GALAPAGARES-CAÑON ARROYO DE FUENTE ARENAZA (19/05/2018)
GALAPAGARES–CAÑON FUENTE ARENAZA (19/05/2018)
“Una excursión en familia”. Así podría titularse esta crónica. José Antonio, Ángel, Ana Bernal y este cronista constituimos la reducida representación del grupo para esta salida. Aunque no por reducida la ruta resultó menos atractiva. Alguna novedad y ventaja se dieron en esta ocasión. La novedad: no acudimos a nuestro habitual punto de reunión, las inmediaciones de la cafetería “El Lago”, ni para salir ni a la llegada. Y la ventaja es que la escasez de participantes propicia otras alternativas más “familiares”: nuestro presi tuvo la deferencia de recogernos en la puerta de casa al matrimonio Ana-Ángel y a este relator.
Con nuestra puntualidad habitual, partimos rumbo a Galapagares a las 7,00 de la mañana. Sobre un limpio cielo azul, auguramos que tendremos una mañana soleada y una temperatura veraniega para acompañar nuestros pasos. No nos equivocamos y a medida que nos acercamos a nuestro destino, el sol se va haciendo más brillante, como el astro rey que domina la cúpula celeste.
Enfilamos dirección Berlanga de Duero y vamos comentando las singularidades de la riqueza comarcal por la que vamos pasando. Recordamos, cuando atravesamos la zona de Quintana Redonda, lo que significó para esta comarca la industria resinera en los años 50-60, que entró en declive unos años más tarde, hasta el punto de darla casi por desaparecida, para volver a coger impulso no hace muchos años y recuperar así un recurso de la riqueza forestal que atesoran nuestros montes.
Pasamos por dominios municipales de Fuentepinilla, tierra rica y próspera en el cultivo de cereales, así reconocida por la pujanza de sus cosechas.
Nos adentramos por el corto desfiladero de Andaluz y, cómo no, es obligado hacer mención al precioso pórtico románico de la iglesia parroquial de esta localidad.
Antes de llegar a Berlanga, nos desviamos hacia Hortezuela para dirigirnos a Quintanas de Gormaz. En esta localidad se respira un ambiente medieval, ya que forma parte de la ruta del Cid, y no solamente constituyó lugar de paso del legendario personaje castellano, sino que es también ruta de los castillos de los siglos X-XIII, ruta del Duero y, más modernamente, ruta del GR 86, sendero ibérico soriano. Pero, sin duda, lo que más llama la atención es el singular edificio de las escuelas, de principios del siglo XX, posiblemente la construcción escolar más emblemática del medio rural de nuestra provincia. Actualmente, a falta de niños que ocupen estas dependencias, alberga el museo de la resina. Desde Quintanas tenemos ya una excelente vista de la silueta del no menos imponente castillo de Gormaz. La comarca respira historia y, sobre todo, la presencia de la cultura árabe, que tuvo especial relevancia y florecimiento por estas tierras, a juzgar por la ingente fortaleza erigida sobre el altozano que domina esta vega del Duero.
Dejamos Quintanas de Gormaz y atravesamos Recuerda, municipio que administra varias pedanías de las proximidades, para alcanzar Galapagares, punto de inicio de nuestra ruta, donde hemos llegado a las 8,00 h. Este núcleo poblacional cuenta con menos de una decena de habitantes, en constante pérdida poblacional desde 1981, que sumaba 33, pasando por los 15 registrados en 2009, (datos del INE), hasta la casi desértica situación actual. Eso sí: dispone de una amplia y, a juzgar por los comentarios de sus visitantes, confortable casa rural, como medio de supervivencia de esta pedanía de Recuerda, para recreo y solaz de las gentes que buscan un remanso de paz por estas limpias y tranquilas tierras. Dejamos la visita de rigor al pueblo para el regreso.
Ajustamos las correas de nuestras mochilas, estiramos los bastones, ponemos a punto nuestros podómetros y damos un último toque a los cordones de las botas para asegurarnos una correcta sujeción antes de empezar la marcha.
