LEVANTANDO LA CABEZA (UNA RUTA DE ALTURA)
Soria, 20 Abril, 2023
Si hace un par de semanas encabezábamos nuestro relato semanal con un expresivo “Sin levantar la cabeza”, el titular antagónico de la crónica de hoy es por motivos obviamente contrarios al perfil de la jornada anterior que vamos a recorrer: había que levantar la mirada (el suelo era amable) para divisar la altura que esperamos alcanzar y no queremos perder de vista.
A la hora habitual (8,00 de la mañana), y en el sitio de costumbre, nos hemos dado cita algo más de veinte entusiastas participantes para hacer nuestra esperada caminata sabática. En esta ocasión, nos llevará hasta la Laguna de Cebollera.
Y a esa hora estamos todos ya distribuidos en los coches que partirán hacia nuestro punto de origen: las inmediaciones del pequeño pueblo del valle, Molinos de Razón.
Enfilamos por la N-111 hasta alcanzar el desvío que nos acerca al lugar convenido donde iniciaremos la ruta. Algún despistado (léase, este cronista) se pasa de frenada y busca otra salida, amparándose en el recuerdo que tenía de un antiguo cartel informativo, hoy ya desaparecido, que indicaba la dirección a tomar. Pequeño incidente que apenas supone unos minutos de retraso para nuestro programa andarín. El resto de compañer@s nos esperan al comienzo de una pista forestal. Desde aquí, recorremos unos metros hasta localizar un aparcamiento natural en la llanura del valle, donde aparcamos los coches y comenzamos la “escalada”.
Si la ruta de la semana pasada transitó por cumbres nevadas, hoy no encontraremos nieve en nuestro recorrido, pero compartimos la misma y deseada meteorología: un sol radiante acompañará nuestro paseo, aunque la temperatura a estas primeras horas de la mañana aconsejan el uso de gorro y guantes para hacer más soportable el inicio del trayecto.
El suelo es una cómoda alfombra de hierba, todavía bien humedecida por las últimas lluvias.
Salimos de los llanos que circundan el valle para adentrarnos en un ascenso constante entre robles, quejigos y algún reluciente acebo, que reclama su presencia entre la flora competidora por el llamativo verde intenso que emana de sus hojas. Y pronto tomamos un PR cuidadosamente señalizado en la corteza de los árboles que vamos dejando atrás.
No hay puntos intermedios de interés en el recorrido, así que la compañía, la conversación y el flujo de sensaciones que nos va dejando el camino constituyen los asuntos que mantienen nuestro tiempo, mientras vamos consumiendo kilómetros hacia otra de las lagunas emblemáticas de nuestra provincia. No solemos hacer nuestros paseos con música de acompañamiento, pero no nos hubiera importado tener de fondo, a modo de suave susurro musical mientras caminamos, la banda sonora del excelente montaje audiovisual que ha hecho Ángel sobre la ruta. El celebérrimo “Bolero”, de Ravel, siempre es un magnífico estímulo sensorial en cualquier situación de reposo o movimiento.
El valle, el campo, la montaña…todos estos elementos se dan cita hoy en nuestro encuentro con la naturaleza que disfrutamos cada sábado. El valle, pletórico de vida, muestra el semblante más significativo de esta zona. Su pradera, tamizada de un verde luminoso, recuerda el motivo del genérico apelativo de la zona que pisamos, y su otrora floreciente riqueza ganadera que llenaban estas praderas de ganado vacuno, generando la materia prima de lo que en su día fue (y sigue siendo) un celebrado y reconocido producto genuinamente soriano: la mantequilla de Soria.
El campo, ese campo agrícola y ganadero, representado en algunas majadas que albergan rebaños de ovejas, símbolo inequívoco de nuestra riqueza rural dispersada por toda la provincia.
Y la montaña: ¡ay, la montaña! No nos faltan en nuestra superficie provincial relieves elevados. Seremos pocos en población, pero abundantes y ricos en hábitats montañosos, que hacen las delicias de caminantes, paseantes, senderistas y cuantos sienten amor y devoción por dirigir los pasos hacia cumbres y alturas que permiten satisfacer dos pasiones (por lo menos): el amor por subir siempre un poco más arriba y la satisfacción de contemplar los contornos de la tierra que se alcanza a nuestra vista, aunque parezcan distantes en el espacio.
Hoy tenemos la posibilidad de disfrutar de las tres variantes más representativas de nuestra patria chica; pero vamos a centrarnos en la última, ya que este es el perfil de la ruta.
Recorremos unos pocos kilómetros en suave ascenso. Vadeamos algunos arroyos, entre los que, inevitablemente, nos hemos topado con el más familiar de esta comarca: el incipiente río Razón.
La subida se va haciendo más exigente. Y entre arbustos que llaman la atención por el colorido de sus flores en tonos violetas, el suave trajín de sortear los fluyentes arroyos que cruzan nuestro camino y el frío viento que se deja notar a medida que ascendemos, vamos mirando hacia arriba, siguiendo una ruta que nos acerca al objetivo hoy previsto.
