Cañón del Cajo
Cuando visionaba el montaje fotográfico de esta ruta que, con la maestría y solvencia habitual que le caracteriza, nos ofrece Angel cada fin de semana, y al escuchar entre algunos de los fragmentos musicales escogidos, que amplifican la belleza de las imágenes seleccionadas, las notas del conocido tema “¡Qué tiempo tan feliz!”, no he podido por menos de evocar las primeras estrofas de esta celebrada canción de los años 70: “vuelve a mis recuerdos la taberna / y los compañeros del ayer…” Y digo esto porque ha vuelto a mi recuerdo no la taberna, pero sí la primera salida que hice con el grupo (hace ya tres años) por tierras próximas a esta zona, concretamente por el cañón del Val y con los compañeros de hoy que entonces no compartieron aquella ruta.
Y aunque la canción de referencia no deja de ser un canto a la nostalgia de tiempos pasados, en mi caso el recuerdo de aquel primer encuentro con el recién formado grupo de entusiastas senderistas, ávidos por conocer los encantos naturales de nuestra geografía más próxima, e incluso otros rincones allende nuestra terruña, no tiene nada de nostálgico, sino motivo de satisfacción, de una parte, por seguir y mantener esta actividad, participativa y divertida a la vez, cual es el conocimiento y reconocimiento de la riqueza natural que nos sorprende y fascina en su diversidad de formas y ambientes. Y, por otra, la ilusión de compartir estas andanzas con compañeros y compañeras unidos por un mismo propósito lúdico, una sólida camaradería y un idéntico afán por admirar y valorar nuestro entorno más próximo.
Dicho lo anterior y contando de antemano con vuestra benevolencia por permitirme esta licencia emocional, pasamos al relato.
Esta vez, nos toca madrugar algo más de lo habitual (pero poco más): a las 7,30 estamos citados en nuestro punto de concentración. Allí acudimos Angel, Ana Mª Bernal, Gema, Asun, Alicia, Julián, Julia, Enedina y este relator. Enedina se ha dejado acariciar más de la cuenta por el calor de sus sábanas, que le impiden librarse momentáneamente de su maléfico encanto. Al final se sobrepone a tan perniciosa influencia y su retraso es acogido con una sincera, cariñosa y efusiva bienvenida cuando, todavía de noche, aparece por las inmediaciones de “El Lago”.
En dos coches ponemos rumbo a Dévanos, punto de partida de nuestro camino.
El día se va desperezando y en nuestra ruta hacia el este, el incipiente sol que asoma en el horizonte (nos espera otro día de calor), se cuela frontalmente por el parabrisas del coche. Imprescindibles las gafas de protección y continuamos nuestro rumbo.
Hemos llegado a esta pequeña localidad, situada a 6 Km. de Agreda, pasadas las 8,30 h. Ni un alma por la calle a estas horas. Aparcamos los coches casi en el mismo punto de arranque del sendero que conduce desde este pequeño pueblo hasta la presa de Valdegutur, ya en La Rioja. En realidad, se trata del curso de río Añamaza, que por el camino labra un precioso cañón de farallones rojizos, permanentemente sobrevolado por las siluetas solemnes de los buitres leonados. A medida que descendemos el cañón que forma el río se va haciendo más profundo y sus paredes más grandes, superando en algún momento los 40 m.
En la llamada Cuesta del Cajo, el río desciende en algún tramo con gran pendiente. Aprovechando esta situación, en un punto del recorrido encontramos la “fábrica de luz”, hoy en día abandonada, que aprovechaba el salto del Añamaza para producir electricidad. Antes, hemos observado algunas pequeñas simas naturales, comunicadas entre sí, aparentemente formadas por hundimiento del terreno y cuya profundidad y finalidad desconocemos, aunque no parece que ofrezcan mayor interés. Y es en este punto donde iniciamos una corta e improvisada aventura por acercarnos hasta las proximidades del río. En nuestro recorrido, vamos oyendo el murmullo del agua que corre, pero nos resulta imposible ver el cauce del río por la espesa y abundante vegetación que crece a la orilla de este curso fluvial. Abandonamos por el momento el camino marcado y descendemos, no sin cierta dificultad, a través de pequeños taludes que forman las gradas que jalonan la ladera formada a lo largo del trazado, hasta una grada intermedia, pero seguimos sin divisar la belleza de esta armoniosa y sonora corriente de agua. Estamos rodeados de vegetación por todas partes: hiedras, fresnos, sauces… que nos hacen casi invisibles en la distancia corta. No falta también algún nogal, aunque los veremos con más profusión a lo largo del recorrido. Nuestro atento y bien informado guía, Angel, se adelanta, junto con Gema, en busca de la ruta más idónea para salir de aquel “vergel oculto”. Por momentos los perdemos de vista….Al fin, vemos la silueta de Angel en un altozano y nuestra duda sobre cómo y por dónde ha llegado hasta allí.
