PUENTES  SOBRE  EL  DUERO

 

 

Soria, 16 Septiembre 2023

 

¡Ya estamos otra vez en marcha! El grupo se ha vuelto a calzar las botas y estirar los bastones para reiniciar la actividad que nos apasiona, después del stand by obligado por  el período estival. Y lo hemos hecho de la mejor forma que podíamos comenzar esta saludable práctica senderista: por el acogedor y emblemático paisaje de los pinares de Covaleda, junto a nuestro entrañable y familiar río Duero. Y con el Duero de compañero en nuestro paseo de este sábado de Septiembre, hemos tenido ocasión de recorrer una parte de la cabecera de su cauce, que transcurre entre Duruelo y Covaleda, para contemplar los puentes que se elevan sobre  su curso, conocida como la “Ruta de los Puentes”, testimonios mudos de la historia  de esta comarca, cuando no testigos inmemoriales de su importancia en la vida laboral de la carretería,  auténtico motor de la economía en siglos pasados como empresas de transporte, así como medio de comunicación entre los pueblos que se dispersaban por esta zona de pinares.

Arrancamos de nuestro punto habitual de encuentro a las 7,30 h, para enfilar la N-234 en dirección a Covaleda, donde llegamos hacia las 8,15, concretamente a las inmediaciones del camping y muy cerca del conocido “Puente Soria”, que dejamos un poco más hacia el sur, muy cerca del conocidísimo Refugio de Pescadores. Y aunque no figura en nuestra ruta por quedar, como queda dicho, un tanto descolgado de nuestro itinerario, no está  de más señalar que se trata de un puente de estilo gótico, cuya construcción se fecha a finales del siglo XVII. En cualquier caso, tuvo su importancia como recurso de transporte para personas y ganado de arrastre antes de que se construyera la actual carretera (principios del siglo XX), que une la localidad con Soria capital .El puente está declarado BIC.

Aparcados los coches y reagrupados para la marcha, enfilamos  un corto camino que transcurre por el pinar paralelo al camping, hasta  adentrarnos enseguida en la carretera que  conduce a Covaleda. Atravesamos el pueblo, que a estas horas de la mañana presenta un aspecto tranquilo y silencioso, (algún bar de la localidad ya ha abierto sus puertas para servir los primeros cafés a los más madrugadores, aunque la mayor parte de la vecindad suponemos que todavía disfruta de las sábanas) para dirigirnos hacia el barrio de San Matías, desde donde tomaremos el camino que nos lleva hasta el campamento, verdadero icono   de recuerdos y

vivencias estivales para multitud de jóvenes que han disfrutado de este raso de “La Nava”, como así se le conoce: antes, cuando era un símbolo del régimen político dominante (ahí quedan las modestas esculturas en piedra que cada año iban tallando los asistentes al campamento) y ahora, como lugar de celebración de macro-conciertos y otros eventos musicales o deportivos, que por estos pagos animan los veranos pinariegos, amén de lugar de paseo y recreo de los covaledenses.

Y desde aquí,  a través de un corto atajo que recomienda el wikiloc de nuestro sherpa, encaminamos nuestros pasos hacia el puente más septentrional de nuestra ruta: el puente de “Santo Domingo”. Hay que decir que este puente ha sido objeto recientemente de sucesivas reparaciones. Y digo sucesivas, porque la primera de ellas, que trató de recuperarlo de un estado casi ruinoso, no

respondió a las expectativas  estéticas e históricas que se suponía debía reunir el puente, por lo que se acometió una segunda reparación que muestra la forma actual y que resulta más esbelta y atractiva. Data del siglo XII y es el más antiguo de esta ruta de los Puentes. No voy a describir su estructura arquitectónica original, plasmada minuciosamente en el panel informativo que se halla en las inmediaciones del mismo. Solo destacar su importancia, primero como recurso necesario para comunicar la zona de la umbría con la de la solana. Y más adelante, con el correr de los años, este puente fue de vital importancia en el antiguo “Camino de Covaleda a Regumiel”, como una de las principales vías de comunicación utilizada por la mayor empresa de transporte que se conocía, la Hermandad de Carreteros. Igual que el Puente Soria, está declarado BIC.

