AGUAVIVA DE LA VEGA: RESONACIA DE  LEJANOS PAISAJES

 

Soria, 19 Noviembre 2022

 

Y digo en el título “resonancia” porque, efectivamente, no es algo nuevo que hayamos descubierto en esta ruta, pateada ya en el mismo mes de Noviembre, allá por 2019. En aquella ocasión, este cronista se encontraba al otro lado del charco, por lo que no puedo decir que sea un descubrimiento para muchos componentes del grupo, pero sí para algunos, como yo, que hemos pisado hoy por primera vez  estas tierras del suroeste soriano. En aquella ocasión, Ana María Abajo describió  de forma solvente  y magistral (como es habitual en ella) aquel paseo, a mitad de camino entre Almazán y tierras de Arcos de Jalón. Y hoy hemos vuelto a pasar…me gustaría parodiar la  letra de la canción “por aquel camino verde”, pero, en honor a la realidad,  de verde hoy no tenía nada, pero sí de de otras imágenes visuales, no tan centradas en el color, sino en el caprichoso “trabajo” de la naturaleza que ha esculpido sobre formaciones roqueñas imágenes de paisajes lejanos. Y el adjetivo “lejanos” también merece una explicación, a la que luego me referiré.

Vayamos al principio, que comienza a las 8,00 de la mañana, en las inmediaciones del bar-restaurante que Fadess tiene en Gaya Nuño. Lugar habitual de concentración de todas las rutas para acomodarnos en los coches de salida hacia nuestro punto de partida. Y una primera coincidencia con la ruta de 2019 es la elevada concurrencia de compañeros/as del grupo: en torno a la veintena en ambos casos. No deja de resultar un motivo gratificante para nuestros organizadores, a la vez que estimulante para quienes compartimos el mismo interés por descubrir bellos rincones de nuestra geografía soriana.

La mañana se presenta “fresca” (como decimos en Soria), pero resultará casi de un “fresco polar” cuando hayamos puesto el pie en  nuestro trayecto de hoy.

            Poco más de 60 Km. nos separan de nuestro objetivo, que cubrimos en 45-50 minutos, aproximadamente.

Hemos llegado a Aguaviva de la Vega. Su topónimo indica un lugar abundante de aguas  en la vega, antítesis del paraje circundante, como señala acertadamente Ana Mª en su crónica de entonces. Los que hemos salido algunos minutos más tarde  aparcamos en un saliente del camino de la ruta. El resto del grupo lo ha  hecho dentro del casco urbano. Enseguida nos reagrupamos e iniciamos un ligero, pero continuado, ascenso. Nos alejamos del pueblo  en dirección oeste. Atrás hemos dejado la ermita de San Roque y de aquí  tomamos una cómoda pista agropecuaria, mientras empezamos a sentir en la cara un inmisericorde viento polar del noroeste que azota nuestras mejillas.  Tan molesto como la indeseada y conocida “cencellada” que hubieron de soportar en la primera incursión por estos parajes los/as chicos/as del “Paso a paso”, según me comenta Ángel.

Y mientras caminamos por esta primera y amable senda, observamos ya a una distancia no muy lejana las primeras formaciones rocosas calcáreas, erosionadas por la lluvia y el viento,  dando origen a caprichosas figuras que se prestan a todo tipo de interpretaciones. Se conoce este entorno como las Cudrillas o Cuadrillas. El hipotético origen de este nombre, así como el de Carravieja, al que luego aludiré, lo desarrolla muy bien Ana en su crónica, por lo que remito a ella a quienes tengan interés por este detalle. Lo cierto es que parece que nos hemos traslado al lejano oeste o a un escenario que hemos visto en las películas de este género, donde sobresalen puntiagudas y estilizadas elevaciones rocosas, que parecen dar vida y ponen fantasía en medio de la aridez del desierto. La caliza caída a causa de la erosión y capas de yeso sedimentado, han ido dejando su impronta en las tierras de labor y en este entorno en general. Este es el principal motivo de nuestra visita y el aspecto destacable que da valor paisajístico a estas tierras.

Hemos recorrido poco más de 1 Km. y tomamos un desvío a la izquierda, abandonando la vía pecuaria que transitamos. Seguimos

ascendiendo por un más que desdibujado camino, pero sí encontramos abundante vegetación arbórea, con dominio principal del quejigo, aunque la discreta frondosidad de este árbol en absoluto nos libra de los rigores del frío viento que nos sigue castigando. No es la única especie de la flora que puebla esta tierra. También son abundantes los robles,  encinas y algunas sabinas a medida que vamos subiendo.  Y entre la fauna que campa por estas latitudes tenemos el jabalí, el corzo, la liebre, el conejo o la perdiz. No hemos visto ningún ejemplar de esta variedad faunística, ni de los que se refugian en el  monte protegidos por encinas, robles o quejigos,  ni de los que se abrigan sobre el suelo de las tierras de labrantío que vamos observando, a medida que ascendemos  entre las sierras de La Mata y el Muedo. Así que daremos crédito a lo que hemos leído sobre la riqueza faunística de Aguaviva y sus inmediaciones.

