SAUQUILLO DE ALCÁZAR: TIERRA DE CONTRASTES
Soria, 18 Febrero 2023
Era la excursión programada tres semanas antes, que aplazamos a la espera de una climatología más favorable y menos ventosa, conocedores nuestros sherpas por los lugares (alturas) que discurría esta jornada senderista. Y a fe que el aplazamiento ha sido un acierto.
Con más concurrencia de lo que venía siendo habitual (aunque ya notamos en las últimas salidas que el grupo se “ensanchaba” a raíz de la última remesa de incorporaciones), nos damos cita a las ocho de la mañana en el lugar de costumbre para la obligada organización logística sobre el uso de vehículos y traslado colectivo de asistentes. Los termómetros todavía marcan una temperatura de algún grado bajo cero, pero las previsiones son más estimulantes y nos auguran una mañana soleada. Algo menos de 41 Km. nos separan de nuestro objetivo. Enfilamos la carretera de Calatayud y en poco más de media hora alcanzamos el punto de origen de la ruta: Sauquillo de Alcázar, enclavado en la comarca de los campos de Gómara y situado en lo alto de la vertiente oriental de la sierra del Costanazo. Sauquillo es la viva imagen de la desolación poblacional. Hemos conocido pequeños pueblos de nuestra provincia escasamente habitados, pero cuyas viviendas están muchas de ellas recuperadas, algunas magníficamente restauradas,
para su uso en cualquier época del año. Sauquillo ofrece un aspecto ruinoso: sus casas derruidas conservan únicamente el esqueleto del núcleo poblacional que fue. Alguna nave (con la puerta abierta) para guardar el tractor o la presencia de un rebaño de ovejas en una finca rústica a la salida del pueblo son los únicos atisbos de presencia humana que hemos podido observar en esta pedanía de Torrubia de Soria, propiedad ambos, tractor y rebaño, de Raimundo Martínez, conocido popularmente como “El Manzanillo”, oriundo de estas tierras. En el censo de 2014 todavía contaba con 10 habitantes. Hoy quedan dos casas abiertas, que, según mis informantes, ocupan esporádicamente sus propietarios Y sin embargo, en la época de dominación musulmana (siglos XIII y XIV), por su situación, el municipio tuvo que ser un enclave de importancia, con el aliciente de constituir una magnífica atalaya para mantener contacto visual con un gran número de localidades del entorno, entre las que destacan Peñalcázar (próxima ruta, próxima semana), Noviercas, Tordesalas, Torrubia , entre otras, como tendremos ocasión de comprobar, y muchas de las torres del valle del Rituerto. Incluso no fue ajena su importancia estratégica en la época romana, al encontrarse muy próxima a una calzada que unía Bílbilis (Calatayud) con Numantia (Numancia).
En un reducido espacio de este deshabitado municipio hemos aparcado los vehículos (la proximidad a la citada nave con su tractor en el interior nos hace tomar las mínimas precauciones que eviten cualquier situación molesta a su usuario).
Y consumado el ritual de todo comienzo de ruta (estiramiento de bastones, asegurarnos que el calzado y las mochilas se ajusten con firmeza, elección de la ropa adecuada, etc.), nos ponemos en marcha por un camino lateral que sale del pueblo en dirección este. Ofrece el aspecto de haber sido preparado tiempo atrás, mediante la construcción de una pequeña pared de piedra para proteger el talud que desnivela su trayectoria.
La mañana se presenta soleada, como ya apuntábamos, y las previsiones nos dicen que seguirá así el resto del día.
Enseguida entramos en una amplia vía de uso agrícola, llana y propicia para ir admirando los campos de cereal que circundan la comarca. Y aquí encontramos los primeros contrastes que, de alguna manera, vienen a justificar el título de este relato: fértiles y fructíferas tierras de secano, que empiezan a cubrirse de un verde intenso, como aviso del grano que espera florecer con el paso de los meses. Siempre se ha tenido esta comarca de los campos de Gómara como una de las más fértiles (si no la más fértil) de nuestra provincia en su producción cerealista. Y frente a la pujanza de estas tierras, atrás hemos dejado la desolación que produce el desguace de una población que fue, en busca de otros enclaves poblacionales que pueden ofrecer más atractivos para una vida de calidad.
Camino en la cola del pelotón, en compañía de Ricardo y Chema. Por el trayecto, a la orilla de la transitada vía agropecuaria, algún desvencijado y abandonado elemento de transporte para fines agrícolas llama mi atención. Los usos y servicios que este recurso propició al agricultor, me los explica Ricardo con todo lujo de detalles, en tanto Chema completa la explicación con no pocas curiosidades sobre estos útiles de labrantío.”A la cama no te irás, sin aprender algo más”. ¡Sabio proverbio castellano!