Iniciamos el camino por una senda de monte bajo, donde abunda el sabinar y el enebro. Por poco tiempo, ya que enseguida transitamos sobre el asfalto de la carretera, como línea más corta para acceder a nuestro siguiente punto de paso, Mosarejos, antes de entrar en el cañón. Nos enfundamos nuestros llamativos chalecos amarillos, como medida de seguridad para hacernos visibles al potencial tráfico que circula por la calzada. ¿Potencial? No es el adjetivo apropiado; más bien habría que decir el inexistente tráfico rodado por estas latitudes: ni un solo coche nos cruzamos en nuestro corto recorrido entre ambos pueblos. Pero la seguridad es una constante en nuestra actividad senderista, que no está condicionada al exceso o escasez de tráfico.
Y si Galapagares es el reflejo de una sangrante situación de nuestra tierra, cual es el abandono de los pueblos, Mosarejos se nos presenta como el vivo reflejo de esta lenta, desoladora y cruda realidad de la despoblación que ha sufrido nuestra provincia, hasta convertirse en pueblos fantasmas esos núcleos antaño habitados por gentes del campo, que se han visto obligados a emigrar en busca de mejores condiciones de vida.
A la entrada nos encontramos con la fuente del pueblo, en buen estado de conservación, y su limpio pilón sobre el que vierten las aguas dos hermosos caños de abundante chorro, y un tercero conectado a una goma de riego, que conduce a un huerto cercano, sin duda la única señal de vida que apreciamos antes de entrar en el casco urbano, hoy reducido a unas pocas casas hundidas del pueblo que fue. El paso del tiempo y el olvido de edificios y lugares comunes, como la Iglesia, le dan un aspecto fantasmal. De esta última, se mantiene en pié la fachada de la entrada principal, con dos arquivoltas de estilo románico bien conservadas, las paredes exteriores y la torre del campanario (sin campanas, por supuesto). Interiormente queda la pila bautismal y algún desvencijado mueble en lo que fue la sacristía.
Dejamos Mosarejos y enfilamos por una llanura sembrada de cultivos cerealistas, dominio preferente de la producción agraria de nuestra provincia. Y junto a los campos de cereal, no faltan las majadas de ganado, algunas todavía en activo, pero otras han corrido la misma suerte que las poblaciones en cuyo término se asientan.
Nos llama la atención el desigual crecimiento del cereal en unas parcelas y en otras. Algunas de ellas muestran un espléndido desarrollo, que puede llegar a los 60-70 cm.de altura, mientras otras apenas levantan 20-30 cm. del suelo. No nos atrevemos a explicar estas diferencias, y menos quienes nos hemos criado en ambientes totalmente ajenos a este tipo de cultivos. Apreciamos otro dato no menos llamativo que muestra la mies en esta época, y es la distinta tonalidad del verde intenso sobre la misma parcela, más oscuro en unos trozos de la siembra que en otros. La diferencia es debida (nos explica José Antonio) a la cantidad de nitrógeno (presente en los nitratos y abonos para la tierra) que ha caído sobre una superficie y otra, lo que produce un tono más oscuro en la clorofila que impregna el tallo de la planta, aunque no por ello la parte afectada por la sobreexposición al fertilizante sea de mejor calidad. Las parcelas cerealistas que vamos viendo son, en su mayoría, de cebada. Y tomando como muestra una de las espigas que ya despuntan por estos campos, José Antonio nos da una breve, pero ilustrativa y amena explicación sobre el tipo que por aquí se cultiva: se trata de una cebada tipo “dos carreras”, porque en su espiga se diferencian claramente dos hileras de grano, a modo de dos itinerarios ascendentes de una carrera por llegar a lo más alto de la espiga. Esta modalidad es excelente para la producción de cerveza, por lo que también se la conoce como “cebada cervecera”. Hay otra modalidad, la de seis carreras, que no es tan habitual por estas zonas.
