OTOÑO EN EL PARQUE NATURAL DEL MONCAYO
Soria, 23 Octubre 2021
Cita recurrente en estas fechas. Ya lo habíamos hecho en años anteriores: por esta época es obligada la visita a alguno de los hayedos próximos a nuestra tierra. Y hoy la hemos dedicado a patear el parque natural del Moncayo por su vertiente zaragozana. La emblemática montaña, mitad soriana, mitad aragonesa, nos contempla desde su hierática elevación, aunque en esta ocasión no es su erguida figura, ondulada y puntiaguda en sus cumbres, la que nos atrae, sino las estribaciones inferiores que rinden tributo a su majestuosa silueta. Y, en concreto, la “población” vegetal, nutrida de numerosas especies arbóreas que dan vida al entorno de una naturaleza pródiga y generosa, constituye el motivo de nuestro paseo otoñal por este esperado encuentro con el hayedo del Moncayo. La variedad cromática que exhiben las hojas todavía florecientes con la ya caducas, además del contraste con otros especímenes arbóreos, forman el caleidoscopio de un bosque encantado para disfrute del visitante.
Nos hemos dado cita a las 8,30 en Agreda, en las proximidades del conocido establecimiento hostelero “Doña Juana”, para salir desde aquí al punto de arranque de nuestra ruta, la Fuente del Sacristán. Buena decisión de nuestros sherpas este lugar de encuentro, ya que nos separan todavía algunos Kms. hasta la citada fuente y poco conocido ( o nada) su enclave para la mayoría de voluntariosos que allí nos presentamos. A modo de anécdota, comentamos que en esta ocasión los varones superamos en número a las mujeres, situación infrecuente en otras jornadas senderistas.
Hecha la comprobación de que estamos todos los que teníamos que estar, emprendemos viaje en dirección Vozmediano, localidad conocida por el nacimiento del río Queiles, cuyo manantial es considerado el segundo más copioso de Europa, con un caudal que suministra una aportación media de 1500 litros por segundo. Atravesamos este municipio y, tras dejar la provincia de Soria, nos adentramos en la vertiente aragonesa hasta el origen de la ruta.
La mañana se presenta soleada y agradable, circunstancia que nos augura un paseo tranquilo y en excelentes condiciones para recrearnos en los parajes que iremos conociendo.
Hemos llegado a la citada fuente y dejamos los coches en los pocos aparcamientos “ecológicamente” señalados (vamos a llamarlos así), escasez debida a la necesidad de preservar la pureza del entorno y evitar el uso masivo de vehículos en el lugar. Hay que advertir que este punto es tanto origen como llegada de las muchas rutas que atraviesan la sierra. Nuestros sherpas la han elegido como arranque y desde ahí comenzamos nuestra andadura para cubrir los 12 Km., aproximadamente, que marcan hoy nuestro objetivo.
El parque natural del Moncayo, además de acoger la cima más alta que comparten Soria y Zaragoza, es un amplio territorio que se extiende a lo largo de la sierra del mismo nombre y que abarca parte de tres comarcas zaragozanas. Su cara norte es más conocida (una sucesión estratificada de diferentes vegetaciones y ecosistemas: los encinares y cascajares van dando paso a robledales, pinares y abedulares), pero existe otra cara sur muy diferente y no por ello menos esencial. El encanto de sus bosques, glaciares y barrancos hechiza por su sorprendente belleza y el mudar de las estaciones sorprende a los que creen haberlo visto todo.
Pronto empezamos a apreciar la diversidad ecológica que el paisaje presenta. Enfilamos por una marcada senda, que atraviesa en varias ocasiones la pista rodada que conduce hasta el santuario del Moncayo, y advertimos ya que el haya, especie dominante de la zona, se hermana con otras especies arbóreas que ofrece la ecodiversidad de este sistema. Es una ruta ascendente, pero muy soportable por el esfuerzo requerido, mientras caminamos a la sombra de este edén natural que conforman pinos silvestres, algunos abetos, densos brezales, brillantes acebos, aislados avellanos, llamativos serbales, enhiestas hayas y otros arbustos que saludan nuestra presencia. Y mientras admiramos su porte, preguntamos a nuestro siempre dispuesto Alberto por su nombre o nos quedamos observando su anatomía, altura, ropaje vegetal , etc.
