DE CALATAÑAZOR A BLACOS: PAISAJE, HISTORIA, PERFILES…

 

                                                                       Soria, 24 Septiembre, 2022

 

¡Estrenamos nueva temporada senderista! Primer día de actividad andarina del curso 2022-2023, con una ruta diseñada por nuestros sherpas para poner a tono nuestras energías de experimentados caminantes, tras la prolongada pausa de los meses de verano, lo que se traduce en un recorrido corto en la distancia (escasos  13 Km.), pero intenso en  belleza paisajística, la sinfonía cromática del paisaje que se ofrece a nuestra vista y las resonancias históricas que el  entorno nos trae.

Estamos en las inmediaciones de Calatañazor. Hemos aparcado los coches  en la parte autorizada para su estacionamiento que no entra en el pueblo e iniciamos nuestra andadura contemplado esta fortaleza medieval desde su vertiente sur-oriental, cuna de gestas heroicas  por parte de las  gentes cristianas contra  las tropas musulmanas acaudilladas por  Al-Mansur, aunque hay historiadores que ponen en duda que dicho caudillo árabe estuviera presente en las batallas que se libraron en este espacio geográfico. Sea como fuere, Calatañazor ha pasado a la historia como símbolo de  resistencia (y victoria final) frente a las pretensiones anexionistas de la entonces poderosa civilización musulmana de la época.

El entusiasta y reducido grupo de compañeros de “expedición” de hoy, inicia la ruta frente a un cartel orientativo que dirige hacia “Castro de los Castejones”. Pero no es esa nuestra dirección. Tendremos ocasión de conocer este enclave a nuestro regreso. El objetivo se centra en el cauce del río Milanos, y siguiendo su curso, echamos a andar en dirección sur-oeste, mientras admiramos a nuestra espalda, cuando volvemos la vista atrás, la defensa natural que proporcionan a Calatañazor las paredes roquedas que protegen esta localidad de corte medieval, y las caprichosas formas que presentan algunas de sus moles pétreas, simulando cabezas de animales imaginarios (¿es la cabeza de un cocodrilo? ¿es la imagen de un simio?) o, como algunos compañeros del grupo me recuerdan, alguna de ellas emula la famosa, visitada y admirada “Piedra andadera” en el término municipal de Covaleda. El parecido en estructura, mole y posición de difícil equilibrio, es evidente.

Otra curiosidad que nos llama la atención  es la forma de evitar el desprendimiento de una gruesa  lasca de su piedra matriz, mediante el uso de robustos troncos de encina, firmemente anclados en el suelo que sujetan la mole rocosa que amenaza su formación compacta.

El camino inicial está esculpido con todo tipo de vegetación y, sobre todo, nos sorprende la cantidad de nogales que, a los pies de la fortaleza pétrea que amuralla esta localidad, vamos observando.

Estamos de suerte con la climatología: un  agradable sol mañanero que dejamos a nuestra espalda  acompaña  nuestros pasos, mientras  desde el mirador del castillo de Calatañazor un reducido grupo de turistas ha madrugado y tiene ocasión de ver desde su privilegiada atalaya el azul dominante que viste el pequeño grupo  de senderistas que se alejan de la localidad.       Y si sorprendentes son las imaginarias figuras talladas de forma natural en las piedras que hemos dejado atrás, nos encontramos ahora con otra sorprendente  novedad esculpida, cómo no, sobre una pequeña elevación rocosa: se trata de una necrópolis medieval, datada en los siglos XI-XII. El cartel explicativo que se asienta en las proximidades de la misma  nos dice que “estas tumbas posiblemente pertenecieron a un grupo familiar” (podemos observar no más de tres cavidades funerarias) y “formarían parte del cementerio exterior de la desaparecida iglesia de Santa Coloma”. Otra información proporcionada es su orientación noroeste-sureste, como “parte de un ritual religioso cuya finalidad era colocar al difunto mirando al Este, hacia Tierra Santa.

Y antes de perder de vista la fortaleza que dejamos a nuestra espalda, no nos resistimos a plasmar en nuestra cámara fotográfica el perfil altivo y señorial que muestra el histórico castillo de esta histórica localidad, flanqueado por sus torres de vigilancia y el macizo rocoso que daba protección y seguridad a su defensa.

