UNA RUTA DE PELÍCULA
UNA RUTA DE PELICULA
Soria, 1 Abril 2023
El título no es una licencia literaria o un mero recurso metafórico. Es la más pura expresión realista entre lo que es un recorrido por lugares rodeados de colinas, que han dado imágenes cinematográficas inolvidables. Vamos a conocer algunos detalles del protagonismo de estas tierras en el rodaje de uno de los films más icónicos pertenecientes al género conocido como spaghetti western.
Son las 7,30 de la mañana. Hemos adelantado nuestra hora habitual de arranque de la jornada, porque tenemos un desplazamiento más largo hasta el origen de la ruta. En el punto de encuentro de costumbre nos hemos dado cita casi una treintena de compañer@s del grupo y desde aquí enfilamos hacia el pequeño municipio de Carazo, en la provincia de Burgos, a unos 90 Km. de Soria. No ha sido difícil la distribución entre los vehículos disponibles, porque prácticamente estaba organizada con anterioridad.
El día ya clarea, aunque el sol se resiste a lucir en todo su esplendor. Amanece el cielo nublado y, a ratos, minúsculas gotas de lluvia activan el limpiaparabrisas del coche. “Poca cosa”, pensamos y, sobre todo, tenemos la convicción de que las previsiones climáticas nos permitirán una jornada sin necesidad de usar los pertrechos para el agua.
Tomamos la N-234 y una vez hemos dejado atrás la provincia de Soria, al llegar a Hacinas nos desviamos por una carretera provincial hasta nuestro punto de destino.
Carazo es un pequeño municipio de apenas 50 habitantes, que nos recibe con el silencio casi obligado de esta España vaciada, abandonada o deshabitada, tan común en nuestra tierra castellana. Sin dificultad, aparcamos los coches junto a la carretera, y otros en alguna calle adyacente próxima.
Salimos del pueblo en dirección noroeste y acometemos una suave subida que nos lleva hacia el área de interés que ha motivado nuestra ruta. Pronto encontramos una valla que delimita el terreno convertido en un gran plató de la película que realizó Sergio Leone: “El bueno, el feo y el malo”.
Atravesamos la valla a través de una cancela en forma de pequeña escalera vertical, por lo que nos vemos obligados a sortear sin dificultad los peldaños que dan acceso al recinto cinematográfico. Nos hallamos en una pequeña elevación, conocida como Majada de las merinas, transitando una de las localizaciones de la citada película. Pronto encontramos un amplio panel informativo sobre el rodaje de este film, con la inconfundible fotografía de uno de sus protagonistas, Clint Easwood, su poncho que le hizo popularmente conocido y el lugar conocido como campo de concentración de Betterville o campo de prisioneros.
Memorable la escena en esta localización de la tremenda paliza que recibe Tuco (Eli Wallace) para que confiese ante el sargento Sentenza dónde se encuentra el tesoro de 200.000 USD, escondidos tras la guerra de secesión americana. Del citado campo, con sus fosos y robustas empalizadas para fortificar su contorno, apenas quedan restos en lo que fue su emplazamiento. Como curiosidad, podemos señalar que, en la elección de exteriores de la película, tuvo bastante que ver el productor español Pérez Giner, que tenía buena relación con Sergio Leone y unos años antes (1963) había trabajado con el director español Javier Setó, quien había rodado por este entorno la película “El valle de las espadas” (que pasó por las pantallas españolas con más pena que gloria). Parece que el director italiano se quedó prendido de estos parajes por su belleza natural, el silencio de sus colinas, la ausencia de otros “ruidos” (ninguna construcción, ninguna línea eléctrica, nada) o elementos que no fueran la desnuda naturaleza y su configuración ondulante de montañas y llanuras, que presentaban un parecido con la idiosincrasia del ambiente de Nuevo México que iba buscando S. Leone.
