VALONSADERO, SIEMPRE VALONSADERO…
Soria, 30 Septiembre, 2023
No podíamos faltar a la cita. Si nuestro reinicio de campaña, hace dos semanas, fue para acompañar al naciente río Duero a través de los puentes de su cabecera, en esta ocasión hemos querido rendir tributo de admiración a nuestro no menos entrañable y familiar monte de Valonsadero, testigo de tantas horas disfrutadas a la sombra de sus robles, sus chopos, sus hayas o, sencillamente, recordando los festejos sanjuaneros, verdadero santuario taurino de nuestras fiestas más ancestrales y totémicas en honor al toro, al sol de verano y al vino que da alegría y espontaneidad a horas festivas inolvidables.
Pero esta vez no nos conformamos con los rincones más emblemáticos de este conocido y querido monte soriano. El recorrido supone adentrarnos por sendas y caminos que, cómo no, nos pondrán en contacto otra vez con nuestro familiar Duero, más crecido y brillante que cuando lo admiramos en su incipiente curso por tierras de pinares.
A la hora habitual (8,00 h.) y en el lugar de costumbre nos damos cita casi 20 entusiastas del grupo para enfilar hacia nuestro monte. El trayecto corto hace más agradable y distendido el desplazamiento, mientras en el interior del coche hablamos de temas intranscendentes (el buen tiempo que hace, la necesidad de agua que tienen nuestros campos, los acontecimientos más destacables de la semana que acaba, etc.), y en poco menos de 15 minutos ya estamos aparcando en las inmediaciones de la Casa del Guarda.
Y enseguida iniciamos la ruta por la trasera de la citada casa, mientras ascendemos una suave pendiente, protegida por un corto vallado, hasta llegar a una sólida construcción, donde tenemos el primer cartel informativo respecto a la panorámica que ofrece este lugar y una detallada explicación de paisajes más alejados, con el siempre majestuoso Pico Frentes en el poniente, para un conocimiento detallado de la ubicación de parajes no menos atractivos y sugerentes del entorno que nos rodea .
Durante estos primeros pasos, caminamos entre discretos peñascos que encajonan el camino, pero en realidad nos encontramos con un suelo que cubre la hierba todavía húmeda por efecto del rocío mañanero. Pronto entraremos en sendas de tierra, marcadas como PR, que nos conducen sin dificultad por la ruta que ha trazado nuestro sherpa, además de señales direccionales que indican el rumbo a distintos destinos del monte.
El buen tiempo es nuestro mejor aliado y hoy no podía faltar a la cita: un espléndido sol nos va a acompañar toda la mañana, como si quisiera hacernos más fácil y alegre el camino. “¡Ya llegará el invierno –comentamos- “y tendremos que afrontar los rigores climáticos con la entereza de todo buen senderista que se precie!
El roble es el árbol que coloniza estos pagos y algunos curiosos ejemplares se nos muestran desmochados y desnudos de cualquier ramaje, presentando un curioso aspecto que simula el esqueleto de una estructura ósea taurina vertical, de la que solo ha permanecido la silueta de su cornamenta.
Atravesamos alguna zona vallada para impedir el paso de animales y en el cruce de caminos a elegir no faltan las indicaciones con el nombre grabado en la madera que dirigen hacia enclaves de este transitado monte soriano: “Cañada de la Barbarita”, “Raso de la Vega Baturio”, “Azud de Buitrago…” Nos resultan familiares esos nombres, porque, quien más, quien menos, alguna vez ha cruzado los caminos de estos altiplanos de este secular monte.
Nuestro destino se dirige hacia la última de las señales indicadas, el Azud de Buitrago. El camino no puede ser más amable: una llanura constante entre robles, encinas y algunas hayas, salpicada de esporádicas suaves pendientes, apenas perceptible para nuestros pasos, a medida que vamos acercándonos a la margen derecha de nuestro entrañable Duero, que le acompañaremos como si nos hubiéramos unido a su flujo, a través del cauce que conduce hasta la presa o azud de Buitrago. Es la estampa de un Duero silente, radiante, sosegado, que refleja en sus aguas, cual si de un prolongado espejo se tratara, la belleza que emana de las especies arbóreas que dan sombra a nuestro recorrido y ensamblan perfectamente en la superficie de su curso para hacerlo más visual, más brillante, más entrañable con la naturaleza que le rodea.
