FRIAS: CRÓNICA DE UNA RUTA SENDERO-TURÍSTICA

 

Soria, 30 Abril 2022

 

Un conocido refrán castellano sostiene que en la variedad está el gusto. Y si los refranes representan la sabiduría popular, expresada en sentencias cortas, pero atinadas, en este caso damos fe del acierto de nuestros guías y organizadores por haber diseñado una jornada, que tenía tanto de senderismo por tierras burgalesas, como turismo por zonas de esta provincia de indudable  encanto visual y valor natural o artístico.

Y  empezamos por comprobar que la primera variante de esta distintiva ruta es la hora de salida: nada menos que a las 6 de la mañana nos esperaba el autobús en el lugar de costumbre, para enfilar hacia la zona de los montes obaerenses, destino de nuestro paseo recreativo  este sábado.

 

Todavía somnolientos y a la hora citada, vamos subiendo al autobús que, afortunadamente, dobla en capacidad al número de asistentes, lo que nos proporciona más comodidad para un frugal alivio a nuestro madrugón, a la vez que una  mayor seguridad en las distancias personales, teniendo en cuenta la actual situación sanitaria.

La noche aún mantiene el manto oscuro sobre la ciudad, mientras enfilamos la N-111, tras dejar atrás el polígono industrial capitalino. El ambiente es tranquilo (no es para menos a estas horas) y el silencio, consecuencia  casi obligada del reposo compensatorio a las horas de sueño robadas al descanso nocturno, se deja sentir en el ambiente. Quien más o quien menos, intenta acomodar su espacio para la necesaria cabezadita que nos haga olvidar por unos momentos que ya hemos dejado nuestras confortables sábanas domésticas.

 

Algo más de una hora después de abandonar nuestra provincia, nos encontramos ya en la región riojana. El día va despuntando y aunque el sol no luce con nitidez, podemos aventurar que no tendremos una temperatura adversa. Las previsiones meteorológicas así lo aseguraban. Por la ventanilla vamos viendo indicadores de dirección hacia núcleos poblacionales de todos conocidos por su riqueza vitivinícola: Cenicero, Haro, La Guardia, etc. van apareciendo en nuestro camino, aunque, en este caso, no tenemos intención  de hacer  degustación enológica alguna, por muy acreditada (y merecida fama) que tiene  esta zona de rendir  culto al dios Baco.

Atravesamos alguno de los controles de peaje que marcan el acceso a la autopista y enfilamos por una cómoda carretera que nos adentrará en la provincia de Burgos.

El día ya clarea lo suficiente y nos ha dado  tiempo de  reparar el sueño perdido en cortas, pero muy bien aprovechadas, situaciones de relax que facilita un viaje tranquilo. Y tras casi dos horas y media de viaje, el autobús nos deja en un descampado que parece un paraje perdido en las proximidades de alguna localidad. Pero las apariencias engañan. El lugar  presenta elementos que evocan devoción, recreo y admiración por el entorno que se nos alcanza a la vista, apenas pisamos tierra. Estamos  a corta distancia

de Tobera, primer punto del  recorrido, y la primera impresión que encontramos es un conjunto formado por un pequeño puente medieval, el humilladero o capilla del Santo Cristo de los Remedios  y la ermita de Santa María de la Hoz. Cada elemento tiene su historia y peculiaridades.  Me detendré, no obstante, y por razones de espacio, en ofrecer algunos detalles de  esta última.  Un poco  más elevada  que  el modesto humilladero, se asienta sobre una losa de piedra que le da una forma alargada y porticada. No tiene la suntuosidad de nuestra querida y familiar ermita de San Saturio, pero tiene el encanto de la belleza que se concentra en pequeños espacios, escogidos y bien protegidos, para la advocación y  expresión religiosa de las  gentes de la comarca. Edificada con toba calcárea, la fachada principal está restaurada, aunque conserva en buen estado la puerta de entrada, con sus arcos  de  estilo tardo-románico, así como las columnas y capiteles con ornamentación vegetal, tan usuales del románico. Cuatro arquivoltas apuntadas muestran relieves de la época y algo de policromía y, en particular, destacan los pequeños canecillos, cada cual diferente, que rodean la ermita.

