RABANERA DEL CAMPO: RETAZOS DE LA SORIA VACIADA

RABANERA DEL CAMPO: RETAZOS DE LA SORIA VACIADA

 

Soria, 21 Septiembre 2024

 

Nos quedamos cerca de casa. Apenas 21 Km. nos separan de la city. Hoy nos acercamos a uno de los muchos rincones de nuestra provincia que reflejan fielmente ese panorama de una tierra austera, típicamente agrícola y despoblada.

A la hora de costumbre ( 8,00 h) nos damos cita poco más de una docena de entusiastas del bastón y la mochila. Las predicciones meteorológicas (suponemos) han disuadido a otros de ponerse en marcha para pasar la mañana caminando por las  llanuras, cerros y quebradas que ondulan el paisaje de los campos sorianos.

Y a los más previsores no les faltaba razón: una hora antes de nuestra salida llovía copiosamente sobre la ciudad. Sin embargo, cuando nos reunimos a la hora citada para decidir si hacíamos la ruta, la opinión fue unánime e indubitada: salimos. A esa hora, el  copioso chaparrón de las 7,15 h. había remitido y apenas unas gotas  humedecían el ambiente climático de este último sábado estival. Nos advierte Ricardo, nuestro guía de hoy, que no teme tanto a la lluvia que nos pueda incomodar la caminata, como a la acumulación de barro por los caminos que vamos a recorrer. Al final, sus temores no se hicieron realidad y solo la humedad del suelo que transitamos nos advierten que  ha corrido el agua con generosidad por estos pagos..

Nos ponemos en marcha y en poco más de veinte minutos hemos llegado hasta Rabanera del Campo. En un pequeño raso aledaño al pueblo aparcamos los coches e iniciamos el ritual preparatorio de toda ruta: ajuste de mochilas, estiramiento de bastones y, en esta ocasión, asegurarnos que llevamos los pertrechos necesarios para protegernos de la posible lluvia que nos pueda sorprender por el camino. Y a fe que a nadie le pillará desprovisto de la protección oportuna para hacer frente  a esta contingencia climática.

Como resulta ya habitual cuando llegamos a un pequeño pueblo de nuestra provincia a primeras horas de la mañana, el municipio respira una paz sepulcral: ni un alma por las  calles, ni un madrugador habitante del lugar a quien dar los buenos días;  ni siquiera vemos alguna chimenea humeante que nos advierta que en ese hogar hay vida humana. Todo es silencio, quietud, ausencia, que se compensa (si es que hay alguna compensación ante esta situación) con el ambiente limpio, el aire puro de la sierra  y, sobre todo, ese inconfundible olor de hierba húmeda que destila el campo cuando aparecen las primeras lluvias que propician el siempre agradable aroma de la tierra regada e incontaminada.

Una cómoda pista de uso agropecuario dirige nuestros primeros pasos a la salida del pueblo. Una bomba de extracción de agua nos despide a la salida del silencioso municipio. Me comenta Chema que este tipo de recursos sirven para abastecer los camiones-cisterna que llenarán su depósito para mezclar el agua con otros productos que fertilizan o limpian el campo.

Los primeros compases del paseo sabático transcurren en animada conversación, por caminos amables, exentos del temido barro debido a  la naturaleza del suelo filtrante del agua y, sobre todo, por la benevolencia del trazado de la ruta, que nos muestra una senda llana, despejada, sin altibajos y con una temperatura acogedora para nuestra práctica senderista, a pesar del cielo nublado, que no ofrece garantías de que, más pronto que tarde, tengamos que hacer uso de los paraguas o las capas impermeables.

Por ahora, caminamos sin preocuparnos de la lluvia y contemplando la vegetación de los campos agrícolas que se abren a nuestra vista. La senda aparece flanqueada de abundantes especies de arbustos  como la jara o estepa. No falta tampoco la presencia del habitual berezo o brezo, que en esta época adorna sus verticales tallos con sus corpusculares flores moradas.

Y mientras la conversación hace más ameno  el camino, la lluvia nos respeta y nos permite llegar hasta uno de los puntos señalados en la ruta como lagunilla de Valdecilla. Desconozco el origen del nombre de este pequeño ¿acuífero?, pero no me sorprende el diminutivo de su identidad: lagunilla. Porque apenas llega a eso: y es que, en algún momento de su existencia, se ha podido mostrar como una pequeña laguna, pero, en el momento que la visitamos, lo que observamos es una reducida, pero magnífica superficie verde alfombrada de exuberantes hierbas, que ocultan el agua de lo que puede ser un embalse cuando su caudal le permite asomar a la superficie. No es la primera vez que nos encontramos con estos fenómenos, donde la porosidad del terreno absorbe las pequeñas concentraciones de agua que se producen sobre una llanura, mostrando su exterior más superficial como un vergel de verde colorido  por efecto del agua que subyace bajo sus raíces.

