AIRES DE URBION  (Y  OTROS ENCANTOS NATURALES)

                                                                                   Soria, 19 Junio 2021

Está fresco el pinar de Covaleda

                                    en la mañana grave.

                                    Urbión cuida celoso su nieve,

                                    unos caballos pacen,

                                    un  niño canta….

                                    un niño que pasa canta

                                    ¿nace la vida?, ¿empieza todo?”

 

He querido empezar este relato con los versos del poeta José García Nieto (1914-2001), de su obra “Elegía en Covaleda”(1956), como testimonio vivo de un lugar, unos parajes, unos montes que han cautivado a quienes viven o han vivido en contacto con ellos   y  hoy forman parte del Parque Natural de La laguna Negra y Circos Glaciares del Urbión, figura administrativa creada para proteger la belleza y riqueza de estas montañas, valles, ríos, etc., patrimonio de todos y regalo de la naturaleza para nuestro disfrute, aprendizaje y esparcimiento. ”El niño que canta”, citado anteriormente, es una autoreferencia del propio autor de los versos, evocación de su infancia que pasó aquí (su padre era secretario del Ayuntamiento de Covaleda), treinta años después de salir del pueblo, como expresión inequívoca del recuerdo que deja en el alma la vivencia en estas tierras y que el tiempo no borra de la memoria.

Si el sábado pasado fue la sierra de Cebollera la que nos permitió contemplar perspectivas que nos llevaban hasta lejanos lugares de nuestra geografía patria, acuíferos naturales que fluían por doquier, verdes tonos vegetales salpicados de  colores amarillos, rojos, naranjas, etc. que exhibía la pujante vegetación de esta época, sorprendentes fallas que se extendían de oeste a este y remataban en picachos visibles y distinguibles por su nombre…,todo ello magníficamente descrito por nuestra compañera Emi, en esta  ocasión disfrutaremos de otra montaña que encierra encantos similares y, a la vez, distintos, que la hacen especial en su configuración, su riqueza vegetal y sobre todo por cobijar  el origen de un  cauce fluvial que da vida y riqueza a nuestra comunidad, incluso allende nuestras fronteras.

Nuestra ruta empieza en Covaleda. A las 8,00  nos hemos dado cita a la salida de la localidad, al inicio de una pista forestal que lleva hasta lo más alto que permite el tráfico rodado para dirigirse al Urbión. Pero antes, los más tempraneros, hemos tenido tiempo para tomar un café en uno de los bares del pueblo que a esas horas ya está abierto. Covaleda madruga y ofrece al visitante este recurso para comenzar la jornada con más energías, si cabe.

Tras el café, ponemos rumbo al punto de encuentro convenido. Allí ha llegado ya el resto de los compañeros que han respondido a la cita para la visita  programada.

La mañana parece calmada, con nubes, aunque  sin pronóstico de lluvia por estos pagos, condición siempre molesta e indeseada para el caminante. Nos distribuimos en varios vehículos y emprendemos la subida hacia el aparcamiento del lugar conocido como el “Muchachón”. Atrás vamos dejando otros conocidos enclaves muy frecuentados por visitantes y nativos del lugar, como el refugio del “Becedo”, o el más popular  refugio de “Bocalprado”, hoy convertido en un coqueto restaurante, todavía por inaugurar, y punto de arranque para otros lugares que el grupo ya conoce, como la cascada de la “mina del médico”, el acebuchal próximo a este destino, o la cercana presencia del altar de los peregrinos que enfilan  hacia la riojana  ermita de la Virgen de los Lomos de Orios. Hasta aquí la pista forestal se presenta razonablemente asfaltada y en buenas condiciones. A partir de ahora nos encontraremos con tramos más descarnados y pronunciados baches a sortear con cuidada prudencia por el bien de los sufridos vehículos que transitan estas pistas. En escasos kilómetros alcanzamos el conocido “paso de Tejeros”, desde donde redireccionamos tiempo atrás otra hermosa ruta que hizo  el grupo, conocida como “Los abuelos del bosque” y el refugio de “Tres Fuentes”, con su moderna torre de vigilancia contra incendios, admirable mirador, por otra parte, donde se contempla un vasto horizonte, que traspasa fronteras provinciales y comunitarias.