Caminamos en fila india, porque la senda no nos permite otra disposición de marcha, mientras en algún momento debemos ceder el paso a intrépidos y experimentados ciclistas que ruedan por el mismo camino que el nuestro, pero en sentido inverso, por obvias razones de seguridad mutua.
Contemplamos alguna construcción en ruinas próxima a las orillas del río, que suponemos fue edificada antes de conformar la presa que da nombre al Azud. No faltan las paradas obligadas para admirar sosegadamente todo el esplendor que destila el río, en esta mezcla de agua, vegetación arbórea, colorido de este bosque encantado. Y, cómo no, la expectativa de que avistemos alguna especie micológica que en este tiempo empiezan a aflorar por nuestros montes…aunque nuestros deseos no tienen el premio de nuestra sana ambición por recolectar algún deseado ejemplar propia de la temporada. Aunque, eso sí, no faltan nuestros entusiastas fotógrafos que imprimen en sus cámaras del móvil algunas de las especies micológicas que sobresalen por su espectacular tamaño y vistosidad.
Nos vamos acercando a las compuertas que retienen al río para formar esta presa de indudable valor económico para el regadío (cosa distinta es el uso que se hace de ella…y aquí tengo en cuenta la opinión autorizada de José Antonio), y a los pies del armonioso aullido del agua al salir por una parte de la compuerta que nutre el cauce fluvial que ha sustentado su embalsamiento, hacemos la obligada parada de toda ruta, para disfrutar de las deseadas viandas reparadoras. No podíamos escoger mejor sitio: por su belleza plástica, su valor ecológico y la ambigüedad de sol y sombra que ofrece el sitio para acomodarnos en la piedra saliente más idónea con nuestras preferencias. Y el momento del descanso también es tiempo para comentarios, anécdotas, impresiones y, sobre todo, compartir viandas colectivas que recorren los corrillos formados para la ocasión: no puede faltar la bota de vino con el logo impreso de nuestro grupo, pero tampoco las galletitas de cereales y chocolate (sin azúcar) que ofrece Gema o las barritas de chocolate de Enedina…por poner algún ejemplo.
Y como todo ambiente distendido, este también tiene su final. Toca reanudar la marcha. Y esta vez lo haremos por una amplia pista de tierra, aunque pronto la abandonamos para adentrarnos de nuevo por la senda que discurre paralela al río. Y enseguida nos encontramos con un pescador de cangrejos que se ha adentrado hasta estos límites. Nos muestra sus capturas. Parece que ha tenido más suerte que nosotros con la posibilidad de encontrar algún boletus o nactarius.
Seguimos por un tiempo la margen derecha del Duero, pero enseguida nos alejamos para adentrarnos por el camino del monte que nos conduce hasta el conocido Puente del Canto, nombre que da origen a un conocido club de atletismo soriano. Ahora el trayecto es más diverso en cuanto a opciones para acercarnos a nuestro objetivo, pero no por ello menos agradable y distendido. Seguimos llaneando entre pinos piñoneros y robles centenarios, mientras tengo la suerte de compartir parte de esta andadura con Félix, conocedor por excelencia de estas latitudes, que me va informando de los nombres que tradicionalmente han tenido (y tienen todavía) algunos de estos lugares: el “paso de las carretas” es uno de los enclaves tal vez más conocido por los andarines que recorren este campo. Se trata de una sólida capa de hormigón para fijar el terreno que, por efecto de las carrereas que lo frecuentaban, podían dañar el firme del mismo.
Para nuestra suerte, seguimos caminando cobijados bajo la sombra que nos proporciona el pino negral que se extiende por estas latitudes, mientras dirigimos nuestros pasos hacia el Puente del Canto, punto de referencia para continuar nuestra ruta hasta el final.
Pero antes de llegar a este destino intermedio, no faltan las visitas de interés que se ofrecen a nuestro paso, en este caso las conocidas fuentes que salpican lugares y trayectos distintos, y, en concreto, podemos contemplar el caudal que, escondido bajo una gruesa capa de madera que levanta Gema, no sin cierta dificultad, ofrece la Fuente de “El oro”. Es otro recorrido que hace unos años hizo el grupo por el denominado circuito de las “fuentes de Valonsadero”, otro atractivo que presenta este monte para conocer rincones con encanto y sabor a historia local.
