¿DONDE ESTÁ LOLO?

 

 

Soria, 18/11/2023

 

Por supuesto: el título de la crónica  es solo una licencia jocosa, con permiso de nuestro amigo y compañero del mismo nombre, para iniciar este relato. Más  adelante referiré el motivo de este encabezamiento.

Había ganas. Eran dos semanas ya sin gastar zapatilla y el grupo se mostraba anhelante por pisar nuestros campos, con sus caminos escarpados, sus lomas arbóreas o sus pedregosas pendientes que se elevan sobre las extensiones cerealistas o zonas valladas para otros cultivos.

Hoy vistamos  la comarca de Berlanga de Duero y, en concreto, nos hemos acercado hasta Brías, (pisaremos también tierras de otros municipios), a escasos kilómetros de la metrópoli citada.  Pero antes, el ritual de toda jornada: concentración en el lugar de costumbre, a la hora de costumbre y con la organización y distribución de costumbre entre los coches disponibles para el desplazamiento.

Son poco más de las 8,00 h cuando enfilamos  la carretera de Madrid, para enseguida tomar el desvío que nos adentra hacia el suroeste de la provincia. El sol clarea diáfano y nos felicitamos de que vamos a tener una mañana radiante y una temperatura idónea para nuestro largo paseo por los caminos que han diseñado nuestros sherpas. Nos hemos dado cita hasta 24 compañeros e invitados del grupo. No está mal. Siempre es gratificante caminar junto a  un grupo numeroso con el que compartir opiniones y comentarios  de todo tipo y condición.

El viaje transcurre con absoluta normalidad, entre conversaciones, comentarios y un indisimulado ambiente de euforia contenida por reiniciar nuestra actividad senderista.

Atravesamos  el término municipal de La Seca y una espesa niebla parece amenazar la beatífica paz ambiental que hasta entonces dominaba el claro cielo de nuestro viaje. Afortunadamente, la niebla es de escasa `persistencia y apenas nos acercamos a Berlanga, y, en concreto, a la altura de la rotonda que divide la dirección hacia esta localidad y Hortezuela, la niebla desaparece como por encanto y un sol, todavía más brillante, nos muestra la recta que nos lleva hasta la localidad berlanguesa, para desviarnos posteriormente por la carretera que nos conduce a Paones y, desde aquí, a Brías.

Son las 9,00 de la mañana y, como ya es habitual en nuestros recorridos, el municipio nos recibe con el silencio y la calma de esta provincia despoblada, sin rastro de gente por sus calles o sin avistar chimeneas humeantes que nos avisen de que por ahí dentro hay todavía vida humana. Pero haberla, hayla, aunque no será hasta más tarde, cuando regresemos de nuestra ruta y comprobemos que algo se mueve en nuestros vaciados pueblos, aunque solo sea testimonialmente.

Casi frente a la Iglesia y muy cerca de la fuente de diseño lobulado, en tonos blancos y azules de sus piedras, aparcamos los coches e iniciamos  nuestra ansiada ruta sabática.

Y lo primero que impresiona al visitante  por su monumental tamaño es la Iglesia parroquial del pueblo, dedicada a San Juan Bautista. De estilo barroco (se inició su construcción en 1690), está levantada sobre un antiguo templo románico. Su planta es de cruz latina y lo que podemos observar desde fuera (no podemos visitarla por dentro)  es su magnífica torre adosada al cuerpo de la Iglesia, compuesta de fuste liso y campanario, rematado por un balconcillo balaustrado.

No muy lejos de la Iglesia se encuentra el palacio renacentista, construido en 1694  por la familia Aparicio-Navarro y, en concreto, su más reconocido miembro,  Juan Aparicio Navarro que llegó a  ser presidente del Consejo del Reino, además de obispo de Lugo y León, entre otros cargos.

A la salida del municipio encontramos las ruinas de la ermita de la Soledad o Iglesia de  Virgen de la Calzada, como se la conoció hasta la construcción de la actual parroquia. De su exterior podemos apreciar  su campanario y su portada meridional de estilo románico, de influencia del más próximo de San Esteban de Gormaz (Iglesia Virgen del Rivero). Tiene ocho arquivoltas, claramente reconstruidas, y decoradas con figuras ajedrezadas, lóbulos ovoideos y cenefa trenzada. Junto a esta pequeña ermita pasaba una calzada romana, repetidamente expoliada y apenas visible a día de hoy.

