Peñalcázar y su historia. 11 de marzo de 2023

 

 

Para la ruta de hoy la previsión meteorológica avanza una importante subida de temperatura por lo que en nuestras mochilas senderistas hay intercambio de ropas y protecciones, las de invierno por las de verano, esperando disfrutar del inicio del cálido entretiempo.

Dejamos la carretera hacia Calatayud y tras pasar por Reznos llegamos a la Quiñonería, en cuyas callejuelas antiguas y estrechas se pierde la pista de la carretera principal, por lo que hay dudas de hacia dónde nuestros coches se deben dirigir. A un par de Kilómetros de la Quiñonería iniciamos el recorrido, siendo necesario colocarse gorros y tapabocas porque el aire es recio, el cielo está gris y cambiante al son de Eolo, pero nuestro pensamiento es que según avance la mañana, este ambiente desapacible cambiará y disfrutaremos del sol.

Poco hemos caminado cuando aparece frente a nosotros la figura inconfundible de Peñalcázar: un alcázar encaramado en “la peña” a unos 1249m de altitud. Vamos acercándonos a la meseta por la parte noroeste observando una gran montaña de pared caliza en cuyo alto se distinguen alzados de casas, torres y murallas. Desde la zona llamada” la Barbonera “comenzamos a subir la montaña y tras toparnos de frente con alguna cueva, seguimos camino por toda la ladera norte de la meseta hasta llegar al nevero que está excavado en la tierra y fue construido con muros de contención, donde antiguamente se acumulaba nieve con capas de paja y se hacía hielo para su uso posterior. Justo debajo del nevero, en la base de la montaña   se distingue una zona verde que es” la fuente de la Peña” y que es el único acuífero de la zona. Nuestro objetivo es circunvalar la montaña para lo que tenemos hoy tres opciones o niveles para caminar: los más osados lo hacen cerca de la cumbre, otros a media ladera y los más cautos lo hacemos por la parte inferior. El terreno es pedregoso e inclinado y a medida que vamos virando hacia el este vamos descubriendo un gran valle con el pueblo de la Alameda al fondo entre campos de cultivo y alguno con vides, pero nos falta la vista del Moncayo que está recubierto de nubarrones

Se nos advierte de que guardemos silencio porque en un agujero de la montaña hay un buitre con nido y cría y se espera que salga volando a nuestro paso, así ocurre exactamente, y el cámara recoge el momento de la salida del gran pájaro volando, magníficamente.

Como el aire sigue soplando y los nubarrones van y vienen y nos lanzan alguna gota, se decide almorzar al abrigo de la falda de la montaña, aunque es un poco temprano. Desde aquí vemos montes entre los que se encuentra Deza, una gran antena despunta en “el Moto” y se nos anuncia una ruta por aquella zona que ya ha sido visitada por los fantásticos sherpas pasopaseros.

Seguimos circundando la pedregosa ladera hasta llegar a una de las dos puertas que tenía la ciudad, flanqueada hoy por restos de una torre y de muralla.

“La peña” tiene mucha historia acumulada tanto en su interior, porque han sido encontrados restos humanos de la prehistoria en dos cuevas como en su superficie, ya que era un punto estratégico y fronterizo desde antiguo. Una de las fuentes más interesantes para saber sobre la historia antigua y la más reciente de este lugar es D. Florentino García Llorente, que fue el sacerdote que celebró la última misa en Peñalcázar y cuyas investigaciones y vivencias quedaron reflejadas en su libro “Cincuenta años con el pueblo 1959-2009”:

En su libro se recoge un editorial escrito por Aurelio Tejedor Alcalde en el que se llega a la conclusión de que, en base a varios hechos estudiados, Peñalcázar fue la ciudad celtíbera y romana llamada Centóbriga o Celtíbriga. El primer resto romano que encontramos es un aljibe o cisterna romana donde se almacenaba el agua, también se sospecha que pudo ser usado como mazmorra, queda una bóveda con agujeros por donde se supone entraba y se sacaba el agua, hoy un gran sauco crece en su interior.

Con el viento de espalda nos dirigimos hacia el extremo estrecho de la meseta (tiene forma de lágrima con 900 x 300 m aproximadamente) que es un fantástico mirador desde donde se dominan los valles del Rituerto y Araviana, así como los del Manubles y el Jalón. Nos detenemos a ver también los restos de la ermita de S. Roque (s XVIII), de la que solo queda un muro con un par de contrafuertes sobre montones de piedras. D. Florentino cuenta que desde este lugar se hacía la bendición de los campos, pero en los años sesenta, cuando él lo hacía, este templo era ya una ruina, según muestran las fotografías del libro.