– “Angeeeeeel! ¿Cómo salimos de aquí?”
– “Gema…¿dónde estás…. que no te vemos…?
Mientras tanto, allí nos encontramos siete aturdidos senderistas, esperando que los sistemas telemétricos y de orientación de nuestro sherpa faciliten la mejor solución para retomar el sendero de nuestro trayecto.
Al fin, vemos que Angel vuelve sobre sus pasos para, esta vez sí, marcarnos la ruta de “evacuación” de la encerrona vegetal en que nos encontramos. Y ahora viene la parte más excitante: nos faltan manos para apoyarnos en el bastón, sujetarnos a cualquier tronco o rama que se cruza en nuestro camino, retirar el molesto espino o la zarza que se clavan sobre nuestra ropa o nuestras mochilas (en el mejor de los casos), y, a la vez, mantener la vertical mientras descendemos por pronunciados desniveles del terreno, hasta situarnos en una estrecha senda, cuyo suelo está cubierto de vegetación que nos impide conocer el estado del firme que pisamos. Angel se encuentra cerca del grupo y nos dice la ruta a tomar, pero un error de cálculo hace que nos indique otra dirección, que advertimos no es la acertada (aliquando etiam Homerus dormitat). Consciente de su error, rectifica y ahora ya con la certeza del nuestro informante vamos saliendo de aquel frondoso túnel natural, para retomar de nuevo el camino señalado que conduce al final del cañón.
Reiniciada la marcha, vamos observando las caprichosas formas de algunos farallones del cañón, y, en concreto, nos llama la atención uno de ellos que, según nos comenta Alicia en el whatsapp, se conoce con el nombre de la “Golondrina”. Otros cantiles rocosos presentan amplias oquedades, donde anidan los buitres leonados que, como queda señalado, abundan por este espacio.
A lo largo del camino y desde la salida del pueblo, podemos ver ruinas de lo que en su día fueron tainas o majadas para guardar los rebaños, hoy abandonadas a su suerte. También nos sorprende la presencia de algunas mesas de madera, tipo merendero, en la ladera del río, en aparente buen estado, aunque no parece tengan un uso muy regular. Discutimos si este sería un buen sitio para descargar las mochilas y aligerarlas de las viandas reponedoras de la energía consumida. Decidimos que es pronto todavía y continuamos la marcha durante media hora más.
