DE LA LAGUNA NEGRA A ZURRAQUIN Y TRANSITO POR LA SENDA MALA Soria, 7 Junio 2025

 

¡Y si solamente fuera MALA la senda que  lleva este acertado nombre!

Pero no. Resultó ser una ruta exigente en esfuerzo físico donde, por momentos, lo más importante era mantener la verticalidad frente al terreno hostil, por otra parte cautivador y sugerente, que muestran  estos parajes montañosos  entre los pinos y la vegetación hermanados con el Urbión.

Pero vamos al principio. Conscientes de la dificultad del trazado, nuestros sherpas han adelantado la hora habitual de salida, y a las 7,00 h estamos listos una veintena de “forzados” montañeros de nuestro club  para dirigirnos  hasta tierras visontinas y de ahí tomar la carretera que  nos lleva a La Laguna Negra. Según las previsiones meteorológicas,  vamos  a tener un  día soleado, aunque la temperatura se verá refrigerada por el viento frío que nunca falta por esas alturas, aun en épocas más calurosas.

En poco menos de una hora nos hemos plantado en el aparcamiento hasta donde se permite el acceso a vehículos para subir a  la Laguna negra, conocido como el Paso de la Serrá. Somos los primeros en llegar y no tenemos problemas para elegir plaza para nuestros vehículos.

Como todo inicio de ruta, cumplimos el consabido ritual de ajustar mochilas, estirar bastones, asegurarnos  nuestro equipamiento personal y la ropa adecuada para la marcha que nos espera.

No vamos por la cómoda pero aburrida carretera que nos acerca hasta la embocadura de la Laguna Negra, sino que tomamos el camino inferior, paralelo al descenso del Revinuesa, que discurre paralelo a la citada calzada, pero que  resulta mucho más gratificante, en paisaje, colores montañeses (pinos silvestres, hayas, no pocos serbales y algún saúco  saludan nuestro pasos) aderezados por el  arrullo  que produce el citado río en su descenso, bajo la sombra protectora del siempre emblemático pinar que cubre estas tierras.

Apenas 1800 m. nos separan desde el inicio de ruta hasta  la entrada a la siempre misteriosa Laguna Negra. Hoy presenta un aspecto más vivo y dinámico: la superficie de sus aguas  muestra  un suave movimiento ondulante por efecto de la brisa que le da este tono armónico  a su masa acuática, cual reflejo de las olas marinas, aprisionadas en la estrechez de su  cerrado contorno.

Desde la pasarela de observación, admiramos por enésima vez la belleza del entorno, mientras nos dirigimos hacia su cara más occidental para empezar la aventura  que hacemos por primera vez como grupo. Lo habitual y lo reflejado en las guías turísticas, si se pretende subir más arriba de la Laguna, es comenzar por el ascenso del llamado Portillo del Moro, o, simplemente, el Portillo, en su vertiente nororiental, de pronunciada pendiente y suelo pedregoso, para, una vez superado este tramo,  tomar  el camino que nos pone en dirección a los circos glaciares del Urbión.

Pero no. Nuestros sherpas han diseñado otra ruta de aspecto más “diabólico” y un punto sádico (dicho sea sin ánimo de crítica a la sesuda labor de los ahora llamados colaboradores, que no guías, que trazan  nuestra rutas. Y, por supuesto, en un tono jocoso y festivo, permitiéndome esta licencia literaria, para deslizar el perfil poco fácil  y muy exigente que vamos a encontrarnos).

Y siguiendo el “inefable” track marcado por nuestros expertos trazadores de rutas, nos encaminamos hacia la cara occidental de la Laguna: se trata de ir bordeándola  circularmente, por la parte inferior  de los farallones que la protegen y le confieran su inconfundible aspecto mágico.

Comenzamos el camino ¿He escrito camino? Bueno, podría traducirse por senda cuasi inexpugnable para la práctica andarina, que va a poner a prueba piernas, equilibrio, capacidad cardiopulmonar….etc. Es decir, lo mejor de nuestras facultades físicas para sentirnos auténticos (y no forzados) montañeros.

Eso sí: no faltan palabras de ánimo de nuestro presidente: parte de este trayecto, nos dice,  forma parte de  la dura prueba, de algo más de 30 Km., conocida como “Desafío Urbión, que hacen selectos atletas, con  salida y llegada a Covaleda. Bueno…al menos podemos decir que hacemos una parte de este trayecto, donde se baten en competición la crème de la crème del atletismo internacional.

Y el trayecto es una auténtica pesadilla: apenas divisamos algo parecido a una mínima senda bajo nuestros pies, mientras avanzamos en ascenso permanente por un  suelo pedregoso, la vegetación herbácea, los arbustos amenazantes a nuestros costados…que  nos impide asentar con seguridad la pisada o apoyar con firmeza los bastones.