Tras la visita  a este histórico puente,  emprendemos el camino en dirección contraria a la que hemos traído, es decir, nos dirigimos aguas abajo de nuestro inseparable Duero, dirección sur-este, para  conocer otros  ejemplares de nuestra ruta.

No muy lejos del citado puente, y siguiendo el curso del río, encontramos  restos de lo que pudo ser un muro o fortificación amurallada, que, tal vez  (y solo tal vez, porque no se conocen datos históricos que lo confirmen), pudo servir de aduana o peaje para los que hicieran uso de este tránsito sobre el Duero. Los sistemas de navegación actuales, como el wikiloc o similares, tratan estos restos con el genérico nombre de “ruinas”. Y, efectivamente, son ruinas de algo que debió tener su importancia y utilidad.

Río abajo, encontramos espacios recreativos, dotados de barbacoas para el deleite y disfrute de quien se adentra por estos parajes. Y en honor a la verdad he de decir que este cronista ha disfrutado de sabrosas parrilladas en esas barbacoas durante alguno de  los veranos que ha tenido ocasión de acercarse por estos  bellos rincones pinariegos  de su pueblo.

Continuando nuestra ruta, llegamos hasta una pista forestal, sobre la cual se asienta el conocido  “Puente de los arrieros”. Y,

efectivamente, su nombre responde a su uso y utilidad, ya que han sido los arrieros (entiéndase carreteros y quienes con otros animales de carga,  o vehículos de motor más recientemente, han extraído pinos o leñas de estos montes) los que se han servido de este puente para trasladar la riqueza forestal a otros destinos. Se trata de un puente del siglo pasado, de sólidos pilares construidos en piedra de sillería, con tres vanos sobre el pretil del mismo, que en otros tiempos no muy  lejanos, servía de avistamiento y punto de fijación para la pesca de la trucha. Hoy día, las aguas corren mansas bajo sus vanos, pero las truchas han buscado otros “asentamientos” menos visibles.

Nos adentramos por el pinar, sintiendo el arrullo del Duero que corre a nuestra derecha y llegamos no a un puente, sino a un hermoso e interesante lugar, conocido como el Pozo San Millán. Es un remanso de agua que se convierte en un pozo dentro del río y que con un poco de pericia se puede atravesar a través de una hilera de roca continua que sobresale del agua entre las dos márgenes de su cauce. Pero lo  interesante de este lugar son, a escasos metros de la margen izquierda del río, las tres sepulturas antropomorfas excavadas en la misma piedra, dos de adulto y una infantil. No son las únicas que conocemos por estas latitudes, ya que a escasos cien metros de donde nos encontramos, se halla el Onsar Pedro García, que no visitamos, donde hay otras dos tumbas del mismo estilo, una infantil, de unos  70 cm. de largo y otra, que no llega a ser de adulto, de 1,40 m. El asentamiento de  los pobladores de estas tierras pudo deberse a la búsqueda de la protección que les ofrecía el espeso pinar circundante, a la vez que disponían de agua en abundancia para la supervivencia. Aunque no existe certeza de las causas que pudieron originar  la elección de este lugar.

La temperatura es espléndida y el pino, compañero inseparable de nuestros pasos, destila ese aroma inconfundible de encontrarnos entre una naturaleza privilegiada y el elocuente silencio que emana del tranquilo fluir   y el brillo de las aguas de este “niño” Duero.

Siguiendo nuestra marcada senda, pronto encontramos el “Puente de Valerosa”. De sólida estructura  en piedra de sillería, tanto los pilares como el pretil, se construyó a mediados de los 50 del siglo pasado y ha sido ruta obligada del transporte de la madera cortada en las inmediaciones del Urbión. La riada del 23 Diciembre de 1981 produjo importante destrozos, que fueron reparados, pero, aún hoy su estado de conservación no es todo lo bueno que sería deseable.

