POR TIERRAS DE LA CUENCA (26/5/2018)
“El orden invertido”. Así podría ser el título de esta crónica. Normalmente, la actividad del grupo comienza por colgar en nuestra web, con antelación suficiente, el itinerario y fecha para realizarlo. Llegado el día, se inicia la ruta en el punto convenido y, después de un tiempo de caminata, en función de la distancia a recorrer, hacemos la obligada parada para recuperar energías y dar cuenta de las viandas que compartimos. Luego, continuamos la marcha hasta completar el recorrido acordado. Este es el orden lógico de nuestra actividad. Este sábado, 26 de Mayo, sin embargo, hemos invertido el orden: primero, hemos dado cuenta del almuerzo de media mañana y después, el sabinar que cerca las inmediaciones de La Cuenca, ha sido testigo de nuestro paso por el suelo que lo ha visto crecer.
Pero empecemos desde el principio.
Son las 7,30 h. El día ha amanecido con una climatología hostil para la práctica senderista: una intensa lluvia y la amenaza de tormentas frustra nuestra intención de hacer la ruta programada, que nos hubiera llevado por las cumbres de Santa Inés y Peñas Albas. Se impone un cambio de planes alternativo a esta adversidad. José Antonio y Ángel valoran la posibilidad de hacer un trayecto por vías que no estén afectadas de excesiva humedad y tener la oportunidad de hacer un camino menos incómodo. Proponen que nos dirijamos a la “Peña el duro”, ya que la ruta transcurre fundamentalmente por carretera. Con este propósito salimos en cuatro coches hacia Pedrajas desde nuestro habitual punto de concentración, para enfilar la ruta hacia la famosa roca tallada con la antigua moneda de cinco pesetas. La concurrencia en esta ocasión es numerosa y hasta veinte integrantes del grupo nos damos cita en este pequeño barrio de Soria. Pero al llegar aquí la lluvia se hace más intensa. Descartada, por tanto, la alternativa prevista, hay que buscar un plan C que nos ocupe la jornada. Ante la incertidumbre de la situación, algunas compañeras optan por regresar a Soria atendiendo a motivos laborales o personales, mientras el resto valoramos otra opción válida, que no sea a campo abierto, en tanto persista la lluvia.
Sin bajarse del coche, Vicente, felizmente recuperado para la causa senderista, sugiere, a los que han llegado antes y se refugian del agua en la marquesina de la parada del autobús de Pedrajas, que vayamos a la casa que tiene en La Cuenca y disfrutar allí de un novedoso y generoso almuerzo, a la espera de que las condiciones climáticas sean más favorables a nuestro propósito.
La sugerencia es unánimemente aceptada y en pocos minutos se organiza la logística para la provisión de viandas que el evento requiere: José A. y Elisabel se ofrecen para proporcionar huevos de sus gallinas “ecológicas”, además de los productos básicos para hacer una ensalada; Ángel y Ana se desplazan a Soria para adquirir en un conocido establecimiento hostelero una ración suficiente de torreznos marca de nuestra provincia; no falta la proverbial tortilla que acompaña nuestras rutas, ya dispuesta en la mochila de su proveedor habitual, junto a la inseparable bota de vino, hermanada con la anterior y compañera inexcusable de sus correrías por caminos y quebradas. Además, contamos con las provisiones preparadas en la casa de nuestro anfitrión, que no son pocas y, sobre todo, de la selecta bodega que guarda celosamente en su peculiar dacha. Por si fuera poco, alguna compañera nos ha sorprendido con una par de botellas “Marqués de Cáceres”, complemento ideal para lo que promete ser un opíparo almuerzo.
Ha pasado algo más de media hora desde que nos separamos en Pedrajas y ya nos encontramos en el domicilio-refugio de Vicente los diecisiete compañeros/as que hemos coincidido en esta desapacible y lluviosa mañana de Mayo.
La vivienda es una casa-museo anárquico de imposible catalogación: elementos de etnografía, de numismática, de historia personal y local, almacén de un anticuario, cementerio de cosas aparentemente inútiles, colecciones de objetos raros, de fotografías de épocas pasadas, piezas desgastadas o desfiguradas por la herrumbre, aparatos de música modernos…La muestra de lo allí expuesto es inclasificable y, sobre todo, exhibido con total anarquía. Lo difícil no es encontrar en la casa de Vicente un instrumento, pieza, objeto o mueble raro, original o antiguo….Lo verdaderamente difícil es averiguar el color de la pintura que recubre las paredes de cualquier estancia de su casa, porque no queda ni un centímetro cuadrado de éstas visible a la curiosidad del visitante. Tal es la abundancia y abigarramiento de piezas expuestas, que las paredes se antojan meras entelequias de una construcción pensada para la exposición, no para la contención de una vivienda.