En este primer tramo no son las hojas caducas de las hayas las que rinden tributo de humildad a nuestros paso, sino las acículas u hojas del pino silvestre, también llamadas pinochas, las que alfombran el terreno que pisamos. Constituyen el tejido epidérmico de esta familia arbórea, y como todo ser viviente muda también su piel para regenerar la vida que permite su desarrollo.
Seguimos subiendo y en el paraje conocido como “Prado de Santa Lucía” nos topamos con un nevero o pozo de nieve, que viene a constituir el antepasado natural, no industrial, de los modernos frigoríficos, por su uso, finalidad y utilidad para la conservación y refrigeración de los alimentos. El panel explicativo junto al mismo ofrece toda clase de detalles sobre estos recursos naturales que los lugareños supieron transformar para satisfacer necesidades primarias que hoy cubrimos con elementos más sofisticados, acordes con el desarrollo tecnológico.
Por el camino, vamos comentando las semejanzas y diferencias de esta subida con la que hicimos no hace muchos meses hacia la cumbre mágica del Moncayo. Sin duda son más las diferencias que las semejanzas en lo que a pendiente, esfuerzo, terreno y vivencias se sienten en esta zona.
Continuamos por una marcada senda que coincide en parte con un marcado GR-90. No es nuestra intención seguir este largo trayecto, sino alcanzar una meseta elevada (será la máxima altitud de nuestra ruta) situada a espaldas del Santuario del Moncayo. Lo de santuario tiene su origen, como el nombre indica, en un supuesto hecho religioso, ya que el documento más antiguo que se conoce de este lugar data del siglo XIII, con motivo de la aparición de la imagen de la Virgen de Ntra. Sra. del Moncayo.
Los sucesivos tramos del terreno ofrecen la rica variedad de especies que acoge este vergel botánico que conforma el idílico parque del Moncayo. El camino es agradable, la temperatura invita a desprenderse de la ropa de abrigo y la conversación con nuestro bien informado Alberto en materia arbóreo-forestal resulta siempre amena, didáctica y enriquecedora.
Hemos llegado hasta el citado santuario, enclavado en una explanada a mitad del monte (1620 metros de altitud) y al abrigo de una enorme peña negruzca, llamada Cucharón, cuyo edificio está integrado por la Iglesia , en el centro, y dos amplias casas, una a la cabeza y otra a los pies del templo. Actualmente este conjunto arquitectónico, excepto la Iglesia, está dedicado a la hostelería, que gestiona una empresa privada y cuyo restaurante permanece abierto todo el año. En tanto que su uso religioso apenas tiene actividad una vez al año. Podríamos hablar, según el uso al que se destina, de un santuario a la hostelería….para deleite y solaz de los excursionistas que por aquí se acercan. Hay que destacar el fácil acceso en automóvil hasta las proximidades del mismo.
Ni la instalación hostelera, ni la iglesia (cerrada al culto habitualmente) constituyen el objeto de nuestra visita, sino la ya citada explanada a espaldas de este conjunto arquitectónico, formada por una pequeña llanura donde se elevan moles de piedra a modo de miradores naturales. Este será nuestro punto de descanso obligado para disfrutar el rato de asueto y momento gastronómico que toda ruta exige. Y ahí nos dirigimos, no sin antes atravesar algún angosto ( y corto) camino entre piedras para tener la mejor posición de descanso y observación entre los peñascos.
