HAYEDOS CON ENCANTO. UNO DE LOS NUESTROS

 

Soria, 12 Noviembre 2022

 

Nos quedamos cerca de casa. Si hace tres semanas nos cautivó el hayedo  riojano próximo a Villoslada de Cameros, en el paraje de “El barranco de las rameras”, y la semana pasada fue el no menos frondoso y mágico de la finca de Ribavellosa, también en Cameros, hoy tendremos la oportunidad de disfrutar de este espectáculo otoñal, que es el bosque encantado que conforma el hayedo entre Valdeavellano de Tera y El Royo,  animado por el fluir del río Razón, testigo mudo y casi invisible en la profundidad de esta pronunciada ladera a la sombra de la sierra de Cebollera.

A nuestra hora habitual y en el sitio de costumbre, nos hemos dado cita para dirigirnos hacia el valle por la N-111, y, una vez hemos atravesado Valdeavellano, tomamos una pista forestal que nos llevará hasta el punto de partida de nuestra caminata de hoy. El día amanece nublado, pero no hay amenaza de lluvia según las previsiones meteorológicas, lo cual siempre es tranquilizador ante el desafío de los rigores climáticos.

En honor a la verdad, justo es señalar que esta es una segunda edición de la misma ruta que hizo el grupo el 31 Octubre de 2020, cuyo espléndido relato  firma  Ana Mª  Abajo. En consecuencia, la  crónica de hoy  solo pretende reeditar, que no mejorar, a través de las  impresiones personales de este cronista  ausente en aquella ocasión, el encanto y la belleza que ofrece  al visitante un bosque de hayas. Y aunque hacemos el mismo trayecto que  la primera vez, según leo en la crónica y ratifica el montaje audio-visual que preparó Angel (por cierto, muy acertada la banda sonora del reportaje, con el conocidísimo tema de Gabinete Caligari, “Camino Soria”),  alguna diferencia sí  hay de esta  respecto a aquella. Por ejemplo, el número de asistentes fue mayor en el no muy lejano Octubre, 2020. Hay que recordar que vivíamos todavía tiempos de plomo por la gravedad de la epidemia que nos recluyó una larga temporada en casa, y las primeras medidas de alivio que nos permitieron abrir la puerta de la vivienda para tomar contacto con otros ambientes, seguramente fue motivo suficiente para que hasta 22 compañeros se calzaran las botas y, a bordo de 11 vehículos y cumpliendo las prevenciones e instrucciones de las autoridades sanitarias, se plantaran en las proximidades del monte que hoy volvemos a pisar.

Hacemos la salida desde  el improvisado aparcamiento frente a la bifurcación de dos pistas forestales: una, que desciende por la ladera hasta el cauce del río Razón y otra, que nos dirige hacia el noroeste y es la que tomamos al arrancar nuestro itinerario. La ruta de hoy suele iniciarse en las proximidades de “El Chorrón”, paraje que ya conocemos y, por tanto, obviamos el acercamiento a este  frecuentado rincón del río Razón  para enfilar hacia cotas más altas al abrigo de la sierra de Cebollera, muy cerca de espacios  que conforman la serranía  del Parque Natural del Urbión. Nos encontramos, por tanto, en el cruce de dos serranías que transmiten encanto natural, aportan belleza paisajística y  ofrecen el impagable aire de pureza ambiental, sensación de paz , armonía entre especies arbóreas y un indisimulado entusiasmo  por la vida que brota de la flora y fauna que comparten este privilegiado rincón de nuestra pequeña y majestuosa geografía soriana.

El comienzo del camino se conoce como Poza de las Juntas. Nos adentramos en un pinar donde predomina el pino albar, si bien en el transcurso de nuestra ruta alternaremos los bosques de pinos junto al hayedo y robles, con la presencia puntual de abedules y algún acebo. Y como novedad más destacada, la presencia de un tilo centenario, al que luego me referiré.

Caminamos por una asequible pista forestal, con pequeñas elevaciones del terreno y otras tantas bajadas. Y entre unas y otras, vadeamos pequeños arroyos de escaso caudal, como ocurre con muchas de las correntías de agua de la montaña por efecto de la pertinente sequía, aunque atravesar alguno de ellos requiere ciertas medidas de precaución al apoyar las botas en las húmedas y resbaladizas  piedras que nos sirven de “puente”. Y ahí están  José A. y Maribel, que  ejercen de generosos samaritanos, para que ninguno de nosotros se moje más de la cuenta o sufra  algún accidente de otra índole.

