ENTRE SABINAS, ENEBROS, ENCINAS (y otra flora) Soria, 5 Febrero 2022
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La ruta de hoy tenía como título y destino de visita “El Agujerón”, y complementariamente, la “Sierra de Cabrejas”. Ambas cosas correspondían al proyecto marcado por nuestros sherpas. Pero el título y su complemento se quedan cortos para describir otra realidad mucho más amplia, hermosa y variada en recursos naturales que hemos podido disfrutar en nuestro paseo sabatino, cargado, como siempre, de energía, ilusión y un indisimulado deseo de explorar nuevamente (porque no es la primera vez que pisamos estos parajes, aunque sí este trayecto en concreto) una parte de nuestra admirada geografía soriana.
A las 8,30 de esta mañana de Febrero, de temperatura moderadamente invernal, hemos quedado un reducido grupo de entusiastas senderistas de nuestro club en la gasolinera de Abejar, para dirigirnos desde allí hacia el punto partida, enfilando por la carretera que comunica este municipio con la Venta Nueva, en la N-122, y desviarnos poco después por una pista de tierra blanca hacia un improvisado aparcamiento en la ladera de la citada pista.
Apenas hemos echado a andar, me ha venido a la mente el recuerdo de un conocido bolero romántico de los años cincuenta (no me preguntéis por qué), que habla de un camino verde, unas margaritas que lloran por la ausencia del enamorado o enamorada, y de una ermita junto al camino. Y tengo que reconocer que mi nostalgia musical del momento no puede ser más antagónica con el camino que empezamos a recorrer: ni el camino es verde, ni hay margaritas que lloren por algo, ni tenemos a la vista ninguna ermita para suplicar el reencuentro con la persona deseada. Lo que se nos ofrece ante nosotros es un bosque bajo, donde las encinas, las sabinas, los enebros, la jara y otras especies arbóreas compiten en belleza natural, diversidad botánica y aroma campestre que inunda los sentidos. No es necesario imaginar otros escenarios evocadores de sentimientos o emociones como los citados en la pieza musical descrita: es suficiente dejarse llevar del encanto que transmite este bosque, de la elegancia que pregonan las centenarias sabinas que observan nuestros pasos, de la presencia indisimulada de la jara que parece proteger la base de las especies arbóreas que se extienden a su alrededor, del astuto enhebro, que nos advierte que si tocamos sus acículas nos dejará marcada la piel en forma de agudos pinchazo….¿Y qué decir de las modestas encinas, que parecen convidadas de piedra, en esta armónica sinfonía arbórea, en envidiable convivencia natural, donde no existe competencia entre ellas, sino lazos de unión que coadyuvan a la supervivencia mutua?
Después de unos metros, tal vez algún Km. de recorrido, me he olvidado del tema musical que asaltó mi pensamiento en un primer momento, para disfrutar de este enclave de matices y fragancias diversas, que en nada tiene que envidiar al camino verde, por muy verde que sea, y este, por muy pedregoso que se haga, si el “espectáculo” natural que tenemos a la vista es el resultado de una policromía botánica, para deleitarnos con la vista el derroche generoso que la naturaleza ha puesto en nuestra tierra.
Hemos caminado sobre terreno llano un buen trecho, pero nuestro objetivo es acercarnos a la cuerda de la sierra, que nos pondrá en lo más alto de la ruta. Y poco a poco lo vamos consiguiendo.
Abandonamos hace ya un rato la pista forestal, apta para vehículos ad hoc, y ahora transitamos campo a través, donde las ramas de las encinas, en algún caso, o de las sabinas, en otros, nos advierten que estamos en territorio vegetal, no especialmente diseñado para el pie humano, pero en absoluto prohibido para su presencia en estos dominios.
El camino es abrupto y nuestras botas deben fijarse sólidamente sobre las puntiagudas piedras, con presencia de abundantes lapiaces, o, lo que es lo mismo, disolución superficial de la caliza de estas piedras, afectada por agua de escorrentía en múltiples surcos, orificios y aristas agudas. Y con especial precaución de que la punta del bastón no se quede enganchada en alguno de estos huecos.
Avanzamos sobre media ladera de moderada inclinación para ir acercándonos a lo más elevado de la “Sierra de Cabrejas”, o, con otra denominación más localista, la prolongación del Pico Frentes hacia su costado más occidental. Pero antes, en un claro de la superficie, nos topamos con una alambrada que se extiende hacia los dos lados de nuestra marcha, y nos advierte de la prohibición de atravesarla, por ser una propiedad particular. Se trata de la finca más extensa de Europa ( 600 ha. de encina), dedicada a la explotación de trufa negra por una empresa privada, (Plantación trufera de Arotz “Los Quejigares”), ese tubérculo que hace unos años ( no tantos) era considerado y tratado como alimento para animales (especialmente para cerdos), y hoy está cotizado como un exquisito delicatesen, capaz de hacer las delicias del paladar más exigente. Está situada entre 1100 y 1400 m. de altitud, en la cara sur de la Sierra de Cabrejas, de suelos calizos y bien aireados, con pendientes suaves en torno al 8% de media. Era nuestra primera referencia para seguir hacia la cumbre y admirar otros espacios abiertos.