Y antes de sacudir las mochilas para dar cuenta del deseado bocadillo, no podemos por menos de admirar las vistas que se ofrecen a nuestra mirada en el próximo y más lejano horizonte. Desde aquí podemos ver los núcleos de población más cercanos de esta comarca zaragozana. Tarazona ocupa un lugar central en nuestro observatorio paisajístico, mientras otros pueblos más pequeños, como San Martín de la Virgen del Moncayo o Santa Cruz del Moncayo, se nos muestran más próximos y bien definidos sus contornos, así como pequeños embalses en las cercanías de estos municipios que recogen las aguas del Moncayo, emulando pequeños espejos flotando en un mar de árboles. Porque ese es el paisaje que se ofrece bajo nuestra mirada: una masa arbórea que conserva el verde intenso de su ramaje, retiene el agua que le brinda la montaña y dota de riqueza material y ambiental a sus habitantes más cercanos. Y un poco más alejada, pero perfectamente delineada, se reconoce la cadena pétrea, en tonos ocres y grisáceos, que protege un barranco por donde fluyen las aguas del cañón del Val, entre otras corrientes acuíferas, que vierten al embalse de Los Fayos. Pero no solamente apreciamos la parte aragonesa: un poco más hacia el este podemos observar los dominios sorianos que constituyen la comarca de Agreda, el perfil de la autovía que circunvala el municipio y los tonos plateados que presentan los elementos almacenados al aire libre de lo que luego se convertirán en las piezas de los “molinillos” eólicos que abundan en los montes y colinas de la geografía española. No tan alejado de nosotros, en dirección sureste, se puede apreciar un altivo serbal que exhibe con elegancia todavía sus hojas doradas, a modo de estático estandarte en medio de la alternancia cromática y frondosidad del bosque que emerge. Y la vista todavía nos alcanza un poco más: en el horizonte más alejado y lejano podemos observar las altas cumbres de los Pirineos, frontera natural, por el norte, del valle del Ebro y punto de confluencia que cierra el ciclo visual desde nuestra perspectiva entre el azul celeste y la tierra.
Hemos tenido tiempo de disfrutar del paisaje en toda su amplitud y recuperar fuerzas para la segunda parte del trayecto, que en su recorrido se nos presenta más amble y suave, porque iniciamos el descenso desde los algo más de los 1600 metros de altitud en la que nos encontramos.
La ruta ahora es una marcada senda preparada para el caminante, flanqueada por el extenso e inmenso hayedo de Peña Roya. Este bosque de hayas es uno de los más meridionales de Aragón y se distribuye entre los 1200 y 1600 metros de altitud. Una mayor pluviosidad y las nieblas que se agarran al Moncayo hacen que tenga la humedad necesaria para desarrollarse. Sus hojas, de color verde intenso en primavera y verano, ahora en tonos dorados, parecen monedas que cuelgan sobre nuestras cabezas y tintinean con el sol. Se tornarán rojizas en poco tiempo y acabarán cayendo formando parte del mullido colchón de hojas que alfombran el camino. Esto por lo que se refiere a su aspecto más ornamental, pero en otro orden de valores hay que destacar que el haya es una especie muy valiosa para la selvicultura, ya que puede crecer en ambientes muy diversos donde la humedad ambiental sea muy elevada, amén de la riqueza que proporciona su madera y los usos que de ella se hacen.
El camino por el hayedo está muy concurrido. Alguien comenta en tono jocoso que “esto parece El Collado”. Y ciertamente no son pocos los grupos que nos hemos dado cita por estos parajes para rendir tributo a la belleza otoñal que presentan. Hay quienes transitan por aquí camino de la cima. Un grupo de chicas jóvenes van en esa dirección, aunque tuve la sensación, al hablar con ellas, que desconocían la dureza del ascenso. Apelo a su juventud y fortaleza para motivar su decisión y resaltarles la belleza que encontrarán en lo más alto de la cumbre.
Descendemos por la cómoda senda, mientras sorteamos no pocos arroyuelos que hablan de la humedad que fecunda esta tierra y da origen a la masa de altivas hayas.
Nos encontramos también con otro grupo de chicos/as, (vienen de Tauste, nos dicen) que van provistos de su cestita para la recolección de los productos micológicos. Parece que no saben diferenciar todavía las distintas especies que recolectan, porque nos preguntan qué especies son comestibles y cuáles no de los variados ejemplares que han echado a la cesta: algún boletus y dos o tres especies de distintas variedades micológicas. Les aclaramos sus dudas y les advertimos de la necesidad de disponer de la correspondiente licencia de recolección. Todo esto les suena a nuevo….
Y así, paso a paso, nos vamos acercando hasta el lugar de partida, la citada “Fuente del Sacristán”, mientras no dejamos de admirar la frondosidad que inunda este paisaje de erguidas hayas, que parecen desafiar al sol, dejando que se filtre solo por los huecos alineados de su arquitectura botánica, en tanto que ellas mismas lo buscan desde lo más alto de su corteza.
Y acabamos donde empezamos la mañana: en la terraza de la cafetería “Doña Juana” de Agreda, degustando una refrescante y merecida cerveza, como es de rigor en todos los finales de etapa, o un estimulante vino que nos ponga el último sabor agradable de la jornada
Agnelo Yubero