Resignado, nos asegura Vicente que su esposa, Pili, apenas se pierde por La Cuenca para compartir la casa con su entusiasta marido. Lo comentamos entre nosotros y llegamos a la misma conclusión: nos parece normal y comprensible la decisión de su señora. Solo pensar que tanta pieza allí presente requiere un repaso con la bayeta o algún desvencijado elemento que allí se amontona necesita un toque para su presentación decorosa, se le quitan las ganas de pisar esta singular morada. Y no solamente a ella: a cualquiera que tuviera la misma intención, le produciría urticaria la idea de dar lustre o poner algo de orden en esta ilimitada exposición de recuerdos y vivencias personales. Por otra parte, quien prefiere disponer de un ambiente doméstico despejado y espacioso, donde disfrutar de la intimidad y comodidad que proporciona el hogar familiar, no puede por menos que sentir cierto agobio ante esta avalancha de objetos y elementos que invaden con indisimulada voracidad todos los rincones y recovecos disponibles.
Dicho lo anterior, la casa de Vicente, hombre de trato afable, campechano y generoso, es algo más que un montón de recuerdos abigarrados entre las paredes de una casa. Si se me permite la licencia, yo diría que este museo caótico rezuma pasión, romanticismo, y hasta un toque poético. Es lo contrario a un orden lógico en la variada gama de historias allí representadas, tanto personales como colectivas. Más bien, constituye la genuina expresión de la espontaneidad, acompañada de la fuerza que surge de las experiencias y fantasías hechas realidad en un rincón de la sierra de Cabrejas, sin otra intención que reproducir su vida, su entorno, su ambiente, a través de los objetos e imágenes que impregnan las paredes de esta peculiar exposición. Vicente, sin pretenderlo, juega con dos seculares conceptos filosóficos: espacio y tiempo. El contenido de su casa es un símbolo del rapto del TIEMPO pasado, haciéndolo presente vivo, para apresarlo en el reducido ESPACIO de su refugio conquense. Recuerdos, sueños, pensamientos…, todo lo que allí almacena encierra una historia cargada de añoranzas y emociones. No ha perseguido hacer una exposición con fines culturales o artísticos, ( si acaso, podría extraerse más de una lección didáctica de su casa-colección-museo), sino la expresión personal de momentos de su historia y el mundo que le ha tocado vivir: una fotografía del niño que fue, con el pelo erizado por efecto del agua con azúcar que aplicaban las madres para mostrar un cabello hirsuto y un peinado vistoso, la colección de relojes de cuco o la muestra de un billete falso de 50 €, decorosamente enmarcado, por citar algunos ejemplos, son solo hitos que él explica con pasión sobre acontecimientos y/o sucesos de su experiencia vital. No creo que a Vicente se le deba aplicar la etiqueta del mal llamado Síndrome de Diógenes, a pesar de su indisimulado afán por almacenar antigüedades o reliquias de muebles herrumbrosos. Más bien me parece la obra de un romántico que se ha puesto por montera el orden, la corrección o la pulcritud que exige mostrar tanto objeto a la vista de los demás, para exhibir imágenes y recuerdos que el paso de los años ha teñido de tonos ocres.
Y una vez escudriñado cada rincón de la casa, generosamente mostrada por nuestro anfitrión, vamos con los preparativos para poner sobre la mesa el menú de este inesperado y original almuerzo.
En un breve intervalo de tiempo han llegado Angel y José A. con los productos comprometidos para la ocasión.
Sin desmerecer la modesta contribución de los chicos que hemos preparado la mesa, dispuesto la vajilla y distribuidas las sillas para acomodo del resto de compañeras/os, (la casa de Vicente cuenta con recursos suficientes para el grupo que nos hemos reunido…y más), no puedo por menos de reconocer la diligencia y disposición de nuestras chicas a la hora de atender las tareas culinarias para que todo estuviera a punto en su lugar y momento.
En un plis-plas nos encontramos todos acomodados para dar cuenta de esta improvisada celebración, con la indisimulada satisfacción de compartir viandas entre un grupo de amigos a quienes une una misma pasión. Excelentes los huevos fritos que Alicia prepara con esmero en la cocina de butano de nuestro anfitrión; refrescante la ensalada que Elisabel ha troceado con innegable esmero; sabrosos y crujientes los torreznos que ha proporcionado Ana Bernal; y qué decir de la habilidad de Ana de la Hoz para descorchar los Riojas dispuestos en la mesa….Y, por supuesto, la entusiasta aportación del resto de compañeras, completando detalles que facilitan la más exquisita atención colectiva. En fin, todo un alarde de organización y eficacia ante la novedosa situación, pero, sobre todo, una muestra más de camaradería y unión, seña de identidad del grupo. A ello se añade la labor técnica de nuestro serpa para recoger las mejores imágenes del momento, que luego veremos en el audiovisual de la jornada, testimonio histórico de cada salida por esos campos de nuestra geografía.