Continuamos por un barranco ascendente, hasta llegar a un altiplano  donde divisamos a escasos metros el punto geodésico que marca la máxima altitud de esta sierra, 1145 m., desde el que disfrutamos de espléndidas vistas de la comarca: parcelas de labranza a

la espera de nueva producción cerealista, áridas y descarnadas mesetas elevadas que se eslabonan y acodan unas junto a otras, páramos desnudos que se mezclan con tierras de barbecho, encinares dispersos entre las dos sierras que circundan esta comarca. Desde aquí también podemos ver con absoluta nitidez la ermita de la Virgen de la Vega, lugar de celebración, ¡cada 50 años!, de una peregrinación  a la que acuden los vecinos pueblos de Utrillas, Puebla de Eca, Taroda,  Radona y Beltejar.  El lugar donde nos encontramos se conoce como la Bullana. Y llegados al punto más elevado, descendemos ahora por un cómodo camino que nos acercará hasta el paraje conocido como Carravieja. En el trayecto de bajada, en uno de los recesos que hacemos para disfrutar del paisaje que se alcanza a nuestra vista, tengo ocasión  de encontrarme de cerca  con Chema (hacía ya un tiempo que no coincidíamos en las rutas), quien, con su habitual simpatía y sinceridad me lanza un cumplido que no me resisto a reproducir. “Cada día te veo más joven, Agnelo. Por ti no pasan los años” –me suelta en un sincero tono halagador-. “Llevas razón, Chema” – le respondo- ,”por mí no pasan los años…¡se quedan, se quedan…!”  Maribel, Esther y otras compañeras del grupo que presencian la escena no pueden reprimir una sonora carcajada ante la jocosa situación y el no menos hilarante diálogo entre amigos.

Hemos soportado el gélido viento que nos acompaña durante todo el trayecto, hemos subido  notables repechos, hemos admirado paisajes de fantasía…,¿qué nos falta?  Pues lo que en toda ruta es imprescindible: el bocadillo que da energías y repara el ¿desgaste? del caminante.   Y allá que vamos, en dirección descendente, al abrigo de una ladera orientada al saliente, para protegernos del hoy declarado   enemigo climatológico. Y si de enemigos hablamos, justo es decir que hemos tenido también como amigo e inesperado colega ocasional un hermoso y elegante can, acompañándonos  todo el tiempo, como si quisiera proteger nuestros pasos o servirnos de guía, aunque en esta última función poco apoyo nos ha brindado. Está disculpado: no conocía la ruta marcada por nuestros sherpas…

Y en la ladera a la solana, abrimos las mochilas y desenfundamos el papel albar que recubre el bocadillo. Cada cual busca su acomodo en la pedregosa superficie que hemos elegido. Tengo a mi derecha a Javier, consorte de Ene, quien alaba el acierto de su marido al ponerse  a escasa distancia  de mí, no tanto por su proximidad, cuanto por la cercanía a la bota de vino cuando salga de mi mochila, a sabiendas que él será el primer beneficiado en regar las paredes que estimulan el paso del sólido bocadillo.  Es una nota del buen humor que reina no solo en el grupo, sino en el más estricto ámbito marital. Y además de la bota, no faltan los irrenunciables “conguitos” y el humeante café que reparte Alicia entre los distintos corrillos, amén de los anacardos que siempre saca Enedina de su mochila.

Ya hemos recuperado fuerzas. Nos encaminamos hacia el lugar conocido como Carravieja. Y de nuevo tenemos frente a nosotros, tocándolas con la mano, formaciones calcáreas, que simulan figuras de imaginarios personajes, animales o construcciones de fantasía. Alguien ha descrito este y otros lugares parecidos que  admiramos como la “Capadocia soriana”. Y ese alguien es Ángel. A falta  de nuevos datos que digan lo contrario, no tenemos  inconveniente en atribuirle el copyright de este metafórico apelativo a nuestro sherpa.

Después de esta visita, el camino debería dirigirse hacia el este, en busca y contemplación de otras formaciones rocosas, que por estos pagos son el santo y seña del paisaje, pero la ruta tiene otro punto de interés que nos obliga a acortar el trazado  para poder visitar el Museo del Traje en la vecina Morón de Almazán.