Pero el ascenso por esta ruta ofrece, además, el aliciente de avistar algún ejemplar micológico en una tierra propicia para la  recolección de los deseados productos.  Esta temporada, sin embargo, y de nuevo por los efectos desoladores de la sequia, escasean en demasía. No obstante, algún níscalo  he podido arrancar a la tierra, pero tengo el problema de guardarlo en el medio adecuado. No llevamos la consabida cestita al uso para la recolección. No veníamos a eso. Y ahí está Alicia al quite, para ofrecerme una idónea malla de plástico, que me cuelgo del cinturón para mejor conservar el escaso, pero preciado botín, y luego coloco  en la parte exterior de la mochila, lo que facilita aún más el traslado. Otras compañeras, como Almudena, Esther o Pilar, también demuestran su capacidad y buena vista para descubrir, tanto níscalos (nectarius deliciosus), como boletus edulis, que, sin dudar, van a parar a las mochilas. De todos es conocido el interés y motivación que nuestra riqueza micológica genera entre los nuestros y otras poblaciones ajenas. Lamentablemente, el  año no ha sido propicio para dar rienda suelta a esta noble pasión. Nos conformamos con admirar la belleza de algunas  exuberantes amanitas muscarias que descubrimos en el camino, su rojo intenso moteado de círculos blancos, así como algunas estilizadas Lepiotas, y el impulso entusiasta por grabarlas en nuestras cámaras fotográficas.

En la ladera que vamos subiendo observamos algunas artificiales y pequeñas formaciones circulares de piedra de escasa altura, con la apariencia de reducidos apriscos, tal vez para atender o proteger el ganado que por estos pagos han pastado.

Hemos dejado la cómoda pista que traíamos y aunque era un trazado ascendente, ahora nos enfrentamos a un tramo más empinado, donde no hay un camino definido, pero sí una dirección inequívoca: se trata de llegar a la parte más alta de la ruta, 1.600 metros, donde tocamos techo en nuestro itinerario y alcanzamos  la orilla de la pista, otra pista, que será nuestra dirección de bajada hasta el final. Y aquí, merecedores de un descanso compensatorio por el último esfuerzo realizado, descargamos la mochila, buscamos el saliente de la piedra más cómodo y asentamos nuestros reales para hacer el imprescindible aperitivo-almuerzo que no puede faltar en ninguna ruta campestre. Y sin tiempo que perder, vamos consumiendo los bocadillos y la deseada fruta reparadora de energías, mientras el trasiego de la bota se ve dificultado, solo momentáneamente, por la distancia entre los corrillos formados para acomodarnos a las exigencias del lugar. Pero para eso tenemos a Marieta, que, generosamente, se encarga de llevar la bota a los interesados en mojar la pared esofágica con un buen tinto, que ayude a hacer más digerible la solidez del bocata.

Otra vez en camino,  Ángel lanza un mensaje reconfortante: “ahora ya es todo bajada”. Y efectivamente, inundamos de cortavientos azules la pista en descenso que nos permite continuar el trayecto en medio de la frondosidad de un bosque de hayedos, siempre sugerente cuando divisamos  rincones, repechos o quebradas,  que  ocultan historias seculares de su formación y desarrollo y hasta imaginativos seres que han poblado en algún momento estas latitudes. No es producto de la imaginación y sí  muy real la presencia de alguna haya, hendida en la mitad de su tronco, conformando una oquedad que muestra un perfil perfectamente redondeado en su extensión vertical, simulando (y el parecido es incontestable) la puerta de una garita de vigilancia de las que hemos visto junto a edificios públicos, donde un guardia de seguridad se instala para proteger ese inmueble de supuesto interés público o valor patrimonial. En este caso, y como dato simpático, la que simula la figura del guardia es Chus, que se “refugia” en el interior del tronco, a modo de “okupa” ocasional del puesto de control, mientras permite, con infinita paciencia, que podamos disparar las cámaras fotográficas para inmortalizar el lugar y momento de su paso por este bosque. Eso sí, nos insiste que no le pidamos que esboce una sonrisa para nuestra cámara, porque no sería espontánea y, por tanto, no refleja su estado de ánimo por semejante incursión en tan singular espacio. Así que esperamos que salga del agujero y ya, fuera de cámara,  apreciar su  natural y auténtica sonrisa.