Seguimos subiendo…y las condiciones del suelo y el perfil  no cambian. Eso sí: no perdemos de vista la inconfundible belleza de la Laguna Negra, que la tenemos a nuestro alcance  en un giro de 380º.

Los farallones nos observan con una  sonrisa burlona, como advirtiéndonos: habéis entrado en nuestro territorio, pero desconocíais lo que os teníamos reservado. Por si fuera poco, un compañero del grupo me asegura  que en algún comentario de contenido montañero se aconseja que el trayecto que  atravesamos, se haga con cuerdas y arneses para más seguridad.

Pero no. Nosotros somos capaces hacerlo ¡a pelo! Y, a ser posible, sin incidencias reseñables. Y a fe que apenas hay incidentes  dignos de mención, salvo un  pequeño coscorrón que se llevó este cronista al dar con su cabeza en una piedra. No era mi intención poner a prueba la dureza de  mi cabeza, sino sencillamente un indeseado encuentro con una piedra escondida en el camino. Afortunadamente, llevamos un equipo de enfermeras que raudas solucionan cualquier situación de asistencia inmediata. A  Reme, Pilar y Lali les faltó tiempo  para atender mi sufrida y dura cabeza, lavándome y taponándome la pequeña herida producida por el encontronazo, mientras me emplazan para hacerme una segunda revisión cuando finalicemos la ruta.

Y sin otros accidentes que reseñar, todavía nos queda un corto, pero exigente, tramo  de subida.  Vamos viendo el horizonte más despejado, pero el ascenso parece que no  se acaba y la dureza del terreno tampoco ha cambiado a mejor.

Pero todo esfuerzo tiene su recompensa. Al fin encontramos un llano más despejado, que nos sirve de observatorio  del vasto paisaje que se  alcanza a nuestra mirada. Desde una pared vertical, disfrutamos y descansamos del endiablado tramo que hemos sufrido. El Zurraquin lo tenemos a la vista, pero aún nos queda un último esfuerzo para acercarnos hasta él.

El trecho es corto y la dureza del terreno se muestra más amigable a nuestros deseos.

Y ahí está, como la puerta de Alcalá, el mítico Zurraquin, viendo pasar el tiempo y los visitantes que se acercan hasta él para rendirle pleitesía, asomarse a la cresta de sus picos y plasmar en sus cámaras la belleza de la serranía del Urbion por los cuatro costados.

Los/as  más frescos de piernas suben hasta alguno de sus puntiagudos vértices. Otros/as, nos quedamos a sus pies, buscando acomodo para el momento más gratificante de la ruta: la recompensa gastronómica.

Y allí, en el pequeño llano que se abre  en la falda de nuestro admirado pico, y junto a las piedras que brotan del suelo al filo de un despeñadero, abrimos las mochilas para, nunca mejor dicho, rendir culto al órgano humano que más se lo merece: nuestro estómago.

El papel albal que recubre los bocadillos queda como una reliquia que vuelve a la mochila, (educación medioambiental mediante), mientras disfrutamos  de su  contenido con fruición y deleite, en tanto  corre la bota por los corillos  y saboreamos después  el café que prepara Paula para los afortunados que compartimos proximidad con su lugar de asueto.

Todavía algunos irreductibles de la foto y la captación de imágenes siguen sobre las variadas crestas del Zurraquín, mientras otros casi hemos consumido el tiempo y las viandas que toda marcha montañera exige.

Hacia el oeste, podemos ver con  nitidez la cumbre del Urbión y en dirección sur una larga hilera blanca de la nieve que todavía permanece por estas alturas, como parte del paisaje que enriquece la montaña.Otros puntos no menos conocidos, como el pico de Muñalba o el de Las Tres provincias son también visibles desde nuestra posición.

Recogemos mochilas y ropa de abrigo  de la que hemos prescindido durante la sentada gastronómica y enfilamos en dirección sureste, por terrenos más “humanos” y recuperándonos, en definitiva, del envite mayúsculo al que hemos sometido a nuestro sufrido organismo.

Caminamos  hacia la Laguna Helada. Pequeñas ondulaciones del terreno, diminutas pendientes de subida y bajada y alguna sorpresiva fuente de aguas cristalinas en el camino, convenientemente encauzada y protegida por el caño que derrama el agua.

Las señales direccionales nos van indicando la distancia hasta la Laguna Helada. Atrás van quedando las huellas del Zurraquin y  sus espacios colindantes, salpicados de piedras puntiagudas colocadas verticalmente, a modo de pequeños menhires que conmemoran una actividad o, sencillamente, una marca territorial de no se sabe que dominios  poblacionales. Y un poco más  desviada de nuestro camino dejamos la Laguna Larga, en dirección  al Urbión.

En algo menos de dos Km. estamos caminando por el borde  del tranquilo  remanso de la Laguna Helada, de donde nace el Revinuesa por un aliviadero que suelta la citada laguna.

