Suellacabras y nacimiento del Alhama.                           

 

 

Al ir acercándonos al pueblo después de 17 km agotadores de ruta descubrimos, sobresaliendo sobre un cerro un ábside y una espadaña, no subimos la colina para verlo de cerca porque el cansancio nos ha vencido, pero este santo lugar es el origen del curioso nombre del pueblo que hoy protagoniza nuestra ruta.  El nombre de Suellacabras proviene de “so capras”, debajo de San Caprasio y aquí, hoy una ermita más en ruinas, vivió y meditó el Abad Caprasio. Al otro lado del camino se encuentra el Molino de Abajo en ruinas también, junto al arroyo Malo con un puente de piedra de un solo ojo que lo cruza.

Estamos en el norte de nuestra provincia, en la comarca de Tierras Altas y entre las sierras del Almuerzo y el Madero.

Invadimos la localidad aparcando los coches entre el Centro Social y la Iglesia parroquial del Salvador y sin dilación nos ponemos a andar hacia el campo donde el otoño se ha instalado ya totalmente y a la vez nos vamos poniendo al día unos y otros en amena conversación.

Vamos camino del nacimiento del Río Alhama que nace en la sierra del Almuerzo y este monte es uno de nuestros predilectos porque aquí hemos llegado muchas, muchas veces con nuestro amigo Julián para, por supuesto, almorzar.

Ángel nos hace parar frente a una pequeña laguna que es el primer nacimiento del río Alhama, desde aquí discurre un tramo bajo tierra hasta emerger de nuevo encañonado entre rocas y vegetación por lo que lo volvemos a ver desde un mirador natural, al que llegamos poco después. Este lugar es el nacimiento oficial del río; nos asomamos por la balaustrada descubriendo un gran abismo y al fondo el pequeño arroyo; una cascada debe ser el complemento perfecto para este frondoso agujero, pero hoy no existe. Con la otoñada distinguimos perfectamente las encinas de los quejigos porque éstos han cambiado de color sus copas y sus hojas están a punto de caer; el sol empieza a calentar y aprovechamos la parada para quitarnos una capa de ropa.

“Al- Amma “es una palabra de origen árabe que significa “la fuente termal”. Riega prados, huertas y dehesas en nuestra provincia, en Navarra y en La Rioja, desaguando en el Ebro. Nos asombra saber que, geológicamente hablando, la Cuenca del Ebro se va engullendo a la del Duero.

De nuevo en el camino, va aumentando la fronda de encinas y quejigos, a la vez que majuelos, enebros y endrinos hacen espeso el medio bosque. Pasamos por los restos de uno de los molinos de la zona y tras un pequeño ascenso llegamos al castro de los Castellares, que data de los siglos III-I a C. y se encuentra en un altozano triangular. Recorremos el castro, intentando adivinar entre sus restos si estamos ante un muro, una muralla o  un habitáculo, la vegetación lo cubre todo pero intentamos echar imaginación sabiendo que  eran poblados fuertemente fortificados que sabían aprovechar la orografía favorecedora para la defensa, vigilancia y comunicación.

La Carrasca del Obispo nos espera un poco más allá del castro, rugosa, retorcida, con grandes ramas nudosas que casi llegan al suelo y su tronco rasgado, la añadimos a la lista de nuestros árboles favoritos.

Esta gran encina da aposento a un puesto de caza y desde aquí bajamos el monte, siguiendo otros puestos  iguales, oyendo disparos y dando los buenos días a los cazadores que nos tranquilizan ante nuestra preocupación por tanto disparo. Es una de estas bajadas pronunciadas e intensas en las que nuestros sentidos se impregnan con todo tipo de sensaciones visuales, olorosas y táctiles, esto es lo que Alberto nos enseña como experto en naturaleza, hay que emplear todos los sentidos en la observación del bosque y salta a las vista que la jara va colonizando toda la ladera.

Acabamos en un camino embarrado por el que parece que han pasado grandes máquinas de monte y justo debajo de él tenemos el río, caminamos un rato  siguiendo su cauce para poco después  alejarnos de él al subir  de nuevo  la falda de la montaña .Un claro del bosque lleno de hierba y con una  edificación en ruinas es el lugar ideal para nuestra paradita; este claro es el  sitio apropiado también para transformar las ramas de podar las encinas en un carbón compacto y de larga de combustión que en invierno se usaba para calentar los hogares del lugar. El carboneo era una práctica común en este territorio.

Con las medidas covid se acorta bastante el tiempo del almuerzo y rápidamente nos incorporamos de nuevo al estrecho camino colgado en la ladera de la montaña donde según avanzamos vamos a ir viendo las ruinas de los viejos molinos harineros que funcionaban con las aguas del Río.  El de Pobar, el arriba y el del medio. Un grupo de motoristas nos sorprenden en pleno paseo y nos obligan a apartarnos del estrecho sendero y a parar para que pasen; aprovechamos para centrar nuestra mirada hacia el frente y deleitarnos con   unas maravillosas colinas resquebrajadas por la grieta que el Río les va ocasionando. Hacemos un fatigoso ascenso por la escarpada montaña y salimos a un camino superior de tierra, un paso del camino se nos complica un poco y necesitamos la ayuda y la mano firme de nuestros compañeros para superarlo.

Vemos el cruce a Pobar, a Villarraso y a 5 Km tenemos Magaña, estamos en un lugar mágico, al borde de un meandro del río existió la ermita de la Virgen de Monasterio, un barranco impresionante desciende desde aquí, vemos solo algún vestigio de la ermita y es evidente que tuvo que ser un sitio empleado para aislarse, para meditar y purgar penas.

Este lugar es el punto de inflexión de nuestra ruta. Volvemos disfrutando del mismo sendero, pero para evitar bajar la gran subida que acabamos de hacer, nuestro guía nos lleva por un sendero diferente en el que nos emboscamos totalmente, porque la vegetación es abrumadora, irrumpe en todos los sitios y lo envuelve todo. Siguen apareciendo ruinas de molinos como el del Tío Álvaro y las encinas por aquí, no parecen encinas porque están recubiertas por completo o bien en musgo o bien con líquenes, rocas al filo del camino con formas extrañas y las pringosas jaras nos llegan más arriba de la cintura, vamos casi luchando contra ellas para poder avanzar. Esta abundancia de jaras es síntoma de excelencia en el subsuelo del bosque.

Hace calor mientras volvemos hacia el pueblo, paramos, nos refrescamos, nos quitamos ropa y nos animamos unos a otros, éstos últimos kilómetros nos resultan duros, pero llegamos con éxito de nuevo a Suellacabras. A la entrada del pueblo podemos saludar a su alcaldesa que se va a coger setas y aunque nos ofrece abrir el centro social para tomarnos una cervecita, no la hacemos volverse porque, aunque nos apetece mucho tomarla, estamos deseando llegar a casa y descansar.

Queda pendiente tomar esa cerveza en el centro social de Suellacabras, a buen seguro que volveremos por aquí haciendo alguna otra ruta porque a los pasopaseros nos encanta “almorzar en la Sierra del Almuerzo”.

 

Soria, 24 de octubre de 2020

 

Emi.

 

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