CAMINANDO ENTRE ENCINARES (SIN CAMINO)

 

 

                                                                       Soria, 15 Abril 2023

 

Hay rutas que nuestros sherpas preparan con sumo mimo y cuidado equilibrando distancias, orografía y dificultad del terreno, capacidad de resistencia de los que las pateamos… Otras  que, pese a una minuciosa preparación en los términos anteriores, sufren alguna modificación por causas imprevistas (una batida de caza, una meteorología adversa, una variante más propicia para el desarrollo de la misma…) Y no faltan aquellas que, sencillamente, aún programadas con rigor telemétrico para desarrollarla por un itinerario señalado, el sherpa de turno decide  ( con buen criterio y no menor espíritu aventurero) hacerla por lugares y parajes que no figuran, en principio, en el infalible señalador del wikiloc, y dirigen   la manada  senderista por rincones, vericuetos  y direcciones que, sin perder la finalidad de la ruta, nos conducen por terrenos inexplorados (a efectos del caminante habitual), que hacen de la misma una apasionante aventura por lo desconocido del suelo que pisamos, la variación  de la distancia inicialmente anunciada o la siempre imprevisible admiración de parajes o perspectivas paisajísticas, gracias a la improvisación que al guía se le ha ocurrido.

A este último grupo pertenece nuestra marcha de hoy, por tierras que tienen  como punto de origen la recoleta localidad suroriental de nuestra provincia, La Alameda, pedanía de Deza.

Son casi  las 9 cuando llegamos a este pequeño municipio, próximo ya a tierras aragonesas. Una señora de la localidad sale a nuestro encuentro, apenas oye el bullicio de la casi  treintena de personas que han caído por esta silenciosa población. “¡Madruga Vd. mucho, señora!”, le saludamos en tono cariñoso. “¡Huy! Todos los días me levanto  muy pronto. Es una  costumbre”, nos responde en el mismo tono cordial. Y acto seguido se interesa por conocer de dónde venimos y el motivo de nuestra visita. “Queremos conocer  su tierra y, en concreto, la mina de plata que en su día se explotó por estos lugares”, satisfacemos su lógica curiosidad. “Ah, la mina”, – nos contesta- y en su gesto traduce la impresión de que nuestra visita está justificada.

 

Nos ha amanecido un día soleado y en espléndidas condiciones para un largo paseo. Sin dificultad, aparcamos los coches en las proximidades de la carretera y emprendemos el camino que nos acercará hasta las lomas cubiertas   de espesos encinares, para adentrarnos en las entrañas de lo que fueron  varias explotaciones mineras por estas tierras.

A la salida del pueblo, y sobre el pilar de un murete  de cerramiento  o  en medio de la verde parcela ajardinada de uso público, nos sorprende la figura de variadas esculturas hechas en hierro, algunas al más puro estilo figurativo y otras claramente identificadas con elementos concretos. No es extraño observar cómo, en muchos de los pueblos que visitamos en nuestros incansables paseos por la provincia, podemos apreciar determinados signos de identidad (vamos a llamarlos así) que sus moradores han querido dejar plasmados en sus calles, sus casas, sus campos….,a modo de sello original  en su núcleo poblacional, aportando un toque de belleza al entorno, a la vez que parecen resaltar la creatividad manifiesta de sus gentes que, sin pretensión de constituir piezas de museo, muestran que hay vida detrás de las puertas cerradas de  estas pequeñas poblaciones,  ávidas  por conservar y adornar su patria chica con las habilidades y aptitudes que sus habitantes exhiben en estas formas de innovación estética.

Y mientras atravesamos el pueblo, me llama la atención un estrecho callejón, sobre el que se levanta a escasa altura un arco que une dos viviendas y desemboca en otra calle con salida más amplia hacia el exterior. Me recuerda una estructura similar que conocimos en Carrascosa de la Sierra y que sus moradores utilizan (o utilizaron) como “contador de ovejas”, porque, efectivamente, lo angosto de la calle, y la abertura que constituye el estrecho arco, solo permite el paso del ganado lanar de uno en uno, facilitando así su conteo. En este caso, no hay tal finalidad, sino solo la coincidencia con una heterodoxa  forma urbanística.

