PAONES:  ENTRE  BARRANCOS Y CAÑONES

 

 

29/02/2020

                                                                      

 

Una vez más, nuestra presencia por los caminos de esta tierra castellana que pateamos cada semana  transcurre en los espacios de la España vaciada, la Soria desnuda y olvidada, los pueblos mudos y la vida comunal de estas áreas rurales se nos antoja como un recuerdo del pasado, que ha dejado su impronta tanto entre las ruinas de lo que  fueron alojamiento de familias rurales, como en algunos  monumentos que hablan de su historia, significado y/ o devoción para sus habitantes. En esta ocasión nos hemos acercado hasta Paones, punto inicial de nuestra ruta sabática. Y si bien es cierto que aún podemos  encontrar  no pocas casas rehabilitadas o reconstruidas, no parece que sean de  de uso diario para sus moradores, sino  lugar de descanso ocasional o estacional, a la vez que   presencia activa   de una generación presente, testimonio de un pasado que ocuparon sus padres o abuelos.

Paones está situado en el suroeste de la provincia, a 9 Km. de Berlanga de Duero, en la carretera que une esta localidad con Retortillo. En el censo de 2015, el pueblo contaba con 3 habitantes: 3 hombres y 0 mujeres. Tres resistentes empeñados en mantener el nombre del pueblo para no convertirlo en  nostálgico y doloroso recuerdo de que allí, una vez, hubo gente que animaban sus calles, celebraban sus fiestas y vivían la alegría o la decepción del resultado de sus cosechas.

Son casi  las 9,00 h. y la mañana se presenta de color gris plomizo, pero sin previsión de lluvia, enemigo principal del senderista cuando se calza las botas para recorrer  campos, quebradas y riscos montañosos que aparecen en nuestra ruta. Aparcamos en la citada localidad y antes de emprender el camino, visitamos lo que queda  de la Iglesia parroquial de San Pedro Apóstol. Y digo lo que queda, porque no se puede decir que se encuentre en estado ruinoso, sino que permanece el limpio esqueleto arquitectónico de lo que se ha podido conservar, tras haber desaparecido la arquitectura interior de su cubierta y otros elementos ornamentales, por lo que la solución más imaginativa ha sido mantener a la vista la planta de la Iglesia, sustentada sobre algunos pilares de madera recién instalados y unas escaleras que, creemos, daban acceso al coro o parte superior de la Iglesia y manteniendo limpios y presentables, tanto los muros exteriores que han resistido el paso del tiempo, como los muros interiores de distribución  que configuran la planta del templo. Es de cabecera semicircular, presbiterio recto, de una única nave, con dos capillas laterales y una espadaña a los pies.

De todo este conjunto, solo la cabecera es románica, así como la parte conservada del pórtico, con sus basamentos, fustes  de columnas y capiteles  románicos. Quedan fragmentos de pinturas murales a base de azules y ocres, pero es más lo que se ha perdido, en apariencia, que lo conservado. La pila bautismal, también románica, se conserva dentro de la Iglesia. Y poco más, salvo que se ha dotado al suelo que, como hemos dicho, se encuentra a cielo abierto, de una protección de canto rodado para posibilitar la filtración de las aguas pluviales y evitar los encharcamientos que dañarían aún más la austera permanencia de esta iglesia.

Una vez cumplimentada la visita a este elemento cultural, salimos por la carretera en dirección  a Berlanga durante un corto trayecto, para doblar enseguida hacia la izquierda y tomar el camino que nos llevará  por  tierras de labranza, paso obligado para adentrarnos en los parajes que conforman un conjunto de quebradas, cañones y barrancos, objetivo de nuestra curiosidad y conocimiento de nuevos paisajes sorianos.

Los primeros pasos transcurren por  un trazado cómodo, llano y sin apenas cambios de relieve, junto a las tierras de labranza. Desde la proximidad y cercanía con la realidad agrícola, podemos apreciar ya el despunte y verdor incipiente de los cereales sembrados, en forma de rectas hileras sobre las parcelas, muchas de ellas cubiertas de piedras, que no ocultan la vida que subyace bajo estas austeras tierras, no precisamente de las más fértiles de nuestra provincia.

