ESE EMBLEMÁTICO CAÑON….

 

 

 

                                                                       Soria, 4 de Mayo, 2024

 

Admito que me resulta difícil escribir sobre el cañón del río Lobos. Y no porque el lugar carezca de encanto estético, ambiental, paisajístico, etc., sino porque, precisamente por ello, se han vertido ríos de tinta sobre este venerado, admirado y siempre atractivo enclave de nuestra tierra. ¿Se puede decir algo más que no se haya dicho o escrito de tan espectacular rincón de la sierra de Cabrejas? Tal vez, mentes más observadoras  descubrirán algún detalle en las formaciones geológicas o vegetales, alguna variedad floral menos conocida, algún espacio entre las paredes rocosas que el tiempo ha cincelado como una obra de arte…. Pero tenemos un compromiso con el grupo de  escribir la crónica de cuanto hemos visto, vivido y sentido en cada una de nuestras salidas. Y fieles a este compromiso, intentaré describir, en pocas pinceladas, no tanto la morfología paisajística y riqueza medioambiental que ofrece este privilegiado espacio natural,  sino las sensaciones y novedades que hemos podido sentir o encontrar  en otro de los paseos (ya hemos hecho alguno más) por los dominios del río Lobos, artífice principal de esta singular belleza  paisajística.  En nuestro caso, la novedad proviene de hacer un recorrido por el cañón desde una “perspectiva de altura”, ya que tendremos ocasión de admirarlo sobre las elevaciones rocosas del mismo que nos permiten una visión ensanchada de su entorno, de la espectacularidad y morfología de sus formaciones líticas, de la cercanía de las especies aladas (buitres, alimoches, etc.) que, con su vuelo majestuoso, parecen dar vida al aire limpio que se respira en este entorno.

A las 8,00 h. estamos ya todos los inscritos en la ruta preparados para el “despegue” hacia nuestro punto de partida. Enfilamos por la N-234, dirección San Leonardo, y, dese aquí, atravesamos  Casarejos para dirigirnos hasta el aparcamiento del parque, situado  1 Km. antes  de la ermita de San Bartolomé. Antes, hemos pasado por la cuesta de La Galiana y su mirador de reciente construcción, desde donde se puede contemplar una amplísima perspectiva, que dejamos para el regreso.

Poco antes de las 9,00 h. ya estamos en el punto de origen de la ruta: el aparcamiento de Valdecea. Algunos coches (pocos)  y caravanas  se nos han adelantado y ya acampan en el  estacionamiento. Suponemos que estas últimas han llegado algún día antes al recinto controlado  del parque.

Y  tras el ritual de todo inicio de ruta (ajuste de mochilas, puesta a punto de bastones, elección de la ropa adecuada, etc.), nos ponemos en marcha, dirección ermita de San Bartolomé que dejamos a un lado, para encarar la vertiente occidental del  parque, en busca de una marcada senda que nos llevará  a  la parte elevada del cañón.

El camino transcurre envuelto entre sabinas y enebros, con algunas pronunciadas pero cortas pendientes enrocadas entre las piedras que forman parte del  entorno, aunque la severidad del suelo se ve compensada por gruesas maromas que se han fijado a las paredes rocosas para dar seguridad  al caminante cuando  transita por esta ruta.

El aire está perfumado. Y no es una metáfora: el inconfundible olor de la sabina inunda el ambiente y todos percibimos el soplo de aroma  vegetal que este resiliente árbol  transmite al caminante. No olvidemos que nos encontramos en las cercanías de un prolífico pinar (pujante y abundante) de esta  especie arbórea. Nos referimos al cercano sabinar de Calatañazor, el más extenso de Europa y el mejor conservado, sin exageración, del planeta. Otro lugar de resonancias mágicas que ya conocemos por otras rutas realizadas.

Y bajo este ambiente natural, pletórico de sensaciones que cada uno expresa de conformidad a lo que ve y siente, vamos consumiendo kilómetros por un terreno llano  y alfombrado, mientas nos acercamos a un cambio de hábitat forestal.

