Ruta CASCADAS DE COVALEDA (21/04/2018)
Covaleda es conocida como “La perla de los pinares”. Este acertado título descriptivo puede corroborarse cuando uno se adentra en ese mágico bosque de enhiestos pinos que, con excepcional prodigalidad, llenan de vida, paisaje, aroma leyenda….la singular masa forestal que discurre al noroeste de nuestra provincia. El pino representa ese tesoro codiciado, cuidado y mimado por los lugareños de estas latitudes, que la naturaleza les ha entregado para su custodia, como fuente de riqueza de una tierra que mira hacia el cielo a través de sus frondosas copas que coronan las siluetas de estos esbeltos ejemplares arbóreos.
Pero el bosque esconde otras bellezas naturales que no tienen la presencia extensa y perenne del majestuoso tronco maderero, dueño y señor de estas cumbres y llanuras y, sin embargo, irrumpen de vez en cuando en la plácida y bucólica vida del bosque. Junto al pino, el agua que corre por estos montes aporta otro ingrediente más a la riqueza de recursos naturales, como música de fondo en medio del silencio que impregna la naturaleza pinariega. Cuando la abundancia de lluvias caídas sobre valles, lomas y escarpados y la nieve de la montaña han mostrado su presencia activa sobre este remanso de paz, el espectáculo que podemos admirar es, sencillamente, fascinante: impetuosas cascadas y saltos de agua, que corren barranco abajo o se despeñan desde el cortado vertical de las rocas que sirven de lanzadera para mostrar la pujanza de sonoras torrenteras, silenciadas durante los períodos de escasez de agua o, en el mejor de los casos, reducidas a minúsculos y discretos arroyos, que fluyen sin hacer ruido, como si no quisieran perturbar la paz del lugar.
Este es el motivo que nos ha llevado por tierras pinariegas de Covaleda a presenciar este espectáculo del agua, que corre y brinca de peña en peña.
A las 7,30 h. del pasado 21 Abril poníamos rumbo hacia la “Perla de los pinares” 17 entusiastas compañeros/as del grupo, donde nos plantamos en poco más de 40 minutos.
Antes de llegar al pueblo, nos desviamos por una pista asfaltada que parte de las inmediaciones del Puente Soria, para aparcar los coches en una pequeña explanada al borde de la carretera, señalizada como aparcamiento autorizado para visitantes y transeúntes del lugar.
Iniciamos la ruta por una ancha y aceptable senda forestal, que se estira en forma de prolongada pendiente ascendente, mientras atravesamos caudalosos arroyos que se van formando sobre la altura de la superficie montañosa hasta llegar a la llanura de Bocalprado. A mitad de la subida encontramos un indicador que nos marca la dirección hacia una de estas cascadas, pero nuestro serpa, con buen criterio y acierto, nos indica que no vamos a tomar esa dirección, ya que será de regreso cuando accedamos a la misma. Continuamos nuestro continuo ascenso hasta encontrarnos en la explanada del emblemático paraje de Bocalprado. Desde aquí, hasta la primera cascada que visitaremos (2,4 Km.) caminamos por una pista forestal de trazado llano, apta para el tránsito de vehículos, cubierta de nieve en muchos tramos del recorrido, aunque en menor densidad que en la visita precedente que hicieron nuestros guías, Angel y Julian, cuando fueron a reconocer el terreno.
Hemos tomado la dirección hacia la cascada de la “Mina del Médico”. Debo aclarar que la cascada recibe este nombre porque no muy lejos de allí hay una cueva, que no una mina, donde un médico, que ejercía en Covaleda a finales del siglo XIX, acudía a ese lugar en busca de hierbas y raíces con las que preparar fórmulas magistrales para sus fines terapéuticos. No se tienen noticias fidedignas de que por allí existiera una mina.
Llegados al lugar, observamos con satisfacción que el acceso hasta el fondo de la caída del agua está decorosamente preparado para hacerlo más seguro. Hace poco más de un año, cuando visitamos este paraje, la bajada era incómoda y, por momentos, peligrosa. Hemos de agradecer al grupo senderista de Covaleda “De los dos caminos, el peor” que haya contribuido a hacer más agradable la visita a este magnífico enclave de montaña para recreo y solaz de sus visitantes.
