VALLES, MONTAÑAS, PRADERAS, NIEVES… (LOS PIRINEOS)
VALLES, MONTAÑAS, PRADERAS, NIEVES… (LOS PIRINEOS)
Soria, 11 Mayo, 2024
Otra salida para grabar en el recuerdo. Doble ruta: sábado y domingo. Lo que significa que viajamos para pernoctar fuera del domicilio y disfrutar, por partida doble, de un entorno mágico, majestuoso, siempre acogedor y, a la vez, desafiante. Llegaremos hasta la falda de los Pirineos y tenemos por delante un fin de semana por rutas que nos permiten “saborear”, una vez más, el encanto de esta tierra que hoy volvemos a pisar, un poco alejada de nuestra geografía local, pero con algún elemento común que nos acerca a ese sentimiento de recrearnos en la montaña como algo familiar y atractivo a nuestro quehacer senderista.
El trayecto es largo, así que nos toca madrugar más de lo habitual. La cita, en el punto de siempre, a las 6,00 h. de la mañana. Y antes de la hora convenida, estamos algo más de treinta entusiastas del grupo, mochila en ristre y otros pertrechos secundarios, en las proximidades del Gaya Nuño. Y ahí nos recoge el autobús para hacer la salida con puntualidad (casi) suiza. Cargamos mochilas a un costado y el equipaje para la pernocta y cambio de ropa, al otro lado del maletero.
Enfilamos la N-122, dirección Zaragoza. La temprana hora del día se hace notar en el interior del bus y no precisamente porque se respire un ambiente festivo y bullanguero. Más bien lo contrario: silencio, calma, somnolencia….En otras palabras: el colectivo necesita prolongar el sueño robado a la noche. Hay quien lo consigue (o aparenta conseguirlo), pero otros permanecen en respetuoso silencio para quienes todavía tienen la suerte de transformar la confortable plaza de autobús en un remedo de las sábanas de su cama.
Antes de abandonar los confines de nuestra provincia, la claridad del día ha hecho acto de presencia. El sol empieza a despuntar para alegrarnos un amanecer deseado, preludio de una climatología esperada de la que nuestro sherpa, José Antonio, ya nos había informado el día anterior.
Atravesamos la provincia de Zaragoza y tomamos dirección Huesca, la misma que recorrimos hace pocas semanas cuando visitamos los mallos de Riglos. Y la parada técnica obligada la solventamos en el mismo sitio de entonces: en las proximidades de la citada capital maña. Por necesidad y comodidad, resulta un establecimiento adecuado y confortable para hacer un poco menos pesado el largo desplazamiento.
Aliviadas nuestras necesidades más elementales, emprendemos viaje hacia el norte oscense.
El ambiente en el interior del autobús ha cambiado: la somnolencia ha dado paso a una más que animada conversación entre los más próximos a nuestro asiento. El café ha levantado el ánimo, el sol despierta ilusiones y las ganas de llegar a destino evidencian la saludable ansiedad por conocer pronto el camino a recorrer y admirar de cerca las crestas pirenaicas o la nieve que cubre de blanco estas puntiagudas moles y picos montañosos.
Vamos consumiendo kilómetros, mientras vemos señales direccionales hacia municipios poco poblados (Angüés, Peraltilla, etc.) y otros, como Barbastro, más conocido por su relevancia en esta comarca aragonesa. Y por la carretera que transitamos, en dirección norte, enfilamos hacia Ainsa, que será nuestro punto de descanso y pernocta. Pero aún nos queda un buen trecho para llegar hasta el inicio de la ruta. El objetivo es Bielsa y, desde allí, hasta la pradera de la Pineta, donde llegamos casi a las 11,00 de la mañana, para comenzar nuestra deseada caminata por las inmediaciones del Parque Nacional de Ordesa y Monte perdido. Así nos lo advierten los postes informativos que se encuentran ubicados en la llanura de la verde pradera, dotada de aparcamiento para vehículos y plataforma de acogida a caminantes decididos a pisar este suelo de cautivadores rincones y bellas estampas que la naturaleza regala a la vista.
