ENTORNO PINARIEGO DE DURUELO: PARAJES CON ENCANTO 9/10/2021
Con buen criterio y mejor acierto, nuestros sherpas nos han brindado la oportunidad de disfrutar de otra hermosa mañana por tierras de pinares, siempre atractivos y admirados, y siempre sorprendentes por cualquiera de las zonas visitadas. En esta ocasión, han sido algunos de los muchos parajes que ofrece el pinar durolense para recrear la vista en una naturaleza donde se armoniza la vida erguida y hierática del pino albar con las moles pétreas que abundan por sus contornos, a modo de protección del rey del paisaje, que eleva a categoría de sublime el derroche de recursos que la naturaleza ha esparcido sobre estas tierras del Urbión.
Con la puntualidad acostumbrada, a las 9,00 h., nos hemos presentado dieciséis compañeros del grupo en el punto de salida previsto, el siempre concurrido aparcamiento de Castroviejo. Y aunque el arranque de la ruta lo haremos a 1,1 Km. de este lugar, la contemplación de este emblemático y archiconocido entorno nos retiene todavía algunos minutos para comentar no solo la belleza ya conocida del lugar que pisamos, sino el más reciente evento que ha suscitado controversia y opiniones encontradas, sobre todo entre los lugareños más próximos, pero también entre los visitantes, por la instalación de una plataforma o mirador en lo alto de la mole rocosa que se erige por encima del resto que rodean el enclave , y que para algunos solo es un “pegote” innecesario que enturbia la limpieza del paisaje y para otros constituye un elemento más para tener una mejor perspectiva sobre la comarca pinariega que desde el mismo se puede observar. El debate está servido. Y, cómo no, en nuestro grupo las opiniones también están divididas. Vemos que las obras están ya bastante avanzadas y que el polémico mirador puede ser ya una realidad en pocos meses ( si nadie lo remedia).
Dejamos para el regreso una observación más cercana de esta obra, de claro matiz turístico, y repartidos en los vehículos necesarios (no es imprescindible usar todos) hacemos el trayecto ascendente por una deficiente pista de tierra los mil cien metros que nos separan del comienzo de la ruta, hasta el lugar conocido como “Raso de la Cespedilla”. Es el final de la pista y en la pequeña llanura que remata el recorrido aparcamos los vehículos, que se unen a otros que también han subido hasta el lugar. No hay que olvidar que estamos en época de recolección micológica y, sobre todo, en el puente del Pilar, que, en estas fechas, atrae a miles de visitantes para hacerse con las delicias micológicas que nuestros pinares ofrecen. No es casualidad que en el trayecto de viaje y, en concreto, entre Salduero y Covaleda, vemos que circula delante de nosotros una furgoneta con matrícula de Rumania. Comento con Ester, mi compañera de viaje, que podemos sospechar cuáles son las intenciones de los ocupantes de este vehículo y su presencia por estas tierras y en esta época. El vehículo hace una maniobra un tanto extraña y se aparta a la derecha hasta detenerse para darnos paso. Como si quisiera ocultarnos su dirección o destino. Y, como digo, solo son sospechas….Ahí lo dejamos.
Una vez hemos llegado al citado aparcamiento, nos colgamos las mochilas, estiramos los bastones, y nos aseguramos de llevar bien anudados los cordones del calzado para iniciar nuestra ruta sabática. El comienzo de cualquier caminata que hacemos por lomas o terrenos montañosos suele ser casi siempre en sentido ascendente o, lo que es lo mismo, arrancamos el camino con alguna subida, más o menos exigente, más o menos suave. Pero en esta ocasión es lo contrario: de inicio, una pronunciada bajada nos va adentrando en la espesura del monte, mientras los sherpas nos advierten que, lo que ahora bajamos, luego lo tendremos que subir. Pura aplicación de la física más elemental: todo lo que sube, baja. Y a la inversa, idem.
Y como el camino se hace amable, no faltan ocasiones para comentar anécdotas o impresiones personales. Nuestro benjamín del grupo, Miguel, se muestra contento porque ha estrenado para la ocasión nuevas botas que luce con satisfacción….aunque no del todo completa, porque le producen alguna molestia, en forma de pequeña rozadura. Nada importante, pero inoportuna. Le explicamos que, antes de estrenar calzado para una ruta larga, debe “domarlo” y le concretamos en qué consiste esto, aunque él había confiado en la suerte de otras ocasiones donde no había tenido ningún contratiempo en las mismas circunstancias.
