El templo del roble Ruta 12/04/25

Nuestros pasos nos llevaron esa mañana hasta Sotillo del Rincón, en la zona del Valle del Razón. El lugar estuvo poblado en otras épocas por el pueblo Pelendón, una tribu de bravos guerreros y hombres de honor según los romanos, cuyas huellas visitaremos.

Comenzamos nuestra ruta al lado de la piscina fluvial, donde conocimos a Pepa, que empieza su andadura con nosotros.

Dieciocho senderistas, un poco aprensivos por los 17,37 kilómetros y los 535 metros de desnivel positivo que nos esperaban, echamos a andar. Nos guiaba muy tranquila y segura Reme, con el apoyo del otro Martínez, formando un binomio de líderes fraternal.

La ruta empieza ascendiendo, en una mañana con niebla que confunde al caminante y le transporta a otros lares, también celtas, pero más norteños. Algún kilómetro de subida después, cogemos una pista a la izquierda en la que empezamos a vislumbrar tres de los múltiples ejemplares singulares de roble albar o Quercus petraea con los que nos vamos a encontrar.

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Las tribus celtíberas consideraban estos árboles sagrados, por su imponente presencia y longevidad, y se asociaban con los druidas, que creían que eran portales hacia otros reinos.

La senda no parecía muy transitada, con la maleza alta por las últimas y copiosas lluvias, y las hojas y bellotas caídas. La senda y la niebla conseguían un efecto de irrealidad y de desconexión.

El musgo y el liquen poblaban las piedras y las ramas de los robles tenían formas curiosas, que acariciaban nuestra imaginación.

Se habló de muchas cosas en esa subida, pero sobre todo, de vida y de muerte. Vida, la de la primavera resurgiendo, de cómo los árboles se renuevan después del ataque de un rayo en su tronco y la herida visible que eso deja. Alberto, el druida de nuestra tribu, comenzó sus explicaciones, detallando el proceso por el cual la naturaleza se regenera a sí misma, y como de la muerte vuelve a salir vida.

Los árboles tenían más de 200 años. De los anillos en el tronco, contándolos, se puede saber cuántos años ha vivido ese árbol y por el grosor de estos, cómo ha sido el año atmosférico. En uno de los árboles cortados que mostró Alberto se veían claramente los efectos del cambio climático.

De muerte se habló en relación con el Eléboro, una hierba con la que se podían hacer pócimas venenosas. En algunas culturas se le considera una planta de uso mágico y también se le conocía como “hierba ballestera” debido al uso que se hacía del jugo de la planta para envenenar flechas. Otro nombre popular que se le da es “hierba llavera”, por ser la planta cuya temprana floración representa la “llave” o apertura de la primavera.

Aprendimos, como siempre, nuevo vocabulario en la excursión. La palabra de este día es Tocona. Tocón es la parte del tronco de un árbol que queda unida a la raíz después de cortarlo, y cuando el diámetro del tronco es gigante, la palabra se utiliza en femenino.  Algún día alguien debería escribir el Diccionario de las rutas de Paso a Paso.

Continuamos la subida hacia la cumbre, entre la niebla, pero con la lluvia aguantándose las ganas de mojarnos. Cruzamos un canchal y tras dejar a nuestra derecha el vértice geodésico,

llegamos a Pajareros, la cumbre de nuestra ruta. Vimos la torre de incendios, mucho más estable que las cochambrosas torres de caza que dejamos atrás por el camino.

De ahí los guerreros de nuestra tribu nos dirigimos al asentamiento pelendón, el Castillejo, que pertenece al término de Langosto. Como temíamos, la niebla seguía allí a nuestra llegada y no nos dejó ver las vistas del otro valle desde la altura. El viento movía la niebla rápidamente de tal forma que lo que se veía en un momento la persona siguiente en llegar no lo percibía.

Este castro de los siglos VI-IV a.C. fue dado a conocer por Blas Taracena en 1929 y se asienta sobre un espolón, situado a unos 1464 metros en la cumbre de la Sierra de Carcaña. Su forma es triangular, siendo uno de los más pequeños (de unos 2100 metros cuadrados de superficie). Por la parte accesible de la Sierra, está defendido por una muralla de mampostería de 3,50 m de espesor y de forma ligeramente trapezoidal.

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Por delante de la muralla, la defensa se refuerza con una barrera de piedras hincadas. Los peledones se dedicaban a la ganadería, al igual que lo harán sus sucesores en ese Valle de la mantequilla.

Pensábamos que no iba a despejar e incluso cayeron algunas míseras gotas, pero cuando llegamos al Cruz del Cominar,

entre un paisaje completamente diferente y lleno de pinos, la visibilidad era absoluta y podían divisarse cinco pueblos. Almorzamos allí, muchos sentados en un banco con unas vistas increíbles a la nevada Cebollera, junto a una estatua conmemorativa, varias placas, y una cruz con bandera y foco. En la cruz ponía Villar del Ala y había una mención a las dos personas que anualmente subían a cambiar los focos.

Comenzamos a bajar atravesando,

hasta llegar a nuestros coches, varios pueblos como Villar del Ala y Aldehuela del Rincón, además de unas cuantas dehesas de pueblo con sus puertas de alambre ¡Y luego dicen que no es posible poner puertas al campo!

 

En las dehesas con robles por las que pasamos abundaban las violetas, otra flor que anuncia la llegada de la primavera. Encontramos varias explotaciones de vacas y un lavadero de agua caliente con el agua muy fría y llegamos por fin a destino, tras lo cual nos fuimos a beber a nuestro bar de cabecera y recordamos a los guerreros heridos. Entre los chascarrillos habituales agradezco a mis compañeros la ayuda que me ofrecieron aportando la información que necesitaba para escribir la crónica, convirtiéndola en colaborativa. Espero no haberme alejado demasiado de lo canónico al escribir lo que las hojas de roble al moverse me susurraron, vaticinando un futuro lleno de nuevas salidas.

María Jesús Diaz Palomar

 

One Comment so far:

  1. Estupendo sonido y susurro del roble!!!
    Preciosa crónica de un día estupendo en el valle!
    Gracias Chus!!!!

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Posted by: soriapasoapaso on