EL TEJO: ESE ARBOL LEGENDARIO 25 octubre 2025
Empiezan a ser ya habituales nuestras rutas interprovinciales. Si el sábado pasado conocimos los frondosos y espectaculares hayedos de la comarca riojana de Los Cameros viejos, la ruta de hoy transcurre por tierras palentinas y, en concreto, por el espacio del Parque natural de Fuentes Carrionas-Fuente del Cobre, que nos ha llevado a otro singular bosque de resonancias mágicas, legendarias y, sin duda, cargadas de historia natural y belleza medioambiental que transmite la abundancia de Tejos y ese aire encantado que parece desprender esta especie arbórea. Visitamos la conocida Tejeda de Tosande.

Por la tarde, y como complemento al exquisito aperitivo senderista que hemos disfrutado durante la mañana, haremos un corto recorrido por otro enclave de esta comarca, donde la belleza la ponen las formaciones rocosas que se extienden a lo largo del Cañón de la Horadada.

En esta ocasión y, dada la distancia hasta el lugar de arrancada, haremos el desplazamiento en autobús, por obvias razones de seguridad y evitar cansancios innecesarios para quienes se ponen al volante en nuestros habituales desplazamientos más cortos.
Estamos citados a las 7,00 h. en el lugar de costumbre. Son los 7,02 minutos y el autobús arranca en dirección a la N-234 hacia nuestro punto de partida. Es noche cerrada. Recuerdo que en otras ocasiones que hemos viajado de madrugada a estas horas, en el inicio del viaje todavía se podían escuchar tímidas conversaciones entre los ocupantes del bus, que parecían desafiar el insomnio natural de la temprana hora. En esta ocasión, reina un silencio casi reverencial y la oscuridad que envuelve el interior del autobús hace más propenso el momento para reposar sobre el respaldo del asiento e intentar retomar el sueño perdido.
Somos algo menos de 30 entusiastas del bastón y la mochila. Y el autobús dispone de 50 plazas. Así que no tenemos problemas de acomodo y elección a nuestro gusto de los asientos a ocupar para sentirnos más confortables.
Atravesamos la provincia de Soria y todavía el sol remolón no acaba de asomar. Nos vamos adentrando en territorio burgalés y nuestra comarca vecina empieza a dejarnos los primeros destellos de luz solar.
No luce un sol claro y diáfano a estas primeras horas del día, sino un cielo “encapotado”, como decimos en nuestra tierra, que no es, necesariamente, un presagio de lluvia, según las previsiones más optimistas.
Dejamos Burgos a un costado de nuestra marcha y seguimos dirección Palencia. Distintos puntos direccionales marcan nuestro rumbo: Osorno- Cervera de Pisuerga- Guardo… etc., son los variados marcadores que vamos viendo desde la ventanilla del autobús.
Después de poco más de tres horas de viaje, llegamos hasta nuestro punto de partida: aparcamiento de la Tejeda de Tosande, a unos 6 Km. de Cervera de Pisuerga.

Son poco más de las 10,15 h. Estamos ya bajando del autobús y se inicia el ritual de siempre: comprobación de pertrechos del caminante, ajustes, estiramientos, logística de distribución de las dos comidas que haremos en nuestro periplo senderista, etc. Porque hoy haremos la comida de mochila, es decir, dos comidas: una, a media mañana, a la hora de costumbre, y otra, la de mediodía, de las viandas de la mochila. No tenemos un restaurante cercano para satisfacer nuestras necesidades más básicas.
Echamos a andar por una cómoda pista descendente, que supone, sin duda, un calentamiento de piernas para el trayecto posterior que nos espera.
Pasamos bajo un puente de una pista forestal y una portera que impide el paso de ganado. El camino todavía sigue siendo amable y, por momentos, casi bucólico, cuando vamos dejando a nuestra derecha pequeñas parcelas de verde pradera, mientras nos acercamos a una pista de andadura más agreste y enrevesada.

Pero antes no podía faltar el rito inaplazable de reponer energías a la hora habitual en nuestras caminatas. “Son ya las 11,00”, nos dice José Antonio y sin más explicaciones sabemos que es el momento de buscar el mejor recodo del camino para descargar mochilas y asentarnos con la comodidad que nos permita el terreno y desenvolver el bocadillo, hacer que corra la bota y hasta tomar un apetecible café caliente que siempre hay en alguna mochila solidaria. Es verdad que llevamos algo menos de una hora caminando, pero no es menos cierto que el desayuno lo hicimos antes de las 7,00 de la mañana.

A poco que vamos avanzando, el camino se estrecha y nos obliga a caminar por un terreno empedrado, estrecho y con la lógica precaución de asentar bien la pisada para evitar episodios no deseados por lo resbaladizo del suelo y, sobre todo, la humedad de las piedras que jalonan nuestro tránsito.

