Fuentes de Valonsadero
ruta y nuevos conocimientos ( para algunos, descubrimientos) de nuestro entorno
más próximo. En esta ocasión ha sido un recorrido por el entrañable y emblemático monte de Valonsadero, para
conocer las fuentes diseminadas a lo largo y ancho de este lugar, aspecto poco
conocido (
no
obstante la campaña divulgativa llevada a cabo por el Ayuntamiento el año
pasado) desde el punto de visto paisajístico. Y no es que esas fuentes tengan
una gran utilidad por la calidad de sus aguas ( ninguna de ellas es potable), pero el señalamiento y
acondicionamiento de las mismas, de cuidada elaboración y diseño, les confiere un
atractivo añadido al paisaje agreste de este Espacio Natural de Esparcimiento.
Hay que decir que no es la primera vez que el grupo hace un recorrido por estos
lugares, ya que en los anales de nuestro Blog consta una crónica firmada por
Carlos, en Septiembre de 2015, por los mismos pagos, si bien con un trayecto más
corto y menos participantes.
Estas fuentes han tenido un uso
eminentemente ganadero, como abrevadero para las reses que “habitan” el monte, por lo que su
riqueza material está justificada como sustento necesario para la crianza del ganado vacuno
que pasta por estas tierras. El volumen de agua que pueden presentar es
irregular y depende de la estación del año o la pluviosidad del momento.
Y llegado el día, once voluntariosos
miembros del grupo iniciamos la ruta: Julián, Gema, Reme, Alicia, Pilar,
Maribel (
y su
perra, Tula), Asun, Chus,
Alberto, Emi y este cronista. En este caso, el adjetivo “voluntarioso” tiene
más sentido, si cabe, que en otras ocasiones, porque la climatología no era la
más propicia para una caminata de 18,5 Km. que completamos a lo largo de
nuestro recorrido: una lluvia pertinaz y continua amenazaba con hacernos
desistir de nuestro propósito. Fue Julián, el veterano del grupo y sherpa oficial en esta ocasión para guiarnos por Valonsadero, quien
disipó nuestras dudas y venció nuestros temores: “esto no es lluvia”, sentenció, “ solo son unas gotas de nada. ¡Vámonos!”. Y como del
sabio el consejo, nadie osó contradecirle y sumisos a su autoridad, nos pusimos
en camino, no voy a decir que cantando bajo la lluvia, pero sí con un innegable
espíritu de optimismo y voluntarismo por aclimatarnos a nuevas condiciones de
actividad senderista.
El punto de partida en este
caso fue el entorno del Colegio Público “Fuente del Rey”, desde donde nos
dirigimos por el carril bici que discurre paralelo a la carretera de Logroño hacia el barrio de Las
Casas, para desde aquí adentrarnos por el pinar de robles y encinas que nos
acercaría a las proximidades del Duero y, aguas arriba, llegar hasta el refugio
de la “Junta
los Ríos”.
y colorida: impermeables y ponchos de plástico en tonos azules, rojos,
amarillos, naranjas…daban un toque de vistosidad natural a nuestros pertrechos
para protegernos de la lluvia, que hacían del grupo un conjunto colorista y
animado, tanto en la estética exterior, como en los comentarios sobre
nuestros “remedios” empleados para que el agua solo fuera una anécdota.
Al llegar a Las Casas, Julián y yo,
que nos habíamos adelantado ligeramente al grupo, observamos que el resto no
nos seguía. Volvimos sobre nuestros pasos y comprobamos que estaban visitando
el nuevo domicilio de Maribel, que se ha mudado recientemente a este barrio y
quiso mostrarnos su casa.
Iniciada la marcha, y situados ya en el pinar que nos
adentra en Valonsadero, elegimos
la senda que discurre paralelamente al curso del Duero, utilizada por los
avezados ciclistas de mountain bike, donde pudimos observar,
una vez más, la belleza cromática que ofrece el otoño en sus árboles, sus
arbustos, el colorido cambiante de las hojas caídas o de las permanecen en las
ramas, la frondosidad perenne del arbolado que puebla este monte y el fluir sereno del río,
testigo imperecedero de esta geografía boscosa y recreativa. Y llegados al refugio
de la Junta los Ríos, apenas hora y media después de la salida, parada obligatoria para
reponer fuerzas, aunque todavía estaban bien conservadas, pero no íbamos a encontrar
otro lugar a lo largo del recorrido que nos protegiera de la lluvia, que no
cesó en ningún momento. Intercambio de viandas, tragos de la bota y, cómo no, la degustación
colectiva de la insustituible y esperada tortilla de patatas campera. No faltó
tampoco el café (gentileza de Chus), aunque faltara a la ruta el proveedor
habitual de este elemento “calefactor”, el boss Guerrero,
que se halla por tierras valencianas, ocupado en achicar el agua de la tromba
marina que se ha desatado por esa zona.