Caminamos, observamos, valoramos, aprendemos…..No son verbos que estén reñidos y sí complementarios y enriquecedores de esta noble actividad que es el senderismo por campos, montes, llanuras, barrancos….
En nuestro trayecto, nos sorprende ver que se ha sembrado también sobre el paso de servidumbre que constituye la separación de fincas. Parece que este no es un hecho inusual entre agricultores, que reporta algún beneficio compartido y, de ahí, la tolerancia en esta práctica.
Pero no solo el cultivo de la mente y el espíritu acompañan nuestros pasos. También las necesidades biológicas demandan una atención y tras un par de horas de caminata, decidimos aligerar nuestras mochilas para satisfacer las necesidades más perentorias y gratificantes. Junto a las paredes ruinosas de lo que parece fue una majada, tomamos asiento sobre las piedras desperdigadas por los alrededores. En esta ocasión, y como novedad destacable, no apareció la habitual tortilla de otras jornadas. No hizo falta dar explicaciones: ante la escasez de comensales, hubiera sido un exceso zamparnos una tortilla entre cuatro. Sí hizo acto de presencia la bota de vino, amén de las viandas personales que colman nuestras exigencias gastronómicas.
Reanudamos la marcha y, una vez hemos dejado atrás los campos de cereal, entramos en una masa boscosa que sorprende por su vegetación arbórea, con predominio del enebro, la encina, el sabinar, algún ejemplar de pino pinaster. El camino es llano y el olor a sabina y enebro constituye el ambientador natural que perfuma estos montes bajos, alternativa y riqueza complementaria a las extensas llanuras de secano tan presentes en la comarca.
No menos vistoso se muestra también en esta época un subproducto del campo, las aliagas, que ahora se encuentran en flor y proporcionan un amarillo intenso al suelo de atractivo colorido.
Poco a poco vamos acercándonos al cañón que cambia el paisaje de estas tierras, para tener otra dimensión de la belleza natural que asoma en cualquier rincón de la geografía soriana. En este caso, nos vamos a encontrar con un cañón seco, no atravesado por río o corriente de agua que le dé ese toque húmedo que acostumbramos a ver en los desfiladeros, cañones o pasos angostos en medio de una naturaleza boscosa y roqueña. Desconocemos de dónde le viene el nombre de “Fuente Arenaza”, porque en nuestro recorrido no encontramos ninguna señal o indicio de fuente alguna por el lugar. Pero ello no obsta para que nos encontremos con un bello espectáculo, donde se combinan los altos farallones que encajonan el paisaje, con la abundancia de vegetación, herbácea y arbórea, que vamos admirando a lo largo del trayecto de nuestro recorrido y otros originales detalles que la naturaleza, caprichosa en sus gustos, nos ha dejado por aquí.
Apenas hemos encontrado en la angostura del espacio, observamos extensas manchas negras sobre las paredes de las moles pétreas que configuran la esencia del cañón. Esta circunstancia se debe al afloramiento del magnesio presente en la roca por efecto del agua, lo que produce que la piedra se “tiña” de negro. El camino es una estrecha senda, que facilita una apreciación sosegada y tranquila de lo que tenemos ambos lados de nuestra ruta. Y si los primeros metros conforman una garganta que reduce el espacio, unos metros más adelante el cañón se abre de manera generosa, mostrando en la distancia un frontispicio semicircular, como si quisiera mostrar al caminante un lugar para el descanso y admiración de lo que tiene ante su vista. Y no son pocas las singularidades que nos muestra: no es infrecuente ver cómo han nacido y crecido algunas encinas sobre las grietas de las paredes rocosas, a modo de “okupas” (Ángel dixit), que han invadido un espacio que no les corresponde, pero que han sido aceptadas y bien recibidas por la masa inorgánica que las acoge. Tampoco podían faltar en un lugar como este los habitantes naturales que establecen su hábitat en las alturas roquedas: los buitres. Tranquilos, posando sobre la cima de las paredes que delimitan el cañón, nos observan desde su privilegiada atalaya, pero no despliegan su majestuoso vuelo ante nuestra presencia. No debemos interesarles como oferta gastronómica para su satisfacción más instintiva.