Salimos de lo que podemos denominar el casco urbano y sus proximidades  para afrontar el camino de toda ruta campestre que pisan nuestras botas por suelos sorianos: llanos, quebradas, elevaciones, colinas, suelos pedregosos, áridos pedregales que recuerdan las expresiones machadianas que el poeta hizo por zonas menos alejadas de nuestra capital, pero que reflejan fielmente el suelo austero y abrupto que domina amplias extensiones de nuestra tierra castellana.

Pero no todo es austeridad o infertilidad vegetal: llaneamos, inicialmente, por terreno pedregoso, es cierto, pero enseguida nos adentramos por un bosque de encinas que han colonizado estas austeras tierras, a modo de ejemplo de supervivencia con que la naturaleza ha enriquecido este suelo, ante la escasez de otros recursos  o riqueza  agrícola. Y dada la espesura de este arbóreo encinar y lo fácil que puede resultar desorientarse dentro del mismo entre la multitud y similitud de ejemplares,  Ricardo, nuestro sherpa, nos da una serie de consejos y recomendaciones para evitar  contratiempos no deseados. Aceptamos de buen grado sus consejos y prestamos oídos para alejarnos de cualquier tentación que suponga la separación del grupo.

El camino, inicialmente, es una suave y cómoda pendiente, que va siguiendo la ruta de lo que han sido (y hablo en pasado porque desconozco si todavía hoy tienen  utilidad) algunos rudimentarios y modestos puestos de ojeo para la caza que, por estos pagos, debió ser apasionante deporte cinegético. El camino todavía no se hace incómodo por su orografía, pero el suelo es  un continuo pedregal que va dando paso hacia una elevación menos árida y más amable por el sustrato herbáceo que alivia nuestras pisadas.

Nos vamos elevando  y ahora hay que tomar una decisión que propone el sherpa: vamos a afrontar una corta, pero pronunciada pendiente hasta ganar la cumbre del otero (como él lo define). Quienes decidan elevarse hasta esta altura, podrán hacerlo siguiendo el rumbo que marca  el  infalible track de la ruta. Y quienes opten por quedarse en la superficie más llana y no les agrade ascender, nos reencontraremos más tarde en el llano donde haremos la obligada parada para el refuerzo gastronómico que no puede faltar en ninguna caminata.

Dicho y hecho.   Un grupo menos numeroso opta por quedarse en el  llano del recorrido, mientras otro ha decidido subir hasta donde el sol  clarea con más intensidad para iluminar las impresionantes vistas que se otean  desde este elevado horizonte: las sierras del Moncayo,  Urbión o Cebollera, son fáciles de adivinar desde esta magnífica atalaya que propicia la altura del otero (Ricardo dixit). Y allá abajo, vemos a los compañeros de superficie, que se dirigen pausadamente hacia el punto de encuentro donde daremos cuenta del  reconfortante bocadillo que todo senderista guarda en su mochila.

Explorada ya esta pequeña colina, descendemos por una más que cautelosa pendiente, que no permite errores de descuido sobre el suelo que pisamos, por cuanto está saturada de piedras sueltas, susceptibles de rodar bajo la suela de nuestra bota hasta hacernos perder la verticalidad.