Y ya puestos en ruta, no tardamos mucho en llegar
hasta la primera de las fuentes visitadas, La Fuente del Oro, cuyo nombre se deba,
seguramente, a la calidad de sus aguas. Es una oquedad de 70 cm,
aproximadamente, cavada sobre una piedra, cuyo interior se ha vaciado para
recoger el agua emanada, que se completa con un pequeño rebosadero para dar
cauce al excedente del manantial. Esta, como el resto de las fuentes, están
señaladas por una cerca o vallado de troncos de madera, que sirve también para protegerlas
del paso del ganado que pace por allí ( y yo diría que algunas de estas
entradas dificultan, también, el paso a aquellas personas, cuya redondez
abdominal rebase los cánones estandarizados sobre constitución
física).
Siguiendo nuestro camino, y tras una
senda embarrada y a veces resbaladiza por el trazado del suelo, nos encontramos con
la Fuente
del Canto, junto al puente del mismo nombre. Es un pequeño pozo de sección cuadrada de 1
metro, aproximadamente, por cada lado, construido con piedras de sillería
perfectamente conservadas, tras su rescate desde una profundidad más oculta.
Continuamos
la senda que nos conduce hasta la Fuente la Zorra. Desconozco a qué se debe su curioso nombre, pero no es
difícil imaginar que la presencia de este carnívoro por la zona haya dado lugar a
homenajear
a dicho cánido
montisco,
dedicándole una de las fuentes. Se sitúa cerca del pequeño puente sobre
el río Pedrajas, el que
hay entre el Puente del Canto y la Casa del Guarda. De reciente construcción,
consta de una pileta de piedra, sobre la que vierte el agua ferrosa canalizada por el caño que da salida a la
misma y de aquí a otro rebosadero que la conduce a un sumidero para su curso
subterráneo. Se completa con una piedra fijada en la parte frontal de la misma, con
un perfecto esculpido del animal que le da el nombre. Desde esta fuente podemos divisar en dirección
este la silueta de la Casa de la Ciudad.
Retomamos el camino y la siguiente en nuestra ruta es la Fuente de La Gallina. Es la única de las fuentes visitadas donde el agua no emana del suelo, sino que escurre literalmente por la roca que la circunda para depositarla en una pequeña poza labrada en la misma piedra. Lleva también el nombre de Cueva, por cuanto la forma de la roca conforma una pequeña cueva natural sobre el lugar. En las proximidades de esta fuente, nos encontramos con un original y llamativo roble, cuyas raíces no han crecido en sentido vertical, buscando la profundidad del suelo, sino en sentido horizontal, protegidas o, más bien, encapsuladas entre dos láminas de la roca sobre la que se asienta, que las protegen y las obligan a estirarse horizontalmente desde el origen del troco que las une.
Sigue lloviendo finamente. Se acaba el recorrido y emprendemos el camino menos recreativo y más ruidoso que es el carril lateral de la carretera N 234, para dirigirnos hacia nuestro punto de llegada, que en este caso sí es nuestro punto habitual de regreso: la cafetería El Lago. Hemos dejado atrás las cinco fuentes que entraban en nuestro programa deportivo de hoy. Ya sentados, ante una cerveza o el deseado vino que da vigor y calor al organismo, comentamos las anécdotas del día y exteriorizamos nuestra satisfacción por haber realizado una salida en condiciones climáticas poco habituales, pero que forman parte también del manual y decálogo del buen senderista. Algún poncho protector ha quedado en el paragüero del bar, sin posibilidad de uso posterior. Ha cumplido su misión y ha sufrido los rigores de las ramas y la vegetación del campo. No ha resistido más envites.
Soria, 26 de noviembre de 2016
Agnelo Yubero