La cascada es una explosión de sonido, belleza y fuerza contenida por la espectacularidad de su caída. No es una altura excesiva (apenas 8 metros), pero la impresión visual del agua que se despeña por la pared de la roca es un placer para los sentidos. Al fondo de la caída, se han formado caprichosas oquedades alrededor de las moles pétreas que se esparcen de forma natural sobre el lecho del arroyo que, raudo y generoso, se dirige a entregar sus aguas al Revinuesa. He recordado (y rescatado) mientras escribía este relato algunos versos del poema “Agua de los Montes”, del poeta peruano OMAR ARAMAYO:
“Agua de los montes cristalina
gota a gota trabajada
en la entraña de la alta nube
y en la ubre de los montes
agua que te buscas en ti misma
cuesta abajo
y corres vida mía presurosa
para disolverte en la esencia
de tu ser natal
en la boca
en los labios de la sed
……………. “
Dejamos la “Mina del médico” y regresamos sobre nuestros pasos.
Nos dirigimos al merendero situado en las cercanías del refugio de Bocalprado, pero antes hacemos una parada en un punto, a escasos metros de la carretera, debidamente señalizado y acotado, conocido como “Horno de pez El Acebuchal”. Se trata de la reconstrucción y conservación de un antiguo pozo donde se extraía la brea o pez. Estas cavidades solían tener dos o tres alturas, debidamente diferenciadas y comunicadas para la obtención de la pez o brea. Este es un subproducto que se obtiene a partir de los residuos forestales ricos en resinas naturales, como tocones (¡ojo!…el término no tiene nada que ver con el uso indebido de las manos sobre personas u objetos), teas y sarros. Todo ello es sometido a varios procesos de combustión lenta y con poco oxígeno, hasta obtener un producto negruzco, viscoso y adherente, de apariencia similar al alquitrán. Se ha utilizado tradicionalmente como impermeabilizante en el calafateado de los cascos de los barcos, para marcar el ganado y el embreado de las botas y odres, pero actualmente estos usos casi han desaparecido. Los que cultivaban este trabajo se les conocía como pegueros o teeros (esta última denominación la he oído en Covaleda). Su importancia estratégica era tal que el rey Carlos IV creó una Real Fábrica de Betunes en Quintanar de la Sierra (Burgos).
Tras la visita a este recuerdo testimonial de los recursos que ofrece el pinar, toca hacer el obligado descanso y la consabida reposición de energías. En este caso, la cómoda mesa de hormigón a escasos metros del refugio de Bocalprado nos sirve de lugar para extraer de las mochilas las viandas reconfortantes que permiten dosificar nuestro esfuerzo para el resto de la ruta. La tortilla, la bota, lonchas de embutido y quesos, frutos secos, otros menos secos…van apareciendo y desapareciendo sobre la fría superficie de la mesa que sirve de confortable lugar para el descanso y la tertulia.
Satisfechas las necesidades, ponemos rumbo siguiendo la indicación de un preciso rótulo:”Ruta de las cascadas”. Ese es nuestro objetivo y hacia allí nos dirigimos. El camino, en dirección sureste, ahora es una suave pendiente en descenso, que hace fácil nuestros pasos entre pinos y pequeños arroyos que acompañan la bajada. Unos visibles círculos rojos sobre la corteza de los pinos, que se van repitiendo secuencialmente, nos indican el trayecto seguro para acceder a las citadas cascadas.
Y a poco de reiniciar nuestra marcha nos encontramos con la siguiente: la del río “Ojeda”. La bajada hacia la base del vertido es pronunciada y, por trechos, peligrosa, debido al pronunciado desnivel y al estado del suelo barroso y resbaladizo a causa de la abundante agua caída en los últimos días. Pero el espectáculo es hermoso: una columna de agua se despeña desde una reducida altura, pero prolongando su caída a lo largo del cauce que permite visualizar su acumulación caudalosa para precipitarse, impaciente, sobre el curso del arroyo que huye rápido para volcar sus aguas sobre el cercano y todavía niño río Duero. No estamos solos en este paraje. Algunos visitantes de nuestra provincia tampoco han querido perderse este inestimable espectáculo de la caída de agua por valles y torrenteras de nuestros pinares.
Regresamos sobre nuestros pasos. El ascenso hacia el lugar de entrada que hemos utilizado anteriormente resulta un poco más trabajoso, pero sin duda más seguro que la bajada. Desde aquí nos dirigimos hacia otra cascada, la conocida como “La chorrera”. No está muy lejos de la anterior y, al igual que esta, se accede a la misma por una pendiente peligrosa y resbaladiza que obliga a extremar las medidas de precaución. Otro indomable torrente acuoso, que clama en pleno pinar por hacerse un hueco en el espectáculo bravío que ofrece el agua pletórica y salvaje, en su manifestación más libre que la naturaleza le puede otorgar.
En este caso, el chorro de agua que fluye, desafiante y veloz sobre la pendiente de caída, parece deslizarse sobre un tobogán oculto bajo el manto líquido, tanto por la forma ondulante que forma en su caída, como por la prolongada trayectoria hacia el curso del arroyo que recoge sus aguas.
