CABEZA ALTA: MONTAÑA, PINAR , PAISAJE
Soria, 26 Junio 2021
Las tres últimas rutas de esta atípica temporada senderista han sido para rendir homenaje a algunos de los montes y montañas más emblemáticos de nuestra tierra. Y no es porque durante el resto de los sábados andarines no hayamos recorrido otros escarpados rincones de la geografía soriana. Pero han querido nuestros sherpas poner a prueba nuestra resistencia, ofreciéndonos la oportunidad de pisar el techo de nuestra provincia y recordar los encantos que Urbión, Cebollera o, este sábado, el altiplano de Cabeza Alta, nos tienen reservados cada vez que nos acercamos a sus inmediaciones. Y las expectativas no han defraudado. Y las fuerzas tampoco para quienes hemos aceptado el reto de enfrentarnos a la montaña en su expresión más descarnada, pero más natural y atrevida: solo con la voluntad, el entusiasmo y la determinación que nos proporcionan nuestras energías (es verdad que con desigual suerte entre unos y otros componentes del grupo, y, en respuesta a Alberto, yo diría que sí….que mayoritariamente se ha progresado
adecuadamente en nuestro esfuerzo continuo), hemos podido admirar desde lo más alto esta bella naturaleza que ejerce de vigilante de nuestro terruño. Y hasta un poco más allá de los límites provinciales.
En el límite de la provincia por su vertiente noroeste llegamos hasta Duruelo de la Sierra. Y por su término municipal vamos a caminar hoy. Como colofón a este ciclo de andanzas por la montaña, nos espera Cabeza Alta, elevación situada en el corazón de los pinares durolenses y desde la cual tendremos ocasión de observar, una vez más, el extenso pinar soriano y su prolongación hacia la provincia de Burgos, además de otras formaciones inorgánicas, como las fallas rocosas que, a modo de grisáceas manchas gigantescas en la lejanía, nos hablan de un pasado donde seguramente formaron infranqueables murallas naturales que protegían la abundante vegetación natural que esta tierra producía y contenían su desgaste por efecto de las duras condiciones climáticas.
Son las 8,00 y ya nos encontramos los compañeros del grupo en el lugar convenido de la citada localidad, conocido como “La plaza del millón”. El nombre se debe al coste que la construcción, a principios de los 70, supuso para las arcas municipales y que, a juicio de los durolenses era una inversión desmedida, un millón de pesetas, teniendo en cuenta su austeridad y escasa belleza urbanística. Y con ese nombre, entre humorístico y, sobre todo, displicente por el elevado gasto, se ha quedado la citada plaza.
Atravesamos algunas calles del pueblo y enseguida ponemos pie en la pista que une Duruelo con Navaleno. Será por poco rato y tras un corto recorrido por terreno asfaltado, entramos en el pinar. Es un llano que las lluvias recientes han dejado anegado en muchos espacios del recorrido, aunque no de difícil tránsito, si sorteamos adecuadamente los pequeños arroyos que todavía
permanecen o las zonas más enfangadas que mantienen la humedad. Acertadamente, nuestro solícito y siempre dispuesto sherpa, Angel, ha acompañado el montaje audiovisual de esta ruta con una música que no podía ser más idónea para el comienzo del camino: el archiconocido tema napolitano “Oh Sole mío”, porque, en verdad, la mañana no podía presentarse más radiante y diáfana para la práctica senderista, no obstante una suave brisa refrescante a esta primera hora, pero en absoluto molesta para nuestro propósito.
Durante unos minutos hemos pisado suelo húmedo, pero llano, nada complicado. Enseguida vemos aparecer sobre los pinos las marcas blanca y roja que nos indican el itinerario de un GR, en este caso el GR-86, que serán nuestra guía continúa hasta la meta prevista. Así nos los hace saber Angel y enseguida comienza la ascensión o, lo que es lo mismo, las primeras elevaciones, todavía suaves, a la vez que el grupo empieza a estirarse, siguiendo la tónica habitual de marcar cada uno su propio ritmo de subida cuando se trata de terrenos en cuesta.
El pinar muestra la belleza y pujanza de sus elementos más característicos: altos, enhiestos y limpios pinos silvestres, se alternan con otra vegetación, impregnada de un verde vigoroso, extenso, que transmiten vida, fuerza, riqueza…Ahí tenemos los elegantes y altivos helechos, esas plantas vasculares sin semillas que nos hablan de una tierra rica en agua y propicia para la aparición de otras especies micológicas, o la abundancia del brezo por doquier, muchos de ellos adornados con el fruto de sus flores violetas o rosadas, madera dura ( de ella se ha fabricado la conocida pipa cachimba) y gruesas raíces. Ente brezos, helechos, espinos que se camuflan en esta vegetación, aparece el olor inconfundible del pinar: fragancia de madera, que se mezcla con el verde húmedo que desprende la tierra, por la que fluyen arroyuelos, pequeños saltos de agua y zonas que dan vida y cobijo a variadas especies de aves o animales silvestres, que encuentran en el pinar su hábitat confortable de expansión y reproducción.