Dejamos atrás un excelente edificio de sólida construcción, señalado en su frontispicio como “Grupo Escolar”, que al regreso sabremos, por información de una paisana del lugar, lo donó para el uso que se indica un indiano nativo de La Alameda.

Saliendo del pueblo, caminamos por una pista de arena, conocida como “Camino de los Montecillos”. Hermosa la vista que se nos ofrece en el horizonte, dirección noroeste, con la silueta de un diáfano pináculo de forma piramidal y el prolífico encinar que se reparte a lo largo y ancho de estas tierras. A derecha e izquierda de nuestro recorrido, el verde emergente de los incipientes brotes de cereal que claman  por su crecimiento  aunque, según los compañeros de los que aprendo temas del campo, su evolución no parece apuntar a un deseado y excelente desarrollo, si las condiciones de pluviosidad no cambian de tendencia.

Nos adentramos por un camino llano, todavía agradable al paseo matutino y pronto nos encontramos con una moderada oquedad en el suelo cubierta de agua, formando un pequeño barranco en  medio de dos cortas laderas, que nos avisan de la proximidad a lo que pudo ser un pozo de desagüe de las minas que vamos buscando. Pero la imagen no solo queda a ras de suelo: elevamos la vista hacia el cielo y observamos hasta seis simétricas “autovías” que han formado otros tantos aviones a su paso por el espacio aéreo de estas tierras.

Muy cerca del lugar, un poste multiindicador nos marca una dirección de nuestro interés: “Minas de plata 150 m.” Y unos metros más adelante, un panel informativo rotundo: “LA QUIÑONERÍA. Mina  de Peñalcázar”. En dicho panel se informa del tipo de mineral que se extrajo, el nombre de las minas (nosotros nos encontramos en las proximidades de la “Mina la Zurbana”, que da origen a un barranco del mismo nombre que cruzaremos), años de explotación y sistemas de fundición que se utilizaron.

Hemos dejado la cómoda pista de tierra y  nos adentramos por las laderas horadadas para la extracción del mineral que  dio riqueza  a esta comarca.

Lo más fácil sería describir lo visto sobre el terreno, es decir, los restos casi irreconocibles de lo que fue una extracción minera. Y lo que encontramos son sucesivos,  ondulantes y pequeños montículos de tierra de zahorra, que se extienden por la ladera con mayor o menor longitud y abundancia y que obedecen a los variados puntos de excavación minera que hemos leído en el panel informativo citado. Sin embargo, no está de más apuntar algunos datos sobre los avatares y desarrollo de las minas de esta zona, conocidas con el genérico nombre de “Minas de Peñalcázar”. Y en este punto tengo que agradecer  a Félix Romera la abundante documentación  que me ha hecho llegar sobre la historia de la minería de Soria en el siglo XIX, a través de un enlace con la “Revista de Soria”. De ahí tomo algunos datos, aunque solo sea  a modo de complemento ilustrativo y documental de lo que vamos a ver en nuestra ruta.