Cumplido el ritual de todo inicio de ruta (estado de los bastones, sujeción de la mochila, las botas bien anudadas..), nos ponemos en marcha siguiendo la dirección de un poste que indica “Camino de Marboré”. El indicador hace referencia al ibon del mismo nombre, que se encuentra al final de esta ruta. Caminamos por una zona de bosque durante los primeros kilómetros. Una vez salimos del bosque podemos divisar la belleza montañosa, las cascadas del Cinca, que son las bajadas del río Cinca por el valle de Pineta. A partir de aquí, la subida se hace sin sombra, con el sol pegando fuerte, como es el caso del día que nos ha salido.
En un primer momento el trayecto seguido se aproxima a la parte inferior de los paredones que cierran la cabecera del valle por el oeste. En buena parte de su desarrollo, la ruta recorre los frondosos hayedos que cubren la falda del Circo de Pineta.
A partir de aquí, la subida se hace sin sombra, con el sol pegando fuerte, como es el caso del día que nos ha salido.
A partir de aquí, la subida se hace sin sombra, con el sol pegando fuerte, como es el caso del día que nos ha salido.
En el tramo que se aproxima a la base de los paredones, son frecuentes las caídas de aludes. Y así lo advierten los reiterados paneles informativos que nos vamos encontrando. Una advertencia que no solo es un aviso a caminantes, (“aludes, un peligro mortal”, reza un cartel informativo), sino también el efecto poducido por estos fenómenos naturales, que destruyen y renuevan el entorno a su paso, a la vez que imposibilitan el desarrollo de una masa adulta y densa de arbolado.
Hemos llegado a un puente que cruza el valle y desde el que tenemos la proximidad de una espectacular e impetuosa cascada del Cinca.
Como no podía ser de otra manera, el lugar es ideal y atractivo para dejarlo plasmado en nuestra cámara fotográfica. Pero antes, hemos tenido ocasión de ir contemplando las numerosas cascadas que se precipitan por el Circo de Pineta, además de la señalada por su voluminosidad y torrencial caída, para desembocar en el río Cinca, eje central del valle. .
Tras aproximadamente una hora y media de recorrido por estas cascadas, llegamos a la extensa y verde pradera de más de 1,3 Km. de longitud y una anchura media de 300 m., conocida como los Llanos de La Larri.
Nos encontramos al pie de la cadena pirenaica, en el límite con Francia, a una altitud de 1630 m. Las escarpadas laderas y sus crestas montañosas aparecen revestidas de la nieve que ilumina su suelo y trazan un paisaje de bellos contrastes entre el verde del llano y el blanco níveo que recubre la piel montañosa.
Lugar idílico para hacer la parada de rigor que permite recuperar energías, tras levantar el cautiverio al que hemos sometido a nuestros bocadillos, relegados hasta ahora en la oscuridad de la mochila. Buscamos acomodo a la sombra de algún peñasco que se erige por estos pagos (el sol aprieta a esta hora y en el llano no hay arbolado). Tenemos suerte y agrupados en torno a la proyección de la sombra que emerge de una roca saliente, nos disponemos a satisfacer nuestra más elemental necesidad. Además de los pertrechos gastronómicos que cada cual extrae de su mochila, contamos con la generosidad de Paula, que ha preparado dos suculentas tortillas de patata para repartir entre el grupo. Agradecemos su gesto y, entre los más veteranos, recordamos tiempos pasados donde también se compartía una tortilla para los asistentes.
Por la pradera, vemos caballos que pastan a sus anchas por estos llanos pirenaicos; alguna primitiva construcción que, suponemos, servía de apoyo a los pastores que cuidaban de su ganado y una extensa masa de agua que se estira a lo largo de los Llanos, procedente de una cascada localizada en la parte más oriental de este bucólico enclave.