La senda que transitamos está bien marcada y pronto hacemos un alto para contemplar, desde uno de los peñascos que jalonan nuestro camino, una bella estampa pinariega: el perfil de los núcleos de población más próximos a nuestro entorno: Regumiel de la Sierra, Duruelo y Covaleda, se divisan alineados de este a oeste, surgidos entre las masa arbórea que cubre todo el paisaje. Y en la lejanía, ese encuentro de los picos montañosos con el azul celeste, que parece poner un punto de sutura entre el cielo y la tierra. El bloque rocoso que hace de observatorio no requiere grandes habilidades para accede hasta él y cada cual puede disfrutar de esta vasta belleza pinariega hasta donde la vista alcanza.
Seguimos descendiendo y agradeciendo (por ahora) la bondad del camino que llevamos, bien marcado y señalizado por el grupo de entusiastas senderistas de Duruelo, que, de seguirlo hasta el final, nos conduciría hasta este municipio. Pero no es esa la intención de nuestros sherpas. Los planes son otros. Pronto dejamos esta cómoda ruta y nos adentramos, ahora ya sin camino, por entre brezales, helechos, y algún joven robledal para tomar un giro nuevo, en sentido ascendente, que no dejaremos hasta el final del trayecto. Se acabó la cuesta abajo y ahora toca encontrar una nueva ruta que nos acerque hasta el siguiente objetivo. El propósito de nuestros sherpas es acertar con la senda que registra su wikiloc, por lo que José Antonio y Ricardo se reparten la tarea de explorar las alternativas válidas para este propósito. Pronto salimos de la espesura del terreno en el que nos hemos adentrado, una vez localizada la vereda que marcará nuestro rumbo. Y por el camino, hemos encontrado lo que en esta época es el atractivo del pinar: los boletus, níscalos, amanitas…En concreto, nos hemos hecho con una moderada cantidad de níscalos y, aunque en menor abundancia, Reme ha dado con una corro de amanitas cesárea, exquisita seta que no se prodiga en la misma proporción que el boletus o el nectarius, pero muy codiciada por los amantes de este producto. Todavía no han salido en pujanza la variedad de productos que esta temporada ofrece. La tierra necesita más aguya. De ahí que los hallazgos obtenidos hayan sido en lugares con suficiente humedad y adecuadas condiciones climáticas para su reproducción. Y puestos a ser legales, hemos de advertir que algunos ya disponemos del correspondiente permiso de temporada para recoger setas, por lo que nuestro hobby recolector tiene el respaldo de la normativa vigente.
El camino está bien marcado y los pinos presentan la conocida señal de encontrarnos en un PR, amén de señalizaciones en el suelo a modo de flechas direccionales o cintas que cuelgan de las ramas de los pinos cada cierto tramo para mostrar la buena dirección.
Ahora empezamos a sufrir los rigores de una empinada subida. El grupo se estira como es habitual en este tipo de trazados. Pero la exigencia del terreno se ve compensada por la espectacularidad de la sinfonía pétrea que conforman el conjunto de altivos peñascos que flanquean el camino, formando angostos pasos en su travesía, espectaculares moles con amplia variedad de formas antropomorfas o de animales, cuando no imaginarias fortificaciones de valles o barrancos, que la naturaleza parece ha querido levantar para mantener sus tesoros en estos afortunados enclaves pinariegos. Este fortín rocoso parece elevarse al cielo y desafiar a otros elementos naturales, con tal de preservar la pureza de su tierra para sus humanos propietarios, deudores de la riqueza ambiental recibida. El esfuerzo en la subida es considerable, sí, pero la belleza desatada del terreno compensa el esfuerzo por la admiración que se siente ante esta generosa y abundante dosis de elementos naturales, que comparten espacio y armonizan su presencia conformando la idiosincrasia propia del inimitable territorio pinariego.