Debemos a D. Pedro Palacios Sáez un trabajo publicado en 1890, “Descripción física, geológica y agrológica de la provincia de Soria”, donde se detallan los trabajos llevados a cabo en estas excavaciones. (Su recuerdo en la provincia de Soria se hace presente con la merecida dedicatoria de una calle de la capital con su  nombre, Geólogo Palacios). Según este insigne ingeniero de minas de la época (riojano de nacimiento), estas se descubrieron en 1848 y su material extraíble era plomo argentífero (plomo que contiene plata).Se labraron cuatro filones, sin interrupción, hasta 1877. La producción de mineral en 1857 fue de 2000 t. y se obtuvieron 280 t. de plomo (no se dan cifras de plata). La producción de unos años a otros es bastante oscilante, pero no vamos a entrar en cifras. En una publicación de 1869 se menciona la mina Nuestra Señora de la Peña, como la primera de estos lugares. Dada la orografía del terreno, la mina consistía en dos socavones, estando situado el principal en la cota inferior, desplazándose posteriormente hacia otras zonas que vamos recorriendo, mientras conocemos los vestigios de la historia minera de esta comarca: pozos de agua residuales ( alguno de ellos conserva todavía las recias paredes de construcción y una vigorosa viga de madera de encina, en la parte más alta, que parece indicar no era  para sustentar otras alturas, sino punto de apoyo para las técnicas  extractivas  del material que cubría sus profundidades ), restos de edificios que sirvieron para albergar herramienta, maquinaria o aperos de trabajo propios de la industria…y al final encontramos lo que puede ser la parte desechable más importante de la extracción: la fábrica de piedras sometidas a fusión y coloreadas de negro azabache por efecto de la ignición, que han conformado figuras caprichosas en la morfología de esta escoria mineral.

La producción minera siguió con altibajos hasta 1887, cuando se abandonan, a la vez que se abren otras excavaciones de distintos materiales en nuevas zonas de la provincia.

Y entre pozo y pozo minero, no falta la ocasión para departir con compañeros del grupo. En mi caso con Gemma Ruiz, colega de profesión (ella en activo, yo en retirada ya desde hace algún tiempo), sobre variados temas de interés social, paisajístico, medioambiental o de personas de ambos conocidas, alguna de las cuales, para mi sorpresa, ya se ha ido.

Y enseguida cruzamos el barranco Zurbana para acometer la subida a lo alto del conocido familiarmente como “Pico Moto”. Ya nos advierte Ricardo, nuestro sherpa para esta ocasión, que lo haremos a media ladera, sin caminos marcados y en medio de la espesura de las encinas que cubren el trayecto. O sea: objetivo conocido, pero ruta imprevisible. Y la subida es exigente, pero no tanto por la inclinación del terreno cuanto por lo pedregoso del mismo, a la que se une la abundancia de ramaje del encinar que da color a estas lomas ascendentes. Y una de esas ramas imprevisibles impacta con la cabeza de este cronista, aunque, afortunadamente, la gorra le protege de males mayores. No obstante, ahí tenemos a nuestro SVB, en forma de botiquín amarrado a la cintura de Emi, que, con la ayuda de Reme,  echa mano de él para reparar la  avería producida sobre el sufrido y descapotable cuero cabelludo de este paciente. ¡Es una suerte contar con atentas profesionales y medios para solucionar cualquier incidencia sanitaria entre los entusiastas andarines de esta peculiar facultad de Geriatría, con nombre de Club Deportivo “Paso a paso”..! Y ya sabemos que Emi es una consumada especialista en el trato con alumnos de la citada facultad.

Seguimos nuestro ascenso, ansiosos por salir pronto de este tupido encinar y disfrutar del bocadillo gratificante para reponer las energías consumidas. La intención es hacerlo en lo alto del citado pico, pero unos metros antes de llegar hemos salido a una carretera asfaltada, usada por el tráfico rodado que atiende la voluminosa torre de antenas que se sitúa estratégicamente en esta altitud. Y en uno de los laterales de la carretera, aprovechando las piedras salientes que ofrecen la oportunidad de acomodarnos holgadamente, aligeramos las mochilas de las deseadas viandas. Con auténticas ganas, vamos retirando el papel albar que cubre el bocadillo, mientras disfrutamos del descanso y el objetivo casi cubierto ya de encontrarnos en lo más alto de nuestra ruta.