Y desde este altozano vamos viendo a nuestra derecha la ladera del monte Soncarazo o Peña Carazo, en plena comarca de la Sierra de la Demanda y el gran sinclinal colgado de extensa longitud (entre 5-6 Km.) y una altitud de 1462 m. (me informa José A., para confirmarme, no sin cierta resignación, que supera en algo más de 200 metros a nuestro Pico Frentes), con una importante plataforma rocosa sobre la que se encuentra una gran planicie. Elevaciones pétreas, flanqueadas por alargadas paredes, a modo de defensas naturales, formando un círculo impenetrable desde la llanura que las contempla. Separado por un collado, tras el monte Soncarazo se halla el fuerte de San Carlos, una meseta convertida en fortaleza en tiempos de los romanos para vigilar y dominar la calzada que unía la ciudad de Clunia con las tierras de Lara. No escasea la vegetación por estos altiplanos, y aunque la parte más elevada de las colinas que se acercan a la pared rocosa en su máxima altitud parece reproducir la estampa de nuestras machadianas colinas plateadas, lo cierto es que en sus pendientes inclinadas domina el verde intenso de los encinares que colonizan estas latitudes, que pronto se convertirá en otro monte de dominio sabinar.
Siguiendo nuestro camino encontramos un pequeño refugio abandonado o, por lo menos, en desuso, si nos fijamos en su aspecto interior. No creemos que sea un vestigio de la película que centra nuestra atención por estos caminos.
Y un poco más adelante, tropezamos con otro panel informativo indicando que en este valle se rodaron escenas de la mencionada película “El valle de las espadas”, en concreto, la batalla que libraron moros y cristianos, teniendo como protagonista de la escena al play boy de la época, Espartaco Santoni, en el papel del conde Fernán González.
Y enseguida, a modo de presentación de lo que pronto vamos a ver, tenemos una lápida labrada en piedra con la figura de un soldado americano del siglo XIX, las letras en relieve de un nombre conocido, S. Leone, y una sucesión de pequeñas cruces sobre representaciones de tumbas o en dirección horizontal, que nos advierten del sitio al que estamos entrando: el archifamoso cementerio de Sad Hill.
Es el lugar emblemático, por excelencia, para evocar la película que venimos citando, y que, sin duda, constituye el momento álgido de los recuerdos que nos trae este inolvidable film. Y ahí tenemos las antológicas interpretaciones de sus tres co-antagonistas, y esa legendaria escena final del cruce de miradas asesinas que se intercambian entre ellos: el porte de Clint Eastwood ( El Bueno), con ese aire frío, calculador, aplomado, seguro de sí mismo; el no menos expresivo perfil de Lee Van Cleeff ( El Malo), cínico, gélido, de rictus acerado; y qué decir de la interpretación de Eli Wallace ( El Feo), cuya mirada sugiere una turbulencia de emociones y pasiones: miedo, incertidumbre, sorpresa, amenaza…Y a la imagen visual, le acompaña el mítico tema musical ”La fiebre del oro”, del no menos inolvidable compositor Ennio Morricone.
Tras el rodaje del film, este lugar quedó abandonado y la maleza adueñándose del suelo que habían pisado tres ambiciosos cazadores de recompensas por conocer el destino de un botín enterrado en una de sus tumbas, tras la guerra de secesión americana, Afortunadamente, en el año 2015, a alguien se le ocurrió recuperar este escenario para convertirlo en lugar de culto para los aficionados al cine y, sobre todo, en un atractivo turístico. De esa forma se limpió el terreno, se recreó el antiguo cementerio y se recuperaron las rudimentarias cruces que aparecen en escena, a la vez que se dio la posibilidad de ampliarlas (podemos calcular hasta 5.000) mediante el ingenioso incentivo de poder inscribir libremente cada cual un nombre en una de ellas o generar una nueva, tras el módico pago de 15 €, que servirían para financiar y recuperar la imagen original del mítico cementerio.
No abandonamos este lugar de culto del western más racial, y en sus proximidades, a la entrada del mismo, hacemos la obligada parada para recuperar fuerzas. Allí acuden nuestra compañera Merche Pineda y su hermana, oriundas de esta zona, con dos voluminosos termos de café y unas no menos deliciosas pastas de anís, que nos ofrecen a todos los asistentes a su tierra natal.