Por el camino hemos visto algunos postes informativos que indican el punto donde nos dirigimos, Covagrande, aunque hay a quien no le gusta la exactitud del nombre (los motivos de este topónimo podemos suponerlo por la existencia de una cueva, pero no aventuramos la veracidad de nuestra interpretación) y han borrado del cartel la letra “g”, por lo que el sitio también se conoce como “Covarande”. Sea como fuere el origen y los razones para variar el nombre, hemos llegado hasta el lugar marcado en la ruta, dominado por una extensa y profunda cueva de poca altura, excavada en una mole rocosa hermanada con el resto de las que forman y conforman este paisaje, que, tiempo atrás, ha servido de refugio para el ganado ovino de la zona (y, tal vez, también caprino), junto a la cual se extiende una pequeña llanura, que aprovechamos para desprendernos momentáneamente de nuestras mochilas, reponer fuerzas y dar cuenta del deseado e irrenunciable bocadillo que acompaña nuestras caminatas. Momento distendido, por otra parte, para testimoniar nuestro paso por estos pagos, dejando que las cámaras fotográficas hagan su trabajo: Alicia emula a Hércules sujetando la tierra, posando en actitud de sujetar el techo de la cueva; Chema no ha querido perder la ocasión de mostrar su habilidad con la bota de vino, y así lo hemos fotografiado, con el toque ambiental de la cueva al fondo; otros han posado en el interior de la cavidad, simulando el hombre primitivo que pudo habitar estos entornos y en este cobijo ( aunque no hay tal constancia).
Hemos recuperado energías y acumulado la fuerza necesaria para continuar el camino ascendente que nos va acercando al punto de partida. Seguimos por un cómodo trazado, cruzando peñascos y altivas rocas que parecen atestiguar que el tiempo se ha detenido en la dureza y solidez de su presencia, a la vez que su altiva prestancia nos invita a pensar que son el aporte de fuerza y vitalidad que un entorno pinariego transmite al visitante, en tanto que este, embelesado en su contemplación, parece mostrar su lado más débil y sumiso a la fuerza natural que desprenden estas moles intemporales.
La ruta de hoy no era excesivamente larga en Km. Compensada con la exigencia del trazado, nos lleva a sentir cierto alivio cuando avanzamos por tramos de menor pendiente y podemos relajar un poco nuestro siempre bien dispuesto y, a veces, castigado sistema muscular. Sobre todo, cuando algunas compañeras manifiestan el despliegue físico hoy realizado, después de un verano menos activo y más sedentario. Pero todos/as hemos recorrido la ruta con la pasión del andarín que encuentra su satisfacción en los caminos que va dejando su huella y en las enseñanzas que la naturaleza le aporta, sin pedirle esta nada a cambio.
Y así, cuesta abajo primero, cuesta arriba después, llaneando en algún tramo, nos vamos acercando hasta el iniciado Raso de Cespedilla. Pronto avistamos los coches aparcados, y alguno más de los que hemos observado a primera hora de la mañana.
Antes de salir para Castroviejo, Ricardo, con la ironía y buen humor que le caracteriza, me regala un boletus recién extraído (desconozco si es comestible) que, por su tamaño y morfología, presenta un asombroso parecido con el órgano masculino por excelencia. Y me lo ofrece, dice, con buenas intenciones y mejores deseos….Todavía estoy pensando cuáles serían esas intenciones y mejores deseos.
Salimos hacia Castroviejo, donde han quedado el resto de los vehículos no utilizados. Y aquí sí encontramos ya un mayor número de aparcados que saturan casi por completo el aparcamiento del visitado paraje. Como he señalado al principio, giramos visita al conjunto monumental de este lugar y, cómo no, observamos los trabajos de instalación de la nueva y controvertida plataforma-mirador en fase de construcción, donde cada uno damos nuestra opinión sobre la conveniencia o no de este nuevo recurso turístico. Y por alternar el tono polémico con el humorístico, hay quien propone que el citado mirador debería contemplar también la instalación de un restaurante giratorio. Por ideas que no quede… Y como no podía ser menos, volvemos a admirar, una vez más, el entorno, las erguidas formaciones pétreas de su paisaje, el pequeño y único mirador existente hasta ahora, cerrado por obras de mejora, y los estrechos pasos entre rocas que dan acceso a otros parajes no muy lejanos ya visitados, como la cascada de “La Chorla”.
Hemos completado el programa turístico-deportivo-didáctico de hoy. Y lo sentimos con la satisfacción de haber descubierto otro espacio que apasiona, encanta y deja la agradable sensación de que somos depositarios de tesoros únicos que la naturaleza nos deja, sin fecha de caducidad, para nuestro deleite y disfrute solidario.
Agnelo Yubero
Preciosos parajes Durolenses, son asombrosos todos estos roquedos que desconocía por completo.Un gusto leer tu relato para sentir un poco la ruta a la que no puede asistir y si, creo que este año es abundante la amanita comestible, por lo que se dice.