ENTRE ROBLES MILENARIOS

 

 

Soria, 26 Febrero 2022

 

El título de esta crónica no es una hipérbole. Porque, efectivamente, en nuestra ruta de hoy hemos podido ver, admirar, observar y aprender de robles antiquísimos, que nos sorprenden por su fortaleza ante las adversidades que marcan el devenir de su desarrollo, su belleza con el paso del tiempo, su resistencia ante las condiciones climatológicas….en definitiva, el prodigio de la vida en una especie, quercus robur o roble común que, en la tierra hoy visitada, es el rey de la vegetación arbórea, no solo por su frecuencia y cantidad en  el paisaje recorrido, sino por la antigüedad, variedad y voluminosidad de formas que presenta, hasta el punto de conocerse esta zona como “El templo del roble”, lugar declarado BIC hace algunos años.

Pero empecemos desde el principio. Antes de las 9 de la mañana, estábamos ya todos los registrados del grupo en las inmediaciones de la plaza de de El  Royo, lugar de convocatoria para el inicio de nuestra ruta sabática. El vecindario adormece todavía y solamente alguna vecina de las proximidades del lugar se asoma a la ventana ante la inesperada e inusual presencia de tanto visitante, equipados de mochila y bastón y con un vistoso uniforme  donde destaca el color azul. De todos es conocido el atractivo turístico que presentan algunas zonas de este municipio, pero  en este caso no constituyen nuestro objetivo de interés: ya hemos tenido ocasión de hacerlo en ocasiones anteriores. Nuestra ruta de hoy transcurre por parajes menos visitados, aunque no por ello menos espectaculares.

Hemos dejado atrás las últimas casas del pueblo y nos enfrentamos ya a una moderada pendiente, a modo de aperitivo en el arranque de nuestro paseo.  En las últimas jornadas va siendo habitual que comencemos la andadura haciendo uso de nuestras todavía intactas energías para acometer subidas, unas más escarpadas que otras, pero, al fin de cuentas, un buen comienzo para ir calentando nuestra siempre bien dispuesta afición senderista ante lo que nos espera. Sabemos que hoy el recorrido tiene un pronunciado desnivel, pero todavía es pronto para pensar en ello. Además, el ascenso es suave y el terreno amable para hacer más confortable el arranque. Los robles, que nos flanquean a derecha e izquierda, nos sirven de custodios guardianes frente a las inclemencias del tiempo, menos pronunciadas en esta mañana por la bondad de la climatología con que ha amanecido. Junto a las aceras de las últimas viviendas vemos unos cuidadosos haces de roble, de unos dos metros de largo, listos para su consumo en  alguna cocina, estufa o caldera de calor.

Apenas 300 m. de recorrido nos encontramos con un panel explicativo que nos informa de la existencia de un yacimiento paleontológico, y la correspondiente losa de piedra que conserva indelebles las marcas de dinosaurio que por estas tierras concurrieron. Sabemos que estos mastodónticos “animalitos” camparon a sus anchas por tierras altas de nuestra provincia, en zonas limítrofes con la región riojana, y muestra de ello es el reguero de huellas o icnitas que han permanecido con el paso milenario de los años y hoy constituyen un magnífico reclamo turístico para visitar y aprender cómo era la vida en la  era geológica del Mesozoico, o en cualquiera de sus periodos, el Triásico, el Jurásico o el Cretácico.  Pero desconocíamos que se hubieran acercado a “veranear” por esas latitudes del valle de Razón, aunque solo sea testimonialmente y sin la abundante presencia que en la comarca referida. Hace unos años se inició la incoación de expediente para declarar BIC este hallazgo. A fecha de hoy, desconozco si se ha resuelto ya dicha declaración.

Continuamos nuestra ruta, todavía ascendente y siempre rodeados del robledal de este monte, que ha perdido su hoja en esta época del año, pero resulta útil para el suelo donde la deposita, porque sirve de tapiz alfombrado a nuestro paso y, a su vez, es fuente de riqueza natural que nutrirá el crecimiento y desarrollo de nueva vida en la vegetación que le ha visto crecer.

El camino es, por momentos, el mismo cauce de la correntía natural de aguas pluviales, que han marcado una senda de fácil tránsito para el caminante que se cuela  en las entrañas de este bosque.

Nos estamos adentrando en el ya denominado Templo del Roble. El nombre no obedece a una caprichosa o arbitraria ilustración interesada. Es, efectivamente, la contemplación de ejemplares de esta especie arbórea que muestran una extraña, pero no menos fascinante belleza, por algunas de sus características vegetales que los hacen casi únicos.

Hemos dejado atrás los  más comunes por su tamaño, apariencia y desarrollo. Y frente a nosotros comienza a aparecer otro tipo de robles, de aspecto muy longevo, que han resistido inclemencias, adversidades, y hasta achaques propios de la edad, pero que siguen en pie, mostrando al incrédulo visitante que la longevidad no es sinónimo de proximidad a la muerte, sino resistencia ante la adversidad y renacer a la vida con los medios y recursos que la propia naturaleza ha puesto a su disposición.