Vamos cumpliendo con el rigor senderista que marca el wikilock de Ricardo. La lagunilla  era un lugar de tránsito. No ha sido un encuentro fortuito

Seguimos. Y no encontramos ni un ápice de barro bajo nuestras suelas. El camino  es francamente cómodo y nada propenso a  ensuciar las  botas.

Y si antes he dicho que la jara  y el brezo flanqueaban nuestros pasos, ahora nos adentramos por sendas boscosas, con predominio de la encina y algunos ejemplares de pinos silvestres.

Franqueamos la puerta de una extensa zona vallada, para adentrarnos por otro cómodo sendero que nos llevará, ahora sí, a una laguna de verdad. Se conoce como la laguna grande. Y lo primero que nos sorprende gratamente  es la presencia de simpáticos patos que disfrutan de su hábitat natural. Pero aquí vivimos otro episodio curioso y ameno para contarlo: cerca de la laguna pastaba tranquilamente un rebaño de vacas. Cuando sintieron nuestra presencia, nos miran con la cara que mira una vaca a un extraño y, frente a frente, nos retan a seguir nuestros pasos por su territorio. Lolo va en cabeza del grupo y a un grito suyo, las vacas emprenden una huida hacia adelante, queriendo evitar nuestra presencia. Eso pensamos. Nos hemos librado de su molesta compañía. ¿Seguro?  Pues no. Cuando menos lo esperamos, la manada da un giro en dirección contraria y nos encara como advirtiéndonos que estamos en su territorio y no están dispuestas a que invadamos su espacio. Por un momento, surge la sorpresa y, no vamos a ocultarlo, cierto temor ante el peligro que supone la amenazante mirada de los cornúpetos. De nuevo Lolo ahuyenta con un grito a las ”inocentes” vacas y, ahora, toman una dirección contraria la que habían seguido en el primer movimiento: huyen a la carrera en dirección lateral a la que nosotros llevábamos. Nos sentimos más aliviados y seguimos nuestro camino, un poco más reconfortados de tener a esta manada  más alejada de nosotros. Es la anécdota del día que se presta a comentarios distendidos y jocosos. Chema me comenta que es la primera vez que ve una reacción de este tenor en una manada de ganado vacuno. Y en el mismo tono humorístico le pregunto a Lolo qué es más peligroso: si un incendio (algo que él conoce muy bien por su profesión de bombero), o una vaca enfurecida. La respuesta es un  acertado compendio de sensatez y sentido común: depende cómo sea el incendio y cómo sea la vaca enfurecida. Y todo en un tono de humor compartido por un encuentro fortuito con quienes no teníamos previsto  encontrarnos. No faltan tampoco interpretaciones a este comportamiento animal que omito para no hacer más extenso el curioso incidente.

Dejamos atrás la laguna (de las vacas ya ni nos acordamos) y seguimos nuestra ruta  hacia un camino más boscoso de robles, pinos y encinas. La lluvia ha hecho acto de presencia en cantidades moderadas. Afloran los paraguas y nos enfundamos (quienes no la tenían puesta) las capas protectoras del agua. Y como es la época propicia, vamos encontrando no pocos ejemplares de productos micológicos, la mayor parte no aptos para el consumo; pero sí hemos recogido algunos boletus edulis, que José se encarga primorosamente de guardarlos en una bolsa y algún aislado níscalo que ha avistado Paula. Estamos al principio de la temporada micológica y, por las lluvias caídas los últimos días, la campaña se presenta prometedora.

Toda vez que hemos atravesado la masa boscosa, nos adentramos ahora en las llanuras cerealistas que, en este caso, son tierras que no se han cultivado en la última campaña y permiten un paso a través de las mismas con no poca fortuna para evitar el barro que, en otras circunstancias, se nos pegaría a las botas.

Llevamos más de dos horas caminando y preguntamos a nuestro guía cuándo es el momento propicio para hacer el consabido descanso reparador que permita desenfundar el bocata. Desde una de estas tierras que cruzamos, nos señala un cerro próximo, a menos de veinte minutos de camino, donde repondremos fuerzas, como lugar idóneo para satisfacer nuestras necesidades gastronómicas. Y allí nos encaminamos, después de atravesar la carretera de asfalto que comunica estas localidades del sur de la provincia con la zona de Almazán.