Frente al lugar descrito, existe una pared de piedra de considerable altura, sobre la cual, tiempo atrás, se precipitaba una caudalosa cascada, según nos comenta Angel como pudo comprobar en su anterior visita a este lugar.  Hoy aparece la pared totalmente seca y sin resto de haber servido de trampolín de lanzamiento a las siempre vistosas y admiradas cascadas. Nos quedamos con  ganas  de conocer la  extraña desaparición de un elemento tan natural, pero pronto nos dirán en el pueblo cercano la razón de esta repentina pérdida  de la caída del torrente acuífero.  Al parecer, esta cascada era el excedente de agua que dejaba pasar una central hidroeléctrica situada en las cercanías del lugar, pero ahora, y en la actual situación de crisis energética, han optado por aprovechar ese excedente y utilizarlo para la producción de energía. Cada cual puede interpretar este hecho como quiera, pero lo cierto es que …¡hay una cascada menos en esta zona! En cualquier caso, el beneficio siempre será para la empresa que explota los recursos hídricos. En ningún caso para el visitante y, mucho menos, para el consumidor de energía que la pagará después a precios nunca vistos.

Hemos admirado, fotografiado y paseado por los alrededores y rincones de este singular, pequeño y coqueto enclave de las Merindades burgalesas. Nos llama la atención la rica y variada vegetación arbórea que crece por estos pagos: avellanos, cerezos, nogales, boj…compiten entre sí para manifestar la exuberante naturaleza que premia a esta zona. Nos encaminamos ahora por el cómodo camino preparado para un paseo bucólico hacia el pueblo próximo, Tobera, acompañados del armonioso sonido que produce el río Molinar, mientras se va despeñando hacia el núcleo poblacional y formando pequeñas, pero vistosas y, por momentos,

vertiginosas cascadas, que lo introducen en el interior del casco urbano, en tanto los lugareños, respetando su curso pero haciendo uso de esta riqueza, han dotado  los alrededores de la localidad de numerosas huertas de cultivos de verduras y otros regadíos. Este bello núcleo rural se emplaza en una estrecha garganta de paredes verticales, excavada por el ya citado río Molinar, que se nutre de las aguas de las cumbres de los montes Obaerenses y al final de su curso (o casi al final, porque todavía llegará hasta Frías, donde verterá sus aguas al “padre” Ebro) es donde se cruza con la localidad de Tobera, cuyo origen tiene su nombre en la toba, una característica piedra caliza muy abundante y utilizada en esta zona. De ahí recibirá la comarca el nombre de Valle de la Tobalina. El recorrido del río por esta localidad acaba en una impresionante cascada, que se precipita al vacío bajo el viejo puente de Tobera, puente de un solo ojo que comunicaba el pueblo dividido en dos por el curso del río.

El seguimiento  del Molinar  por esta localidad es agradable, ameno y relajante. Parece que recibió este nombre debido a varios molinos que se levantaron junto a su curso para aprovechar la fuerte corriente de agua.  No solo acompañamos al río en su cauce natural, sino  que asistimos a una sucesión de cascadas que compiten en rapidez, agilidad, vertiginosidad y exuberancia, imagen magníficamente retratada en el video que elabora Angel cada jornada. Hermoso trayecto desde la bajada del autobús hasta el lugar donde nos hallamos.

Son algo más de las 9,30 y nuestros sherpas nos advierten  de que llega la hora del bocadillo reparador “¿Tan pronto?” – comentan algunos. SÍ, porque no hay que olvidar que hemos iniciado nuestra jornada andarina dos horas antes de lo habitual. Así que nos acomodamos en un coqueto parque del pueblo, mitad infantil, mitad ornamental, con la piedra como elemento decorativo destacado, y comenzamos el ritual de ir vaciando parcialmente las mochilas de las deseadas viandas que acompañan a todo caminante que  se precie. Y digo parcialmente porque aún deberemos conservar parte de los aprovisionamientos para la comida del mediodía que haremos en la vecina localidad de Frías.

El cielo está cubierto, pero la temperatura es agradable y no nos equivocamos al aventurar que en poco tiempo tendremos un resplandeciente sol para hacer más atractiva nuestra jornada senderista.

Con el sonido agradable a nuestras espaldas del río que  precipita  su caída por los pronunciados desniveles de Tobera, abandonamos este pequeño núcleo urbano para dirigirnos a la vecina localidad de Frías. Algo menos de 5 Km. nos separan de nuestro próximo objetivo. El camino es una cómoda pista agropecuaria inicialmente, que a mitad del trayecto abandonamos por otra cómoda senda, marcada por las rodaduras de los vehículos que transitan entre tierras y pueblos. Se conoce este tramo como el Camino de San Roque y a derecha e izquierda podemos comprobar que nos encontramos ante una rica comarca cerealista, donde domina el cultivo del trigo, que en  esta época presenta un pujante aspecto en su crecimiento y desarrollo, augurio de una buena cosecha, si las condiciones climáticas no interrumpen su natural espigamiento hasta la recolección.