Continuamos nuestro rumbo y en pocos kilómetros hemos alcanzado el aparcamiento del “Muchachón”, a corta distancia del conocidísimo refugio del mismo nombre.

Hemos llegado los primeros y  el aparcamiento, perfectamente señalizado para este fin, es todo nuestro. Algo más de 18 Km. nos separan desde la salida de Covaleda. Iniciamos el ritual de todo comienzo de ruta: ajuste de mochilas, acomodo  de la ropa adecuada, preparación de los bastones, últimos retoques al calzado…..¡y en marcha!

Estamos  casi a 2000 metros de altitud y la primera sorpresa  apenas hemos echado a andar: una densa niebla se cierne sobre el camino y aunque no lo bastante espesa como para impedirnos la visión de corto alcance, sí es lo suficiente molesta como para disfrutar el paisaje, la vegetación circundante,  los pinos achaparrados, cada vez más escasos según ascendemos y, sobre todo, en parte altera el plan de visitas establecido, aunque, a decir verdad, esto último será el menor de los inconvenientes. Hemos recorrido apenas 500 m. desde la salida del aparcamiento y un desvío por un marcado camino hacia la derecha nos indica la dirección al “Mirador de la Laguna Negra”, primera parada del recorrido programado. Nuestro sherpa, Angel, con buen criterio nos propone que, en vista de las dificultades  que ocasiona la molesta niebla para tener una visión satisfactoria de la Laguna Negra, continuemos camino hacia lo alto del pico y dejemos la visita al mirador para el regreso, si las condiciones climáticas cambian (y así lo esperamos),   sin variar por ello el recorrido previsto. Observación que nos parece lógica y pertinente a todos los efectos.

Con la molesta niebla todavía sobre nuestras cabezas, vamos ganando altura mientras caminamos por la senda del Muchachón, impracticable para la mayor parte de vehículos convencionales,  que conduce a lo más alto del Urbión, mientras este cronista comenta con sus compañeros más próximos alguna de las anécdotas que ha vivido por este trayecto y que más adelante concretaré en algún detalle. De vez en cuando se cuela un rayo de sol por el lado del poniente, que nos permite divisar con diáfana nitidez la silueta de los pueblos más cercanos que hemos dejado abajo: a nuestra izquierda, Covaleda, un poco más hacia el oeste, Duruelo y a su costado, en dirección occidental, Regumiel de la Sierra. Son los destellos de un sol que pugna por abrirse entre la niebla y que nos augura una mañana de sol radiante según avanza el día. Nuestros presagios se harán realidad según avanzamos hacia las alturas de nuestro mítico Urbión, señorial, desafiante, vigilante y testigo hierático de una comarca,  de unas gentes que lo veneran, cual divinidad protectora que ha forjado su cultura, su respeto y su unión con él, hasta  rendirle tributo de admiración y pleitesía.

San Lorenzo, patrón de este pueblo,

            De este tierra bendita del Urbión…”

Así reza parte de la letra que se canta en Covaleda el día de la fiesta mayor, 10 Agosto, San Lorenzo. Y es que el Urbión está presente en el inconsciente (¿o tal vez consciente?) colectivo de los covaledenses, hasta cuando se invoca a su patrón. Y si cito este popular himno de Covaleda, no es  porque quiera utilizar el Urbión como patrimonio exclusivo de un pueblo o de sus gentes. Es más la expresión sincera de admiración y querencia que aprendí de muy pequeño hacia el encanto que nos inculcaban por esta montaña y el entusiasmo que nos producía cada vez que teníamos la posibilidad de acercarnos hasta sus pétreas y altivas entrañas.

