RIO DUERO, AGUAS ARRIBA
Soria, 18 Septiembre 2021
Al fin llegó el día de nuestro reencuentro con la actividad que nos une. El paréntesis del verano, que va dando sus últimos coletazos, da paso a una nueva temporada de recorrido por las tierras y comarcas de esta extensa provincia, haciendo gala del nombre que lleva nuestro grupo y conociendo, paso a paso, los muchos y variados lugares con encanto que alberga nuestra tierra soriana.
Y qué mejor forma de inaugurar la recién estrenada etapa senderista que rindiendo tributo de admiración al símbolo paisajístico tal vez más emblemático del entorno que nos acoge, fuente de belleza y riqueza, cual es el río Duero.
En esta ocasión, acompañamos su curso desde posiciones no muy distantes de su nacimiento, por lo que bien podríamos decir que caminamos junto al Duero niño que, aún todavía inmaduro, presenta tramos donde alterna la tranquilidad y el sosiego del niño que adormece con el dinamismo e inquietud del pequeño juguetón que bulle, corre y salta entre las peñas, formando recodos y rincones de natural belleza en su desfile junto a la prolífica masa pinariega, que acoge su presencia como parte de este vergel recreado en el suelo que le vio nacer.
A las 9 de la mañana nos hemos dado cita a pocos metros de atravesar el campamento juvenil de La Nava, en Covaleda, y muy cerca del conocido como Puente de los Arrieros sobre el Duero (también llamado por los lugareños Paso de los arrieros, porque en realidad esa era su función: servir de paso para los numerosos carreteros que faenaban por el pinar). Este es nuestro punto de partida y desde aquí arrancamos quince compañeros del grupo que no hemos querido perdernos esta simbólica inauguración senderista de temporada.
Caminamos inicialmente por un corto trecho de pista forestal (hemos dejado los coches por facilidad de aparcamiento a una corta distancia del citado puente) y nuestra primera sorpresa la tenemos al encontrarnos de frente con un numeroso rebaño de vacas, correctamente alineadas a ambos lados de la carretera, como si supieran que deben mantener libre la calzada para tránsito de vehículos. Se quedan paradas ante nuestra presencia y nos miran fijamente, con apariencia sospechosa de infundir respeto o temor. Pero es solo eso: apariencia. Ante una voz nuestra, a la vez que levantamos el bastón en ademán de alejarlas, les falta tiempo para echarse a un lado, franqueándonos el paso sumisamente sin más advertencias por nuestra parte.
Enseguida abandonamos la pista forestal y nos adentramos en la llanura del pinar para tomar la senda perfectamente marcada como PR Y GR simultáneamente en este tramo, que discurre paralela al Duero en sentido ascendente a su curso, y que no abandonaremos en todo el recorrido.
Caminamos por la margen derecha del río, mientras comentamos cómo será el desarrollo de la meteorología, porque la mañana amenaza lluvia y los cielos encapotados parecen confirmar esta predicción. Somos optimistas y esperamos que las previsiones se queden en eso: amenazas no cumplidas. Vano optimismo el nuestro.
El suelo que pisamos es cómodo y el olor a tierra húmeda por las lluvias caídas durante la noche, dan al bosque ese aroma de frescura que se acompaña con el impagable aroma de pino albar, que instintivamente hace que dispongamos nuestros pulmones para inhalar el oxígeno que se acumula en esta privilegiada masa pinariega.
Observamos el curso del río por esta margen para admirar el tono verde que acumula la superficie de sus aguas, fruto de las plantas acuáticas que comparten lecho con la corriente fluvial, así como el tono más pardo que le da el polen de la vegetación circundante, depositado en sus aguas y remansado en el discurrir tranquilo de su curso. Contraste cromático de este niño Duero, que parece descansar mientras fluye, a la vez que alberga una rica vida vegetal sustentada en su corriente y alguna otra clase de vida animal, como la nutria que avista Alberto y el lugar exacto de su corta aparición. Ha sido por momentos y apenas este escurridizo animal acuático ha surgido a la superficie, se ha sumergido de nuevo por alguno de los recovecos que le ofrecen estas limpias aguas `fluviales.