Conocido el emplazamiento y utilidad de esta vasta finca, continuamos nuestro camino por este monte que lo hace casi único por la cantidad, variedad y tipología de su arbolado.
Poco a poco vamos ganando altura y enseguida nos hemos plantado frente al punto geodésico conocido como “El Sillado”, que fija el punto de máxima elevación de este lado de la sierra (1480 m.). Y como hicimos cuando hemos subido al Pico Frentes, no podemos por menos de dedicar un rato de nuestro paseo a contemplar la panorámica que se extiende al observador. En la perpendicular más próxima a nuestra situación, podemos apreciar con toda nitidez el municipio de Herreros. A la derecha, en dirección Soria, Villaverde del Monte se perfila con claridad. Y un poco más a la derecha, el vecino pueblo de Cidones nos muestra el color de sus tejados y la proximidad de los pinos que se acercan hasta su núcleo poblacional.
Y si cambiamos la dirección de nuestra mirada, a la izquierda tenemos el siempre luminoso azul del pantano, con su geometría irregular y sus rincones que albergan el deseo de un pronto disfrute, cuando las condiciones climatológicas dejen de castigar nuestra sufrida provincia.
Avanzamos hacia nuestro siguiente objetivo, no muy alejado de donde nos encontramos: el accidente geográfico conocido con el rimbombante nombre de “El Agujerón”, porque, efectivamente, se trata de un agujero de considerables dimensiones por hundimiento de la tierra y, en consecuencia, sin intervención humana, y “adornado” con un arco natural de piedra, que permite el tránsito de un lado a otro del mismo. Aunque no da para mucho recorrido, ya que, una vez que se ha descendido por el mismo a través de una más que suave y corta pendiente, el otro lado muestra el límite de la sima por la que caminamos y el escaso espacio para permanecer allí. Un paso más adelante en este lugar y tendríamos un compañero menos en el grupo. Y no tenemos cubierto el seguro de vida, solo de accidentes. Así que visto el paisaje desde este otro lado, enseguida nos retiramos para que el resto conozca las reducidas dimensiones de este agujero de nombre superlativo.
Dejamos el curioso y original boquete de esta latitud y enfilamos en línea recta el descenso de la cuerda por el conocido paraje de “La loma del Tormo”. Y como todo paseo del grupo, no pueden faltar entre nosotros las conversaciones ilustrativas, curiosas, divertidas y hasta didácticas. En este último caso, nadie mejor que nuestro compañero Alberto, conocedor como ninguno de los entresijos forestales que albergan los montes, para establecer una curiosa comparativa entre el enebro y la sabina. “La sabina –me dice- , y en concreto el tipo que se desarrolla en estos montes( la Junipherus thurifera), representa la belleza, la elegancia, por su estatura, su porte arcaico y larga vida, su geometría ornamental manifestada en la armonía de sus alargadas, delicadas y productivas ramas, fuente de riqueza alimentaria para muchos animales que se nutren de sus frutos, su resistencia y capacidad de supervivencia en los ambientes más extremos o los suelos más secos….” “El enebro, en cambio – me asegura – es un “pobre” arbusto (ni siquiera llega a la categoría de árbol), esmirriado y casi rastrero, que alcanza a lo máximo 1,5 m de altitud (frente a los 20 metros que suben las sabinas de nuestro campo, aunque pueden llegar hasta los 40), cuyas hojas son intocables por los pinchazos que producen en la piel y, en definitiva, carecen de prestancia para competir en vigor, resistencia y elegancia frente a sus vecinas sabinas”… “Sin embargo—me confiesa Alberto– ambas especies ocultan aspectos contradictorios a su propia naturaleza que conviene conocer para una justa valoración .Las bayas del enebro presentan unas excelentes condiciones de aromatización de la muy popular ginebra, bebida alcohólica consumida por miles de ciudadanos de distintos países, además de resultar un buen diurético natural. Sería la parte noble del denostado arbusto. La sabina, en cambio, presenta su lado oscuro en los frutos de sus ramas, ya que la ingesta de los mismos por parte de las hembras de los animales produce efectos abortivos.”
