De Puerto de Montenegro a Cabezo del Santo (17 de mayo 2025)
Cameros, hacia donde nos dirigimos, estuvo durante muchos años relacionada íntimamente con la trashumancia y los grandes rebaños de ovejas merinas. El topónimo de la región viene de la unión de los nombres de las tribus que poblaban la zona: los cántabros y los berones. Aquellos pueblos ya practicaban un pastoreo trashumante en el Neolítico. Los pastos de altura de la zona proporcionaban alimento fresco y abundante en épocas en que otros estaban agostados y con esta ventaja podían producir un bien de alto valor: la lana fina. La de mejor calidad se obtenía a partir de ovejas merinas trashumantes, que no sufrían ni mucho frío ni mucho calor, y que siempre contaban con la mejor alimentación. De este modo nació una organización, la Mesta, basada en el pacto y en la reunión de pastores, de donde le viene el nombre. En Cameros esta asociación propició un boom económico de tal calibre que los ganaderos de esta zona disponían de la “mayor renta per cápita” de Europa. En el S. XVIII, cuando terminaron los privilegios de la Mesta, comenzó la despoblación de estas tierras. Territorialmente La Rioja, llamada originalmente Logroño, no nació hasta 1833. En el siglo XVI los Cameros estaban adscritos al Valle del Iregua (provincia de Burgos) y al Valle del Leza (provincia de Soria), hasta que en 1802 los dos valles por poco tiempo pertenecieron a la jurisdicción soriana[i]
En nuestro camino desde Soria, pasado el famoso Puerto de Piqueras y a poco de atravesar Lumbreras, llegamos a Villoslada de Cameros, puerta de entrada al Parque Natural de Sierra Cebollera. Allí el puente cruza el río Iregua, que nos va a acompañar un rato en nuestra ruta y comienza una carretera sinuosa que nos lleva al lugar desde donde vamos a empezar: el Puerto de Montenegro.
Llegamos al lugar y nos encontramos con un comité de bienvenida acorde a las tierras que visitamos: dos mastines gigantes y blancos, casi monstruosos, nos esperan. Marian y Lolo nos habían avisado pero el mensaje no llegó a “buen puerto”. Salimos del coche y al darnos la vuelta contemplamos asombrados la lucha titánica de uno de estos perros pastores con Elisabel y Marisa.
Presumimos que el animal, con un hambre canina, no quería deshacerse de la bolsa de plástico que había logrado coger al despiste y se relamía pensando en el festín que iba a darse a nuestra costa. Nuestras sabuesas lucharon como jabatas para poder arrancar de las fauces del animal el tesoro que pensaba encontrar. Mientras nos relataban el suceso descubrimos que lo que el perro había intentado comerse eran los walkie-talkies del grupo. No quedó claro si el pobre mastín no había comido en tanto tiempo que le parecía apetitoso el plástico o era una medida en contra de la comunicación y la libertad de expresión. Otra teoría que barajan los investigadores es que los perros pastores evitan que se use la tecnología en un territorio que evoca a tiempos en los que esos avances no existían. No sé la opinión de la A.E.P.M.E. al respecto.
Risas aparte, comenzamos la ascensión, al principio tranquila. El paisaje nos envolvía y miraras hacia el punto cardinal al que miraras, las vistas eran increíbles y se veían muchos de los picos más altos de nuestra querida provincia. Vislumbramos colinas, montes y nieve a lo lejos. Pero sobre todo vimos verde; el esmeralda del campo en todo su esplendor, en su despertar del letargo.
Al llegar a Berezales nos encontramos con la segunda sorpresa animal del día. Fuimos otra vez agasajados con un recibimiento de nuestros anfitriones y verdaderos propietarios de la zona. Según nos acercábamos al vértice geodésico a 1785 metros, los perros iban ladrando con más vehemencia, intentando asustarnos. No entendíamos por qué protegían con tanto ímpetu un trozo de cemento, por mucho que el Instituto Geográfico Nacional los preserve. Como suelen ser miradores naturales magníficos nos hubiera gustado acercarnos para ver las vistas del otro lado, pero la violencia de los canes no lo aconsejaba. Al momento descubrimos una cabeza de cabra asomarse y mirarnos con cara de interés, y detrás de esa primera exploradora apareció un rebaño entero, todas expectantes. Los perros pastores establecieron una perfecta formación de defensa, protegiéndolas.