Admiramos la belleza del lugar, pero no olvidamos que estamos en constante ascenso, a veces por sendas estrechas que no dan opción a elegir dónde colocar la bota con firmeza para mantener el equilibrio. El camino se torna exigente y la hilera del grupo se extiende hasta hacerse invisible desde los primeros que marcan ruta hasta los más rezagados que marcan el ritmo de la subida, Por eso, es necesaria la parada de los más avanzados a la espera de un deseado y equilibrado reagrupamiento. Una ventaja nos acompaña: caminamos a la sombra, gracias a la “generosidad” de los pinos que vigilan nuestros pasos y no quieren que suframos daños por culpa del astro sol. Ya están ellos para recibirlo, sin problema alguno para su salud arbórea.
Pero no todo es subir y esforzarse por acercarse un poco más a la deseada meta. Por el camino, alguna satisfacción nos ofrece este pródigo suelo pinariego: Alberto, nuestro informador y conocedor de medio ambiente, ha encontrado dos o tres boletus mientras activaba sus músculos en la subida Pero no será el único: Reme también ha dado con otro ejemplar y hasta este cronista logró arrancarle un ejemplar a la madre tierra. Son boletus de la familia aereus, fruto de la humedad que conservan los helechos y propios de la época estival para esta clase micológica. No podemos por menos de mostrar nuestra sorpresa y satisfacción por este hallazgo y en la zona donde han aparecido nos afanamos en mirar por si algún otro ejemplar se presenta a nuestra vista. Pero no. Los pocos “supervivientes” que hemos encontrado ya han pasado a las mochilas para su posterior y deseada consumición gastronómica.
La ruta sigue en ascenso y el fin parece no vislumbrarse. Cruzamos falsos llanos y observamos carteles direccionales que marcan otros destinos para la orientación del senderista. Pero nuestro deseado pico de Cabeza Alta (¡y tan alta!) se hace esperar. El piso duro, aunque alisado de piedras llanas hundidas sobre la tierra, nos dan un respiro para caminar con más energía, si cabe, a sabiendas de que estamos cerca de coronar la ansiada cumbre. Las exigentes cuestas de antes, ahora se van convirtiendo en suaves y agradables subidas, nada comparables a la dureza que hemos traído.
Vemos clarear ya de cerca nuestro objetivo y, sobre todo, tenemos muy cerca las visibles torres de comunicación en el horizonte más cercano y una torre más alta, coronada en una cerrada estación de observación contra incendios, y herméticamente cerrada en superficie para evitar la intrusión de extraños.. Cabeza Alta la tenemos ya al alcance. Y no nos equivocamos.
Hemos alcanzado lo más alto de la cumbre. Estamos en Cabeza Alta. Y junto a las torres ya señaladas de uno u otro signo, encontramos un viejo refugio de montaña, en buen estado, pero cerrado al uso indiscriminado del turista y, sobre todo, estamos sobre la joya de este enclave: el mirador central, donde se levanta el monumento al leñador. Se trata de una talla de madera, de algo más de tres metros de altura, que representa la figura del leñador, con un largo tronzador sujetado en vertical con su mano izquierda y un hacha de doble hoja, que blande sobre la mano derecha, y que servía para hacer el primer corte inicial al pino para iniciar la sierra e indicar el lugar de inclinación donde debía caer y, a la vez, con la otra hoja se limpiaba la corteza del mismo, una vez talado.
El lugar presenta unas magníficas vistas de la sierra del Urbión y, de forma más diáfana, la misma cresta de nuestro familiar pico, así como toda la ladera occidental del pinar de Duruelo, con su frondosa masa arbórea, salpicada, como ha quedado indicado antes, de formaciones rocosas, en forma de altivas hileras amuralladas, testimonio mudo de la variedad medioambiental que estas tierras han originado a lo largo de muchos años. El lugar es ideal para hacer nuestro merecido descanso y reposición de fuerzas. En este caso, además de la comodidad del sitio por los bancos existentes, aunque insuficientes para todo el grupo, podemos degustar la sabrosa tortilla de otras ocasiones, dispuesta en forma de autoservicio en una de las barandillas del mirador, así como los delicatesen de chocolate que nos ofrece Enedina, o el popular y castizo chorizo de nuestro tierra que reparte Ana de la Hoz, sin olvidar el ya estimulante café caliente, edulcorado con salvia, que siempre lleva Alicia en la mochila. No son las únicas viandas compartidas. Solo son una muestra del espíritu colaborativo y generoso que reina en el colectivo. No falta la foto de grupo a cargo de Ricardo para perpetuar el momento, ni, por supuesto, el disparo de las cámaras o móviles individuales que han querido dejar impresas esta imágenes para su recuerdo.
