SIN LEVANTAR LA CABEZA (POR TIERRAS DE BERLANGA)

 

 

                                                                                   Soria, 6 Abril, 2024

 

El título de la crónica me lo ha sugerido Conchi. Y no le falta razón, porque buena parte del camino lo hemos hecho campo a través, sobre suelos pedregosos, erizados de dificultades constantes por la brusquedad del piso sobre el que asentamos las botas y que exigen una esfuerzo continuo de asegurar la pisada, aunque compensado por las vastas y hermosas  extensiones cerealistas que inundan el paisaje hoy visitado, tamizado de un verde intenso que anuncia el resurgir de una floreciente cosecha   propiciada por las recientes lluvias de días pasados.

Pero vamos al principio.

Son las 8,00 h. y ya estamos todos los inscritos en el lugar de concentración habitual, dispuestos a emprender el trayecto hasta Morales, en las proximidades de Berlanga, punto de inicio de nuestra caminata sabática.

La distribución en los coches entre los participantes estaba ya casi decidida en fechas anteriores, así que apenas perdemos tiempo en esta tarea y con puntualidad suiza salimos en dirección hacia el municipio citado.

Durante el viaje los primeros comentarios versan sobre la meteorología para hoy. Vamos a tener suerte y las previsiones nos indican que no habrá riesgo de lluvia. La temperatura es agradable, a pesar del cielo plomizo que nos acompañará toda la mañana.

En poco más de 45 minutos hemos llegado a Berlanga de Duero y desde aquí, apenas 6 Km. nos separan de Morales. Esta localidad nos recibe con un silencio sepulcral, no sabemos si por falta de ocupantes (otra vez la estampa de la España vaciada) o porque la hora temprana de nuestra llegada no invita a los paisanos del lugar a salir a dar la bienvenida al numeroso e inusual grupo de senderistas que hoy animan sus calles vacías.

Un dato curioso: algunos aparcamos los vehículos en lo que en su tiempo fue el frontón del pueblo, hoy en evidente estado de desuso y (tal vez) de abandono.

Nuestro sherpa de hoy es Angel. Así que una vez se pone en marcha la comitiva, seguimos tras sus pasos, y arrancamos hacia el destino que el wikiloc del guía nos dirige.

La salida del pueblo  ofrece una panorámica mitad agrícola, mitad vitícola. Porque, efectivamente, desde estas tierras se estrena la DO “Ribera del Duero”, todavía no en grandes cantidades de producción vinícola,  pero sí como una alternativa y una riqueza añadida al quehacer agrícola de nuestros campos sorianos. Y ahí están los cuidados  viñedos que forman parte de este entorno próximo al municipio que dejamos atrás.

El inicio de la ruta resulta agradable: un camino llano por donde transitan los vehículos  que trabajan estas tierras cerealistas mencionadas,  la silueta del castillo y fortaleza califal de Gormaz que divisamos no muy lejos de nuestra posición y la riqueza forestal que dan a estas tierras los encinares y sabinares que perforan su suelo, conforman  un cuadro de indudable belleza rural. Y como no podía ser de otra manera, no faltan los tramos por los que bordeamos las piezas sembradas, comentando entre nosotros la diferencia de crecimiento del grano de unas a otras parcelas.

Pero no todo es un panorama idílico: apenas caminamos uno pocos metros, encaramos una pronunciada, aunque no muy larga cuesta, que pone a prueba nuestras todavía intactas energías.  El terreno no es especialmente montañoso, pero al adentrarnos en un pinar de enebro, encinas y sabinas, suelen ser habituales las ondulaciones y elevaciones del entorno, formando pequeñas lomas de escasa altitud y cubiertas por las especies forestales citadas, sin un camino prefijado y sorteando tanto la superficie pedregosa del terreno (sin levantar la cabeza, Conchi dixit), como evitando  las ramas que cierran el paso por nuestra improvisada senda. Este entorno constituye un hábitat ideal para algunas colonias de animales como ciervos, corzos o jabalíes, entre otras. Las huellas de estos “habitantes”  del lugar son evidentes, así como los rótulos inscritos en chapa, que nos avisan de  encontramos en un coto privado de caza, con señales en los árboles o mojones de piedra, a modo de hitos direccionales que utilizan los cazadores.

La cuesta inicial se va acabando y pronto llegamos a un otero desde donde tenemos otra amplia panorámica de la comarca, mientras descubrimos los restos de una atalaya, que sirve de punto de observación para el ancho espacio  que se alcanza a nuestra vista. Apenas un par de metros por encima del suelo, estos restos de lo que en su día fue un recurso defensivo, nos permiten encaramarnos, sin mucha dificultad, a lo más alto de esta reliquia histórica, para airearnos, observar y tomar instantáneas de nuestro paso por las escondidas lomas que dan vida a estas tierras con su variedades forestales.

Pero todo terreno  recorrido en sentido ascendente, más pronto o más tarde lo haremos en sentido inverso. Y desde la atalaya iniciamos el descenso por el mismo camino pedregoso que estamos pateando hoy, no sin alternarlo con repetidas aproximaciones al más amable y blando terreno limítrofe con las parcelas, y, de vez en cuando, incluso atravesando por la pieza cultivada para dirigirnos a la dirección más idónea que señala nuestro infalible wikiloc, que Ángel maneja con maestría.