Hemos dejado el cauce del Milanos y nos adentramos en las llanuras cerealistas que dominan el campo de esta comarca. El contraste de colores que  apreciamos es evidente: frente al tono amarillo pajizo que ofrecen las parcelas ya recolectadas, encontramos el tono ocre de otras que han sido labradas para su posterior cultivo y el cromatismo más negruzco del girasol, todavía en ciernes para su inminente recolección. No faltan franjas de terreno que destacan por el tono verde de cultivos en reproducción. Es el campo de la agricultura de secano, su vida, su riqueza y también su incertidumbre ante  las contingencias que, cada año y por distintas causas, amenazan la producción esperada de las entrañas de esta recia tierra castellana.

El perfil de la ruta es cómodo y agradable: terreno  llano y caminos por sendas bien marcadas, mientras  consumimos kilómetros por tierras de labranza, santo y seña del paisaje dominante de nuestra querida provincia soriana.

Y  en nuestro caminar accedemos a una carretera agrícola que nos lleva directamente a nuestro objetivo intermedio, que no es otro que la localidad de Blacos.  Ahora transitamos por una más que confortable vía de comunicación agropecuaria que sirve a los usos agrícolas y conecta localidades próximas entre sí.

Apenas 1 Km recorrido por esta vía, divisamos Blacos, donde haremos la parada obligada para reponer fuerzas (aunque, a decir verdad, en esta ocasión y dado el trazado y el esfuerzo exigido, poco hay que reparar, pero es obligado el descanso).

Accedemos a Blacos, ubicado en la vía pecuaria de la Cañada Real y conocida esta localidad, tiempo atrás, por la producción de carbón vegetal. Como muchos de los pueblos que visitamos en nuestro camino, apenas vemos gente por las calles, aunque siempre hay   algún paisano (en este caso paisana y conocida de alguno de nuestros compañeros) que sale a darnos la bienvenida. Y como toda localidad que visitamos, encontramos gente amable, puntos de interés social, artístico o urbanístico y, en general, cualquier detalle de ese pequeño y casi deshabitado pueblito, que en algún sitio muestra su encanto singular y su momento para el recuerdo, la fotografía o el conocimiento de un valor que nos muestra. Y Blacos no es una excepción. Apenas recorremos unos metros por el interior del pueblo encontramos un interesante  y sugerente grafiti, sobre la pared de un almacén municipal, dedicada a las mujeres que lavaban la ropa en el río o en lavadero del pueblo. Y un texto explícito: “Al esfuerzo, cómplice, de tantas mujeres que lavaron la ropa tendida”. Se acompaña con multitud de huellas de manos pintadas (se supone que de mujeres) que han querido dejar impresa su huella en apoyo de este documento gráfico.

Y visita obligada a la Iglesia, siempre centro de interés de nuestros pueblos por lo que han representado en la vida comunitaria (y siguen representando), amén de que algunas ocultan tesoros artísticos dignos de conocer.  En este caso, la iglesia parroquial, bajo la advocación de Santa María la Mayor, está cerrada.  Así que nos limitamos a una periférica observación exterior sin más pretensiones que encontrar algún elemento de interés artístico. Y a nuestra vista de profanos, no se nos ofrece ninguno.

Y llega la hora del deseado descanso y bocadillo adjunto. Y nada mejor que en uno de los rincones porticados de la plaza del pueblo que, además, está dotado de una cómoda mesa y dos bancos adjuntos, para hacer más cómodo nuestro receso. Como de costumbre, cada cual extrae de sus mochilas las cautivas viandas que han esperado este momento para liberarse de la oscuridad que han soportado en nuestras domésticas alforjas y agradar el tránsito digestivo por el que transcurren con más diligencia. Y, sobre todo, quien da el toque alegre es el trasiego de la bota de vino entre todos los comensales, que hace más liviano el esfuerzo digestivo individual.

Cubiertas las necesidades gastronómicas, emprendemos el regreso hacia el punto de partida, no sin antes girar visita por algún rincón del pueblo que nos queda por descubrir. Y como última sorpresa, nos encontramos sobre la tapia de una vivienda particular una frondosa parra, que rebosa racimos de uva negra de excelente sabor. Allí mismo se encuentra su propietario, a quien pedimos permiso para probar las tentadoras uvas que se arraciman generosamente a lo largo y ancho de la parra. El propietario nos ofrece el producto para que lo disfrutemos a nuestra discreción, lo que merece, como no podía ser de otra forma, el unánime agradecimiento del grupo.