El pequeño montículo presenta una aspecto similar a un sombrero sobre un cuerpo sin cabeza, rematado en su parte superior por una superficie pétrea que da consistencia  esta altitud, y un poco más en dirección este encontramos el típico punto geodésico (basamento y pequeña columna cilíndrica hormigonados),  que marca la máxima altura de esta elevación.  El ascenso hasta aquí ha sido cómodo, por su escasa longitud y moderada pendiente. Así que, una vez tomada la foto de familia con  la inefable cámara y el no menos sufrido trípode de nuestro guía, nos encaminamos al lugar fijado  para hacer el descanso esperado en toda ruta.

Y aquí nos encontramos con otra sorpresa. A unos veinte metros del visitado vértice geodésico, en dirección suroeste, Ricardo nos había hablado de una cueva. Todos dábamos por hecho que sería el lugar ideal para disfrutar pausadamente del bocadillo y la bota, sin temor a la lluvia en constante amenaza toda la mañana. Pero la cueva ocultaba un secreto: bajo la tierra nos encontramos las ruinas de lo que antaño fue una ermita dedicada a San Blas, propiedad del pueblo de Rabanera y que todavía conserva los frescos de las pinturas bajo los escasos arcos que servían de armazón protector de este lugar y alguna pintura alegórica a la tiara episcopal sobre la bóveda de este entramado cripto-religioso.   Curioso y sorprendente este refugio  de culto, que, lamentablemente, presenta un aspecto poco prometedor de una reparación urgente y necesaria para que devuelva a sus legítimos usuarios, los vecinos de Rabanera, el fervor por algo tan propio de  nuestro medio rural, como ha sido la advocación a santos y vírgenes, mediante la construcción de pequeñas ermitas o santuarios en cualquier parte de los caminos, campos o  altitudes de nuestra tierra, testimonios fidedignos de  las creencias de un pueblo. En esta cueva, San Blas encontró un reconocimiento a sus virtudes curativas de la garganta, pero hoy día, el  pobre santo se  encuentra desvalido  y olvidado,  sin mucha  presencia de quienes otrora pudieron ser sus fieles admiradores.

Y  aquí, en las proximidades a la entrada de este pequeño montículo-santuario, acomodados sobre los restos de pequeños muros de piedra que sirvieron para despejar la entrada a la gruta, abrimos las  mochilas para dar satisfacción a nuestro más que merecido apetito matutino. Corre la bota entre los devotos de Baco, mientras Asun reparte deliciosas pastillas de chocolate para dulcificar el bocadillo y Belén se construye su particular vivac utilizando su capa  impermeable que le protege de las escasas gotas de lluvia que han vuelto a aparecer.

Dejamos la ruinosa ermita una vez hemos dado cuenta de nuestros recursos gastronómicos y enfilamos la última parte del recorrido de hoy. De  nuevo cruzamos por parcelas no cultivadas, pero en esta ocasión pisamos arena que ha arrastrado el agua hacia estas superficies, lo que resulta más cómodo para evitar el pegajoso barro que se forma sobre la tierra arcillosa de estos espacios cerealistas. Y enseguida tocamos terreno firme cuando accedemos a la carretera asfaltada que comunica estas localidades. Ya divisamos Rabanera y el camino se nos hace más amable hasta la entrada al pueblo. Y dentro del mismo podemos contemplar, con indisimulada sana envidia, dos hermosas nogales que presentan sus ramas a reventar de este preciado fruto, todavía sin madurar. Por si fuera poco, algún manzano muestra signos de haber sido infrautilizado, al observar no pocas manzanas por el suelo  sin recoger. Una señora del lugar, la única persona que hemos visto en el pueblo, nos informa, después de preguntarnos quiénes éramos , de dónde veníamos y  que recorrido habíamos hecho por esta tierra, de los propietarios, ausentes hoy, presentes ocasionalmente, de algunas viviendas recién restauradas, así como de la moradores fijos con los que cuenta Rabanera. “Se pueden contar con los dedos de una mano –nos dice- y no llegas al final de los dedos de la mano”. Vale. No se puede ser más explicito.

Dejamos Rabanera y acordamos tomar la primera cerveza del día en nuestro lugar habitual de culto tras las caminatas: la cafetería del Gaya Nuño. Y allí nos dirigimos para acabar una más de nuestras  disfrutadas escapadas grupales. Y en el horizonte próximo  las salidas a tierras pirenaicas: primero Panticosa y después, según nos enteramos esta semana, Benasque.  ¿Hay quien dé más?

 

Agnelo Yubero

One Comment so far:

  1. Vaya con las vacas…no hay que confiarse con ellas, esta visto. Y vaya sorpresa la de la ermita. Cada ruta tiene alguna sorpresa y tu nos lo relatas con detalle y buen humor.

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Posted by: soriapasoapaso on