Me quedo con esta lección de botánica rápida y creo que me empieza a gustar más la parte noble del enebro…
Y no solamente de las plantas que nos rodean centramos nuestra conversación. A propósito de la dureza de las sabinas y su arraigo en suelos pedregosos y de escaso aporte hídrico, me informa José Antonio de otras cualidades de este tipo de suelo. “Resulta ser un terreno muy poroso – me dice- , por lo que apenas se ve humedad en la superficie y el agua pluvial se filtra en el subsuelo, formando masas de agua subterránea que tendrán la surgencia en algún punto de la geografía más próxima a su embalsamiento. Ahora bien, la morfología subterránea que embalsa estas aguas parece componer una figura geológica que remata en un vértice, a través del cual vierte las aguas en dos sentidos: por un lado, parte de estas aguas encontrarían su salida en la cascada de “La Fuentona”, en su dirección suroccidental, y otra parte, el resto de esta masa hidrológica surgiría en la cascada de Fuentetoba.” Esta sería, en una explicación muy sencilla, el origen de estas maravillas naturales que tenemos en nuestro entorno. Dejamos para los versados los datos técnicos más complejos que pueden aportar claridad a estos conocimientos geohidrológicos. Además, hay que destacar, me completa José Antonio, que ambas cascadas comparten una característica común: y es la claridad, transparencia y limpieza de sus aguas. Y esto es debido a que en todo su
recorrido, desde su formación en el subsuelo donde se almacena, hasta su aparición en exuberantes cascadas, no existe ningún elemento contaminante: ni un solo campo de cultivo de regadío, ni uso de fertilizantes o abonos artificiales, ni siquiera la filtración de residuos orgánicos de animales que pudieran pastar por estas altitudes. Esta es la razón de la pureza que admiramos en estas aguas. Agua de lluvia (o nieve) incontaminada, que ha guardado celosamente las entrañas de la tierra. Se han utilizado, incluso, anilinas colorantes e inocuas para conocer más exactamente la procedencia de estas corrientes subterráneas y confirmar la certeza de las hipótesis explicativas que modestamente he transcrito. Insisto que este aprendizaje me llega de José Antonio y, por tanto a él apelo por si hubiera incurrido en algún error de exposición para una pronta corrección.
En cualquier caso, caminar también es aprender. Así, el camino se hace más corto y los conocimientos un poco más largos (aunque solo sea un poco).
Dejamos la parte más alta de nuestra ruta y ahora tomamos una cómoda pista que va descendiendo hacia nuestro punto de partida. Y digo cómoda, porque además de presentar excelentes condiciones para el caminante, es usada por los coches de quienes suben hasta la cima para hacer parapente. No esperamos encontrarnos con ningún deportista de este excitante ejercicio de altura y continuamos la marcha.
Ya en la llanura sí podemos ver algo del camino verde que conduce….hasta unas majadas ya abandonadas (algunas todavía presentan un aspecto relativamente aceptable), donde han cobijado y criado ganado lanar, cuando todavía estos pagos eran una fuente de riqueza ganadera. Se las conoce como “Majadas de la Conda”. Aprovechamos para hacer una parada y reagruparnos antes de emprender la última parte del camino.
Estamos llegando ya al improvisado aparcamiento de nuestros coches, pero antes, a escasos 200 metros del punto final del trayecto, tenemos la espectacular balsa de agua que sirve para el regadío de la finca trufera descrita, y que hemos dejado para el final. Construida sobre un contorno de hormigón, protegido por una bien cuidada capa asfáltica, estimamos los cálculos de su dimensionamiento entre las 1,5 y 2 Ha. de extensión. Es una apreciación “a ojo de buen cubero”, así que no damos nada por seguro.
Y ahora sí. Toca ya retirada y parada obligada en la gasolinera de Abéjar para rematar nuestra faena con una deseada y merecida cerveza fresca o un no menos chispeante Rioja. Y con la bebida acompañamos la tapa de rigor, en esta ocasión una generosa ración de crujientes torreznillos, que se complementa con una más que escasa dotación de pan para hacerlos más “digestibles”. Y, claro, los torreznillos duran más que el pan (no mucho más), por lo que una vez se ha agotado este, alguien ha tenido la noble ocurrencia de poner sobre la mesa la barra que ha comprado para su uso personal. El detalle corresponde a Nines y José Ignacio, como un gesto de generosidad que con frecuencia se da en el grupo. Nuestro agradecimiento al matrimonio por este detalle.
Y hasta aquí la crónica de hoy. La próxima ruta será, según informan nuestros sherpas, por tierras de Morón de Almazán, con una actividad poco habitual en nuestros paseos: la visita a un reconocido (y aplaudido por la crítica) museo del traje en dicha localidad.
¡Feliz semana para todos!
Agnelo Yubero
Estupendo relato Agnelo, muchas gracias.