Poco a poco vamos dejando el cómodo camino que traíamos, así como los altivos negrales que nos han acompañado, para adentrarnos por una ruta flanqueada por arbustos de mediana altura, pero, sobre todo, salpicada de un piso pedregoso y menos amable que el recorrido hasta ahora, por lo que no está de más un poco de prudencia y seguridad a la hora de colocar la bota sobre el suelo. Nada grave, pero necesario agudizar el sentido de la vista para evitar otros contratiempos.
El sol empieza a sentirse ya a estas horas de la mañana, y carecemos del sombrado arbóreo que nos ha acompañado durante buena parte de esta entrañable ruta. No falta quien, prevenido/a, hace uso de la crema solar para mejor protección ante lo que se esperaba una mañana soleada.
Y paso a paso, zancada tras zancada, entre animados coloquios, cuando no momentos de divertido humor, nos vamos acercando al conocido enclave como Puente del Canto.
Pronto avistamos la figurada alomada del citado puente, pero cuando nos vamos acercando y miramos bajo su arco, podemos observar, no sin cierto desencanto, que el río Pedrajas, que da vida y sentido al puente … ¡no lleva agua! La pertinaz sequía que asola nuestros campos y ha caracterizado la climatología de los últimos meses, produce estos fenómenos, que, sin duda, empobrecen el ambiente natural, paisajístico y de riqueza ecológica que derrocha nuestro monte en todas sus manifestaciones vegetales, hídricas, paisajísticas….
En las proximidades del puente, otra de las fuentes de Valonsadero, “la Fuente El Canto, que, en este caso, no nos tomamos la molestia de comprobar su capacidad de suministro hídrico. No tenemos sed, pero aunque la tuviéramos, tampoco estas fuentes nos garantizan que se trata de agua potable.
Desde el Puente el Canto, enfilamos por la marcada senda que conduce hasta el centro neurálgico del monte Valonsadero: la Casa del Guarda. Es un paseo cómodo, no sin cierto “aroma” vacuno por efecto del ganado que pasta o se cobija en las proximidades del lugar. Por el camino encontramos frondosos arbustos de encinas o moras, que, desafortunadamente, no nos ofrecen como quisiéramos el mencionado fruto de sus ramas…En otro tiempo hubiéramos dado gusto al paladar, aunque solo fuera para opinar sobre la calidad de estos deseados productos silvestres
Seguimos nuestro camino y tras cruzar el puente de madera que nos permite salvar la otra orilla del arroyo para dirigirnos hacia la casa del Guarda (tiempo atrás, este sencillo y moderno puente de madera era una losa de piedra, que enlazaba las dos orillas, pero que se veía inundada fácilmente por la corriente a poco que fuera el caudal de agua caída sobre el terreno).
Y en pocos metros nos hemos plantado en las inmediaciones de la Casa del Guarda, donde hemos aparcado los coches. Nos felicitamos por la magnífica mañana de tiempo cuasi estival que hemos disfrutado, la cómoda y gratificante ruta que nos ha vuelto a mostrar rincones y parajes de nuestro querido Valonsadero, el encanto de caminar de nuevo con el grupo que tantas satisfacciones nos produce… ¿Qué nos falta? Como todo fin de ruta, el vinito o la cerveza que repara energías y nos permite compartir otro momento de encuentro sosegado entre quienes hemos hecho del senderismo una pasión común.
Y el mejor sitio para vivir este momento no podía ser otro que la terraza de la casa del Guarda. Y ahí apuramos la deseable cerveza o el anhelado vinito, junto al consagrado torrezno de nuestra tierra, que tanto éxito nos está dando en el ámbito gastronómico, y que durante mucho tiempo ha sido santo y seña de esta secular casa del Guarda, cuando aún recordamos a sus antiguos moradores y hospederos de esta histórica casa de recuerdos: Hermógenes y Manoli.
Nos faltan muchas rutas, muchas crónicas y muchos momentos maravillosos que vivir recorriendo campos, laderas, colinas, montañas, valles…Lo iremos contando.
Agnelo Yubero
Valonsadero siempre es especial para Soria paso a paso, tiene mucho que disfrutar y más en una mañana como la que nos describes. Sigue contándonos las rutas para que las podamos vivir contigo.