La Asociación Española del Perro Mastín Español, cuyas siglas menciono arriba, nos explica en su página web que los mastines descienden de aquellos canes que mostraron las mejores aptitudes para la guarda de ganado. Cuando los romanos entraron en la península se hacían acompañar de grandes perros que protegían sus pertenencias. Son varias las citas de esta civilización a lo que llamaban “mastines de iberia”, como Plinio el Viejo o Virgilio, que los define como “vigorosos”. Las características de nuestro clima obligaban a los pastores a realizar viajes estacionales para poder alimentar a los animales domésticos, que al mismo tiempo eran amenazados por la fauna autóctona. El animal que podía ayudar en ambos casos era el mastín. Su resistencia física le permite recorrer largas distancias sin fatigarse y en algunas partes de España todavía se les pone un collar de púas llamado carlanca para protegerlos de los ataques de los lobos.
De esta forma apareció el fenómeno de la trashumancia que llevó a nuestro país a ser una potencia económica de primer orden gracias a la lana merina. Esto no podría haberse llevado a cabo sin la ayuda de esta raza de perro. Con la creación en el siglo XII del Honrado Concejo de la Mesta se reguló todo lo relacionado con los derechos de estos animales y las obligaciones de sus propietarios. En el siglo XV había tres millones de cabezas de ovejas merinas y en el XVIII, en todo su esplendor, el número ascendía a dieciocho millones, de las cuales cinco trashumaban. La suerte del mastín fue paralela a la de las ovejas, y con la guerra de la Independencia, la hegemonía lanera de España acabó, los rebaños se vendieron, y bastantes mastines les acompañaron en su viaje.
Dejamos atrás estos perros merineros para seguir andando y encontrarnos en la soledad de esas tierras a más animales: en este caso vacas. Los cobardes, entre los que me encuentro, íbamos atemorizados y un poco amedrentados entre tanto susto.
Desde ahí la subida se hizo más dura y el calor empezó a apretar. Cruzamos a La Rioja por una puerta de aluminio para llegar a una colina empedrada.
Ahí había ya dos grupos: la avanzadilla y la cola del pelotón en la que se hablaba de la mala noche que habíamos pasado y lo que eso se nota a la hora de subir.
Por fin llegamos a Cabezo del Santo, a 1849 metros de altitud después de un repechito.
Allí comimos con vistas a Cebollera, Urbión y a una placa solar cuya función no quedó muy clara.
Belén y Elisabel se alimentaron apoyadas en un vértice geodésico destrozado, con dos piedras puestas encima, intentando reconstruir el derrumbamiento anterior (se entiende así que pongan perros para proteger los monolitos). Almorzaron tranquilas, aunque tuvieran esa espada de Damocles encima de sus cabezas.
Hicimos la foto de grupo de rigor y comenzamos el descenso.
En la Universidad Paso a Paso ese día la lección magistral versaba sobre la importancia de las rodillas en el descenso de montañas y cómo protegerlas, siendo los bastones una gran ayuda.
En la bajada nos encontramos con dos refugios de montaña. .
Uno de ellos estaba recién reformado, aunque el aspecto interior no invitaba a pasar la noche allí. Aparte de los colchones mugrientos y un matamoscas para sacudirlos, había dos bidones naranjas cerca de la chimenea que nos llevaron a más teorías.
Volvimos agotados pero felices de habernos peleado con mastines, cabras y subidas imposibles y ser capaces de contarlo. Pero ya se sabe, la cabra tira al monte.
María Jesús Diez mayo 2025
[i] https://www.riojanosenlared.com/index.php/la-rioja/historia