Las marcas blancas y amarillas sobre la corteza de los árboles son nuestra guía. Estamos en el buen camino para dirigirnos hacia el punto más alto de nuestro objetivo. Alcanzaremos una altitud de 1848 m., pero todavía no hemos llegado. A medida que avanzamos, empieza a aparecer la masa frondosa de pino albar, que todavía en esta latitud crece con pujanza para cubrir de riqueza forestal estas laderas, que, en su parte más occidental, comparten propiedad con la región riojana. No llegaremos hasta lo más alto, por lo que el paulatino y regular ascenso es menos exigente que las subidas pronunciadas a otras cumbres recorridas.
Y por el camino no faltan conversaciones sobre temas campestres de tipo cinegético, pesca, variedad botánica, micología, etc. En concreto, comparto con Javier una curiosidad (que, por otra parte, es una obviedad): él es aficionado a la caza; yo me he inclinado por la pesca. Y constatamos que en pesca existen cotos protegidos, conocidos como “pesca sin muerte”, mientras que en la caza no existen cotos de esta naturaleza, o, lo que es lo mismo, la caza siempre implica el abatimiento de la pieza. Y sin embargo, una y otra actividad, con resultados antagónicos en su ejecución final, tienen el mismo objetivo: regular la fauna que enriquece nuestros montes y ríos. En definitiva, cuidar y promover una riqueza faunística imprescindible para el sostenimiento del medio natural.
Y entre conversación y conversación, comentarios sobre la flora que vamos encontrando, la distancia recorrida… nos vamos acercando a la parte más llana del camino, inequívoca señal de la proximidad a la laguna que siempre muestra sus aguas tranquilas y permanentes al ojo del visitante.
Caminamos los últimos metros por una cómoda pista de tierra, antes de adentrarnos en las proximidades de la masa de agua a la que llegaremos, sorteando algún que otro pequeño arroyo, a través de suaves apoyos sobre las piedras en el lecho del mismo cauce. Antes hemos hecho un suave ascenso `por unos rudimentarios peldaños soportados en troncos de árbol, que facilitan el acceso a las proximidades del lugar visitado.
Y ahí está, con su solemne quietud y belleza tranquila, la laguna de Cebollera, remanso de paz, hondonada húmeda que mira a su alrededor para encontrarse con crecientes pinos que exhiben su condición de guardia pretoriana del lugar que protegen, o altivas cumbres que bordean su contorno, en este caso, coronadas del blanco níveo que les proporcionan las últimas nevadas, a modo de imaginaria anguila que se estira hasta el infinito en su afán de perpetuar la belleza que proporciona la corona blanca sobre las cumbres.
Ante este maravilloso espectáculo, no olvidamos que nos queda otro compromiso con nuestro esforzado organismo, cual es reponer las energías consumidas con el consiguiente bocadillo anhelado. Y allí, un poquito por debajo de los límites de la laguna y protegidos del frío viento que azota la sierra, nos resguardamos, buscamos acomodo y abrimos las mochilas para sacar las viandas, largamente deseadas tras otra etapa llena de esfuerzo y entusiasmo.
Y como en toda etapa, no faltan los gestos de solidaridad que se manifiestan entre el grupo, en forma de repartos de pequeños (o grandes) nutrientes de todo tipo: anacardos, frutos secos, la bota de vino, delicatesen de chocolatinas energéticas, etc. Es lo habitual. Y resguardados del viento que mece, como un arrullo, las copas de los árboles que protegen nuestra presencia, vamos dando cuenta de nuestro frugal menú de ruta.
Estamos a algo más de 1800 m. de altura. Echamos un último vistazo a este memorable y perenne embalse acuático de la sierra de Cebollera y nos disponemos a emprender el viaje de regreso a nuestro capital. Lo hacernos por un camino que, podríamos llamar, más prosaico: se trata de la pista de tierra, apta para la circulación de vehículos que se acercan hasta la laguna visitada, aunque ostensiblemente mejorado en su estado al que presentaba años atrás.
Vamos bajando. Y el descenso, por su menor nivel de esfuerzo, se presta más a la conversación distendida y por momentos intimista, que se genera entre nosotros.
Y la pista de tierra se hace más corta que la subida. Obviamente. Enseguida nos hemos plantado en el aparcamiento natural donde hemos dejado los coches. Un pequeño incidente: una compañera tiene problemas con el coche. No le arranca y hay que solicitar los servicios de una grúa. Un grupo de compañeros se quedan con ella hasta que llegan las asistencias. Otros, ha partido hasta Soria. El incidente se solucionó tras dos horas de espera. Pero tanto los que permanecieron con ella, como los que se fueron, han disfrutado de la cerveza o el vino post-ruta: los que se quedaron, en el camping de Valdeavellano, y los que se fueron, en el lugar de costumbre. Y es que hay hábitos en nuestro espíritu grupal, que no los modifica ni una grúa….
Y un PD. Mi recuerdo personal a una compañera vinculada a las tierras que hoy hemos visitado, miembro que fue del grupo, y que ya no pueden acompañarnos por decisión personal. Un abrazo para ti, Feli.
Agnelo Yubero
Vivan nuestras montañas y que las sigamos disfrutando visitándolas y relatando nuestras experiencias. Estoy contigo, yo también recordé a Feli al hacer esta ruta.