Hemos llegado a un rellano en nuestro incipiente ascenso, en el que hay un panel informativo sobre el lugar donde nos encontramos, la vegetación que abunda en este terreno y, sobre todo, detalles muy concretos del “rey” de la flora que ha hecho de este enclave un privilegiado espacio para visitar a su más distinguido huésped. Pero todavía no hemos llegado al corazón de este umbrío bosque. Ahora, la cuesta se hace más empinada, los pasos son más cortos, y las paradas más frecuentes. El suelo está artificialmente escalonado para hacer menos agresivo el ascenso y casi libre de piedras, lo que hace que el piso sea una capa vegetal bastante uniforme.

Seguimos ascendiendo, hasta llegar a un desvío a la izquierda que nos adentra en las entrañas del espacio protegido más emblemático de esta comarca. Y a poco que vamos tomando altitud, pronto encontramos lo que constituye hoy el motivo de nuestro desplazamiento: nos hallamos en el corazón de la Tejeda de Tosande, una de las concentraciones de tejos más destacada de la península ibérica. El tejo se extiende en este bosque de la montaña palentina entre los 1300 y 1500 metros sobre el nivel del mar, asentado sobre un sustrato llamado paleozoico, que da lugar a un florecimiento de hayas que rodea la Tejeda. De esta forma, se podría decir que forma parte de un bosque mayor formado principalmente por hayas. El tejo necesita para su desarrollo humedad ambiental y frescura, tolerando la sombra intensa, por lo que llega a vivir bajo el dosel de hayedos, robledales y bosques mixtos.

Y ahí los tenemos, exhibiendo morfologías cambiantes en el desarrollo de sus troncos, la orientación de sus ramas, o el porte y robustez de su fisonomía individual. Los hay que muestran el aspecto de un anciano que ha vivido muchos y crudos inviernos; otros, parecen haberse protegido durante años con el fuste que enarbolan en su verticalidad, desafiando las condiciones climáticas; y los hay que presentan una envidiable “joven ancianidad “, a juzgar por su estado de conservación, su vigor y el aspecto atrevido de su hercúleo tronco. Dicen los expertos en botánica que la Tejeda de Tosande cuenta con tres especímenes de tejo de singular relevancia. No seré yo quien entre a identificar la descripción hecha de algunos de ellos con cualquiera de estas categorías. Solos son impresiones, casi fotográficas, de lo que me sugiere la admiración por estas bellas y singulares formas arbóreas. Las tejedas que encontramos en la montaña palentina tienen carácter relíctico (es decir, vestigios o remanentes del pasado, que han sobrevivido de forma aislada en un área restringida), y unen su valor ecológico a su gran rareza y singularidad, por lo que son objeto de medidas de protección excepcionales.

Pero, además, el tejo está asociado a leyendas varias que hacen todavía más atrayente su figura. En la cultura celta, por ejemplo, se consideraba el árbol de la vida y la muerte, un portal entre el mundo de los vivos y el de los espíritus, a menudo plantado en cementerios y ermitas. Además, se utilizaba en rituales vinculados a la magia, la fertilidad y el poder. Con la llegada del cristianismo su simbolismo se transformó para representar la resurrección y la vida eterna, por lo que se plantaba a menudo en cementerios y cerca de iglesias.
En otras culturas, como las que florecieron en el norte de la península, se decía, por ejemplo, que los guerreros astures usaban sus semillas para suicidarse antes de ser capturados. Los druidas usaban sus ramas para crear bastones mágicos y vaticinar el futuro. En fin, solo son algunas de las atribuciones que histórica y culturalmente se han asociado con este árbol.

Siendo el tejo uno de los árboles más longevos del planeta (superando fácilmente los 2000 años), no es de extrañar que muchas culturas, además de las resonancias mágicas, espirituales, etc. que hemos pincelado, lo usaran para otros fines. Por ejemplo, en medicina. Se sabe que los druidas, a pesar de conocer su toxicidad, excepto el arilo rojo de su fruto, lo utilizaban para elaborar pócimas curativas. En la medicinal más actual, se utiliza un elemento obtenido del Tejo del pacífico, de nombre Taxol, que es muy utilizado en quimioterapia para el tratamiento de distintos tipos de cáncer (de mama, en estado temprano y metastásico, cáncer de ovario, de pulmón, de cabeza y de cuello). Este producto (conocido farmacológicamente como paclitaxel) se extraía tradicionalmente de la corteza del Tejo, pero debido a la baja cantidad de Taxol y a los riesgos para el árbol, se desarrollaron otras técnicas, como la biotecnología y la semisíntesis, mediante las cuales se insertan los genes que producen taxol del tejo en organismos como levaduras que actúan a modo de “microfábricas” para producir el fármaco en grandes cantidades. Otra técnica de producción es el cultivo de células vegetales: se cultivan células de tejo en laboratorios, lo que simplifica el proceso de extracción y minimiza la necesidad de talar árboles. Su mecanismo de actuación es que impide el desarrollo celular y, por tanto, al entrar en contacto con las células cancerosas inhibe su crecimiento y las destruye. Otro medicamento elaborado a partir de las agujas de tejos europeos es el conocido como “docetaxel”, con la misma función terapéutica que el anterior.
Pero además de su uso medicinal, en otras regiones, su madera flexible y resistente se aprovechaba para fabricar arcos, lanzas y otras armas.
Todo lo anterior nos da idea de la importancia que ha tenido y sigue teniendo este árbol en el extenso y, a veces, mágico mundo de la flora arbórea.

