CASCADAS DE COVALEDA: SONIDOS DE AGUA Y PIEDRA, AROMA DE PINO Soria, 15 Febrero, 2025

Hoy era el día. Ha merecido la pena el aplazamiento de esta ruta prevista para fechas anteriores. La climatología no ha podido ser más generosa con  nuestro paseo pinariego y el espectáculo visual de la larga marcha entre pinos, agua y piedra, ha sido todo un regalo para los ojos.

Son las 8,00 h. A esa hora estamos  convocados para nuestra ruta sabática  en el lugar de costumbre. Y en esta ocasión,  con una elevada participación: más de treinta entusiastas de la mochila y el bastón, nos dirigimos hasta las proximidades de Covaleda, donde aparcaremos en pleno pinar para iniciar nuestro periplo senderista.

            A la entrada de la pista que da acceso al aparcamiento, nos reagrupamos de nuevo, para hacer la subida simultáneamente hasta el lugar convenido.

            Son poco más de las 8,45 y ya estamos listos para degustar un día “montañero”, porque el organismo federativo al  que pertenece el club, nos  califica como montañeros, y no meros senderistas. Pues no defraudaremos  la calificación otorgada por la federación, y allá que vamos, a recorrer una pequeña parte de la montaña pinariega por tierras covaledenses.

            Y como reconocidos montañeros (no me atrevo a calificarnos “consumados” montañeros”, porque tal vez sería  un tanto pretencioso), apenas echamos a andar nos espera una generosa cuesta, que afrontamos todavía con las energías intactas y las reservas físicas dispuestas a hacer frente a cualquier esfuerzo o dificultad. Tenemos una  ventaja y un inconveniente. La ventaja es que caminamos, desde el principio, protegidos por el  amable y altivo porte que nos ofrece el pino, arrullados por el “elocuente silencio” de su presencia, la armonía que transmite su verde encanto y la alargada  silueta del rey de estos territorios, siempre acogedora, protectora y remanso de paz para el visitante que se adentra en sus dominios.

 

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Y el inconveniente, para el andarín, que  no para el medio ambiente, es que en dirección descendente corre un hilo de agua, formando un socavado arroyo, de escasa corriente, pero suficiente para hacernos zigzaguear y escoger el camino seco más conveniente a nuestros propósitos.

Y apenas hemos recorrido un centenar de metros, una señal direccional nos indica el camino a una de las cascadas que visitaremos. Pero no es esa la ruta elegida por nuestros sherpas, así que seguimos ascendiendo, con el objetivo de empezar la visita por la  más alejada, para después ir descendiendo y completar el recorrido programado.

            En nuestro camino seguimos disfrutando de la paz que da  el  pinar, compañero inseparable en toda la jornada. No muy  lejos (o, tal vez, en la cercanía de nuestros pasos, cuando llevamos ya un buen tramo recorrido), oímos el sonido típico de la torrentera de agua que parece despeñarse de lo alto de un peñasco. Algunas compañeras que me preceden se preguntan si será ya esa la primera cascada que visitaremos. Pero no.

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Todavía estamos lejos. Cuando nos acercamos, podemos comprobar que solo se trata del  ruidoso descenso de un arroyo, que cruzamos por una rústica y sólida losa de piedra, a modo de puente para facilitar el tránsito de este precipitado cauce, (conocido como  “El paso del agua”), que nos conduce hacia el punto de orientación para la primera de las cascadas a visitar.

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No paramos de subir, pero  en el altozano del camino, elevamos la mirada y  podemos observar el sol radiante, sin la abigarrada masa arbórea que hemos traído. Y es que nos estamos acercando a un llano, donde el pino se echa a un lado para mostrar un despejado piso verde, y una pista forestal que atraviesa la pradera y se dirige hacia las alturas.

Nos hemos plantado en las inmediaciones del emblemático raso conocido como “Bocalprado”, lugar de culto medioambiental para los covaledenses. Dotado de un antiguo refugio, con cocina y habitación para pernoctar, siempre ha sido un espacio cuasi sagrado para mis paisanos de Covaleda, que, a la vez, sirve de punto nodal para dirigirse a otros parajes  no menos entrañables, como “El bosque de los abuelos”, (nuestro grupo ya ha visitado en otra ocasión este maravilloso, singular y encantador lugar), el refugio y la torre de control de incendios de “Tres Fuentes”, el paso por “Tejeros” y, de modo especial la llegada  hasta “El Muchachon”, donde se aparcan los vehículos ordinarios para ascender a la cumbre  del Urbión. Mi origen covaledense no puede evitar que mencione estos parajes,  cada vez que tengo ocasión de transitar por este   cautivador y siempre hospitalario pinar de Covaleda.