El camino descendente que llevamos nos da ocasión de contemplar, a nuestra izquierda, el vasto horizonte de la sierra de Cebollera, arrullada por el espeso pinar que la cubre y la dominancia del verde  que emana de su riqueza vegetal y florística.

Y el contraste cromático nos llega con la cercanía de las hayas que flanquean nuestro camino en una y otra margen. El paisaje es similar al que hemos visto en otros hayedos. Sin embargo, cada uno tiene su propia identidad y encanto. En este caso, mientras vamos bajando, la perspectiva cromática cambia de proyección: si el pinar mixto que transitamos tiene su valor ambiental cuando elevamos la vista y admiramos la belleza estilizada que ofrecen el haya o el pino, en sus distintas y armónicas combinaciones de colores, bajando la vista,  a ras de suelo, no podemos por menos de admirar otra clase de belleza que se ha formado en las numerosas rocas de bajo tamaño que erizan esta ladera, al ver cómo este elemento inorgánico, ha sido acariciado, tupido y cubierto por una densa capa de musgo verde que da vida al paisaje y le confiere  un aspecto todavía más admirable, a la vez que el verde orgánico transmite vida sobre un material  inerte y se produce una especie de milagro  en el pétreo suelo que acoge este maravilloso espectáculo de la naturaleza.  No podemos decir lo mismo de los corros de helechos observados,  planta de intenso color verde cuando encuentran  los altos niveles de humedad en el aire y en el ambiente que necesitan y que ahora muestran un aspecto descolorido y desecado. Otra vez la sequía ha producido estragos en esta planta que se dice es de las más antiguas del mundo.

Pero no han acabado todavía nuestras gratas sorpresas por estos suelos. Nos habían hablado de un tilo centenario (en algún lugar he leído que podía tener hasta 800 años). Y a media ladera lo encontramos. Añoso, horadado y descarnado en parte de su tronco, se resiste a rendirse  con el  paso de los años. No es exagerado decir que podemos otorgarle el título de “abuelo del bosque”. Y aunque abuelo, achacoso y con múltiples heridas en su armazón, se mantiene en pie. Y esta resistencia llama la atención del visitante , por lo que no nos resistimos a dejar huella de nuestro paso por sus dominios plasmando la fotografía grupal a la vera de su vetusto organismo.

Mientras caminamos hacia el final de la ruta, observamos un flujo  constante de vehículos que suben y bajan por la pista. Suponemos que, como nosotros, ávidos de arrancar algún níscalo o boletus de este tiempo, aprovechan el descanso sabático y la bonanza climática del día para  explorar el suelo y llevarse algo en la cesta recolectora.

 

Llegamos al final del trayecto y decidimos que el regreso lo haremos por El Royo, donde aprovecharemos  también para tomar el imprescindible refrigerio de fin de ruta. Y de nuevo tengo  que señalar otra anecdótica diferencia respecto a la de Octubre, 2020, según leo en la crónica: en aquella ocasión, el  grupo, por medio de Milagros, tuvo ocasión de visitar una exposición micológica que se celebraba en los salones del Ayuntamiento. En este caso, ni que decir tiene que tal exposición queda como un bonito recuerdo de entonces, a la espera de que vengan temporadas mejores para poder visitar no una,  sino muchas exposiciones micológicas, señal de que hemos recuperado parte de nuestra variada riqueza medioambiental. Así que nos conformamos con tomarnos la cañita o el vinito de costumbre en un bar de la localidad, mientras  hablamos, compartimos, nos reímos y disfrutados de nuestra actividad.

No quisiera terminar la crónica sin enviar un cariñoso recuerdo y un fuerte abrazo a Emi, que se recupera felizmente de las consecuencias de una inoportuna caída. ¡Venga, Emi! Ya te queda menos para que podamos disfrutar de tu compañía y tus relatejos (como tú les llamas).

 

Agnelo Yubero  

 

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