Terminado el asueto, atravesamos de nuevo por el lateral más occidental de este recordado osario cinematográfico y emprendemos el camino de regreso hacia Carazo, mientras aún tenemos tiempo de contemplar algunas lápidas ancladas sobre el suelo con nombres de quienes, de una forma u otra, participaron activamente en el rodaje del memorable film.
En el camino encontramos un moderno y coqueto refugio de campo, reducido en dimensiones, pero que puede ser útil para los muchos turistas que por aquí deambulan al reclamo de la magia del séptimo arte o para uso de los ganaderos que traen su ganado a pastar por estas tierras. Algunos narcisos ponen la nota de color a la flora del lugar, en tanto que ahora caminamos por frondosas y limpias sabinas, dando un toque especial a este variado pinar que se extiende bajo la protección roqueña de Peña Carazo. Y como en toda tierra rica en pastos, no podía faltar la necesaria dotación de algunos abrevaderos, que nos anuncian la presencia de ejemplares vacunos por los alrededores.
Y mientras admiramos la limpieza y el volumen armónico de las sabinas que inundan este espacio, enseguida el panorama se transforma en un extenso pinar de pino negral, con abundantes muestras de su producto desprendido de las ramas.
Llegados a las proximidades del municipio del que hemos partido, se impone un reagrupamiento para advertirnos que vamos a caminar durante un corto trecho en paralelo a la carretera provincial que une esta localidad con sus más próximas, motivo por el que es preceptivo hacer uso de los chalecos amarillos que anuncian nuestra presencia en la calzada.
Y en poco más de 400 metros nos hemos plantado de nuevo en Carazo. Han sido aproximadamente 12 Km. de ruta cinematográfica, completados con el encanto de unas vistas naturales que llamaron la atención de un director de cine italiano, y que no por ello resultan menos atractivas para el viajero, ávido de nuevos y sugerentes paisajes que salpican esta hermosa sierra burgalesa de la Demanda.
Tomamos los coches y enfilamos hacia Covarrubias, donde hemos programado hacer el almuerzo.
Como es conocido, esta villa está en la lista de los pueblos más bonitos de España, sobre todo por su destacada arquitectura tradicional, muy bien conservada, construida con estructura de madera y roble, que forman el esqueleto de sostén de paramentos verticales y pilares de soportales, frecuentes en estas construcciones. De su historia pasada, destacamos como personaje más ilustre de la villa Fernán González (siglo X), que fue el unificador de Castilla durante la Reconquista de la ocupación sarracena. Y antes de la comida, es de rigor girar una visita a este bello pueblo, que nos ofrece tesoros arquitectónicos o artísticos por igual. Y si hemos citado a Fernán González, hemos de referirnos igualmente al torreón defensivo que lleva su nombre, considerado el más antiguo de Castilla (siglo X), situado a espaldas de la colegiata de San Cosme y San Damián, que visitamos. Se trata de un edificio de tres naves y un órgano del siglo XVI, el más antiguo que sigue en funcionamiento en Castilla. Junto al altar mayor se encuentra el sepulcro de Fernán González y muy cerca el sarcófago romano del siglo IV que se reaprovechó como sepulcro de su esposa Dª Sancha de Pamplona. Frente a la colegiata podemos ver también el monumento en forma de escultura de bronce dedicado a la princesa Kristina, quien llegó a España en 1257 desde Noruega para contraer matrimonio con el infante D. Felipe, hermano del rey Alfonso X, cuya historia conoceremos en la visita que haremos a la moderna iglesia dedicada a San Olav (santo noruego). Otra iglesia visitada es la de Santo Tomás, donde la joya artística más destacada es su escalera palaciega, de finalidad desconocida, con tintes renacentistas y rematada en tribuna frontal.