Dejamos la llanura cerealista para adentrarnos en la extensa y espesa flora que amplía la riqueza de esta tierra, ahora en forma de masa forestal que componen los bosques de encinas, salpicado de alguna sabina furtiva y unos pocos atrevidos enebros, que parecen rivalizar por hacerse un hueco entre las dominantes extensiones encinares.
Estamos ya inmersos en esta frondosa masa arbórea. Hemos recorrido dos o tres kilómetros desde que salimos, pero algo va a complicar nuestro avance. Charo ha tenido un problema en la rodilla, prácticamente desde que iniciamos la ruta. Su pundonor ha hecho que pasara desapercibido para el resto del grupo e intentara continuar con la determinación de superarlo a medida que continuamos nuestro camino. Vano intento. Llega un momento que le impide continuar. Y aquí viene la intervención de nuestros sherpas, wikiloc en mano, para evaluar la situación y optar por la solución más beneficiosa para ella y el grupo: regresar al pueblo con un acompañante sería retrasar en exceso el avance del grupo, a la vez que sometería su rodilla a una mayor tensión y esfuerzo; buscar un punto próximo de fácil acceso para vehículos, donde pueda ser recogida posteriormente, es la opción más razonable. Y este punto más cercano es el vecino pueblo de Almazul. Y hacia allí se dirige, acompañada por Maribel Solano (durante un tramo también le acompañan Chema y Ricardo, que después se incorporan al grupo). Este inesperado incidente tiene como contraprestación el sentido del humor con el que se lo tomó Maribel, que no dudó en titularlo jocosamente como “Ruta alternativa Sauquillo- Almazul”.
El camino por el bosque de encinas es llano y lleno de encanto. La encina es un árbol de hoja perenne, lo que hace que el encinar aparezca pletórico de vida y, por momentos, el bosque encantado, donde la espesura del arbolado nos trae imágenes llenas de sensaciones que nos recuerdan personajes imaginarios de los cuentos infantiles, aunque, en nuestro caso, y en un sentido más prosaico, nos obliga a extremar las precauciones para seguir tras la huella de nuestros guías, so pena de hacer uso del silbato para advertir que hemos perdido la posición… Afortunadamente, no se dio el caso.
Pero el camino no es todo llanear por el encinar. Pronto lo abandonamos para afrontar una exigente cuesta que nos elevará hasta uno de los picachos que moldean esta sierra del Costanazo. El ascenso es exigente y, como en todas subidas, el grupo se estira, en función de la capacidad y resistencia que cada cual muestra en nuestra condición de “escaladores”. Nada, por otra parte, que no sea superable con un mínimo de entusiasmo y tesón (ingredientes que no faltan en el grupo).
Y arriba, en lo alto de la cuerda que estira el pináculo de esta sierra con otras alturas, tenemos la magnífica vista desde esta singular atalaya que he mencionado al principio: las localidades vecinas que se ofrecen a nuestra mirada: muy cerquita tenemos Torrubia y Tordesalas, un poco más alejada, Noviercas y, más occidental, la silueta de la despoblada Peñalcázar. Pero esta sería la perspectiva cercana. Si prolongamos la mirada hacia un lejano horizonte, encontramos, en la posición más oriental, el Moncayo; siguiendo el eje este –oeste, en una ubicación central, la sierra de Cebollera y en el costado occidental, el Urbión. Todas estas cumbres comparten un denominador común: la ondulada silueta nívea que ofrecen en esta época del año, coloreando de blanco el espacio montañoso más emblemático de nuestra provincia. Y más allá de su aspecto puramente geográfico, la sensación de formar un prolongado punto de sutura que, desde su altitud, cose el cielo con la tierra.
Hemos subido, y ahora toca bajar. Y, a veces, las bajadas, son tan exigentes, por su verticalidad, como las subidas. Pronto llegamos al llano del bosque que hemos dejado y en poco tiempo nos vemos acomodados bajo el sol y sombra que ofrecen nuestras aliadas encinas. Suelo seco, costados apoyados sobre los troncos de los árboles anfitriones, o, sencillamente, sentados en la receptiva superficie cuasi arenosa que permite el bosque, damos cuenta de los ansiados bocadillos hasta entonces guardados en las mochilas. Con ganas y deseo vamos consumiendo nuestras viandas, regadas con el vino que guarda la bota del “Paso a paso”, disponible para cualquier garganta que guste probarlo.
Más o menos 15 minutos para el obligado asueto y ya nos ponemos en marcha para acometer, en breve, una nueva ascensión. Pero antes, todavía tenemos ocasión de hacer algún km. por tierra llana.