Y caminado por estas pródigas tierras burgalesas nos hemos plantado en la ciudad de Frías, considerada como tal la más pequeña de España y declarada bien de interés cultural en 2005. Constituye un modelo de ciudad medieval y defensiva, levantada en lo alto de un cerro conocido como “La Muela”. Sus construcciones presentan una arquitectura singular y única y, sobre todo, no pocos de sus edificios aparecen colgados sobre el cortado rocoso. Estas casas son todo un símbolo  de identidad de la ciudad.

Y si espectacular es esta imagen de las casas colgadas, no menos atractivo resulta la visita a su castillo, otro de los símbolos que identifican la ciudad con su pasado medieval. Los elementos más antiguos de esta fortaleza se remontan al siglo XIII, y otras construcciones más tardías corresponden a los siglos XV y XVI.   En su extremo occidental, sobre una prominente roca se eleva  dominando el conjunto  la torre del homenaje. Es posible acceder hasta ella, desde donde la vista de la ciudad, del valle de Tobalina, del río Ebro y de los montes obaerenses es inigualable.  Hemos tenido ocasión de comprobarlo y recrear la vista desde esta magnífica atalaya, a la vez que hemos escudriñado todos los rincones del castillo abiertos a la admiración del visitante. Durante un buen rato este recinto defensivo ha merecido nuestra atención, plasmada en el recuerdo fotográfico que  acompaña a toda visita de interés: desde lo más alto de su torre hasta la parte llana que conforma un patio amurallado, protegido por un foso con puente levadizo.

Otro lugar de interés que nos ha ocupado el tiempo es la visita a la Iglesia de San Vicente. Construida en el siglo XIII, tuvo una evidente función defensiva asociada al castillo. Sin embargo, no ha corrido la misma suerte en su conservación, ya que en 1906 su poderosa torre cuadrada se hundió por efecto de un rayo y con ella parte del templo. En su lugar, se levantó una nueva torre con los fondos obtenidos por la venta del pórtico románico, visiblemente dañado por el derrumbe, al museo de los claustros de Nueva York. La iglesia es de estilo románico tardío, con planta de cruz latina. Destacan sus arcos apuntados y sus bóvedas, así como algún retablo barroco y otros neoclásicos. Y un par de apuntes más: parece que esta iglesia, según nos relata una paisana del lugar, pretendió convertirse en colegiata y algunos elementos interiores (coro de sillería, notable y bien conservado órgano) así lo atestiguan. Sin embargo, por razones desconocidas, no llegó a obtener esta categoría en el orden jerárquico de los templos cristianos. Y otro elemento destacable que se expone  dentro es la reproducción artesanal en miniatura con exquisita precisión del bloque de las casas colgantes,  realizado en piedra de toba abundante en esta zona. Por lo demás, ofrece excelentes vistas desde el cortado recoso donde se ubica.

 

Visitados algunos de los lugares de interés de esta  rica ciudad en patrimonio, toca hacer un receso antes de la comida. Y qué mejor que en la terraza de uno de los bares que se reparten a lo largo de una céntrica calle de la población. La refrescante cerveza o el chispeante tinto de  Ribera del Duero, nos permiten un rato de descanso e intercambio de impresiones sobre el discurrir de la ruta, a la vez que nos sirve de motivación gastronómica para  hacer la posterior reposición de fuerzas. Nos desplazamos hacia un bucólico

rincón a  orillas del Ebro, donde hay instaladas cómodas mesas de piedra y asientos circulares para usos gastronómicos, además de lugar de descanso  y contemplación de las remansadas aguas fluviales  que discurren por estas latitudes. Y a nuestra izquierda, un testigo de excepción que domina el entorno y completa otro de los distintivos elementos histórico-culturales  de este municipio: el puente medieval sobre el Ebro.

Con sus 143 metros de largo y 9 ojos o arcos, se puede decir que su origen es de construcción romana y reconstruido varias veces en la edad media. Pasa por él la calzada romana, importante vía de comunicación entre la meseta y la costa cantábrica. En el siglo XIV se erigió  una torre sobre el mismo puente para controlar el paso y cobrar el impuesto de portazgo, exigido a quienes más lo utilizaban  (comerciantes de la Bureba y Rioja y rebaños trashumantes), con el objetivo de financiar los frecuentes reparos que en la época eran obligados para su buen mantenimiento. Tras satisfacer las necesidades gastronómicas, hemos paseado por este testigo  histórico de la ingeniería civil  y nos hemos sentido, imaginariamente, comerciantes o trashumantes de la época. Afortunadamente no había en la torre ningún cobrador de impuestos…