Nos vamos acercando hasta la meseta que sirve de base de observación para recorrer los últimos 200 m. de ascenso  hasta el empinado pico. Pero antes de llegar allí tomamos dirección oeste y descendiendo por la ladera  rendimos visita obligada a una ( por no decir la más mimada y preciada) joya que anida el Urbión: el nacimiento del Río Duero. Nuestras previsiones se van cumpliendo y la espesa niebla va dando paso a un día diáfano, que me recuerda los versos machadianos inspirados en estos parajes:

            “Se iba tiñendo de rosa

            la espesa y blanca neblina

            de los valles y barrancos

            y algunas nubes plomizas

            a Urbión, donde nace el Duero,           

            como un turbante se ponían”   

En una pequeña cavidad natural lateral, desde las entrañas de la tierra, mana un chorrito de agua muy alegre, muy pequeñito. Ese es el Duero. Su origen humilde, casi podría pasar desapercibido, si no fuera porque su largo curso, hasta Oporto, se convertirá en uno de los ríos más importantes de la Península Ibérica. Nace en soledad, la soledad que muestra la montaña en su espléndida desnudez, reflejada en los conocidos versos de Gerardo Diego grabados allí mismo sobre una placa:

“Rio Duero, río Duero,

                                    nadie a acompañarte baja,

                                    nadie se detiene a oir

                                    tu eterna estrofa de agua”

No han sido pocos los poetas que han glosado la admiración por este hecho sencillo en su origen y tan magnífico en su desarrollo. Sirva de ejemplo testimonial el encanto que le produce, además,  a nuestro citado poeta este singular fenómeno natural. Reproduzco el último  tercero de su soneto “Cumbres del Urbión”:  

                                    “Pero algo, Urbión, no duerme en tu nevero,

                                    que entre pañales de tu virgen nieve

                                     sin cesar  nace y llora el río Duero”

Este ha sido el lugar idóneo para reponer fuerzas y vaciar las mochilas de nuestras deseadas viandas, que nos permite el descanso obligado del senderista y, a la vez, nos proporciona energía para seguir nuestra ruta, todavía pletórica de nuevas sensaciones por disfrutar.

Una vez repuestas las fuerzas, emprendemos de nuevo una subida, esta vez hacia lo más alto del  Pico que nos está vigilando todo el rato. Iniciamos el ascenso por la cara oeste, en lugar de realizarla por la cara norte, si hubiéramos seguido la ruta que traíamos. Entre peñascos puntiagudos y escarpados, vamos encontrando el camino que al fin nos lleva a lo más alto de la cima (2.228 m. de altitud). Estamos en la cumbre del Pico de Urbión. Hemos llegado todos.

Nadie se ha querido perder este momento. Alguien se nos ha adelantado y encontramos tres chicos jóvenes, plácidamente descansando, además del grupo de cinco personas con quienes  hemos coincido en el nacimiento del Duero. En este lugar, nos sorprendió la llegada dos mujeres de mediana edad desde la ruta de Duruelo….¡en manga corta y con atuendo veraniego!, pese al viento frío que soplaba en estas latitudes. Y lo más curioso es que ambas eran de procedencia cubana….lo que nos produjo cierta perplejidad, frente a la protección contra este ambiente frío que todavía se siente en la montaña y del que nosotros, recios sorianos, intentábamos protegernos.

Arriba, en lo más alto, no faltan fotos de todos los colores, gustos y posiciones para inmortalizar el momento y recogerlo en el video-resumen con el que nuestro sherpa deja constancia del  paso por esta tierras .

Y si el nacimiento del Duero despierta sentimientos de admiración y hasta de ternura por el parto de este río-bebé, no es menos cierto que la majestuosidad del Urbión ha suscitado comentarios de asombro y belleza, tanto en autores próximos a nosotros, poetas o prosistas, como en los más distantes. Uno de los nuestros, Dionisio Ridruejo, natural de El Burgo de Osma, describe  así el Urbión, en su obra “Guías de Castilla la Vieja”:

El Urbión es majestuoso; sus  selvas son de gran densidad y las barrancas van ofreciendo murallones…..Hay por allí pinos gigantescos, con hayas que añaden al bosque mucho temblor de umbría y no poco misterio. Arriba se abre la corona rocosa, el circo glaciar que contiene las aguas más serenas y transparentes que quepa imaginar…..”