No nos resistimos y nos acercamos hasta las proximidades de la citada cascada.
Es una más de las que hoy hemos visto, pero no por ella exenta del encanto del agua que salta, corre y se extiende a lo largo de un cauce siempre sugerente, siempre refrescante, siempre lleno de vida sobre el terreno que riega.
Llega la hora de regresar a nuestro punto de origen. Hemos disfrutado de una jornada pirenaica y lo hacemos por una ruta alternativa a la que hemos traído.
Poco a poco vamos dejando atrás la verde pradera colgada sobre la planicie pirenaica y nos adentramos en un camino descendente, donde domina el pino silvestre, el haya, el abeto, el boj.
Poco a poco han ido llegando el resto de compañeros a la pradera, donde nos espera el bus para el traslado hasta Ainsa. Nos despedimos de los pirineos, con la imborrable imagen de la belleza que atesoran estos picos y ponemos rumbo a nuestro lugar de descanso. Unos pocos kilómetros más abajo y estamos ya en el hotelito que han reservado nuestros sherpas para pasar la noche. Y en poco menos de una hora, estamos listos para girar visita obligada al pueblo que nos acoge, después del necesario aseo y cambio de indumentaria usada durante la ruta.
Ainsa es una hermosa villa pirenaica, capital de la comarca Ainsa-Sobrarbe, junto con la villa de Boltaña. Todo su casco antiguo, de estilo medieval, está declarado Conjunto Histórico y Bien de Interés Cultural desde 1965. Está catalogado como uno de los pueblos más bonitos de España. Son muchos los puntos de interés que ofrece este municipio.
Nosotros nos detuvimos, principalmente, en pasear por su plaza mayor, no sin antes admirar su castillo, del siglo XI, la fachada de la Iglesia parroquial de Santa María, de portada románica y una torre de dimensiones únicas en el románico con saeteras.
Y su plaza mayor, presidida por el edificio del Ayuntamiento y abierta al castillo, rodeada de soportales a ambos lados. Y en este acogedor lugar no podía faltar el obligado descanso para tomar el consabido refrigerio y comentar las incidencias, impresiones y sensaciones vividas durante la jornada. Nos acomodamos en una de las terrazas que llenan la plaza y allí mantenemos una animada tertulia, hasta la hora de la cena, que hacemos en varios grupos por los establecimientos que dispone el municipio para atender la demanda turística.
No es excesiva la exigencia para el día siguiente: a las 8,00 tenemos programado el desayuno y a las 9,00 la hora de salida para nuestro nuevo recorrido. Y puntuales, como siempre, reponemos fuerzas matinales en el restaurante del hotel y estamos ya preparados para iniciar la aventura senderista del día.
Nos desplazamos hacia el este, un poco más bajos de altitud que la conseguida el día de ayer, adentrándonos en el prepirineo que comparten Aragón y Cataluña, para dirigirnos hacia el congost de Montrebey y el impresionante desfiladero conocido por este último nombre
La distancia desde nuestra recordada Ainsa no es muy larga, así que asumimos este viaje con el entusiasmo que nos proporciona el reparador descanso de la noche y la curiosidad por descubrir nuevas rutas en esta doble jornada de caminatas.
Y casi sin tiempo para preguntarnos por la duración de este nuevo desplazamiento, nos hemos plantado ya en el punto que marca el inicio de la ruta. Los autobuses quedan un poco más arriba de este amplio aparcamiento, conocido como la Masieta.
Hemos comenzado por un terreno llano. A nuestra derecha, una limitada corriente de agua que, me comenta José Antonio, presenta evidente signos de la sequía que padece últimamente la comarca catalana, ya que en otras épocas de lluvia este terreno está inundado y el agua cubre gran parte del suelo que hoy solo ofrece algunos brotes herbáceos. Poco a poco nos vamos adentrando en un discreto pinar para protegernos del sol que también hoy quiere acompañarnos en nuestro periplo senderista, aunque con alguna previsión de lluvia hacia mediodía (felizmente las previsiones no se cumplieron).
