POR TIERRAS DE YANGUAS 08/02/2020

 

La mañana se presentaba de color gris plomizo, pero de  temperatura agradable para la práctica senderista; la concurrencia, muy nutrida, como viene siendo habitual en las últimas salidas y la ruta nos adentrará, una vez más, por  tierras de la Soria vaciada, abandonada, pero resistente, gracias a algunos ocasionales  pobladores,  a  que se convierta en tierra definitivamente perdida para la vida en un ambiente rural y la convivencia en espacios idílicos, alejados del mundanal ruido.

A las 8,00 en punto distribuimos con rapidez los coches que nos trasladarán hasta el bonito pueblo de Yanguas. En esta ocasión, no se trata de una ruta circular, aunque el lugar de partida no se aleja mucho del  de llegada.

Y apenas hemos llegado al punto de salida, la primera sorpresa de la jornada: unas hermosas cascadas de agua, no muy copiosas, pero que tienen el encanto de ordenarse verticalmente, de forma sucesiva, de tal manera que las más superiores van suministrando  agua a las situadas en los planos inferiores, hasta depositar su caudal tras un corto recorrido  en el Cicados, que discurre desde Yanguas a Enciso –por la C-115- , encajonado entre peñas y encinares desde los terrenos más cultivables de Yanguas, hasta adentrarse en la vecina comunidad riojana.

 

Caminamos un rato por el arcén de la carretera, equipados con nuestros vistosos chalecos amarillos, como mandan los cánones de seguridad, hasta tomar una vieja carretera sin asfaltar, que comunicaba la vecina población de Yanguas con otra  hoy ya abandonada, Lería. El  trazado  se estira entre curvas y un ascenso prolongado durante buena parte del trayecto. Es el comienzo de la ruta donde hemos de poner a prueba  la capacidad de resistencia para insuflar oxígeno a nuestros pulmones ante el esfuerzo continuado de una subida continua, no excesivamente vertical, pero que nos sirve de calentamiento espontáneo que  hará más cómodo el resto de recorrido  por senderos menos empinados, aunque no menos  abruptos.

El paisaje que se nos ofrece a nuestra derecha  corresponde al de un pinar joven, no muy poblado y en algunos puntos mal desarrollado, a juzgar por la cantidad de pinos jóvenes que dan muestras de no haber arraigado,   con sus ramas secas y  poco éxito para seguir creciendo. A nuestra espalda, si giramos la vista, podemos vislumbrar el perfil ondulado de la sierra del Carama, espesa y poblada de especies arbóreas, en contraste con las laderas más próximas a nuestra ruta, secas, estériles y rocosas.

Hemos llegado a una  encrucijada: hacia la derecha nos podríamos dirigir hacia Lería, pero no es ese el recorrido programado por nuestros sherpas, así que tomamos  dirección  izquierda, camino de otro enclave semi abandonado, aunque no del todo: nos referimos a La Vega, escondido entre moderadas colinas hacia el norte y oeste, que lo convierten en un lugar de aspecto bucólico para la vida tranquilla y  un ambiente muy natural, con la dificultad añadida de acceder al mismo con vehículo, aunque esto no sería un problema insalvable si se prescinde de este medio, aparcando el motor de gasolina en las afueras del pueblo, donde la carretera  puede dar un respiro para olvidarse del coche.

Antes de llegar a este poblado observamos una gran balsa de agua, surtida por un chorro que sale de un caño que colmata la citada balsa, rodeada de un alambre de espino por todos los lados, con la clara intención de  impedir el acceso tanto de personas, como de animales.

Un poco más adelante abandonamos la carretera y nos adentramos ya en las inmediaciones del pueblo. En la dirección que llevamos y por una más que justificada curiosidad y conocimiento de nuestro entorno más próximo, no tenemos otra opción que atravesar el pueblo por el corazón de sus calles y su trazado urbanístico. La Vega, a 1.200 m. de altura, aunque da sensación de despoblado, se trata de un lugar habitado, que nunca ha estado despoblado totalmente. Junto con Lería, que ya hemos indicado sí es un lugar totalmente deshabitado, fueron agregados  en la década de los 60 al municipio de Yanguas. El origen de la mayoría de estas poblaciones serranas parece estar en el establecimiento de pastores provenientes de la zona de Navarra, aunque esto solo es una posible hipótesis y no una certeza, debido al  terreno propicio de los pastos para el ganado ovino y al alto valor de la lana, que hacían rentable económicamente habitar estas duras tierras de altura, donde trasladarse no es fácil, debido a la abrupta forma del terreno.