Y nos hemos dado cita junto a un aparente caserío ignoto, que, en realidad, es el pueblo (pedanía) de Sauquillo de Paredes, sin rastro de gente por sus escasas viviendas y menos por las calles. Lo que hoy es un aparente villorrio, no le faltan elementos de reconocido gusto decorativo, como el poyo que se extiende a lo largo  de una  amplia vivienda bien conservada, separado de la fachada  unos 50-60 cm., y rellenado este espacio con una más que envidiable rosaleda en todo su recorrido. Junto a esta casa, aparece una original y coqueta casita de madera construida en lo alto de un árbol, que no presenta una clara señal  de acceso  a la misma, aunque sí una robusta barra metálica vertical, anclada firmemente en el suelo, que entendemos sirve de salida y descenso a la calle, a modo de las barras que se encuentran en las instalaciones de los parques de bomberos, por donde se descuelgan estos profesionales para sus rápidas actuaciones. Una fuente de agua cristalina, decorosamente construida, da el toque de frescura a este pequeño enclave poblacional de la comarca de Berlanga. Además de las escasas viviendas, una alargada nave para el cuidado y crianza, suponemos, de ganado ovino, completa las instalaciones de este semiabandonado poblado.

Un sitio agradable y tranquilo para reponer fuerzas y compartir viandas. Y con ganas nos dedicamos a ello. Acomodados en el mencionado poyo o en otros pequeños muretes que delimitan espacios comunes, no faltan los elementos “energéticos” presentes en toda ruta: la bota de vino que corre por los corrillos, los delicatesen de chocolate que ofrece Yoli de Gracia o Enedina, el queso azul que reparte generosamente Ana de la Hoz, etc.

Se acabó el rato de asueto y emprendemos nuevamente la senda  de nuestra ruta. Ahora caminamos por una más que confortable pista de uso agropecuario, aunque pronto tomaremos un desvío para no perdernos otro de los buscados atractivos que ofrece esta serranía. Se trata de subir, sin mucho esfuerzo, hasta una  de las cuevas situadas en el conocido como “cerro de las arribas”. Curiosamente, el suelo árido que hemos venido pisando se transforma en una pequeña extensión arenosa, donde se ha formado una cueva de reducidas dimensiones, pero siempre interesante el conocimiento de su interior. Y allá que vamos. Con algún esfuerzo por salvar cortos pero pronunciados desniveles, accedemos hasta las proximidades de la misma. No es la conocida “Sima de Brías”, una espaciosa y dilatadísima cueva en la que se ven innumerables petrificaciones y raras figuras formadas por infiltraciones de agua. Tal vez, en otra ruta, me comenta Ricardo, podamos hacer una visita a esta interesante cavidad. La que ahora visitamos es más modesta. La entrada principal es una oquedad amplia y diáfana, de escasos metros de recorrido interior, pero  imprescindible entrar en ella para comprobar sus dimensiones.  Tiene la suficiente altura como para acoger a un pequeño grupo en esta especie de antesala cavernícola, que ofrece la oportunidad de explorarla en poco tiempo. Pero no es la única entrada: hay otra más estrecha a escasos metros de la primera, que exige un esfuerzo de elasticidad corporal para acceder por ella. Y uno de los nuestros, Lolo, linterna frontal al uso, opta por adentrarse en el interior. No por mucho tiempo. Enseguida sale para  informarnos que apenas tiene recorrido y no presenta más interés el reducido recinto visitado. Y a la salida, aprovechando el contexto ambiental en el que nos encontramos y ante algunas preguntas nuestras,  recibimos una breve, pero magistral lección  de Lolo ( pertenece a un club de espeleología) de cómo se puede degradar la atmósfera interior de una cueva, sobre todo por efecto de las corrientes de agua que pueda haber dentro de ellas, en función de la materia orgánica que arrastran, lo que hace que en determinadas circunstancias su interior se convierta en una trampa mortal, si el visitante no va dotado de los medios adecuados de protección o no se adoptan las precauciones previas a su exploración. Una vez más, las rutas también son la oportunidad para aprender cosas de nuestro entorno, como en otras ocasiones son las enseñanzas de Alberto sobre plantas, arbustos o pinos.

Salimos de la cueva para dirigirnos hacia la pista que habíamos dejado y nos encamina a la vecina localidad de Abanco.

El grupo se estira lo suficiente como para perder de vista desde las primeras posiciones a  los que marchan en cola del grupo.