Por el camino no faltan también otras bellezas campestres que ofrece la naturaleza, como  el brillante color amarillo que exhibe la flor de las denostadas aliagas, irradiando color, luminosidad y variedad cromática al suelo que pisamos,  en contraste con los el extenso verde de las parcelas y  ramas de encinas y sabinas, o el blanco grisáceo del enlosado terreno que conforma el paisaje agreste de nuestro recorrido

Y andando entre aliagas, encinas, y parcelas cultivadas, nos vamos aproximando a otro de los puntos de interés de nuestra ruta. Se trata del encuentro de los cinco sitios (creo que se llama así )y el nombre le viene porque en este punto se dan cita

propiedades comunes a cinco municipios de la comarca: Berlanga de Duero, Morales, Paones, Aguilar y Brías. El lugar está señalizado con un mojón de forma cónica, construido con piedra del lugar, de algo más de dos metros de altura y  un metro en la base, y perfectamente simétrico por todas sus caras. Llevamos ya dos horas de caminata y este lugar geográfico, con nombre de resonancias de concordia entre pueblos,  lo consideramos como lugar idóneo para aligerar las mochilas de las viandas pacientemente guardadas hasta el momento. Y allí, sobre los raquíticos salientes de las piedras que enlosan el camino, asentamos nuestros reales para disfrutar del bocadillo y/o la pieza de fruta deseada. Todo ello regado con el refrescante vino de la bota que no falta en ninguna ruta. Momento propicio para todo tipo de comentarios, anécdotas, relatos de nuestras actividades senderistas, planes de viajes o amenas discusiones lingüísticas sobre el uso de alguna prenda con nombre de doble significado.

Satisfechas las necesidades más elementales, reemprendemos el camino por los mismos derroteros agrestes que traemos. Eso sí, nuestra ruta es llana, alternada con alguna corta elevación, mientras en el suelo sigue  brillando la abundante flor amarilla de la aliaga. Y un dato llamativo: una no muy extensa superficie aparece con el color blanquecino y seco  de los arboles que la inundan. Sospechamos si puede haber sido algún tipo de plaga que ha desecado estos árboles, pero al acercarnos hacia sus proximidades podemos observar con más nitidez  que esta zona ha sido objeto de un incendio hace algún tiempo.  No es muy amplia la superficie calcinada, pero sí es llamativo el contrate que ofrece con el resto de la masa arbórea más próxima.

Antes de contemplar este paisaje, hemos tenido ocasión de admirar otro de los fenómenos, poco frecuentes, pero no raros, que se dan por este tipo de tierras: es la llamada sima de Brías, también conocida como Cueva del Ojo. Se trata de una cueva, a la que no se puede acceder fácilmente, si no es con medios adecuados y que suscita la curiosidad del grupo por conocer algún detalle más de esta sugerente oquedad. Lo único que observamos desde fuera es su accidentado relieve interior y, un poco más alejado de la entrada, encontramos lo que podemos llamar la chimenea de la cueva: un agujero de dimensiones mucho más reducidas que puede servir de salida de gases del interior de la cueva grande.

Dejamos atrás la cueva, el mencionado paisaje calcinado y encaminamos nuestros pasos hacia el punto de partida. Todavía nos queda un corto trayecto  entre  el abrupto paisaje de monte sin camino, pero pronto saldremos a un cómodo llano, marcado por las rodadas de los vehículos agrícolas  que  circulan por esta zona. Nos quedan 4 Km. para completar la ruta hasta Morales. Y los pequeños grupos que se forman en toda marcha, son un medio de socialización, donde, además de la conversación amena que fluye entre sus componentes, permite que las distancias se perciban más cortas o, por lo menos, no se hagan tan largas. Y así, conversando sobre nuestros  próximos planes de ocio o de viajes (sobre todo quienes estamos jubilados), la actividad más o menos diaria de nuestros hijos, el comentario crítico o aprobatorio de aspectos relevantes de nuestra ciudad,  vamos acortando la distancia hasta el ya visible municipio de Morales

Vamos llegando en pequeños grupos, aunque sin mucha diferencia de tiempo, pero antes observamos y admiramos las pequeñas bodegas que, aunque no muy numerosas, ponen la nota de color a la entrada del pueblo, Son pequeños y antiguos lagares, de utilidad familiar, que evidencian, como apuntamos al principio, la producción vitícola que desde antiguo ha tenido esta zona.

Y otro dato curioso con que nos recibe Morales es el nombre del municipio con letras en tono blanco, sobre un artificial armazón que semeja una viña plantada en espaldera, fiel reproducción de lo que es el moderno cultivo de viñedos.

Los últimos retoques al vestuario o calzado usado en la ruta que aconsejan, tal vez, algunos cambios de ropa o de zapatillas y enseguida subimos a los coches para poner rumbo a la capital. Antes, decidimos tomar la cerveza o el vino post-ruta en las instalaciones del Gaya Nuño, nuestro habitual punto de salida y evitamos la parada en otro punto intermedio del trayecto que nos ocasiona más inconvenientes que ventajas. El municipio que hoy nos acoge nos despide con el mismo silencio que nos recibió…ni un alma por la calle y, mucho menos, un lugar de bebidas donde hacer el refrigerio de todo fin de ruta.

La terraza del Gaya Nuño es testigo de la satisfacción compartida por la ruta realizada y departida entre compañeros, con un vino, una cerveza o una refrescante coca-cola.

Seguiremos disfrutando de nuevos y emocionantes paseos por nuestros campos sorianos y allende los mismos en fechas próximas.

 

Agnelo Yubero

 

 

 

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