A menos de un par de kilómetros de iniciado el recorrido, nos encontramos con el Puente de Santo Domingo. De origen medieval (probablemente de siglo XII), está formado por un solo vano de 7 metros de luz, 18,50 metros de longitud, 4 metros de altura máxima rasante y 2,90 anchura de tablero, construido con grandes sillares de piedra maciza. La bóveda de cañón que conforma su vano está soportada por estribos prolongados para formar una rampa que permite salvar la altura del puente. Se utilizó en la Edad Media para comunicar la zona de la umbría con la de la solana y tener una vía de comunicación. Situado en un paraje de gran valor paisajístico, protegido por el bosque de pino silvestre y adornado con robles, abedules, etc., (como todo el entorno que rodea este paraje de La Nava), fue declarado BIC en 1999. Actualmente se encuentra en rehabilitación (se llevó a cabo una anterior, pero no dio el resultado esperado por no mantener la adaptación de la obra realizada a su estilo y época), donde se instalará una pasarela que unirá lo que es la tierra con el puente, como el segundo ojo, pero solo a efectos de poder acceder.
Y llegó lo que nos temíamos pero no deseábamos: la molesta lluvia. Primero de forma suave nos advierte que debemos hacer uso de los paraguas y el equipamiento para lluvia guardado en las mochilas. Poco a poco la lluvia se va haciendo más intensa y nos acompañará durante la primera mitad del recorrido.
Mientras vamos sorteando algún que otro paso sobre rudimentarias varas enlazadas para salvar pequeños arroyuelos, nos acercamos hasta el vecino pueblo de Duruelo. Ya en las proximidades de este municipio cruzamos un pequeño puente de madera, y la primera construcción que se nos presenta, y que no es difícil averiguar su función por los olores que desprende: es la depuradora del municipio. Alguien advierte que el vertido de sus aguas exhalan un fuerte olor a jabón de lavadora. Y no es desacertada la percepción, porque, efectivamente, es un olor que destaca sobre cualquier otro efluvio que desechan estas instalaciones.
Nos acercamos a la periferia del casco urbano a través del polígono industrial de Santa Ana, abandonando momentáneamente el cauce del río que hemos acompañado hasta ahora. La lluvia arrecia con más fuerza, si cabe, a nuestra llegada a Duruelo y aunque alguna nave industrial que se utiliza como secadero de madera aparece abierta de par en par, a nadie se le ocurre pensar que pudiera servirnos de refugio para protegernos de la indeseada lluvia. Algún paisano del pueblo que anda por ahí nos saluda y nos advierte socarronamente que no hemos escogido el mejor día para salir a andar. Ni que decir tiene que en absoluto no contradecimos su observación.
Seguimos nuestro camino y entramos en una zona recreativa y de ocio, dotada de barbacoas, mesas de campo y pequeños refugios, donde los durolenses han celebrado recientemente, entre otras cosas, una de sus actividades estrella de las fiestas patronales: la caldereta. Para nosotros es lugar de tránsito para dirigirnos de nuevo a la vera del pequeño Duero, aunque por este paso su recorrido se nos esconde parcialmente, porque caminamos por un pequeña vereda, donde abunda la frondosidad que forman los helechos, el brezo y la masa de un robledal joven, que nos impide la visión cercana de su corriente.
La lluvia empieza a amainar y el camino se hace más agradable mientras nos vamos acercando al punto final de nuestro recorrido lineal. Y no es otro que el conocido paraje, bautizado y roturado in situ, como “La Caldera”. Porque así es como se presenta el Duero en este lugar: en forma de una caldera natural, que se ha originado por el embalsamiento de agua sobre un pequeño rellano de su cauce, reforzado por la mano humana mediante una pequeña pared de piedras de contención, tras deslizarse unos metros antes por una angosta pared rocosa, que permite dosificar su caudal para hacer factible esta balsa o caldera. Su presencia produce admiración por su estética fluvial y el uso recreativo que aún conserva: alguien del grupo, conocedor del lugar y costumbres de los lugareños, nos informa que todavía algunos durolenses aprovechan este privilegiado entorno del río para bañarse en sus aguas, pese a que disponen desde hace algunos años de modernas piscinas municipales. Celebramos que se haga este uso recreativo del río, perfectamente compatible con la finalidad y sostenibilidad de nuestros recursos naturales.
¿Y qué mejor momento y lugar para vaciar nuestras mochilas y consumir el siempre deseado refrigerio? Y así lo hacemos, compensados además con otra satisfacción, tan deseada como celebrada: ¡ha dejado de llover y podemos dar cuenta del bocadillo con absoluta tranquilidad y sereno disfrute!