Emprendemos el camino de regreso, todavía saboreando el espectáculo pinariego que este observatorio natural nos ha permitido contemplar. Ahora el camino es descendente, primero por un corto trayecto sobre una pista de tierra, que desemboca en la carretera que une Duruelo con Navaleno. Ya no es el accidentado camino pinariego el que conduce nuestros pasos. Ahora es el asfalto de la carretera, testigo de nuestra pacífica marcha hacia el lugar de partida, en este caso, haciendo visible nuestra presencia con los llamativos chalecos amarillos preceptivos cuando se marcha en grupo por carretes abierta al tráfico. El sol empieza a calentar y la monotonía del asfalto nos hace preguntarnos por la distancia que nos separa hasta el origen de nuestra ruta. En el trayecto vemos junto a la carretera una fuente con el poco afortunado nombre de “ Losa Mala”. No vemos salir agua por el caño que debía conducirla, pero sí observamos una pequeña corriente fuera de canalización y del recinto preparado para su aprovechamiento.
Un poco más adelante, un refugio medio escondido entre los pinos a pocos metros de la carretera, en aparente buen estado, pero cerrado al uso habitual.
Duruelo lo tenemos cada vez más cerca, pero antes dejamos la carretera y nos adentramos de nuevo en la llanura del pinar, para dirigirnos a la conocida como laguna de Marigómez. En el estado actual, más bien se trata de un extenso humedal, de escasa profundidad, donde sobresalen las yerbas que compiten con la masa de agua, si bien, en invierno puede aparecer con una mayor densidad acuática, que incrementa su belleza cuando se encuentra helada por completo en superficie. Los durolenses lo han colocado como el inicio de lo que ellos han promocionado como La ruta de las Cascadas. Al menos, así aparece en uno de los paneles promocionales instalados en sus cercanías.
Ya tenemos Duruelo a la vista, pero antes rendimos visita exterior a la ermita de Santa Marina, patrona del pueblo. Se trata de una construcción moderna, de aspecto sencillo, que no podemos visitar. Lo que sí vemos es una robusta cerca de madera que rodea la ermita, formando un amplio recinto cerrado, con un espléndido y cuidado césped, así como un par de mesas de madera con bancos adheridos, de las utilizadas habituales en los ambientes de ocio del campo o pinar, cerrado todo ello por un largo cobertizo abierto lateralmente, que sirve de almacén para guardar numerosas mesas como las señaladas. Pero lo más curioso que observamos son los pacíficos “okupas” que dan originalidad a este lugar: se trata de un pequeño rebaño de ovejas, que sestean plácidamente, buscando las sombras que ofrecen las esquinas o rincones de las construcciones de piedra. No queremos ser malpensados y suponemos que la presencia de estos animales obedece, o bien a los beneficios que ofrece su abono orgánico para la perfecta conservación del césped exterior (en el momento de nuestra visita estaba inmejorable), o a la intención de sus propietarios que piensan en el bienestar animal y no han dudado en escoger este lugar, con permiso de la autoridad competente, para hacer más confortable la vida de esta muestra de ganado lanar. Tenemos también otras opiniones sobre este hecho que no reproduzco por resultar más políticamente incorrectas.
Atrás dejamos la ermita-granja ocasional y nos dirigimos a los coches. Algunas aprovechan para comparar el pan en la panadería que nos pilla de paso; otros/as cumplen el ritual de tomar la ansiada cerveza fresca en el mismo pueblo donde hemos aparcado y otros, por compromisos familiares, hemos optado por poner rumbo a nuestro destino.
Con esta damos por finalizadas las rutas de temporada, hasta Septiembre. Y la ocasión invita a una despedida que es un hasta pronto. No sin antes rendir tributo de gratitud, que no por repetido en otros foros de comunicación del grupo resulta menos merecido, a José Antonio, Ángel, Ricardo, nuestros sherpas-guías-organizadores-responsables (llamadlos como queráis), por su dedicación y generosidad para diseñar y preparar rutas a gusto de todos y asequibles a nuestros cuerpos serranos. En particular, le deseo a nuestro presi una pronta y total recuperación, tras su percance sufrido en la bajada de Cebollera. Y a tod@s un abrazo tan extenso como los kilómetros que juntos hemos recorrido y tan intenso como las emociones y recuerdos que cada ruta nos ha dejado.
¡Larga vida al grupo y un pródigo verano en descanso, acompañado de no menos satisfacciones!
Agnelo Yubero