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Enseguida entramos por un camino fácil, que nos conducirá hacia otro emblemático paraje de estas tierras: se trata del Mirador de la Laguna Negra, desde donde tenemos una espectacular vista, además de las aguas de la laguna,  de los caminos que salen desde ahí y su nítido enfoque noroccidental.

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El camino a recorrer ahora es descendente. Nos adentramos en el monte de Covaleda y llaman nuestra atención algunos ejemplares de pinos añosos, no tanto por su edad, cuanto por su difícil y singular morfología en el desarrollo de sus ramas. Comenta Ricardo que uno de estos ejemplares le recuerda la figura del novelesco personaje Quasimodo. Y es que la deformidad de sus ramas, el tronco decadente, y la configuración  de su fisonomía arbórea, parecen sacadas de una novela de Victor Hugo, que emula  al personaje central de su novela “Ntra. Sra. de París”. No es el único y admiramos otros “abuelos” del bosque, tanto por su edad, como por el retorcimiento de sus formas, que se alejan del canon estético y altivo que presenta el pino albar.

Dejamos atrás el erial de toda altitud y nos adentramos en el frondoso pinar que tanto nos apasiona a  quienes procedemos de esta tierra y aún a otros que se sienten cautivados por la  singular belleza del pino soriano (por ejemplo, nuestro presidente). Y nos dirigimos a un original punto de referencia, conocido como El chozo del Tío Periquillo.

Se trata de un chozo o pequeña cabaña, que construían los pastores para resguardarse, o pernoctar si era necesario, cuando guardaban sus rebaños que pastaban por estos montes, normalmente de cabras o vacas. El nombre lo recibe del alias con el que se conocía al titular de quien construía este tipo de chozos. No es el único y en otros puntos del pinar, cerca de las cumbres montañosas, existen, en el término de Covaleda, otros similares con el nombre de su autor.

Llegamos al chozo y no faltan las visitas de rigor a su interior y la aparente buena conservación que todavía mantiene. Me comenta Alberto que, visto desde fuera, resalta la seguridad de la caperuza que cubre su chimenea para evitar la dispersión de las chispas del fuego que puedan salir de la cocina y prevenir efectos indeseados.

El tío Periquillo y su chozo  quedan ya para el recuerdo y ahora viene otra parte del trayecto nada fácil: se trata de caminar por la llamada “senda mala”. ¡Por algo será!  Otra vez entramos en un estrecho sendero, dificultado por el  suelo pedregoso y bruscas oscilaciones de subidas y bajadas, mientras a nuestra derecha tenemos un cortado de considerable magnitud, que, a toda costa, debemos evitar, si no queremos hacer parapente, sin parapente.

Con la máxima precaución vamos transitando por la senda mala (podíamos denominarla “peor”…, pero, bueno, no vamos a dramatizar más de lo necesario), hasta acercarnos a una pequeña laguna colgada por encima de la Negra y de nombre desconocido

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(por lo menos para mí), desde donde iniciaremos el camino de descenso hasta el origen de nuestro comienzo.

Y así, nos hemos acercado  a la altura del llamado Portillo , para comenzar la bajada  hasta la planicie de la Laguna Negra.

Si la subida por este portillo es esforzada, bajar es más complicado, por cuanto exige medidas de precaución para sortear las multiformes piedras que se cruzan en el camino.

 

Y aquí debo agradecer la inestable ayuda y consejos  que me ofrece Chano, para hacer más seguro el descenso, que completamos sin novedad.

Volvemos a nuestro punto de origen. Salimos de la laguna y,  ahora sí, hacemos el descenso por la carretera, mientras voy comentando con algunas compañeras del grupo (Mª Jesús, Azucena,) cómo fueron los inicios de nuestro grupo, que este año  cumple ya su décimo aniversario.

Y en este caso, nos quedamos en el reciente y coqueto bar-restaurante abierto recientemente  al pie del aparcamiento, para refrescar las gargantas y disfrutar del merecido refrigerio de fin de ruta.

Cansados, pero satisfechos, consumimos la cerveza o el vino de rigor, mientras comentamos las opiniones que nos merece esta ruta. Cuando alguien del grupo me pregunta: “Agnelo, ¿has disfrutado de la ruta?” Sin vacilar le respondo: “por supuesto….sobre todo por terminar vivo …”.

En fin, los retos siempre son un motivo de satisfacción cuando se superan. Y yo me quedo con este reto superado y agradecido por los ánimos recibidos de otros/as  compañeros/as.

 

Agnelo Yubero

 

One Comment so far:

  1. Hoy me he reído con tus comentarios y ocurrencias Agnelo. Yo pensaba que esa subida sería mas accesible, pero se os ve en vertical en las fotos, como dices otro reto superado de montañeros plus. Espero que no sea nada tu herida.

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Posted by: soriapasoapaso on