Nos dirigimos a nuestro punto de recogida de los coches. Y en la bajada, hemos de atravesar por las orillas de las parcelas de tierra, todavía en barbecho, que, por efecto de la humedad, dejan huella en la suela de nuestras botas, cargándose de barro , mientras  procuramos hacer todos los movimientos posibles para quitarnos el peso acumulado en los bajos de nuestros pies. Hasta que no llegamos al pueblo, no liberamos la pesada carca. Y lo hacemos en la fuente de cuatro caños a la entrada de la localidad, asentando superficialmente la suela en el remanso de agua que forma la fuente, método seguro para asear en la medida de lo posible nuestro preciado calzado de asiduos caminantes.

Y aligerado el peso de la tierra que no queremos llevar de recuerdo, tomamos los vehículos para enfilar hacia Morón de Almazán y conocer la nueva exposición en el citado Museo del Traje.

Son poco menos de las 13,00 h. Hemos llegado con antelación suficiente a la hora programada para la visita. Así que nos aconsejan que hagamos tiempo en el bar de la localidad  y tomemos  un refrigerio  de conveniencia. Y así lo hacemos, mientras tengo ocasión de admirar  que, anexado al amplio bar, se encuentra el polideportivo que alberga la vida recreativa, lúdica y social de la localidad. Acertada manera de transformar lo que fueron las  escuelas del pueblo que, una vez cumplida su función docente  y sin motivos para seguir  abiertas  (la  despoblación que tan severamente ha castigado a nuestra provincia), los moroneses han sabido reciclar en un espacio sumamente útil y apropiado   para la vida social de sus habitantes.

Hemos hecho el receso en el bar y de  nuevo nos acercamos al Museo. Allí nos recibe Rogelio, el guía de este peculiar rincón del arte y la tradición de corte textil. No es este el lugar para hacer una detallada descripción de la muestra que visitamos. Pero no puedo por menos de esbozar un breve apunte sobre lo que este inventario de vestimentas, mezcla de arte, tradición, diseño e historia,  nos  ofrece. La exposición se denomina “De Manolas y Toreros”. Y, efectivamente, veremos los atuendos que han lucido estos  castizos personajes con el correr de los tiempos, pero sobre todo, nos permite visualizar algo más que  el desarrollo y la evolución de estos equipamientos; nos muestra también un pedacito de nuestra reciente historia popular, a partir del siglo XVIII y, principalmente, a través del siglo XIX, donde se representa la esencia  de los tipos españoles que encarnan estas dos figuras tan populares. Y es que esta

 

vestimenta, que todo estudioso reconoce como autóctona y con una pronunciada raíz social, daría paso a la emergencia de otra moda que configura la aparición de tipos, como el majo o la maja, figuras icónicas que acabarían por erigirse en figurín y patrón del gusto popular en toda España. Chaquetillas toreras, taleguillas, mantillas y mantones, peinetas…son elementos de un diseño nacional, que no solamente evoluciona y se enriquece con el tiempo, hasta obtener los deslumbrantes trajes de luces que hoy visten los toreros, sino que preceden o, si se quiere, se desarrollan en paralelo a otra moda popular, recogida y transformada por el común del pueblo, que da prestancia, brillo y distinción cuando esa moda la exhiben los majos y las majas. Arquetipos que no vienen de cuna, sino extraídos del pueblo común, que, con independencia de su posición social o económica, acepta de buen gusto un modo, un diseño, una forma de vestir inspirada en la elegancia del,  llamémosle así, “diseño  nacional”.  Solo es una discreta parte explicativa de la exposición que muestra el Museo, aunque, obviamente, la variedad de ropa  que contemplamos, de gran valor no solo material, sino artístico, histórico o sentimental, tiene más implicaciones y repercusiones sociales, hasta el punto que aún persisten hoy día modelos y diseños inspirados en estos castizos antecedentes de nuestra moda patria.

Durante algo más de una hora hemos escuchado las claras, extensas, documentadas y didácticas explicaciones de Rogelio. Es la segunda vez  este año que visitamos esta galería del traje y no creo ejercer de vaticinador si digo que no será la última, llegada la ocasión.

A la salida del museo y en el espacio dedicado al merchandising, Almudena se siente atraída por unos pendientes de cristal de Swarovski, idénticos a los  que ha visto en algún maniquí exhibido en las vitrinas visitadas. Pero sabe que ese mismo producto lo puede encontrar en una conocida joyería de la capital. Así que, sospecho, ha refrenado su impulso comprador para mejor ocasión y más cerca de casa.

Terminamos la jornada con el regusto de haber disfrutado la mañana ampliando nuevos horizontes en nuestros conocimientos de paisajes,  historia y  diseños de moda, pasada y actual. ¿Hay quien dé más?

 

Agnelo Yubero

 

 

One Comment so far:

  1. Muchas gracias Agnelo. No pude ir a la primera ni a la segunda. Ya me encantó el video y el relato de la anterior ruta. Hoy hago lo mismo, ver el video y empaparme en tu historia.

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Posted by: soriapasoapaso on