Y a propósito de los pinos de los que habla Dionisio Ridruejo, hay que añadir que el pino silvestre o pino albar es el más representativo de la zona. Alberto nos explica cuál es la altitud  optima para el desarrollo de esta clase de pino y por qué hay tanta variedad del mismo de unas zonas a otras. O cómo influye la altitud en las  diferentes clases de pinos .Existen otras  zonas cubiertas, como señala Ridruejo, de hayedos, además de rebollos, quejigos, abedules, etc. En cultivos herbáceos dominan los matorrales de brezo, estepa y retama, así como los almohadillados de piornales y enebros rastreros en las cumbres.

Dejamos la picota del Urbión y descendemos ahora por la cara norte para retomar el camino que traíamos antes de desviarnos al nacimiento del Duero. Abajo, a los pies de la cumbre, hay erguida una cruz de hierro, forjada por un herrero de Covaleda. Esta cruz sustituye a otra anterior, de similares características y peso (algo más de 60 Kg.), que fue deteriorada por las condiciones climáticas extremas que se dan a estas altitudes. Esa cruz inicial fue transportada a hombros, desde el refugio del Muchachón, por un grupo de vecinos de Covaleda, entre los que se encontraba este cronista, para conmemorar una antigua romería que se hacía desde el pueblo, el 23 de Agosto. Desconozco el significado de esta fecha. Solo lo he oído a los viejos del lugar y como tal lo transmito. Pues bien, decía antes que alguna anécdota me recordaba la subida por la conocida pista del Muchachón y a esto me refería: la subida a hombros de los voluntarios covaledenses que nos prestamos a cargar con la cruz hasta el Pico, está salpicada de anécdotas que se producían a la hora de los relevos  de cargar con la cruz (nunca mejor dicho). Y es que en los tramos llanos del camino los relevos se hacían con prontitud y sin esfuerzo, pero cuando se acercaba algún tramo más pendiente y esforzado para sujetar el hierro de tres brazos, pocos acudían a sustituir a los sufridos porteadores que cargan sobre sus hombros el pesado símbolo religioso. Recuerdo que el maestro de ceremonias de la ocasión ( vamos a llamarlo así),un vecino del pueblo ya entrado en años, conocido con el alias de “el ministro”, proclamaba a viva voz: ”¡relevo”!, pero su voz se perdía en el vacío. Tanto se cansó de repetir este imperativo que al final dimitió de su cargo, en vista del poco éxito de su mandato para distribuir equitativamente la carga que  portábamos. Pero una vez llegados al punto donde  depositar la cruz, todos celebramos el éxito de nuestro esfuerzo y se olvidaron los malos tragos de quienes soportaron el peso y las elevaciones más  empinadas con la cruz a cuestas.

Descendemos de lo más alto de la montaña, no sin antes recordar la descripción que Pérez Galdós (nada que ver sus orígenes con esta tierra) hace de esta montaña, en su novela “El Caballero encantado”:

Mira con la fantasía y vente más allá conmigo, hasta los picos excelsos del Urbión, donde verás sin esfuerzo partes muy gloriosas de mis estados. El aire que aquí respiramos, ¿no es el aire del primer día del mundo? Su diafanidad, pureza y frescura dan vida nueva a mi espíritu”.

Hemos enfilado por el camino que iniciamos en el Muchachón, pero pronto nos desviamos hacia el este, para encontrarnos enseguida con la Laguna Larga, testimonio perenne de quietud y generosidad. Quietud, porque sus aguas remansadas transmiten paz y sosiego ante su contemplación. Y generosidad porque no satisfecha con el agua que forma su remanso, vierte su excedente, en forma de caudaloso arroyo que se despeña ladera abajo, para formar el origen del río Revinuesa, del cual disfruta la vecina localidad de Vinuesa, a la que aporta riqueza paisajística, turística y piscícola.