Seguimos lo que parece el cauce de un arroyo seco. Es la hoz de la llamada Peña Miguel. Al entrar en este cañón nos encontramos con una covacha y más adelante una roca con forma de cabeza humana. Comento con mis compañeros la curiosidad de esta piedra y sus rasgos antropomórficos que se perfilan en su cara y  el aspecto envejecido de su rostro.

Hay que destacar que algunas de estas pequeñas cuevas se han aprovechado para usos ganaderos, convirtiendo el espacio en pequeños apriscos o abrigos pastoriles, mediante el sencillo procedimiento de cerrar con muros de piedra de escasa altura el espacio longitudinal que ocupa el exterior de la cueva. Dadas las reducidas dimensiones de estos aprovechamientos, tampoco sería extraño que hayan servido de parideras para la cabaña ovina que tiempos atrás tuvo su pujanza por estas tierras.

Y cómo no. No podían faltar los habitantes naturales que dominan estos pagos. Sobre nuestras cabezas y atravesando las alturas del cañón de un lado a otro,  revolotean, como si de una danza ritual se tratara, numerosas  rapaces que han asentado aquí sus reales. Buitres, alimoches o aguiluchos nos avisan que estamos en su territorio y toda presencia humana es mirada con la reserva propia de quien se cree dueño de estos silenciosos parajes.

En nuestro caminar admiramos la belleza de los numerosos árboles en flor que nos anuncian el comienzo de un cambio estacional. No los perderemos de vista a lo largo de nuestro recorrido.

Seguimos por el angosto paso que  marca la senda natural  hasta que poco después de un giro a derechas el cañón se mete en una zona de maleza imposible de transitar.  Nuestros sherpas, José Antonio y Ricardo, siempre atentos y solícitos a resolver  dificultades e imprevistos, inician un ascenso exploratorio por la escarpada ladera que traza el cañón, para conocer la mejor ruta posible de llegar  hacia la vertiente  más  alta que nos permita continuar nuestra ruta. Es un notable pendiente, no exenta de dificultades, tanto por la severidad del terreno (constantes cambios de nivel, con escalones pétreos de irregular altura), como por la propia composición del suelo, de piedras sueltas y escasos apoyos. No es excesivamente larga la subida, así que hacemos uso de nuestras energías y probada pericia en estos trances y sin incidentes que reseñar alcanzamos la parte más elevada de la pared.

Ha merecido la pena el esfuerzo. Desde aquí tenemos una perspectiva extensa y detallada de la belleza del cañón y, además, al fondo del horizonte, podemos divisar la silueta del castillo de Berlanga y un poco más alejado el perfil del castillo de Gormaz.

Sobre las  alturas que nos encontramos resulta reconfortante el olor a sabina y pino silvestre que pueblan las crestas de estos picos montañosos. No son las primeras que vemos en los áridos y calizos suelos de esta tierra, y tal vez por eso es un regalo de la naturaleza que se desarrolle este tipo de  especies arbóreas para dar vida y expansión vegetal a los fríos roquedos que dominan estas quebradas.

Oteado el horizonte y admirada la austera belleza paisajística de esta zona, tomamos el camino de bajada y andamos por un trazado agrícola para continuar hacia la izquierda. Va llegando la hora del almuerzo y observamos una construcción para usos agrícolas y ganaderos, protegida por un largo muro por los cuatro costados que nos puede servir de parapeto frene al viento reinante. Allá nos dirigimos, atravesando una pieza sembrada, como paso obligado para acercarnos a nuestro objetivo. Tomamos posiciones, aligeramos las mochilas y extraemos las viandas reconfortantes que gratifican el esfuerzo realizado. En esta ocasión no falta el reparto de tortilla, las delicatesen que se distribuyen entre los corrillos y la estimulante bota de vino que, aunque poco demandada, es muy celebrada por los habituales usuarios de la misma. Hoy, el café corre a cargo de Ricardo y su santa esposa. Cerca de nosotros un agricultor faena  las tierras subido a su tractor, con la sospecha por parte de algunas compañeras de que se acercará hasta nosotros para reprocharnos el hecho de haber pisado una parcela sembrada. Falsa impresión. El tractorista sigue a lo suyo y nosotros terminamos nuestro asueto sin más complicaciones.

