanece vivo el recuerdo de ese tiempo.

 

Agnelo Yubero  

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