No muy lejos de aquí, enseguida avistamos el” Puente de Valserrao”, alto, esbelto y trazado sobre dos gruesos travesaños de

tronco de pino, que se apoyan sobre un pilar de piedra y descansan en los extremos firmes del suelo de ambos lados del cauce. Si la riada de Diciembre, 1981 causó importantes daños en el anterior puente citado, en este los estragos aún fueron mayores, ya que se lo llevó por delante. Literalmente. De ahí que ahora presente un aspecto nuevo, renovado y con  una apariencia que concuerda fielmente, en sus materiales y en su ejecución, con la estética ecológica del lugar que le rodea. Utilizado como tránsito para personas, no ha tenido la función de ejercer como vía de transporte para usos forestales.

Y andando nuestro camino, descendemos una suave pendiente para admirar el conocido y hermoso lugar de “Los Apretaderos”

. Y a fe que el nombre hace honor a lo que representa este rincón, ya que el río parece apretarse por efecto del estrechamiento que ejercen las moles pétreas que flanquean la corriente a uno y otro lado de la misma. Aquí no hay puente, pero sí un recordado y añorado paraje fluvial, donde los niños de mi generación veníamos a bañarnos en un corto  tramo del río (apenas 50-60 metros), donde había alguna poza un poco  más profunda, que solíamos salvarla mediante la confección de originales flotadores que hacíamos con las cortezas de los pinos, horadándolas por la parte  central para unirlas sucesivamente con una fina y resistente cuerda, hasta formar un flotador que nos colocábamos sujeto a la cintura para evitar imprevistos. ¡Se puede decir que fuimos unos adelantados en el uso de recursos ecológicos naturales, limpios  y no contaminantes!

Y desde Los Apretaderos ya solo nos resta por conocer el último puente de esta ruta, el de “La Arenilla”, situado en el cruce de dos pistas forestales: la que llega desde la localidad, atravesando “El Cubo” y la que recorre el pinar de este a oeste. Recientemente, se ha habilitado el remanso de agua que se acumula en este tramo para hacerla zona de baño, de modestas dimensiones, pero muy gratificante y segura para los más pequeños. Al lado hay también un parque dotado de barbacoas y mesas de campo para recreo y solaz de los entusiastas del pinar.

Y por la margen izquierda del río nos dirigimos  hasta el punto de partida de hoy. A nuestra izquierda dejamos la prolífica extensión conocida como “El lomo”, donde cohabita  el pino albar con otros arbustos y masas de robles, y algún frutal silvestre, así como instalaciones tan significativas para los covaledenses como las piscinas municipales y el campo de fútbol.   Hemos llegado al punto de origen y como ya es  habitual, en  el conocido por los lugareños como bar del Refugio, tomamos el consabido refrigerio de fin de ruta, en un ambiente de máxima tranquilidad y sosiego ( nadie a nuestro alrededor),junto al corto y útil  puente colgante ( no figura en la lista de los programados), que permite cruzar de un lado a otro este concurrido paraje del Refugio y utilizar  sus variadas instalaciones ( recreativas, deportivas, barbacoas, restauración , etc.), que sirven también para dar servicios al camping de al lado.

Covaleda, “Cueva alegre”

Covaleda, en tu pinar

guardas misterio y leyendas, …

leyendas que son verdad.”

Los versos no son míos (están extraídos de la obra de Victor Algarabel, “Covaleda, entre pinos y rocas”), pero los reproduzco aquí a modo de breve epílogo de lo que ha sido esta ruta inicial de nuestra  campaña 2023-2024: naturaleza, belleza paisajística, luminosidad, magia y misterio de los enhiestos y altivos pinos que transmiten al caminante.   Y todo ello en un ambiente humano donde reina la camaradería, el buen humor y renovadas ilusiones por ensanchar  conocimientos del  terruño que habitamos y que, sin duda, prolongaremos en las apasionantes rutas que nos esperan.

 

Agnelo Yubero

 

 

 

 

One Comment so far:

  1. Que ruta más bonita, impresionantes los bosques de Covaleda y muy bien descrito todo por uno de sus paisanos. Gracias

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Posted by: soriapasoapaso on