Bueno, pues estamos en el raso de Bocalprado. Y antes de dirigirnos  hacia la primera cascada, hay un rústico altar de piedra, conocido como “Altar de los peregrinos”,  que José Antonio informa de su significado: se trata de la celebración religiosa que se hace ahí el día de la romería, por parte de los vecinos de tierras pinariegas, antes de iniciar la peregrinación  hasta la ermita riojana de la virgen de Los Lomos de Orios, en el mes de Julio,  a través de los montes fronterizos de la serranía del Urbión, entre Soria y la Rioja.

 

Y ahora, sí. Desde aquí ya nos dirigimos por la hoy nevada y helada pista que nos lleva hasta la conocida “Mina del Médico”, donde disfrutaremos de la primera de las cascadas, conocida por el mismo nombre.

Son casi dos kilómetros los que nos separan de nuestro objetivo. La distancia no es muy larga y el terreno es llano,  así que afrontamos esta parte de la ruta con la lógica curiosidad por conocer esta emblemática cascada, que, unos con la seguridad que les proporciona una especie de crampones o cadenas para la nieve y otros sin este artilugio “defensivo” frente al suelo nevado, encaramos este tramo para ver cómo brinca el agua desde lo alto de su vertiente natural.

La bajada hasta la base del salto del agua presenta alguna dificultad, pero, afortunadamente, otro equipo senderista de Covaleda se ha encargado de hacerla más fácil y accesible para los muchos visitantes atraídos por esta belleza natural.

 

Ahí estamos, en las entrañas de su caída,  donde el agua ya no salta más, pero fluye con rapidez, como si quisiera esconderse de la mirada curiosa de sus visitantes. Y, sin embargo, podemos admirar  su caída desde más de veinte metros, a través de la pared de piedra que le sirve de excusa para violentar su cómodo cauce e iniciar una nueva aventura, hasta unirse con otro río provincial y transformar su  indómita y violenta aparición en un apacible riachuelo  para enriquecer otros flujos  que acogerán su rico torrente fluvial. Los más curiosos no han podido resistir la tentación de acercarse hasta la cueva que hay tras la cortina de agua que forma la cascada, para dejar impresa en sus cámaras del móvil la belleza singular de este húmedo rincón.

Y si La bajada hasta la cascada es pronunciada,  la misma suerte corremos con la subida, con la diferencia de que ahora el riesgo es menos y el esfuerzo un poquito mayor. Y una vez arriba, ha llegado la hora más deseada  del caminante: aligerar las mochilas del sufrido bocadillo ocultado hasta el momento. Y lo hacemos a escasos 50 metros del punto de bajada a la cascada, en un pintoresco y singular rincón: junto al conocido como “roble curioso”.

Y  es que, en realidad, se trata de un roble, más que centenario, que presenta la curiosidad de salir de una pared rocosa y erguirse sobre su base, con aspecto de organismo añoso, pero vital y de admirable aspecto por su complexión  y robusta figura.

Junto a esta originalidad “arbórea”, vamos desenvolviendo bocadillos, frutas y otros delicatesen que las mochilas deparan a sus portadores. Tiempo de descanso, reposición de fuerzas y tertulia sobre aspectos y anécdotas hasta ahora vividos, además  del sano recorrido de la bota entre el grupo que, en su día, pintó nuestra compañera superYoli, para los devotos de Baco.

De regreso hacia el raso de Bocalprado, hacemos una parada obligada en un curioso punto, apenas unos metros retirado de la pista que pisamos. Se trata  del conocido “Horno de pez del Acebuchar”.