A derecha e izquierda podemos ver las caprichosas siluetas que presentan los salientes de algunas rocas, simulando caras o cuerpos de animales, como si nos estuvieran demandando un ejercicio de imaginación para su correcta interpretación. También son destacables las simétricas y bien perfiladas oquedades naturales que se han formado en la superficie de las rocas, inaccesibles desde el llano, pero muy llamativas por su contraste con la línea esbelta y vertical del conjunto roqueño.
Y otro aspecto relevante observado es que se han levantado algunas paredes de piedras, de poca altura y longitud variable, en paralelo a las paredes del desfiladero y a escasos metros de ellas, que suponemos sirvieron en su momento de aprisco para el ganado que por aquí pastaba. Su aspecto y pretendida finalidad en absoluto rompe la armonía del paisaje ni supone desdoro alguno para el espacio que recorremos.
Salimos del cañón, que no es de excesiva longitud, pero sí de amplia belleza natural, y volvemos durante un corto trecho a caminar entre sabinas y enebros, especies más abundantes por estos pagos que la habitual y frecuente encina o carrasca, tan común en nuestros campos y llanuras.
Y entre la flora herbácea, nos hemos tropezado con algunos ejemplares de lavanda o espliego común, no muy abundantes por estos suelos, pero especialmente hermosos por su colorido.
Y en pocos minutos nos encontramos de nuevo en Galapagares. Hemos completado los 14,800 Km. que marca el registro de distancias de nuestro serpa y ahora rematamos nuestro paseo con una corta, pero obligada visita al pueblo que nos acoge. Como edificio de interés, nos acercamos hasta la iglesia parroquial, con fachada románica del siglo XII, pero poco más podemos visitar, ya que se encuentra cerrada a las visitas. Por detrás de la misma, y a corta distancia, hay una rudimentaria cruz de madera envejecida, sin ninguna descripción que nos ayude a saber su significado en este lugar. Pero sobre todo, nos sorprende gratamente la presencia de una hermosa hilera de lirios a campo abierto, que muestran el azul intenso de su pujanza primaveral. Surge la tentación de llevarnos alguno como premio de nuestro paso por tan desangelado lugar, pero puede más el civismo y respeto que todo buen senderista debe manifestar con la naturaleza y, sobre todo, con las propiedades ajenas y desistimos de nuestras aviesas intenciones.
El sol nos ha acompañado durante todo el recorrido y no nos ha dejado tampoco ahora, cuando regresamos a casa. Y puestos ya en carretera, José Antonio nos lleva hasta un curioso paraje, junto a una discreta piscifactoría al lado del Duero en las proximidades de Vildé, donde el río parece brotar desde el interior del suelo que le sirve de lecho, originando un sonido ronco y profundo, que le da un aire misterioso y bravío a este peculiar fenómeno natural. Curiosidades de nuestro entorno que conocemos mientras hacemos camino.
Y ya de vuelta, hacemos la parada obligatoria para refrigerar nuestras gargantas en Quintana Redonda. Hemos optado por este cambio sin otra pretensión que dar variedad a nuestros sanos y deseados hábitos de socialización grupal.
Y en el próximo destino nos elevaremos a las cumbres. Las inmediaciones de Santa Inés serán testigo de nuestra presencia.
Agnelo Yubero
Muy muy interesante todo lo que cuentas Agnelo.
Como me sorprende la belleza de estas rutas, inesperadas, desconocidas, calladas y sin embargo con tanta riqueza paisajista, horizontes infinitos, colores y cañones que te recreas contándonos. Gracias a todos por hacerlo posible y a ti por contarlo con tanto detalle.