Hemos apurado nuestros pertrechos gastronómicos y ahora, caminando sobre suelo asfaltado, coronamos el ascenso para hacernos la foto de rigor junto al vértice geodésico que nos marca la altitud a la que nos encontramos: 1301 m. Las vistas son amplias y espectaculares: hacia el oeste, el campo castellano, extenso, arbóreo, cerealista; al este, las tierras aragonesas, con colinas ondulantes que se alejan y se acodan sobre una sucesión de elevaciones desiguales, a modo de fusión con el azul celeste que marca el horizonte lejano.  Personalmente, me gratifica la vista en perspectiva de las tonalidades verdosas de nuestras tierras, que no compiten en antagonismo cromático, sino todo lo contrario, en riqueza de matices que dan vida y, por qué no, cierto tono de

espectacularidad paisajística a nuestra querida provincia soriana: de un lado, el verde manzana intenso, vigoroso, pujante del cereal que anuncia su nacimiento sobre la sequedad del terreno que lo ha germinado; de otro, el verde botella más oscuro del encinar añoso, macizo, firme, que nos habla de la resistencia y la fuerza con que la naturaleza ha premiado  a estas tierras. En definitiva, una hermosa sinfonía cromática, que dan vida al paisaje y colorea de esperanza esta despoblada  zona de la meseta castellana.

Descendemos. Y, definitivamente, Ricardo ha optado por mandar a paseo al riguroso wikiloc y ofrecernos otra alternativa aventurera: o caminar por la cómoda carretera asfaltada, o descender , a tumba abierta, por la inclinación de la ladera que, como única referencia, tiene la dirección del cableado de alta tensión que se dirige hacia el punto de partida, La Alameda. Las opciones se dividen, aunque ligeramente favorables a quienes hemos decidido seguir el espíritu aventurero de nuestro sherpa que en algún momento del recorrido, y en vista de lo abrupto del terreno, este cronista haya gritado (sin mucha convicción) “¡sherpa, dimisión”! Nadie se lo tomó en serio. Ni el mismo vociferante.

Los cables de alta no han supuesto ninguna amenaza para nuestra integridad, así que entre conversación, chascarrillos y comentarios distendidos de quienes coincidimos en el mismo trayecto, nos hemos plantado ya en el municipio de partida.

Y llegados a la meta, tenemos ocasión de conversar con una atenta y amable vecina, que nos informa sobre algunas peculiaridades de su pueblo. Por ejemplo: nos sorprendió, cuando llegamos, algunas construcciones   de  pequeñas bodegas, aunque no hayamos encontrado ni rastro de vides por estos pagos. Y, efectivamente,  hubo en  tiempo viñas por aquí, pero se arrancaron cuando llegó la concentración parcelaria  para convertirlas en tierras cerealistas. Ahora, el espacio que ocupan esas antiguas bodegas, nos informa la vecina, se dedica a almacén de usos domésticos. Y como en todo pequeño municipio, que lucha por su supervivencia, nos  habla con orgullo de la asociación cultural que se ha creado en su pueblo, de nombre “La Bellota”, y que dinamiza la vida social y cultural de la localidad, con actividades y proyectos encomiables. Pero esto ya pertenece  a otro tipo de crónica no senderista.

Arrancamos hacia Soria los últimos que hemos permanecido recibiendo información de la citada vecina. La mañana sigue siendo soleada y agradable. Y el viaje, un feedback de recuerdos y sensaciones de lo que hemos visto entre quienes  compartimos vehículo.

Y llegados al punto de origen, algunos compañeros todavía apuran la última cerveza antes de comer. No me resisto a este placer y me uno a ellos. Son casi las 17, 00 h. cuando pongo el microondas para calentar la comida. Ha merecido la pena el retraso.

Por último, informaros que, por motivos viajeros, estaré ausente en las próximas tres salidas. Seguiré (seguiremos) disfrutando de las siguientes.  Pero que no cunda el desánimo: la bota estará presente en el grupo y alguien se encargará de que no falte ese tinto dulzón que “alegra el instinto y apaga la sed” para acompañar al deseado y merecido bocadillo del senderista. ¡Faltaría más!

 

Agnelo Yubero

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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