Hemos satisfecho nuestras necesidades gastronómicas y ha mejorado considerablemente el tiempo. Luce un sol primaveral, con intervalos de nubes, que nos invita a practicar lo que no hemos podido hacer hasta ahora. Ante esta circunstancia, la opción propuesta es hacer un pequeño recorrido por el sabinar de las inmediaciones de La Cuenca, no sin antes conocer el pueblo de nuestro anfitrión, que se muestra encantado de enseñarnos, empezando por el jardín próximo a su casa y almacén anexo, que, como no podía ser de otra forma, está saturado de trastos de difícil uso práctico. Casas recuperadas y algunas reconstrucciones de antiguas chimeneas cónicas no muy afortunadas, se mezclan con otras cuidadas fachadas, que reproducen la esencia de la arquitectura rural y ofrecen la decorosa imagen de una localidad bien conservada.
Abandonamos el pueblo por el sitio donde yacen dos hermosos ejemplares de troncos de sabina, junto a un antiguo herradero de caballerías y el lavadero colectivo que fue, para adentrarnos, tras un corto recorrido por tierras de labranza, en la extensión del monte enebral que desciende de la sierra de Cabrejas y se integra en el sabinar de Calatañazor, incluido en la Red de Espacios Naturales de Castilla y León. Este bosque, acogedor y longevo, contiene una de las escasas masas de sabinas albares (Juniperus Thurifera) de porte arbóreo y gran altura. Forma parte del gran sabinar de páramo más extenso y mejor conservado de la Península e, incluso, a nivel mundial. La sabina albar prolonga su vida hasta los 300 años, aunque puedan vivir hasta los 500. Sus bosques abiertos nos evocan sobriedad y soledad. Sobriedad por la ausencia de otros cultivos en su entorno y soledad a la que nos trasladan estas tierras duras y pedregosas donde crece, sin apenas tierra vegetal y donde el agua desaparece rápidamente con los rigores climáticos del sistema mediterráneo continental, de inviernos duros y veranos calurosos. Este árbol, reliquia del Terciario y habitante de suelos pobres a más de mil metros de altura sobre el nivel del mar, además del valor ecológico que representa, suma la riqueza de sus frutos, las bayas, que alimentan en los meses de más frío a cuervos, urracas, zorzales y otros pájaros.
Sorprende la antigüedad en muchos de los ejemplares que vamos viendo por el camino, pero sobre todo las caprichosas formas que se forman en sus vetustos troncos, algunos de los cuales presentan aberturas desde la misma base, dando origen a imágenes que evocan un bosque encantado, con personajes fantásticos que pululan en la literatura de estos parajes. Y si no, ahí queda para la retina la imagen de Julián, bajo una de estas oquedades del tronco a ras de tierra, simulando la presencia de un gnomo que se hace visible al visitante. Y alguna tierna escena de quienes buscan la protección de la encina, junto a su tronco dispensador de vida y garantía de longevidad….
Atravesamos majadas en aparente buen estado de conservación, mientras sentimos el aroma de algunos ejemplares herbáceos, como el espliego o lavanda común, que se cruzan en nuestro camino. No faltan las discretas paredes rocosas de escasa altura que conforman la morfología pedregosa de estos suelos, y en nuestro caminar percibimos el agradable olor que desprende este aromático árbol, dueño en solitario de estas llanuras.
La ruta transcurre con la animación habitual de nuestras escapadas por los lugares visitados: comentamos lo que vemos, nos admiramos de lo que nos sorprende, preguntamos lo que desconocemos….
Y durante algo más de hora y media hemos completado una distancia de 8,5 Km. Todo ha sido un ejercicio de adaptación a una circunstancia climática adversa, pero no por ello menos gratificante para la salud social del grupo.
Hemos llegado al pueblo, dejamos la casa de Vicente con los mismos recuerdos y cacharros que forman su personal querencia y tomamos los coches para dirigirnos a Soria, donde finalizamos la mañana en nuestro habitual punto de concentración. Una cerveza, un vino, una animada conversación y el buen recuerdo de haber disfrutado un día más de una hermosa jornada.
AGNELO YUBERO