Si hemos atravesado masas sabinares, ahora nos adentramos en espacios donde el rey arbóreo es el pino albar. Su enhiesta figura, el desprendimiento de sus piñas, que serán germen de nuevos albares, la paz que transmite su presencia y la “arrogancia” de su porte, nos mete en otro mundo de sensaciones que ya conocemos por  reiteradas escapadas  que  hemos hecho a la zona de pinares de nuestra provincia. De todos los componentes  es conocida la pasión de este cronista por los pinares, al ser originario de la  comarca pinariega. No me extenderé mucho en la descripción del tránsito por este tramo de nuestra ruta de hoy. No será por ganas, sino por una elemental aceptación en la  pluralidad  de gustos  en la variedad  de  caminos que juntos recorremos.

Como en todas las rutas, la conversación, el interés por los aspectos particulares que cada rincón presenta y hasta la complacencia colectiva por el buen tiempo que nos acompaña, forman parte del “menú” que adereza la satisfacción de conocer nuevos horizontes de nuestro entorno. Y llegados a este punto, me viene a la memoria el recuerdo de un cantautor argentino de los años 60, Atahualpa Yupanqui, del que reproduzco un fragmento de  una de sus canciones: “es demasiado aburrido/ seguir y seguir la huella/ andar y andar los caminos/ sin nadie que te entretenga”. Seguramente, nuestro rapsoda  quería transmitir el sentimiento de soledad que provoca la falta de compañía, mientras sigues una huella en tu camino. Pero en nuestro caso, podríamos decirle al Sr. Yupanqui que nuestra actividad es la antítesis del caminante solitario, porque sabemos  entretenernos colectivamente y admirar lo que vemos, sentimos y disfrutamos  en nuestro devenir senderista. En fin, solo es una licencia literaria que me he permitido, sin pretensiones de corregir a este gran cantor del folklore popular argentino.

El camino llano, amable, de fácil tránsito, hace que la conversación sea fluida entre el grupo y la expresión personal de sensaciones muestra su lado más sincero y espontáneo.

Parece que  nos vamos alejando del cañón, según recorremos el trazado de la ruta. Nada más lejos de la realidad. Ahora entramos en una pista forestal, que nos va acercando hasta uno de los miradores naturales de este milenario desfiladero. Seguimos rodeados del pino albar, pero ahora este bosque encantado se hace más abierto y transparente, mientras nos acercamos al punto elevado que han programado nuestros sherpas. Por el camino, muchas intersecciones que conducen a otros destinos y  sirven de pretexto para  frenar a los más avanzados  y esperar las indicaciones  del   guía.

Y en el trayecto, un panel informativo que indica la presencia de un entorno conocido como “Covacho Felipe”. El nombre lo dice todo, porque ni siquiera llega a la categoría de cueva, ya que  es una gran abertura en medio de una pared rocosa, en forma de uve invertida, de escasa profundidad y totalmente diáfana, donde parece que ha sido más refugio de ganado que por aquí pastaba, que  una curiosidad cavernícola por conocer.

Son ya las 11,00 y llevamos  dos horas de caminata desde que hemos iniciado nuestro paseo. La hora habitual para hacer el descanso reparador que toda ruta nos demanda. Hemos llegado hasta un alto que domina la parte central del cañón y, en concreto, desde donde divisamos la joya de arte por excelencia del espacio: la ermita de San Bartolomé. Sobre las rocas salientes del terreno y al borde de la pared cortante  a modo de muralla defensiva que protege a la ermita, nos vamos asentando mientras  damos rienda suelta a las esperadas viandas que celosamente conservan nuestras mochilas. Momento recreativo para hablar y comentar lo que  hemos visto durante el camino, probar otros delicatesen que no se encuentran en nuestros pertrechos, o pingar la bota para hacer más fácil el tránsito del bocadillo.

Y todo ello bajo un sol consolador que no se ha querido perder tampoco esta jornada festiva de caminata y, mucho menos, acompañar a sus caminantes.

Fotos, enfoques, ángulos….no faltan disparos el móvíl hacia las llanuras que observamos o en dirección a las pétreas paredes que ejercen de guardia pretoriana de este sinfónico espacio de alturas y llanos.