Una característica que presentan estos paradigmáticos árboles  (entre otras) es que no han crecido hacia lo alto, sino a lo ancho. Y ello es debido a la intervención humana de podar ( o esmochar, en un lenguaje más coloquial) la rama –guía que surge erguida en sentido vertical, (como toda especie arbórea en busca del sol), para propiciar el desarrollo en sentido más horizontal, con el fin de que su ramaje pueda crecer mejor   y dar sombra al ganado que se beneficia de estos pastos y facilite el aprovechamiento de sus frutos. Esta es la explicación que me da Alberto  (¡qué suerte contar con él para ampliar nuestros escasos conocimientos forestales!) sobre la apariencia  “chaparrita” (vamos a llamarla así) de estos admirados robles. Pueden llegar a medir hasta 5 metros de perímetro, pero no se distinguen por su altura, según la razón apuntada.

No es esta la única excepcionalidad que apreciamos en su morfología. De entrada, nos topamos con un roble que ha sido taladrado, literalmente,  su tronco por dos caras, de tal forma que se puede acceder a su interior desde dos lados opuestos del mismo. Es como refugiarse dentro de su cuerpo arbóreo por cualquiera de las dos aperturas verticales que han rasgado la corteza exterior. Y, sin embargo, el roble tiene vida y, aún dañado, rasgado, herido por cualquiera de las circunstancias que le han propiciado este aspecto, sigue en pie y su presencia es un canto a la vida que la naturaleza, sabia y protectora de los seres que ella produce, se encarga de cuidar y mantener ante el escéptico humano que, absorto en su contemplación, le parece increíble que todavía se mantenga erguido. Su aparente robustez, por su tamaño y morfología, contrasta con su endeble aspecto enfermizo y casi desahuciado, pero las apariencias engañan. Y llegado a este punto me viene a la memoria la visita que hace algún tiempo hicimos por los pinares de  Covaleda, en el paraje conocido como “Los abuelos del bosque”. En este caso, de pino albar, también de tronco robusto, ramas fornidas y retorcidas, que crecen a lo ancho (sin que haya mediado intervención humana) y dan un aspecto añoso, pero vigoroso, a pesar del apelativo de “abuelos” por su evidente longevidad. Sin embargo, la diferencia con los especímenes de robles que contemplamos en este bosque royano, parece evidente, en la medida que el pino albar no resistiría una degradación en su desarrollo, hasta su desecación,  si concurrieran  las mismas circunstancias por las que ha pasado el roble.

El ejemplar que hemos visto no es el único. Ante nuestros ojos, otros vetustos robles presentan también la lucha que libran frente a su extinción, manteniendo un hilo conductor de savia que revitaliza su existencia, a pesar del daño externo y destrucción de su capa exterior. ¡Ay, Sr. Machado: si hubiera conocido este bosque es muy probable que su canto a la vida por el olmo seco, “hendido por el rayo y en su mitad podrido”, que tan admirablemente versificó, su inspiración poética hubiera elevado a la categoría de sublime la realidad de este bosque,  poblado de vetustos robles que luchan por sobrevivir en medio de los rayos que puedan hendir su médula troncosa o los años que minan su vitalidad!

Nos encontramos con otro ejemplar, no menos vistoso y espectacular, que algún/os  desaprensivo/s lo han dañado sin necesidad: y es que el roble solo mantiene la mitad del tronco en forma cóncava, cuyo interior aparece carbonizado, y no por efecto de una descarga eléctrica, sino por la acción humana de quien ha hecho fuego al abrigo de su concavidad, con el consiguiente riesgo de  propagación. Pero hasta con llamas quemando su corteza interior ha resistido en pie, en señal de  fortaleza y apego a la vida, lección que no había prendido el espécimen humano que lo utilizó  para otros fines espurios.

Nos vamos acercando a una zona de canchales, lugar escogido por nuestros sherpas para hacer el descanso obligado y encontrar acomodo entre las piedras que ofrece este pedregoso fenómeno natural donde  satisfacer las humanas necesidades  gastronómicas. Pero antes, otra compañera del grupo y este cronista, nos hemos quedado para observar una sencilla y fácil operación que lleva a cabo Alberto: con su bastón de caminante, en forma de robusta cachaba o cayata, está escarbando en el interior de la base hueca de uno de los robles que nos encontramos, extrayendo de la misma una masa en forma de serrín, de color tierra, con alguna que otra pieza astillosa proveniente del mismo árbol. Se trata de la madera del tronco que se ha podrido y se conserva en su interior, ahora como humus o fertilizante que servirá de nueva simiente para generar otra vida  sobre el suelo que acoge los desperdicios del roble envejecido. Es el flujo de la vida que marca los tiempos del desarrollo vegetal, el devenir de la historia que sigue todo proceso natural, donde vida y muerte se encuentran y hasta parece que son la esencia de la misma realidad: una nueva especie, un nuevo orden vegetal. El devenir es justamente una cierta tensión entre contrarios: es siempre uno y lo mismo, lo vivo y lo muerto, despierto y dormido, joven y viejo. Esta modesta reflexión filosófica sobre el comportamiento de la vida vegetal que hoy admiramos, no es cosecha propia del  cronista. Ya lo proclamó hace más de 2500 años un pensador griego de nombre Heráclito de Éfeso, con su famoso aforismo filosófico “panta rey”, todo fluye. Seguramente Heráclito, cuando proclamó esta máxima filosófica, no estaba pensando en la vida de los robles vetustos, pero no es menos cierto que su enunciado estaba pensado para todo   el mundo animado, humano o vegetal. Y tampoco sería exagerado ver alguna similitud entre la filosofía de estos pensadores y el bosque que tenemos ante nuestra vista: vieja y joven, a la vez, útil y olvidada, siempre presente y casi y siempre ausente del pensamiento moderno, renacida y arrinconada…