Las casas del pueblo se orientan al sol a lo largo de la ladera. La construcción es de piedra seca, directamente asentada sobre la roca. Es particularmente atractivo el contraste entre la abundante vegetación que florece en la parte más baja del pueblo, debido a la

humedad que suministra el arroyo que lo atraviesa  y los altos rocosos sobre los que se cimentan algunas de sus casas, alejadas de los ambientes húmedos descritos. Vemos algunas viviendas recientemente rehabilitadas y con signos de ocupación, como las antenas parabólicas en algunas fachadas o la ropa tendida sobre los tendales individuales de la casa. Como dato curioso, en algunas ventanas vimos unas piedras  planas que sobresalen de la pared. Suponemos que servirían para dejar algo a secar al sol o para dejar cosas al sereno por la noche. Se admiten otras interpretaciones o, mejor, si volvemos a tener ocasión, lo preguntamos a alguno de sus todavía activos vecinos.

 

Según testimonio escrito de alguno de sus pobladores, no residentes habituales,  el pueblo se presenta muy animado en los meses de verano y puentes. Celebra su fiesta el segundo sábado de Agosto, desarrollando los actos religiosos en la ermita de la Soledad y posterior comida de hermandad en la chopera del pueblo. La Vega conserva todavía  su horno, sus lavaderos y sus dos fuentes, que producen un generoso caudal de agua, dando origen al arroyo que atraviesa la parte más vegetal del pueblo. En definitiva, nos encontramos con otro enclave soriano ( casi ya riojano), que se resiste a su desaparición como entidad de población, debido, sin duda, al tesón y entusiasmo de sus descendientes, empeñados en mantener sus raíces y sus recuerdos.

Abandonamos este tranquilo lugar, camino de otro enclave no menos idílico por su situación y significado social. Antes,  encontramos un indicador que nos dirige a la denominada “Fuente de San Andrés”. Parece evidente que los lugareños de esta tierra no han tenido problemas de agua, tanto para la población, como para la cría del ganado. El camino es una estrecha vereda, flanqueada por un pinar de robles a uno y otro lado, que nos conduce al lugar donde haremos la parada obligada para la reposición de fuerzas: una idílica y

pequeña pradera, donde se encuentra la no menos coqueta ermita de La Soledad ya citada, bien conservada y, como apuntamos antes, todavía utilizada para el culto en la celebración de las fiestas del pueblo.  Podemos apreciar por el ventanuco que se abre en la vieja puerta la ornamentación floral que permanece junto a la imagen de la pequeña Virgen, asentada sobre el centro del altar.

La mañana es apacible, el lugar acogedor, así que aligeramos de peso nuestras espaldas y mientras comentamos las impresiones del día y otros asuntos de interés senderista, vamos dando cuenta de las viandas que afloran de las mochilas. Parecemos una reducida y espontánea romería congregada en torno al lugar de una celebración festiva, movidos por la tradición que rinde culto a su patrona. Pero no. Somos algo más prosaico: un grupo de entusiastas senderistas, dispuestos a disfrutar no solo del bocadillo reparador, la refrescante y estimulante bota de vino y los siempre versátiles y apetecibles frutos secos o estimulantes chocolates que endulzan el camino, sino del encanto del paisaje, el conocimiento de las gentes, la geografía más alejada de nuestro núcleo capitalino, de conocer e imaginar las formas de vida que el lugar, el suelo, su riqueza forestal, agraria o ganadera, conformaban la vida de los antiguos pobladores de estas tierras. Caminar es también aprender del camino que hacemos (se hace camino al andar) y con esa intención nuestra actividad, a la vez que lúdica, se torna didáctica y amena para enriquecimiento colectivo.

Hemos terminado nuestro asueto y nos ponemos de nuevo en camino. Ahora transitamos en fila india por una estrecha vereda, antiguo camino de caballerías, medio de transporte habitual entre Yanguas y La Vega. El camino está erizado de piedras, con altibajos continuos, por lo que debemos extremar las precauciones para evitar una mala pisada,  una torcedura indeseada o una inesperada caída por mal asentamiento del pie.

Sin embargo, el carácter abrupto del camino compensa con la vista que se nos alcanza al frente y a nuestra izquierda. A nuestro costado, podemos admirar la serpenteante carretera que comunica Yanguas con la provincia riojana desde la altura en la que nos encontramos. El esfuerzo por el ascenso que hicimos a primera hora  se ve ahora recompensado  mientras caminamos  a media ladera, para tener una vista más despejada y extensa del paisaje que se extiende a nuestros pies. Y al frente, empezamos a divisar, y ya no dejaremos de ver, la cercana localidad de Yanguas, y en particular, la esbelta y bien conservada torre de San Miguel.