“Agua que corriendo vienes
agua que corriendo vas,
si tú nunca te detienes;
muy cansada estarás.
Agua que corres y saltas,
y juegas entre las piedras,
muestras alegría tanta
que hasta imitarte quisiera.
Agua que corriendo vienes,
agua que corres y cantas,
si mi verso te entretiene
corre, juega; ríe, salta.”
Son los versos de un niño a quien las cascadas de agua le inspiran estos sentimientos, fácilmente compartidos con el niño que todos llevamos dentro.
Y desde “La chorrera” nos dirigimos hacia otro salto de agua, exuberante y explosivo, conocido como “El Peñoncito”, el más próximo a nuestro punto de partida, aunque hemos dejado casi hasta el final por una mejor trayectoria de la ruta. Sin duda el diminutivo que lo identifica se justifica por no manifestar un excesivo caudal en épocas de menor abundancia hídrica. Y así lo pudimos apreciar hace casi dos años, cuando un grupo de nosotros, de regreso de la cueva del “Tio Melintón” y “La piedra andadera”, nos acercamos hasta el Peñoncito para conocer este rincón de nuestra geografía local. Ahora lo podemos ver y apreciar modificando el diminutivo por un más que merecido aumentativo, al admirar el impetuoso torrente que se despeña desde el balcón que forman las rocas por donde traza su curso, hasta arrojarse al lecho que recoge sus aguas y conducirlas, rápidas y ruidosas, hacia alguno de los meandros que confluyen en las aguas del Duero.
Hemos visitado cuatro cascadas, en la época idónea para admirar estos espectáculos de la naturaleza. Ahora estamos ya de camino sobre el punto de arranque para recoger los coches y emprender el regreso. Pero el serpa, maestro de guías, nos advierte que aún nos queda otra sorpresa. Subimos a los coches y nos desplazamos algo más de trescientos metros para aparcarlos de nuevo y, tras recorrer cien metros aproximadamente, pendiente abajo sobre la carretera, nos damos de bruces con otro esbelto y no menos reconocido torrente, conocido como el “arroyo lechoso”. En este caso, nos encontramos con una alargada cortina de agua, que desciende sobre una cueva que encuentra en su recorrido e invita a contemplar el caudal que forma en su caída desde esta cueva, para tener más cerca la presencia y el aroma húmedo que deja el agua en su majestuoso despliegue sobre el suelo angosto que la recibe para, en este caso sí, llevarla hasta el cercano Duero.
Hemos completado una hermosa jornada entre pinos y agua, manifestación de la belleza y pujanza cuando el agua riega con generosidad nuestros montes y campos, motivo de inspiración de científicos, poetas, antropólogos, etc. “Si hay magia en este planeta, está contenida en el agua”, escribía el poeta y ecologista estadounidense LOREN C. EISELEY. Y el recordado poeta indio, RABINDRANATH TAGORE, escribió: ”Sobre las olas de la vida, en el vocerío del viento y del agua, el pensamiento del poeta está siempre flotando y bailando”
Y la próxima salida transciende nuestras fronteras provinciales para volver a los siempre deseados y admirados Picos de Europa, en su vertiente asturiana. Pero de ello nos ocuparemos a nuestro regreso.
Agnelo yubero
Cómo me ha gustado Agnelo!!!!.Cada cascada con su perfecta descripción además de unas maravillosas poesías. Gracias compañero.
Solo un pero , lo de la pista asfaltada es un farol que le echas a “La perla de los pinares” que por cierto, no sabía eso. Vinuesa es la “Corte de los Pinares”
Una ruta preciosa magistralmente descrita,me ha encantado Agnelo.
Magistral.
Me ha emocionado leerlo,porque mis sentimientos como pinariega ,son fuertes.
No hay otro pinar ,como el nuestro.
Lástima no haber podido disfrutarlo,con mi grupo favorito
Gracias Agnelo.
Muy buen trabajo Agnelo.
Admiro como consigues plasmar todo.
Gracias, compañeras, por vuestros elogios.Cuando escribo sobre lo que me resulta más cercano y querido….pues eso…me vengo arriba.Emi, lo de la pista asfaltada es cierto…aunque deja mucho que desear
[…] Tenemos como punto de encuentro un desvío que nos introduce en una pista que recorremos en coche hasta una pequeña explanada donde se puede aparcar e iniciamos, como hace justamente un año, la ruta de las cascadas, tan magistralmente relatada por nuestro compañero Agnelo, natural de Covaleda y gran conocedor de la zona, que hace casi innecesaria esta segunda crónica. http://soriapasoapaso.es/?p=2772 […]