Y hablando de tejos, no me resisto a sacar a colación una coloquial expresión muy nuestra, que es “tirar los tejos” a una mujer, cuando el hombre quiere ganarse el favor amatorio de ella. Pues bien, parece ser que la citada expresión tiene dos posibles orígenes relacionados con el tejo: uno es de un antiguo juego de los celtas, en el que las mujeres lanzaban ramitas de tejo a los hombres que les gustaban (¡esto sí que era feminismo del bueno y empoderamiento de la mujer!), y el otro se refiere a un juego más moderno donde los hombres lanzaban piezas de teja (llamadas “tejos”) con el pretexto de acercarse a una chica. Ambos orígenes implican el acto de lanzar algo para expresar interés romántico hacia otra persona. Personalmente, me quedo con la primera interpretación…por ser más delicada, sutil y romántica en su intención y simbolismo.

No abandonamos del todo los ejemplares de esta especie que vamos admirando en nuestro ascenso y llegamos a un mirador desde el que se obtiene unas espectaculares vistas de la montaña palentina…si el día está claro, algo que no sucede en este día de nuestra visita. Pero a cambio, obtenemos otra imagen espectacular: la niebla se ha adueñado de parte de la montaña. Y digo “de parte” porque se extiende por debajo de las cimas montañosas que podemos contemplar, dejando al descubierto los picos más altos y ocultando los valles que se extienden bajo su falda, a la vez que en su lado más oriental apunta un brillo solar con tonos amarillentos, que contrasta con el gris de la niebla en su horizonte y la luminosidad plateada que irradian las cumbres visibles que la niebla ha respetado. Parece una estampa onírica que la naturaleza nos brinda, después de salir del suelo umbrío que alberga este árbol de leyenda que hemos contemplado. Lugar de fotos para dejar grabadas las imágenes de un paisaje inusual.

Vamos descendiendo, atrás quedan los longevos y venerados tejos. El camino es ligeramente distinto al que hemos traído, aunque lo retomamos en un punto intermedio, hasta llegar al punto de parada de nuestro autobús. Alrededor de 11 Km. han recorrido nuestras botas por estos paisajes de encanto. Y una vez que hemos llegado, hacemos la deseada “comida de mochila”, acomodados sobre una pequeña pared que acota el aparcamiento de vehículos, para iniciar enseguida la segunda ruta prevista: la visita al cañón de La Horadada.

Y allá nos encaminamos. El cañón es una garganta por la que el río Pisuerga se ha abierto camino en el terreno calizo en el que se ubica el espacio natural de Las Loras y Las Tuerces. El recorrido es corto, así que visitamos los rincones más singulares que se cruzan en nuestro trayecto. Y lo más inmediato que encontramos es la presencia de dos cuevas, de entre la muchas que encierra el cañón, una de ellas con un atractivo especial: se trata de una cueva que, una vez traspasada la corta zona de oscuridad que toda cueva presenta, al final de la misma y tras un corto tránsito desde la entrada, donde hay de doblar el espinazo para acceder a su interior, nos sorprende una estancia radiante y luminosa: la cueva se convierte en un espacio con luz solar que forman tres chimeneas comunicadas con el exterior, y formadas por la acción erosiva del agua que ha perforado las entrañas de esta cavidad para asombro del visitante. La otra cueva apenas ofrece otras características que la de una oquedad oscura y de corto recorrido en su interior.

Dejando atrás estas formaciones cavernícolas, enfilamos la cómoda senda del cañón. Apenas hay otros atractivos que no sean la contemplación a distancia de otro elemento de singular belleza de Las Tuerces: dos pronunciados salientes de la formación rocosa sobre la que se asientan, a modo de dos pérgolas gigantes, que parecen desafiar la gravedad.
Regresamos. Un camino cómodo nos da la despedida de este intenso día vivido por la montaña palentina.

Nos vamos con el inolvidable recuerdo de los tejos, su longevidad, su simbolismo, su singularidad…En fin, el atractivo de un bien natural que hemos conocido más de cerca y enriquece nuestra cultura medioambiental, objetivo que, en mayor o menor medida, perseguimos en cada ruta que hacemos.
Agnelo Yubero