Avanzamos en fila india, como queda advertido, por la estrechez del camino y hasta podríamos emular, como se dice en términos ciclistas, la formación estirada de una serpiente multicolor, si no fuera porque predomina el azul, el color elegido de nuestro equipamiento para la práctica senderista.

Nos vamos acercando  al municipio y en nuestra ruta la primera joya arquitectónica que nos recibe es la ya citada torre de San Miguel,  único vestigio de la desaparecida iglesia homónima. Se encuentra alejada del pueblo, aunque probablemente estuviera muy cerca  de las últimas casas de la Villa Vieja. Es de estilo románico catalán, según reza el panel explicativo del citado elemento arquitectónico, único ejemplo de este en la provincia de Soria. Por su situación y por su morfología se ha pensado que podría haber funcionado como puerta del antiguo pueblo romano de Yanguas y como vigilancia que unía Numancia con Calahorra. Es momento de dejar constancia de nuestro paso por este lugar y las cámaras fotográficas no paran de dejar impreso el recuerdo de nuestra presencia bajo la puerta de esta torre, mientras al fondo se vislumbra la coqueta localidad de Yanguas. A la entrada del pueblo podemos leer en un amplio cartel, bien asentado sobre el suelo, “Yanguas, uno de los pueblos más bonitos de España”. Tal vez sea más un exceso emocional de sus habitantes, pero no cabe duda que no le falta belleza, ni por sus empinadas  y bien empedradas calles, ni por sus monumentos, ni por  bien

cuidado diseño urbanístico. El pueblo fue declarado en los años 80 ”Conjunto histórico-artístico”, por los muchos monumentos de interés que hoy exhibe esta localidad, (tal vez este hecho motivó el superlativo de belleza que le conceden sus vecinos). Y entre ellos, está su castillo que, aunque no se encuentre en un perfecto estado de conservación, ha mejorado su situación respecto a épocas pasadas, según me comentan algunas compañeras del grupo, e incluso podemos observar algunos elementos ajenos al castillo, como varias columnas de arte greco-romano, que más bien parecen traídas hasta allí para la celebración de algún espectáculo teatral o cultural.

Otro de los elementos distintivos de Yanguas es el puente sobre el río Cidacos. Aunque se duda de su origen, lo más probable es que sea de origen medieval. De tres ojos es el antiguo paso de la calzada que conducía a Calahorra y ahora es peatonal.

Otros monumentos de de interés que no llegamos a visitar  son: la Iglesia de San Lorenzo, de estilo gótico  tardío; la iglesia de Santa María, hoy iglesia parroquial. Posee un interesante retablo plateresco; el pequeño museo de arte sacro o la Casa consistorial, del siglo XVIII.

Como hecho destacado más reciente podemos decir que en Yanguas rodó buena parte de la película “Leyenda de fuego” el realizador soriano Roberto Lázaro.

El sherpa nos lleva por un bien cuidado camino que discurre en paralelo al río y bordea el municipio, como parte final de nuestra visita por esta atractiva localidad soriana. Parece que se ha llevado a cabo recientemente una poda de chopos ribereños, algunos de ellos todavía aparecen cruzados sobre el cauce del río.

Y, como no podía ser de otra manera, antes de despedirnos del pueblo hemos departido con algún paisano del lugar el vino o la cerveza de rigor en alguno de los bares que conserva Yanguas,  testimonio de su vida social, no solo para el residente, sino como reclamo para los muchos turistas que por allí se acercan y enriquecen a sus gentes. Tuvimos ocasión de comprobarlo, incluso con la presencia de niños, no muy frecuente en estas pequeñas localidades de nuestra sufrida Soria. Eso sí: la casa rural, reclamo de turistas para ir a comer, se encontraba cerrada.

Nuestra ruta ha concluido. Hemos caminado por la parte más septentrional de nuestra provincia. Hemos conocido algo más de cómo ha podido ser la vida en estos lugares y, sobre todo, hemos aprendido que la belleza natural y la austeridad de las gentes que habitan estas zonas, se complementan armónicamente.

 

AGNELO YUBERO

 

4 Comments so far:

  1. Totalmente de acuerdo caminar y aprender sobre los lugares que visitamos. Aprendemos y disfrutamos con tus relatos cuando no hemos podido hacer la ruta. Gracias.

  2. Totalmente de acuerdo caminar y aprender sobre los lugares que visitamos. Aprendemos y disfrutamos con tus relatos cuando no hemos podido hacer la ruta. Gracias.

  3. Superbonito Agnelo.
    Te has dejado el nombre del barranco o, cascada….
    Se llama San Cabras.
    Esta al principio del inicio de la ruta y de tu crónica….

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Posted by: soriapasoapaso on