El cielo es todo un espectáculo esta mañana, porque las nubes se trasladan de un lugar a otro a gran velocidad sombreando o aclarando la silueta del pueblo abandonado de forma alternativa; tan pronto el cielo lo encontramos azul, con nubes lenticulares blancas y algodonosas como plomizo y atezado. El vendaval se redobla cuando atravesamos la gran altiplanicie para llegar al pueblo, incluso los silbatos, silban solos al son el aire, los senderistas recibimos las ráfagas de aire por el costado sureste y prácticamente caminamos ladeados; con estas circunstancias no nos damos cuenta de que esta llanura está llena de restos de campamentos romanos. Pero una vez en el pueblo tampoco encontramos lugar propicio para resguardarnos, porque el aire parece que recorre callejeando todo el despoblado, atravesando sus huecos y agujeros, rellenando los vanos interiores de los restos de las casas, haciendo sifones que lo hacen salir con más fuerza contra nosotros.

El único resto de la torre de planta cuadrada del alcázar árabe que aquí existió da refugio al trípode de la cámara para hacer nuestra foto grupal. El Rey Alfonso VI declaró villa a Peñalcázar pero también estuvo en manos de navarros y aragoneses y los franceses intentaron conquistarla. Al lado de los restos mozárabes tenemos otros vestigios mas recientes de un lagar con dos tinos y una especie de hornacina con dos orificios por los que manaba el vino extraído de la uva.

Quizá lo más impresionante del pueblo es la Iglesia de S. Miguel Arcángel “un hermoso templo gótico que para si quisieran los vecinos de Quiñonería o de Reznos” según manifiesta una crónica de un periódico de 1966.Aunque está todo el templo derruido y es peligroso entrar, siempre hay algún curioso que no puede resistir la tentación de introducirse por algún hueco y conseguir una buena y triste instantánea de una bóveda gótica del S. XVI. El exterior del templo si es bien escudriñado por todos y llama la atención en una de las paredes 4 claves que pertenecieron a una bóveda gótica desaparecida y que se colocaron en ese lugar como detalle ornamental al hacer una reforma, así lo cuenta D. Florentino en su libro. Su torre es el punto crucial del pueblo que todavía se resiste al derrumbe de la iglesia que comenzó en la primavera de 1968. A la torre cuadrada, se adosa otra redonda que constituye un tambor en cuyo interior se aloja la escalera que sube hacia el campanario. La espadaña remata la torre con sus hoy dos funestos vanos donde antaño dos campanas tocaban el 19 de septiembre llamando a los vecinos a la celebración de su fiesta.  Uno de los pocos acontecimientos significativos que en esta iglesia han ocurrido desde entonces es la tremenda caída sobre ortigas que sufrió nuestro amigo y compañero pasopasero Luis durante la primera ruta que aquí se hizo, el 1 de junio del 2016 exactamente, en una maravillosa mañana primaveral según nos cuenta Agnelo en su relato.

Nuestra ruta de hoy es muy diferente a la de aquel día en términos climatológicos de forma que nuestros deseos de primavera están olvidados a esta altura de la mañana, porque realmente tenemos que clavar los bastones en el suelo para que el vendaval no se nos lleve, no obstante aún recorremos el pueblo con sentimientos de misterio, desolación y depresión, ruina y silencio, roto solo por maderas fantasmales que se mueven en los antros de las puertas, o por el soplido del gran viento. Curiosamente Peñalcázar fue declarado monumento nacional en 1949.

Nuestro ya conocido y querido D. Florentino, párroco de La Alameda, Carabantes, Quiñonería y Peñalcazar en 1962, nos informa en su libro de los momentos de esplendor en esta dura altiplanicie y de los últimos días con sus últimos vecinos:

En el nomenclátor de Manuel Blasco se escribe que en 1840 sus habitantes estaban “esperanzados con un porvenir risueño” unido a las minas de plata que ya fueron explotadas por los romanos. Pero ya en 1880 se escribe” la zona se está despoblando y entre los motivos se encuentran la decadencia de sus minas de plata y plomo explotadas durante 40 años, la consecutiva pérdida de producciones agrícolas por las tempestades y acaso también los efectos de la usura, tan temibles siempre como los del granizo y el rayo”.

1966 fue un año importante en el que hubo una concentración de maestras y niños de los pueblos de La Alameda, Carabantes, Reznos, y Quiñonería, la anfitriona fue la última maestra de la Peña, llamada Dña. Guadalupe que ya entonces solo tenía un alumno en su escuela y quedaban 11 habitantes en el pueblo, todo esto se relata en el diario” Arriba “en un artículo de mayo de este año. La última referencia que se tiene son las elecciones de 1978 cuando se constituyó la última mesa electoral con 4 habitantes de los que uno vivía en el pueblo y tres fuera.

Al abandonar la peña, descendiendo, admiramos los restos de la fortaleza amurallada que fue en su día, queda alguna almena con sus ventanas saeteras, solo se construyó muralla en esta zona, al poniente, el resto era inexpugnable ya por la propia geografía como hemos podido observar en nuestra ruta. Caminamos por los restos de la antigua calzada romana que llevaba a la cercana Augustóbriga para enseguida llegar de nuevo a los coches sin dejar de luchar contra el viento ni un solo momento. No se ha recorrido hoy mucha distancia, pero la compañía constante del ventarrón nos ha hecho gastar energía extra, hay que liberarse de la fatiga tomando una cervecita y charlando animadamente.

Emi

 

 

 

 

 

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Posted by: soriapasoapaso on