A los dos kilómetros de comenzar nuestra ruta llegaremos al primer puente colgante, el puente colgante del barranco de San Jaume.
El paisaje aquí es ya espectacular y enseguida nos adentramos en el congost de Montrebei. Un sendero excavado en la roca en el año 1982 nos permite adentrarnos en el desfiladero y disfrutar de un espectáculo único. Pregunto cómo se llama el río que se encajona entre las paredes de piedra, que alcanzan en algunos puntos los 500 metros de altitud. Una chica joven me contesta sin dudar: “Es el río Noguera Pallaresa”. Se lo comento a José Antonio. Me dice que él desconocía que se llamara así. Y, efectivamente, cuando he consultado otras reseñas sobre el lugar, el río aparece con el nombre de Noguera Ribagorzana. Tal vez, según el informante sea catalán o aragonés, puede darle un nombre distinto, toda vez que este río es la frontera natural entre ambas comunidades. Solo es una bien intencionada suposición.
El río (nos quedamos con el nombre de Noguera Ribagorzana) nos brinda este espectáculo de la naturaleza, adornado con las aguas turquesas del embalse de Canelles.
El sendero excavado en la roca tiene anchura suficiente para realizar la ruta sin peligro pero, por si acaso, disponemos de un pasamanos clavado en la pared, a lo largo de todo el trayecto. Recordamos alguna semejanza que presenta este camino con el Cañón del Cares, aunque resulta más seguro el tránsito por este último. Por el camino nos cruzamos con numerosos grupos, sobre todo de gente joven. En uno de estos grupos va una chica, con otros acompañantes, de rasgos orientales, que porta una banderita sujeta al tocado de su pelo y que desconocemos el país que representa.
-“¿ Sois de Taiwan?” – le pregunto
-“No” – me contesta, sonriendo- “De Filipinas”
Satisfecha nuestra curiosidad, continuamos por el angosto camino robado a la piedra para uso y disfrute humanos.
En algunos tramos en curva, donde el terreno lo permite, han colocado unos útiles bancos de madera formando un ángulo, que sirven tanto de descanso, como emplazamiento más seguro para disparar las cámaras fotográficas.
Avanzamos todavía por terrenos más o menos llanos y llegamos hasta el cruce de la Pertusa (indicador mediante) (enlace GR 1). No es este nuestro destino y seguiremos a nuestra derecha en descenso para buscar el puente del Seguer/Siegué. Este puente ha unido las provincias de Lérida y Huesca 70 años después de que el embalse se llenara de agua.
Cruzamos este segundo puente, no sin antes sortear subidas y bajadas de moderada dificultad por la orografía del suelo y la desproporcionad altitud a la hora de dar la zancada.
Una vez atravesado, aun nos quedan unos 200 metros para llegar hasta el punto final de nuestra ruta: el tramos de escaleras ancladas en la roca natural, que sirven de paso obligado para continuar otra ruta más larga hasta Montfalco, ( que no haremos.). Apenas comenzamos esta última ascensión y con las fuerzas ya mermadas por el esfuerzo realizado, tropezamos con un grupo de chicos/as jóvenes, que vienen de vuelta.
-“¿Queda mucho para llegar hasta las escaleras?” – pregunto a una de la chicas del grupo.
– “En poco más de dos minutos estáis ya en las escaleras. No tardáis más”, -me responde amablemente.
Casi sin darle tiempo a darme más información, le suelto un impostado y sonoro “¡Mentirosa!”
La carcajada del grupo es unánime. Me han calado. Saben que estoy fingiendo o, cuando menos, vacilando con su compañera.
“¡No, no te miento, es verdad” – me contesta sin perder la sonrisa. “Y espero que cuando estés arriba te acuerdes de mí…,pero para bien”- me dice, intentando convencerme.