Y si la arquitectura tradicional es lo que confiere armonía y belleza a este municipio, es de justicia destacar, entre otras construcciones, la conocida como casa de Doña Sancha, del siglo XV, con su fachada de adobe y el clásico entramando de madera. Y, completando este recorrido por la villa, no podemos dejar de mencionar su plaza mayor, exponente de esta estética que caracteriza el urbanismo medieval y primorosamente conservada en sus esencias más puramente tradicionales. Y en uno de los variados restaurantes que llenan la plaza, hacemos nuestra comida de mediodía. Momento distendido para comentar, bromear o cambiar impresiones sobre lo visto y vivido hasta el momento en nuestra ruta de hoy, aderezada con los recuerdos de personajes y escenas de buen cine, a la vez que disfrutamos de las viandas que ofrece la cocina castellana. Pero todavía no hemos acabado nuestro recorrido por esta singular villa burgalesa.
Después de la comida tomamos los coches para visitar la ermita de San Olav, a 3 Km. de Covarrubias, edificio de corte modernista del siglo XXI, que se acompaña de una torre decorativa de gusto escandinavo, y que se ha concebido tanto para fines religiosos, como culturales en sus exteriores.
El motivo de su construcción obedece al interés de la princesa Kristina, quien expresó su deseo de dedicar una iglesia o ermita a un santo de su país, San Olav. Al final, su deseo se ha visto cumplido, aunque la pobre haya tenido que esperar más de 700 años. Y aquí, en este singular espacio religioso-cultural, nuestra guía, Mª Mar, nos desmenuza los pormenores de lo que fue aquel hecho histórico: el viaje desde Noruega, la llegada y los planes de casamiento con el infante Felipe. Parece que las cosas no salieron como planearon los padres de ambos contrayentes, pero esto ya es otra historia que no tiene cabida en una crónica senderista.
Abandonamos ese entorno y nos dirigimos de nuevo hacia la carretera que nos lleva hasta otra población no muy lejana: Quintanilla del Agua. Aquí nos encontramos con un extenso museo etnográfico al aire libre, que reproduce el ambiente rural, en su más amplio sentido, de la tierra castellana. El título genérico que le ha puesto el autor de este proyecto es Territorio Arlanza.
Se trata de una idea concebida y desarrollado de forma privada por un artesano de la localidad, Félix Yánez, quien ha dedicado parte de su vida y utilizado sus conocimientos de albañilería, entre otras aptitudes, para recrear, en 8.000 metros cuadrados de superficie próximos a su residencia familiar, la arquitectura rural, el ambiente, los oficios y servicios que se prestan en este medio, así como todo tipo de útiles, herramientas o accesorios utilizados en los hogares, en el campo, en las tiendas, en la escuela o en los servicios públicos rurales. No ha seguido una idea preconcebida, nos confiesa sobre el desarrollo de su obra (y se nota), y ha utilizado elementos de desecho, por viejos o inservibles para los fines que fueron utilizados u otros útiles y accesorios de uso corriente que constituyen piezas de museo. La idea es original y meritoria, no cabe duda. El aspecto visual, sin embargo, se resiente tal vez por falta de una organización más estilista y estética que armonice espacios y reproducciones repetitivas. Pero ahí queda el mérito de un trabajo imaginativo, que ahora está completando con un espacio dedicado a los niños, para hacer más atractiva la visita en familia.
Y camino de Soria, hacemos una última parada en Barbadillo del Mercado, a petición de Merche, para que conozcamos de cerca su pueblo. Y allí que paramos, a tomar el penúltimo café o cerveza de esta prolífica jornada, a la vez que dejamos constancia de nuestro paso por esta tierra con la foto grupal junto al rollo gótico que luce en la plaza de Barbadillo.
Todavía tenemos luz solar cuando abandonamos el pueblo, aunque pronto la noche acompañará nuestros últimos kilómetros de una ruta inmensa e intensa, que nos ha llevado por escenarios evocadores del arte escénico, y que, cuando ya se apagaron las luces de candilejas que dieron color y notoriedad a esta comarca, permanece la belleza desnuda de sus colinas, sus macizos rocosos, sus pinares, sus encinas, sus sabinas o el recuerdo histórico de personajes y lugares que hicieron la historia de Castilla, nuestra Castilla y León.
Agnelo Yubero
Y un relato de película también, precioso e interesante territorio el que nos describes. Mil gracias Agnelo