Atrás queda esta hermosa masa de agua, mientras seguimos el camino paralelo  que conduce a la Laguna Negra, pero por un plano superior, para acercarnos a la Laguna Helada. Como sus hermanas de proximidad, la Larga y, la más conocida, la Laguna Negra, es de origen glacial y su nombre proviene, probablemente, de este hecho o del más realista y repetido de helarse sus aguas durante los meses de invierno.

Por el camino ligeramente ascendente que nos conduce hasta esta laguna sentimos el armonioso fluir del agua subterránea, que unos metros antes se ha hecho visible y después se esconde en el subsuelo, aunque deja constancia de su presencia activa por el sonido que hace al verter subterráneamente su caudal en fricción con las piedras que le sirven de tapadera exterior, para conservar su limpieza y pureza.

Caminamos junto a esta laguna por la marcada senda próxima a su orilla y enseguida abordamos una pequeña subida, que da acceso a una ancha pista, en dirección al Mirador de la Laguna Negra. Ahora si tenemos una mañana luminosa y clareada y podemos completar el programa de visitas previsto para esta ruta. Y en pocos metros nos hemos acercado hasta el despejado mirador, que nos permite una espléndida visión de nuestra visitada y admirada Laguna Negra desde esta excelente atalaya natural. Observamos el color del agua, de un verde turquesa intenso, que no es del agrado de todos los miembros del grupo, por lo que supone de alteración de su color natural y la supuesta artificialidad que presenta, debido a la presencia de un alga invasora que le confiere esa tonalidad cromática. Y es cierto que si  gana en belleza cromática, lo pierde en naturalidad y autenticidad de sus aguas. Y frente a nosotros, sin necesidad de inclinar la vista como hacemos para admirar la Laguna negra, el pico Zorraquin parece observarnos con cierto aire de frustración por no acercarnos a mimar su puntiagudo y equilibrado suelo pedregoso, que ya hemos pisado en otras ocasiones, mientras nos hemos dejado acariciar por los vientos de su hermano mayor, el Urbión. Esta vez, el wikiloc de nuestro sherpa nos lleva por otros derroteros. Pero el Zorraquin sigue ahí y  siempre será motivo para rendirle visita en próximas ocasiones que respiremos aires del Urbión.

Desde aquí, una ancha pista nos conduce (1,3 Km.) hasta el enlace con la del Muchachón. Por el camino observamos, como ya habíamos visto antes, que algunos pequeños charcos de carretera presentan largas hileras de diminutos seres de color negro, flotando sobre el agua y confiriéndole este color, que discutimos si se trata de puestas de algún animal acuático o anfibio, o se trata de mosquitos atrapados en la corriente (más improbable), sin solución de volver a la superficie. Resulta curioso este aspecto no visto en otros charcos de agua que a menudo encontramos en la montaña.

Una vez situados ya en la pista del Muchachón, a escasos 500 metros tenemos los coches y vislumbramos ya el fin de la ruta. Sin incidencias hemos acabado esta hermosa etapa por el techo geográfico de nuestra provincia, satisfechos de que el tiempo nos ha respetado y las condiciones que nos han permitido admirar  una vez más, los encantos de la montaña.

Descendemos hasta Covaleda, donde algunos apuramos todavía algunos minutos para tomarnos en “Las Vegas” una cervecita que refresque nuestras secas gargantas.

Y como no podía ser de otra forma, quisiera despedir esta crónica reproduciendo algunos versos del poeta citado al inicio de la misma, y al que los covaledenses le rendimos tributo de gratitud por haber puesto a Covaleda en el mapa de la literatura moderna:

“Por tus pinares solo pasa ahora

                                    el alma, y a tu luz madrugadora

                                    se acoge, y a tocar el sol se atreve.

                                    Dorada, blanca, verde sobre el río

                                    traes músicas del Urbión al pecho mío”

Agnelo Yubero   

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