Y aunque el sitio escogido está dotado de mesas de campo para el uso del plato o la fiambrera, el agua caída impide tener un cómodo asiento y mayor dificultad para usar las mesas, por lo que buscamos la ubicación adecuada, un rincón seco, una piedra o un trozo de mesa menos mojado, que nos garantice un rato de tranquilidad y el merecido asueto. Al final, cada cual se ha acomodado en el sitio más acertado para su descanso y consumo gastronómico.
Lugar ideal para hacernos la foto de grupo, dejamos constancia de nuestro paso por este escondido y bello paraje colocados para la instantánea sobre las piedras alineadas en el suelo, donde está escrito el acertado nombre con el que se le conoce. Mientras hacemos la reconfortable pausa, un atento caballero pasa por allí y nos saluda cortésmente. Luego me entero por José Antonio que el anónimo caminante es el alcalde de Duruelo de la Sierra. Solo es una anécdota….
Hemos satisfecho nuestras necesidades más primarias y emprendemos el camino de regreso. El primer tramo lo hacemos no por el monte, sino por la cómoda carretera asfaltada que arranca del término municipal de Duruelo y conduce a otro no menos emblemático paraje de esta tierra, que es Castroviejo. Y no muy lejos de nuestro punto de salida hay una pista de tierra que, en dirección noroeste, nos llevaría hasta otro de los rincones que ya hemos visitado: la cascada de “La Chorla”.
Vamos en dirección descendente hacia Duruelo, mientras observamos en la ladera más cercana a la carretera y junto a una valla que perimetra un coto cerrado, algunas especies micológicas que empiezan a despuntar, aunque ninguna de las más conocidas y seguras para su consumo. Algún paisano provisto de su cestita de uso micológico que se cruza en nuestro camino me muestra un ejemplar de una especie de hongos cuyo nombre no me resulta familiar.
Pasamos junto a las piscinas municipales y en pocos metros nos hemos plantado ya en las cercanías de Duruelo. Cruzamos la carretera y de nuevo entramos en el polígono de Santa Ana para avanzar hacia el interior del monte y retomar de nuevo el curso del Duero, por la misma margen que hemos traído. En algún punto del trayecto hemos cambiado a la orilla izquierda, pero retomamos más adelante la margen derecha
La mañana se ha despejado y el sol luce tímidamente en su intento por apoderarse de las nubes que, poco a poco, irán desapareciendo para dejarle brillar en todo su esplendor.
El camino de vuelta se hace amable y acompañado de una temperatura cada vez más agradable. Y el pinar, ese inmenso tesoro que la naturaleza ha puesto en nuestra tierra y Dios ha bendecido para disfrute de los humanos que aman sus encantos, nos regala el aroma inconfundible de su esencia en la contemplación de sus altivos pinos, el paisaje verde que irisa el musgo que cubre sus piedras, el contraluz que ofrecen los rayos solares que se cuelan por la masa arbórea, produciendo destellos de luz y sombra que dan color y armonía al envidiable entorno vegetal , el sonido armónico y cadente del río que pasa, corre y fluye, cual fuerza dinámica que anima y reanima a su vecindad ecológica y se erige, si no en protagonista, sí en el artífice de la solidaria relación entre naturaleza y humanidad.
Y burla, burlando (remedo de L.de Vega) hemos llegado al punto final de nuestra ruta. Y antes de subir a los coches para el regreso, una última nota anecdótica: la desventura que nos cuenta Luis sobre el alquiler de una propiedad suya a un inquilino moroso…y algo más. Pero esto ya no forma parte de la crónica senderista.
Consensuamos que el último encuentro del día sea en la cafetería de la gasolinera de Abejar. Y allí nos juntamos de nuevo para tomar la caña o el vino grupal, a la vez que comentamos las incidencias del día y otros temas de los que hablan los amigos cuando se juntan después de una actividad gratificante y amena.
Y de eso y mucho más hemos hablado, mientras apurábamos una cerveza fresca o un deseado Rioja, acompañados de unas crujientes “barritas energéticas” (léase torreznos) y nos emplazamos para la siguiente ruta, que nos llevará por tierras de Berlanga.
Agnelo Yubero
Emplazada quedo para la próxima. Gracias por tu relato porque asi podemos vivir un poco la ruta también.Me ha asombrado el puente medieval ahí en medio del bosque.