Pero ya sabemos que no solo de filosofía vive el hombre, así que, una vez entendida la interpretación que nos hace Alberto sobre este hallazgo en la vida vegetal, nos incorporamos al grupo y buscamos la mejor piedra en el canchal que nos sirve de improvisado asiento para dar cuenta del deseado bocadillo, pieza de fruta o delicatesen seleccionado para el momento. Nos cruzamos, como de costumbre, algunos productos o bebidas entre nosotros y, una vez hemos satisfecho las necesidades más primarias, nos ponemos nuevamente de camino.

Retrocedemos sobre nuestros pasos para salir a una pista de rodaje que  permite seguir nuestra ruta marcada. Esta carretera de montaña comunica distintos puntos de interés de la comarca, a la vez que es utilizada por  cazadores, como la pequeña flota de vehículos que encontramos en nuestro trayecto, advirtiéndonos de los sitios donde van a ejercer su práctica cinegética. Nada que objetar, ya que no interfiere para nada con nuestra ruta “pacifista”. Seguimos por esta cómoda pista hasta llegar a un altiplano conocido como el alto de “La Machorra”. Hemos alcanzado la máxima altura del trayecto (1.406 m) y el mayor desnivel desde el comienzo ( 409 m). Descendemos suavemente hasta un llano enclave con apariencia de paisaje megalítico, por la existencia de voluminosos bloques de piedra, desde donde tenemos unas excelentes vistas de poblaciones como Sotillo del Rincón, o  la inconfundible silueta del pantano de La Cuerda del Pozo, amén de la extensa panorámica del monte Berrún y su poblada vegetación arbórea. Nos encontramos en el paraje denominado “Los Cabezuelos”. Aquí podemos ver dos máquinas trabajando en labores selvícolas, consistentes en triturar las pequeñas ramas que permanecen  tras la corta de pinos, para incrementar la riqueza del suelo con su sabia y dar sostenibilidad al incipiente pinar de esta zona.

Esta zona megalítica ha sido aprovechada también para levantar paredes  de piedra, colocadas  a cuchillo y de un solo hilo para la formación cercas,  que, en algunos casos, tienen su firme y seguro cierre en las  rocas del lugar. Es la manera más rudimentaria y artesanal de recoger el ganado a cielo abierto.

Pronto dejamos la cómoda y bucólica pista donde se alternan los  apriscos para el ganado, rocas ciclópeas y la existencia de otras especies vegetales, como enebros, pinos o acebos, para adentrarnos ahora por caminos que solo existen en el  wikiloc de nuestros  sherpas. Es la aventura, de escaso riesgo, todo sea dicho, del senderista que vive ávido de emociones por recorrer caminos poco usuales, pero que nuestros sherpas controlan  a través de los mapas insertos en sus sistemas de navegación, y que tiene ese puntito de aventura por pisar suelos poco frecuentes, aunque no seamos los primeros en hacerlo. Nos hemos adentrado por estos parajes poco transitados, antes de llegar  a lugares más próximos a nuestro punto final y curiosear  algunas majadas sólidamente construidas,  que permanecen todavía en perfecto estado de uso, aunque otras muestran un aspecto más descuidado, a medida que nos vamos acercando a la entrada de El Royo.

Nuestra “aventura” campo a través ha tenido una corta duración y enseguida avistamos la población. Apenas 12  km. nos han separado de este singular localidad, conocida, entre otras cosas, por sus “casas de indianos”, así llamados a los emigrantes  regresados de América  en la primera mitad del siglo XX, trayendo consigo una fortuna que, entre otras finalidades, destinaron a financiar sus propias viviendas. Allí nos espera la compañera Milagros, residente del lugar, que pronto se incorporará a las rutas del grupo. En un conocido establecimiento hostelero del pueblo, apuramos la cerveza o el vino que acompaña al descanso después de cada caminata, mientras comentamos las incidencias del día y disfrutamos la jornada sabática.

Hoy hemos visitado un templo, donde hemos venerado y rendido tributo de admiración a una naturaleza que nos da una lección de la lucha por la vida frente a la adversidad, las dificultades y las amenazas que la acechan. En la naturaleza no encontramos libros impresos que nos expliquen la realidad de las cosas. Ella misma es un libro. Solo hay que aprender a leerlo.

 

Agnelo Yubero  

 

 

One Comment so far:

Por favor acceder para comentar.

Posted by: soriapasoapaso on