Abandonamos Frías para dirigirnos a otro cercano lugar de la comarca, Pedrosa de la Tobalina, para conocer otra maravilla natural que forman los saltos de agua: la cascada de El Peñón. Se trata de una impresionante caída de agua desde una pétrea pared a lo largo de 100 metros de longitud y 20 de vertical, que forma el río Jerea. Este río nace en la pequeña  localidad burgalesa de Relloso, emergente de una cueva situada en la base de una pared rocosa y desemboca en el Valle de Tobalina, donde se une al cauce del Ebro. El lugar es un rincón de indudable encanto idílico. La contemplación de la cascada, el armónico sonido del agua al estrellarse sobre el suelo, la quietud y tranquilidad que transmite el lugar, invitan a una serena contemplación de esta refrescante y vigorosa imagen, sin más pretensiones que admirar  la fuerza armónica que impregnan   estos fenómenos naturales. Existe un mirador para una vista más próxima al punto de la caída del agua, pero lo encontramos cerrado por motivos, suponemos, de seguridad, lo que no impide que busquemos otros ángulos más cercanos para apreciar mejor el espectáculo  que proporciona la cascada.

Dejamos atrás los sonidos del agua y nos trasladamos al autobús para enfilar hacia  último objetivo de nuestra ruta de hoy: OÑA. En esta pequeña población burgalesa, de poco más de 1.000 habitantes (I.N.E., 2018), se ubica el monasterio-convento de San Salvador, fundado por Sancho Gracia, Conde de Castilla, que durante  800 años fue sede de una floreciente comunidad benedictina. Con el tiempo, este monasterio llegó a convertirse  en una de las instituciones más influyentes de todo el reino de Castilla. No voy a describir lo que allí tuvimos ocasión de ver. Ya lo hizo, con acierto y conocimientos, el guía que dirigió nuestra visita. Poco nuevo podría aportar este cronista. Pero sí quisiera resaltar la advertencia que nos hizo el mismo guía antes de iniciar el recorrido por el monasterio: seguramente  nos sorprendería lo que allí íbamos a encontrar por su valor, belleza o alcance histórico-cultural que el conjunto conventual alberga. Y no se equivocó. Su advertencia o premonición resultó ser certera y coincidente con la opinión de quienes tuvimos la oportunidad de contemplar entre las paredes de este histórico y poco conocido convento-monasterio. Y es que aquí se dan cita la belleza y riqueza  ornamentales,  el arte sacro, la transición entre distintas épocas históricas de nuestra comunidad castellana, la singularidad de conservar la memoria de personajes históricos según su status y abolengo real en forma de sarcófagos de singulares y casi únicas características, la artesanía conservada en las reliquias de otras civilizaciones que convivieron en esta tierra, como la musulmana,  trabajos de exquisita elaboración en madera, la excelencia de una arquitectura que produce admiración; en definitiva, el atesoramiento  de  los conocimientos de  épocas pasadas, el arte, la cultura y la belleza que produce un trabajo  con vocación de permanencia a lo largo de los tiempos. Nos encontramos, afortunadamente, con un tesoro escondido y poco conocido en este recinto conventual y de cuyo desconocimiento por parte del gran público se quejaba manifiestamente nuestro guía, y no sin razón, puesto que es un verdadero placer para la vista lo que allí se puede contemplar y, sobre todo, una fuente de conocimientos  sobre la historia  más cercana de quienes  habitamos estas tierras castellanas, aunque los tesoros del  convento no sean para disfrute exclusivo  de los castellano-leoneses, sino patrimonio universal que da relevancia y pone en valor  nuestra riqueza patrimonial  y artística a través de lo que ha sido el devenir de nuestra cultura encerrada, pero bien conservada, en los conventos.

Con este buen gusto de boca que nos deja Oña y su monasterio-convento de San Salvador, tomamos el autobús para dirigirnos a nuestra  deseada Soria,  tras la jornada vivida por la  siempre bien valorada y vecina provincia de Burgos.

Son las 18,00 horas y el camino de regreso se nos muestra con un sol todavía resplandeciente. Cuando nos acercamos a las proximidades de la localidad riojana de Clavijo, mi compañero de asiento que tengo al lado, Jesús María Lucas,  me comenta una anécdota-leyenda acaecida en esta localidad allá por el siglo IX, apenas iniciada la reconquista un poco más  hacia el norte, y que por razones de espacio y para no alargar más esta crónica, no reproduzco ahora, pero prometo que, si llega la ocasión y hay motivo para ello, relataré según me  la ha transmitido.

¡ Nos vemos en la próxima ruta y animo a nuestros sherpas a que repitan esta modalidad de sendero-turismo, que tan buen sabor de boca nos han dejado en esta ocasión!

 

Agnelo Yubero