Y alguien que ha visto entrar Lolo en la cueva, pero parece que le ha perdido de vista desde la posición donde nos encontramos, pregunta a nuestro sherpa: “¿Dónde está Lolo?” “Viene por atrás”, contesta Ricardo amablemente. Pero una segunda pregunta le vuelve a interpelar. “¿Dónde está Lolo?” La misma respuesta de nuestro sherpa. Con aire claramente provocador, por tercera vez alguien vuelve a preguntar lo mismo. Nuestro sherpa, consciente de la chanza que encierra la reiterada pregunta, suelta una respuesta irreproducible en estas páginas, que suscita la carcajada espontánea de quienes nos encontramos en la cabecera del grupo. Fue la anécdota amable de esta no menos agradable jornada entre encinas, colinas, cuevas y pedregales, que tuvo a Lolo por unos momentos de protagonista involuntario del grupo.

Satisfecha la curiosidad por la suerte que haya podido correr Lolo, tomamos de nuevo  la pista que nos ha conducido hasta aquí, para dirigirnos hacia la vecina Abanco, lugar de paso hacia   nuestro punto de partida. Lo hacemos por  la carretera que comunica ambas localidades, hasta llegar a este pequeño pero bien conservado municipio. Y lo primero que llama la atención, al cruzar la localidad es, como en Brías, su magnífica y espaciosa  Iglesia parroquial de San Pedro. Declarada BIC en 1994 en la categoría de Monumentos, es una obra barroca del siglo XVIII. Desde el exterior, podemos apreciar un conjunto realizado en mampostería, salvo la imponente  fachada principal de perfecta sillería y refuerzos de esquinas y recercados de ventanas. La portada principal dispone en el cuerpo superior de tres hornacinas, con las estatuas de la Virgen, san Pedro y san Pablo, que se apoyan en ménsulas con angelotes sueltos y cruzados. Algunos compañeros que venían más rezagados y tuvieron la oportunidad de visitar su interior, gracias a los buenos oficios de nuestro sherpa, (este cronista no estaba entre ellos), nos informan que el interior es de una nave en forma de cruz latina y gran bóveda circular en el centro, profusamente decorada y de rico colorido las pilastras de la nave. Su exterior se complementa con una torre cuadrada de campanario de tres cuerpos, que se remata a cuatro aguas.

Y por fin, atacamos el último tramo de la ruta: la distancia que separa Abancos de Brías: 2 Km. Los más avanzados lo hacemos por la carretera convencional, mientras quienes se han quedado a visitar la Iglesia de Abanco, con el sherpa a la cabeza, lo hacen por la antigua senda que comunicaba ambos pueblos y bordea los campos de labranza, algunos de cuyos tramos, me dice Ricardo, tienen la utilidad PAC, es decir, acogidos a los beneficios que otorga la UE a la agricultura.

Un pequeño grupo hemos llegado ya a Brías y esperamos al resto del pelotón que ha invertido un poco más de tiempo por la visita a la Iglesia anteriormente citada.

En esta ocasión, no podemos hacer el consabido aperitivo de fin de ruta en el término de llegada: Brías no dispone de un establecimiento público de bebidas, o, por lo menos, no conocemos su emplazamiento, (Abanco sí tiene un club social para estos fines), así que emprendemos el regreso a Soria y un pequeño grupo de irreductibles  de esta inveterada práctica, a pesar de lo avanzado de la hora ( son casi las 15,30), optamos por hacerlo en el mismo lugar de partida: nuestro seguro Gaya Nuño. Y ahí, junto a las mesas y sillas agrupadas para los que quedamos, departimos las últimas conversaciones, impresiones, emociones…de la jornada vivida.

Para la próxima ya solo faltan siete días. Nueva ruta, nuevas experiencias, nuevos conocimientos…

 

Agnelo Yubero 

4 Comments so far:

  1. Me ha gustado mucho tu relato, las iglesias Y palacios llamaban la atención pero a mi me encantó la ermita que según nos cuentas se llama de la soledad. Gracias.

  2. Ahora mismo tampoco sé dónde está Lolo (está trabajando), pero le haré llegar una copia de esta crónica, dado que ha servido para darle título. Gracias, Agnelo.

  3. Que titulo más atectivo para no perderse ni una coma(,) que buen relato Agnelo, como siempre fantástico!!!!
    Gracias!!!!!

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Posted by: soriapasoapaso on