Y antes de acometer la programada subida, otro incidente marca esta ruta: Delia ha sentido un repentino dolor de espalda que le produce un ocasional mareo. Ante la incertidumbre de sus condiciones para continuar caminando y en prevención de otra situación menos deseada, nuestros guías optan por la solución más práctica y beneficiosa para ella: cercana a nuestro trayecto hay una granja donde puede desplazarse por terreno llano, antes de acometer la segunda subida que presenta un perfil menos idóneo para su continuidad. Reme (nuestra fisio de cabecera), la atiende en un primer momento. Luego, Chus Verde la acompaña hasta el lugar elegido para su recuperación, guiadas por Ricardo a través de una aparente cómoda bajada. Después, ambas toman la decisión de regresar por la carretera hasta Sauquillo, donde nos reciben a nuestra llegada.
El resto afrontamos otra no menos sufrida ascensión, hasta coronar la parte más alta de la sierra del Costanazo, que, si por algo se caracteriza es por ofrecer un suelo erizado de piedras, como espinas en la aleta dorsal de un pez.
Coronada la cresta de este penacho, vamos camino del punto geodésico que marca la máxima altitud de la sierra (algo más de 1.300 metros). Y mientras nos acercamos hasta el poste geodésico, tengo ocasión de conversar con Cristóbal, recién incorporado al grupo, hablando de nuestra época de residencia en Madrid, entre otros temas. Tan absorto iba en la conversación, que no me percaté de una piedra que se interpuso entre el suelo y mi bota, dando con mis huesos en el piso que transitaba. Afortunadamente, el firme era blando, limpio y almohadillado, sin las siniestras piedras que salpicaban el recorrido, por lo que pude conservar mi dentadura intacta y mis huesos a salvo de cualquier visita al traumatólogo.
Ya estamos en el vértice y no podía faltar, junto al cilindro de hormigón, la foto de grupo, que deja constancia de nuestro “paso a paso” por estas latitudes. Y ahora, de nuevo, la bajada. Vertical, empedrada, piedra suelta que hace más difícil asentar la suela de la bota sobre terreno firme. Detrás de mi no dejo de oír voces femeninas que aconsejan cómo poner el pie y el cuerpo para hacer más seguro el descenso. Y como dócil alumno, procuro seguir las instrucciones que facilitan la seguridad de un endiablado camino vertical.
Y antes de llegar a terreno más seguro que nos aproxima al punto de partida, no me resisto a valorar y aplaudir el montaje musical que hace nuestro Steven Spielberg familiar (entiéndase Ángel Campos) y la banda sonora que acompaña a su magnífico vídeo post-ruta. Casualidad o no, lo cierto es que la música es un recordatorio al espíritu juvenil que marca nuestra peripecia por los altos del Costanazo, y que llena (sospecho que sin una intención confesa) con temas de grupos tan emblemáticos como Los Pekeniques o Los Relámpagos, con los que disfrutamos de su música y bailamos al son de “Embustero y bailarín” o “Noche de relámpagos”, presentes en el citado montaje musical. Agradecemos a Ángel que nos haya hecho recordar, momentáneamente, nuestra época de la inocencia perdida, a la par que nos hacía sentirnos jóvenes escalando riscos o descendiendo cumbres de acusada verticalidad.
Nos acercamos al despoblado de Sauquillo. Hemos superado con creces y sin incidencias la delicada bajada que nos pone en la cómoda pista desde la que iniciamos el recorrido.
Entramos en Sauquillo. Allí nos esperan ya Delia y Chus Verde. Afortunadamente para Delia no ha tenido más consecuencias su dolor de espalda. Y sobre las ruinas del pueblo, destacamos la presencia, todavía erguida y casi intacta, de su Iglesia de San Andrés y las ruinas del castillo que ejerció la vigilancia del contorno, y del cual solo quedan en pie un par de lienzos en mampostería.
No nos olvidamos de Charo y Maribel, que han permanecido en Almazul y han tenido ocasión de empatizar con un paisano del lugar, de nombre Agustín, quien les ha mostrado su finca cultivada de cerezos, frutal poco corriente en nuestra provincia. Y hasta allí se acerca Ángel a recogerlas para su traslado a Soria.
Algo más de 15 Km. recorridos, terminamos nuestra andadura un poco más tarde de lo habitual por los incidentes reseñados, pero satisfechos de conocer un rincón más de nuestra tierra y, sobre todo, de resolver con imaginación y solvencia los pequeños incidentes que se puedan presentar en nuestra actividad andarina. Y a pesar de la hora, un grupo de irreductibles del descanso tranquilo post-ruta, tenemos tiempo todavía para tomar un vino o una cerveza en la soleada terraza que nos sirve de punto de encuentro antes del inicio de cualquier ruta, mientras comentamos anécdotas, situaciones, incidencias, impresiones generales de esta solidaria y sana actividad que es el senderismo
Son algo más de las 16,00 h. Ahora sí, ya es hora de visitar la mesa de nuestro comedor. La próxima semana tenemos otra cita con los campos de Soria, testigos mudos de esta despoblada tierra nuestra.
Agnelo Yubero