De nuevo tomamos un camino inicial por tierras de labrantío, que pronto abandonamos para adentrarnos por las inmediaciones de las hoces del Milano. Y en nuestro caminar vamos descubriendo y admirando la riqueza natural que ofrece este desfiladero, donde apreciamos por igual espinos de endrinas, plantas zarzamoras o matas espinosas  cargadas de escaramujos. Pero hay una que nos llama especialmente la atención. Se trata de la planta donde crece el saúco menor, también conocido como mora del perro, ébulo o yezgo (Gema me repite varias veces este último nombre para que lo retenga), entre los muchos nombres populares con que se conoce esta planta. Produce una baya de color negro, pequeña y globosa, que en su desarrollo anterior, todavía inmadura, es altamente tóxica. Y sus hojas desprenden un aroma fétido, que ha sido utilizado para ahuyentar roedores o topos de los espacios habitados.

Enseguida nos adentramos en el cauce seco del río Milanos. Para el caminante es una ventaja disfrutar del paisaje desde la línea más profunda que nos ofrece el cañón, donde podemos contemplar el macizo rocoso  que flanquea este cauce fluvial y apreciar detalles como el nivel máximo que han alcanzado las aguas del río en su época de torrentera más fecunda. Sin embargo, el cauce seco de un río no deja de ser una carencia de la naturaleza, que ha mermado su  capacidad de admiración por causas  tanto naturales, como creemos que es este el caso, cuando no  por la acción humana. De cualquier forma, nos encontramos en un espacio de indudable belleza paisajística que tenemos ocasión de recorrer desde la “ocupación” de la corriente fluvial y que en otras circunstancias sería más difícil apreciar por la dificultad de adaptarnos a las exigencias del terreno que transitamos.

Y sobre este suelo, seco y pedregoso, propiedad de las aguas del Milanos que por unos momentos hemos usurpado, vamos haciendo camino, mientras sorteamos los pasos más abruptos para alternar el camino por la orilla del hoy imaginado río. Y cuando elevamos la vista sobre la altivez de las rocas verticales que conforman el barranco, no podía faltar la presencia de los alados habituales de este tipo de hábitat: los buitres. Una pareja de esta especie nos ha observado y tras un breve y majestuoso vuelo sobre nuestras cabezas, ha posado suavemente sobre una elevación que garantiza su protección y reposo natural.

El cañón que recorremos va formando algunas inclinaciones del perfil rocoso, como si quisiera ofrecer  imaginarias cuevas al agua que, más pronto o tarde, acompañará su sólida y eterna quietud, para hermanarse con su protector y vigilante natural de esta espléndida sociedad que ha conformado la naturaleza.

Y nosotros nos vamos acercando al final de nuestro recorrido, no sin antes realizar el esfuerzo hasta ahora inédito en la frecuencia de nuestras de la ruta  y hemos obviado, ahora podemos conocer su significado rutas: una prolongada subida para hacer más atractiva la ruta pergeñada por nuestros sherpas. En honor  a la verdad, tampoco es un ascenso de difícil ejecución. Más bien diríamos que es una “cuestecita” que nos aproxima a la cara sur de la localidad medieval  que hoy no visitaremos, pero que tendremos ocasión de contemplar, una vez más,  desde otra perspectiva exterior y conocer algún detalle que alberga su entorno. En este caso, llegamos hasta el indicador que hemos encontrado al principio histórico. Me refiero al “Castro de los Castejones,” donde “se localizan los restos de un asentamiento de época celtibérica datado entre los siglos III-I a.C.”, según reza el cartel explicativo que acompaña a estos puntos de interés arqueológico.

No solamente el castro descrito tiene su importancia histórica. Transitamos ahora por el conocido como “Camino empedrado”, antiguamente la salida de Calatañazor hacia el páramo, que conectaba con otras localidades próximas y a la cañada Real de Soria. “La pendiente que presenta este tramo – se puede leer en el cartel informativo-   provocaba que los días de lluvia se formaran pequeñas

torrenteras que podían dañarlo. Como solución a este problema se construyeron a modo de dique varios canales transversales al camino que dirigían el agua al lateral y así desaguar el barranco”. Como hubiéramos proclamado en los 60: ¡imaginación al poder!

Desde aquí tenemos otra vista frontal del perfil de Calatañazor. No desaprovechamos la oportunidad para dejar testimonio de esta estampa en nuestras  cámaras fotográficas.

Y ya casi al final del camino encontramos una fuente y lavadero  que hoy día se encuentran  faltos de agua que los sustenten.

Nos aproximamos al lugar de aparcamiento. Hemos completado la ruta que inaugura el curso. Satisfacción, relax y, sobre todo, compromiso para seguir haciendo caminos por nuestra provincia y…un poco más lejos, cuando nuestros sherpas nos quieran sorprender con otras rutas alternativas, allende nuestro terruño.

Agnelo Yubero

 

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