Y vaya si me acordé. No solo por su sinceridad, sino por su atractivo físico…
Hemos subido, no sin cierto esfuerzo, lo reconozco, aproximadamente 200 metros y ahí está el entramado de escaleras adosadas a la pared vertical, que sirven de tránsito para quienes prolonguen esta ruta hasta el albergue de Montfalcó.
Antes de volver, quienes hemos llegado hasta aquí nos damos la oportunidad de rebuscar en la mochila el tentenpié reparador que nos permita afrontar la vuelta con renovado espíritu senderista.
El calor, las subidas y bajadas, los cambios de orografía… aconsejan que oigamos la voz de la necesidad fisiológica más elemental. Y no perdemos la ocasión.
Nos ponemos en camino y ahora nos toca sortear las dificultades encontradas en la ida, pero en sentido inverso.
Pronto nos vamos encontrando con los grupos que han optado por quedarse un poco más alejados del punto final de nuestra ruta, y un par de kilómetros antes de llegar a la meta estamos ya reagrupados para llegar juntos hasta la Masieta.
Nos tomamos nuestro tiempo para dar rienda suelta a necesidades, gustos, preferencias y complementos gastronómicos que nos ofrece el puesto que tenemos al lado. Hemos rebasado el horario previsto y poco importa la demora en la salida hacia nuestra Soria residencial. Así que nos lo tomamos con calma y hasta con tiempo suficiente para una relajada tertulia que nos permite conocer algún que otro sacrificio personal por la práctica senderista. Me refiero, en concreto, al caso de María Jesús Diez. Trabaja en Madrid. Y el lunes, a las 8,00 h., tiene que estar en su puesto de trabajo. Lo que significa que debe coger el autobús que sale de Soria a las 3,45 h. Por lo que me dice, entusiasmo no le falta. Y energías tampoco, para compatibilizar ambas cosas.
Son más de las 17,00 h. Nos ponemos en marcha, camino Soria. El recuerdo y las sensaciones de la ruta son temas habituales de conversación en el interior del autobús. El cansancio de las jornadas vividas queda en segundo plano a sabiendas de que vamos a encontrar un descanso más que reconfortable cuando lleguemos a casa. Pero antes, no puede faltar la parada intermedia. En esta ocasión la hacemos en una vía de servicio próxima a Luceni.
Reanudamos el viaje. Es todavía casi una hora y media de viaje lo que nos separa de las inmediaciones de Gaya Nuño, punto final del trayecto.
Y en el tiempo estimado nos hemos plantado en Soria. Son algo menos de las 22,30 h. Punto final. Despedidas. Buenos deseos para el resto de la semana y caras de satisfacción, con un no menos deseo de alcanzar cotas más altas en las próximas rutas, aunque esta sea, en palabras de José Antonio, la última que hagamos esta temporada por partida doble en un mismo finde.
Me queda por felicitarnos mutuamente del agradable ambiente que reina entre el grupo, la ausencia de incidentes no deseados, las impresionantes vistas montañosas o despeñaderos sobre la cuenca de un río, los escarpados terrenos por los que hemos transitado para poner a prueba nuestra resistencia o, sencillamente, para satisfacer la curiosidad que todo amante de la naturaleza lleva consigo cuando sale al campo…En fin…el encanto de sentir este grupo como algo vivo, que disfruta con lo que hace, es solidario con los demás, se enriquece de la experiencia y el buen hacer de otros que diseñan nuestros caminos…. En definitiva, de disfrutar de algo que nos apasiona, nos congrega y nos estimula en la búsqueda de nuevos desafíos.
Agnelo Yubero
Vaya par de rutas impresionantes. Gracias por contarnoslo.
Una vez más, lo has bordado. Un placer leerte. No has podido describir y resumir mejor las vivencias de las rutas del finde en Pirineos. Muchas gracias Agnelo.