Continuamos nuestra ruta, siempre flanqueados, en mayor o menor medida, por las masas rocosas que conforman el pequeño cañón que ahora iniciamos, menos interesante que el anterior, pero que nos va  a dejar una joya natural que por sí misma motivaría una visita a estos parajes. Y a nuestro paso, a uno y otro lado, arboles en flor y el tapiz verde de las florecientes parcelas cerealistas, formando una hermosa combinación cromática ante-primaveral.

Y así, nos plantamos ante la joya anteriormente descrita, conocida como La Cueva del Ojo. El ojo es un agujero redondo que el agua del arroyo hizo en un tolmo o peñasco elevado que le cortaba el paso y da  nombre a la cueva. La cueva es pequeña y de poca extensión. Su entrada está rodeada de una pared de piedra, y un curioso arco natural abierto sobre dicha pared que da acceso a la misma. Pero lo que le da importancia es un grabado rupestre que hay a la entrada y que representa dos figuras humanas unidas, penosamente dañadas por la ignorancia (no creemos que por mala fe) de quienes han rayado sobre las mismas sus nombres con fines desconocidos. No obstante, las pinturas conservan su vigor y pueden contemplarse y compararse con otras similares de nuestro

entorno (hay quien ve alguna relación con las pinturas rupestres halladas en el monte de Valonsadero, aunque nada hay seguro). Algún estudio sobre las mismas se ha realizado, sin que, por el momento, conozcamos sus resultados. Junto a  la cueva, hay también una curiosa formación de piedras con apariencia  de tratarse de un dolmen, aunque no parece que tal acumulación pétrea haya requerido acción humana alguna. No hay testimonios de asentamientos humanos por aquí. Más bien se trata de una formación rocosa natural y caprichosa. Nuestra curiosidad y sobradas energías (todavía) nos empujan a conocer la cueva  por dentro. Y a ello nos dedicamos. Soltamos las mochilas a la entrada y a gatas o reptando, nos adentramos en esta pequeña oquedad, de escasa altura, que no ofrece ningún peligro, para escudriñar sus secretos interiores. Una curiosa columna de piedra de apenas 60 cm. parece sustentar la bóveda de la cueva con el suelo y dividir en dos el interior de la misma.

Satisfecha nuestra curiosidad, emprendemos camino por el corto cañón que hemos tomado anteriormente, mientras comentamos datos y anécdotas de nuestra ruta. Ahora el camino es amable, estrecho, pero despejado. Y en pocos minutos dejamos el campo para tomar la carretera que une Brías con Paones y dirigirnos hasta el punto de salida. Cambiamos el suelo  de los senderos agrícolas por la dureza del asfalto de la carretera. Chalecos amarillos para señalizar nuestra presencia y a 1 Km de distancia ya observamos el núcleo poblacional de Paones . Justo al llegar al pueblo nos encontramos con una pequeña y coqueta ermita, bien cuidada y, al parecer, todavía en uso para el culto religioso. Frente a ella, a escasos metros, una sencilla columna de piedra, que remata en una cruz de hierro, recuerda a los antepasados de la localidad.

Ningún alma por la calle. Silencio y recogimiento por sus calles, casas cerradas, algún coche aparcado por las inmediaciones y con nosotros queda el recuerdo de otros rincones de esta desconocida, pero no menos atractiva y poco valorada provincia de Soria.

 

AGNELO YUBERO

 

 

 

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Posted by: soriapasoapaso on