No  podía faltar un tema de conversación: la próxima ruta que haremos será por los bordes pirenaicos, con visita a lugares y pueblos que encierran una notable belleza paisajística y urbanística. Pero eso será la próxima semana. Ahora toca continuar nuestro periplo agreste y conocer otros rincones más alejados del núcleo central del  parque que hemos tenido ocasión de escudriñar desde una posición privilegiada.

Salimos por la misma  pista de tierra que hemos traído durante corto trecho del recorrido, para acometer la bajada por un paraje conocido como “barranco de Valderrueda”. Es un camino en descenso, que nos acercará hasta la parte llana del cañón que transcurre junto al río. Pero antes, conocemos otro punto de interés de este entorno: se trata de la llamada “Sima del Carlista”, una oquedad abierta en la superficie, de no muy amplias dimensiones,  que advierte de encontrarnos ante una cueva de profundidad y características para nosotros desconocidas, puesto que el acceso solo es posible para gente experimentada. Me comenta Mariam que su marido, Lolo, espeleólogo vocacional, ha descendido varias veces al interior de esta cueva. Echamos en falta su presencia para que nos hubiera informado de lo que se encuentra en las entrañas  de estas siempre sugerentes perforaciones del suelo. De hecho son bastante frecuentes las cuevas (no las simas) y cavidades del cañón como refugio de un numeroso grupo de especies, muchas de ellas excavadas sobre los cortados  del cañón como resultado del agua subterránea.

Abandonamos la sima y enfilamos la parte  llana del cañón que  discurre por un lecho de agua seco, hasta cruzar varias veces con el curso del río que atravesamos por las ciclópeas piedras ancladas en su cauce,  a modo de sólidos puentes naturales. Por el camino nos encontramos con numerosos visitantes de todas edades y algunos intrépidos amantes de la bici, que han decidido hacer su peculiar etapa por este entorno ecológico.

Nos vamos aproximando al punto de partida. El aparcamiento está cerca. Y algunos no se resisten a girar una última visita a la gruta que se abre, majestuosamente, al lado de la ermita del cañón. Otros, los menos, esperan en las inmediaciones, mientras observan los paneles informativos que hablan de la repoblación de olmos jóvenes que crecen en este espacio, tras la grafiosis que , años atrás, acabó con la mayor parte de olmos tan comunes  en la plaza de nuestros pueblos, como los que se encontraban junto a esta ermita de San Bartolomé.

Poco a poco nos vamos concentrando en el lugar de partida. Y una sorpresa (aunque menor): sobre el parabrisas de los coches, una nota de la dirección del parque nos indica que el espacio ocupado de aparcamiento  tiene una tasa  que deberemos abonar a  la salida de este recinto. Así lo hacemos y, cumplidas nuestras obligaciones cívicas, emprendemos el camino de regreso hasta la capital. Pero antes, una parada en el mirador de la Galiana, a 1.115 m. de altura, donde disfrutamos de hermosas vistas del entorno del cañón visitado, que se extienden hasta los confines de la sierra de Cabrejas, así como escalonadas paredes rocosas, laderas escarpadas y colonizadas por arbustos y sabinas, llanuras en un perfecto mestizaje de cultivos arbóreos y cerealistas, algún buitre sobrevolando el cielo y la vista nítida del pueblo de Ucero y su castillo. Es la guinda de este delicioso pastel ecológico-naturista- paisajístico que hoy hemos disfrutado por enésima vez.

Y como es ritual en la actividad post-marcha, no podía faltar el rato de asueto y distendida conversación entre los impenitentes asiduos  a la tertulia y cervecita (o vinito), en nuestro ya esperado punto de encuentro: el centro cívico Gaya Nuño. Y allí nos juntamos los últimos de Filipinas, antes de llegar sanos y salvos a  nuestros domicilios para hacer la ¿comida? de mediodía (aunque más propio sería decir de media tarde).

Nuestra jornada de hoy ha sido algo más de 14 Km., un entrenamiento para las rutas del próximo sábado, que haremos por duplicado, por el contorno pirenaico. En su momento, narraremos y  describiremos las sensaciones que nos dejan. Hasta entonces, ¡FELIZ SEMANA!

Agnelo Yubero 

 

 

 

 

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