Al fin, encontramos un llano cubierto de hierba próximo al río y hacemos nuestra parada gastronómica. No solamente la tortilla, los torreznillos, el queso o el chocolate compartidos han sido elementos gratificantes de nuestro sistema digestivo: en esta ocasión contamos también con el aprovisionamiento de nueces y almendras de nogales y almendros añosos, que hemos ido recogiendo por el camino, huérfanos de dueños que cuiden su presencia y aprovechen sus frutos. Y para facilitarnos el disfrute de estos espontáneos frutos secos, Asun se ha encargado de quitarles la cáscara y ofrecerlos a plena satisfacción de todos. Una muestra más, como he apuntado al principio, de la camaradería y compañerismo que reina en el grupo
Hemos cumplido con el rito (y necesidad) de recobrar fuerzas para seguir nuestro sendero. Ahora caminamos por una vega plantada de chopos, marcada por sendas rodaduras del paso de carros o vehículos de uso agropecuario, y saturada a ambos lados y en medio de dichas rodaduras de un cultivo espontáneo que nos dice Enedina se trata de estramonio, planta que puede causar alucinaciones y ha sido un componente de pociones de brujas y experiencias chamánicas. Ninguno de los caminantes que pisamos esa tierra ejerce la profesión de bruja o chaman, así que continuamos nuestra marcha sin mostrar curiosidad por conocer más detalles de la mencionada planta. Aquí el cañón pierde su dibujo y nos encontramos ante una amplia llanura, donde el suelo se cubre de hojarasca seca que han soltado los chopos, simétricamente plantados, a lo largo del trayecto. El paisaje se hace más hosco y de menor interés paisajístico, pero algo va a romper la monotonía de este tramo: de repente, en un recodo de nuestro itinerario, el camino se corta….¡por la aparición del río! Hemos tenido la oportunidad de oírlo, pero no de verlo y ahora nos topamos con una muestra de su cauce fluvial de apenas unos 3-4 metros de ancho y 4-5 cm. de profundidad. Por fin hemos visto el río y para asombro nuestro…. ¡no existe ningún paso o puente artificial para atravesar al otro lado de la orilla!.
¿Cómo cruzarlo? Las opciones son varias, aunque nada costosas cualquiera de ellas: alguno (como el que suscribe) optó por vadearlo sin desprenderse del calzado; otros (la mayoría) sentaron sus posaderas en tierra para quitarse botas y calcetines y comprobar la temperatura del agua: pantalones remangados, ropa y calzado en la mano y de nuevo al otro lado, secado de pies y a enfundarse calcetines y calzado. Hubo quien se decidió por la opción intermedia: vadearlo, buscando el apoyo en las piedras que presentaban un relieve más cercano a la superficie del agua, para minimizar los riesgos de meter toda la zarpa en el cauce. Una sorpresa para amenizar, si cabe, esta parte más prosaica del recorrido. No sería la única: un poco más adelante, de nuevo el río se cruza en nuestro camino, pero esta vez sí disponemos de un rudimentario e inestable puentecillo, hecho con ramas de chopos que, no sin cierta dificultad, nos facilita la transición a la otra orilla.
Continuamos nuestra ruta y el camino no cambia mucho: el cañón ha dado paso a un paisaje llano y de escaso interés visual, cubierto de chopos jóvenes, como único elemento que nos permite entrever el mantenimiento de este espacio natural. Hemos andado 10 Km. aproximadamente, así que valoramos si seguimos adelante (nos restan unos 3 Km. para llegar hasta la presa riojana, punto final del cañón) o emprendemos el camino de regreso. Tomando en consideración la hora que es, el calor que empieza a apretar y, sobre todo, que nos espera un regreso que va a exigir mayor esfuerzo, decidimos dar la vuelta y poner rumbo a nuestro punto de partida.
Hasta ahora nos ha acompañado un camino agradable y siempre en dirección descendente y prolongada. La vuelta se presenta menos amable: toca poner a prueba nuestra resistencia para mantener las energías ante una subida larga y por momentos (no muchos, felizmente) escarpada y de pronunciado desnivel para llevar a buen término nuestra excursión sabática.
El grupo camina estirado, pero sin perder la referencia visual del compañero. Algún atajillo para evitar tramos en zig-zag más prolongados y rumbo a Dévanos para compensar nuestro esfuerzo con el obligado refrigerio de fin de ruta. Hemos llegado al estacionamiento de los coches y aprovechamos para hacernos la últimas fotos frente a una cascada que presenta
el río en las afueras del pueblo y que es una más (por lo menos la más visible) de las muchas ocultas que esconde el Añamaza entre la vegetación que acaricia su cauce.
No está abierto el bar del pueblo. ¿Hacemos parada obligatoria en Agreda o enfilamos directamente a Soria? Segunda opción. En “El lago” nos espera la cerveza y el último comentario de la ruta. Son las 16,00 horas. Algunos tienen casa y familia y se despiden del grupo. Otros, los más bohemios, no les importa alterar sus hábitos y horas de comida y prefieren rendir hedónico culto a la siempre deseada, fresca y estimulante rubia que tienen sobre la mesa…..
Soria, 7 de octubre de 2017
Agnelo Yubero