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Tengo el gusto de explicar al resto del grupo el origen y significado de este original diseño para extraer de los pinos, además de la madera, otro producto que da valor también  a la riqueza forestal de esta tierra, a partir de las troncas o toconas que permanecen enraizadas tras la tala de los pinos.  No quiero hacer más extensiva esta explicación, solo resaltar que la pez o brea extraída en estos hornos  de las mencionadas toconas, mediante un ingenioso sistema de de “destilación resinosa” (vamos a llamarle así), tuvo su importancia y utilidad en el siglo pasado (e incluso en  el  anterior),en varios aspectos sociales, como su uso  para la capa de rodadura con la que se cubrían nuestras carreteras, la impermeabilización de las botas de vino ( aún hoy vigente, aunque menos) o la importancia que adquirió  esta sustancia, negra y viscosa, para calafatear los barcos que se construían con la quilla de madera. Como último apunte de esta “autóctona industria”, cabe señalar que la producción más copiosa se situaba en las inmediaciones de Covaleda, junto al conocido “puente Soria”, donde había varios de estos hornos, que atendían los llamados “pegueros” o “teeros”, venidos de fuera. En el año 1960 hubo un incendio que dañó bastante estos pozos y, definitivamente, hacia el año 65 desaparecieron.

Dejamos el histórico y testimonial horno de pez y tomamos una pista transversal, que nos conducirá a otro pequeño enclave, no menos icónico, donde se encuentra la muy conocida “Fuente del Pico” y su ingenioso sistema para beber de sus aguas, sin necesidad de utilizar vaso.

Y de allí partimos ya trazando una ruta más amable por la suavidad del terreno. Ahora llaneamos o descendemos ligeramente para encontrarnos con otra cascada, conocida como “Paso Peñoncito”.

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No presenta el aspecto bravío y torrencial de la anterior, pero resulta de una elegancia y armonía que encanta su contemplación.  Su caída desde una altura que no alcanza los 4-5 metros, forma una cortina de agua armoniosa, elegante, cuidadosamente repartida en el ancho de su vertido desde la pared rocosa que le impide su curso llano, de tal manera que pareciera una obra de diseño ambiental para dar frescura y belleza al paisaje. Hemos entrado hasta ella por una pronunciada pendiente y salimos por otra  distinta para la visita de la siguiente que marca la ruta. Se trata de la cascada del “Río de la Ojeda”, que, como la anterior, presenta un aspecto coqueto, recogido en la caída donde quiebra el curso tranquilo de su cauce, pero no exenta del encanto y el sonido armonioso de su salto al llano del bosque.

 

Y todavía nos queda otra, no muy alejada de la anterior. Es la conocida como “La Chorrera”. Esta es una caída donde el agua rompe la verticalidad que hemos admirado en las anteriores, para despeñarse de forma escalonada, formando una ondulante cola de caballo, en su salto gradual y alargado, obligado por las masas rocosas de distinta altura que encuentra en su camino, y sobre las que se va despeñando hasta convertirse en el riachuelo que dará vida al pinar.

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Tras “La Chorrera”, emprendemos la ruta de bajada hasta el aparcamiento de los coches, siguiendo  las acertadas marcas sobre los pinos, en tonos blanco y verde,  que nos indican una camino circular, señalizado expresamente para orientarse por esta conocida “Ruta de las cascadas”.

Llevamos caminando algo más de cinco horas, pero no hemos acabado el recorrido previsto. Una vez  hemos llegado todos al aparcamiento, tomamos los coches para dirigirnos, unos metros más abajo, a visitar la última de las cascadas. Aparcamos en un cómo raso cerca de la carretera y caminamos apenas doscientos metros para colocarnos frente al último salto de agua que hoy visitamos. Se trata de la cascada “Arroyo lechoso”,

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que, como la de la Mina del Médico, también tiene su cueva tras la cortina de agua, que se descuelga desde un puente natural de piedra, y ofrece un admirable espectáculo de belleza ambiental, que combina el espacio rocoso, su repentino salto que provoca un corte del terreno y la oquedad  rocosa  oculta a espaldas de su caída.

Son casi las 16,00 h. Es tiempo de volver a casa. Satisfechos, con las fuerzas físicas un tanto mermadas, pero con la ilusión de haber conocido otros encantos que encierran nuestros pinares sorianos, ponemos rumbo a la capital, donde “aterrizamos” cerca de las 17,00 h. Y a algunos, todavía nos queda tiempo para disfrutar el último vino-cerveza en nuestro habitual lugar de celebraciones post-senderistas: el Gaya Nuño siempre nos espera.

Agnelo Yubero

 

One Comment so far:

  1. Pero como se nota que estas en tu tierra, un maravilloso relato de tus paisajes entrañables.Disfrutando mucho con la acertada y bonita descripción de cada cascada.

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