AIRES PINARIEGOS
Soria, 17 Abril 2021
Estábamos en deuda con esta tierra. Hace ya algún tiempo que no nos perdíamos (el uso del verbo “perderse” entendido en sentido coloquial, nunca en sentido literal) por esta verde altiplanicie, donde se erigen majestuosos “surtidores de sombra y sueño” (perdone Ud., D. Gerardo, por apropiarme de su metáfora, aunque no sea el ciprés el protagonista de esta historia), identificados en la prolífica abundancia del pino albar, que desafían al sol con su enhiesta figura, cobijan al caminante bajo su esbelta silueta, muestran el encanto del paisaje que otorga su presencia o protegen al andarín de los fríos vientos que en esta mañana primaveral podemos comprobar el grupo de compañeros del “Paso a paso” que nos hemos dado cita para seguir recorriendo emblemáticos y únicos rincones de nuestra terruña .
A la hora convenida, nos presentamos puntualmente en el aparcamiento del conocido paraje durolense de Castroviejo, para iniciar la ruta preparada por nuestros siempre bien documentados sherpas.
Brilla el sol a esta hora de la mañana, (8,30), pero, como queda apuntado, un viento frío enturbia la aparente bonanza del clima primaveral que en absoluto impide ponernos en marcha para recorrer el camino que tenemos por delante y descubrir rincones que ofrece la peculiar belleza pinariega. Toca enfundarse los guantes, calarse el gorro de lana y ajustarse la mascarilla, que, paradójicamente, no solo cumple la obligada función preventiva sanitaria, sino que, de alguna manera, se convierte también en una inesperada aliada que nos protege del impacto del viento en la cara. La temperatura a estas horas no supera los 0º C.
En otras ocasiones, el comienzo de nuestra andadura se inicia con el ascenso de alguna pronunciada pendiente, sin apenas tiempo para tonificar nuestra dispuesta constitución andarina que facilite acometer los retos a los que nos someten nuestros bien intencionados guías. En esta ruta se invierte la tendencia: comenzamos el camino con una suave pendiente en descenso, que se va haciendo cada vez más pronunciada y nos obliga a extremar las precauciones para asegurar la pisada y mantener la verticalidad. Son las dos caras de la misma moneda que maneja el senderista por los vericuetos que andamos, y que exige la imprescindible coordinación de esfuerzo y equilibrio, a lo que se une nuestra innegable pasión por conocer todo tipo de trayectos, itinerarios y recovecos que ofrece esta pródiga naturaleza pinariega en el recorrido seleccionado por el wikiloc de nuestros sherpas.
Y así, descendiendo por la cada vez más pronunciada pendiente, nos vamos acercando a la primera sorpresa de la jornada: la esbelta figura de la cascada de La Chorla. Un transparente chorro de agua se desprende desde la roca que hasta entonces le protege, para derramar su caudal ante la entrada de una formación pétrea que origina una pequeña cueva en el lugar de su abrupta desembocadura. Y aunque no es en exceso voluminoso el caudal que se precipita bruscamente en búsqueda de un nuevo cauce, no deja de tener el encanto del agua que fluye libre y sin barreras para continuar hasta las postrimerías de su recorrido, donde,
generosamente, entregará sus aguas a otra corriente que prolongue su vida, más allá de la exhibición natural que expresa la belleza de este salto desafiante. Y una curiosidad añadida: las ramas de brezo próximas a esta cascada aparecen con sus puntas heladas y exhibiendo los típicos “chupones” de hielo que dejan constancia de las bajas temperaturas soportadas recientemente por estos pagos.
Nos encontramos en un lugar de apariencia mágico, por la combinación ordenada de oquedades, peñascos que parecen muros protectores del entorno, la cueva, testigo impasible del agua que salta ante sus propias entrañas, el murmullo que acompaña el recién creado curso de la corriente…Piedras, agua, pinos, conforman un espectáculo que habla de la armonía y equilibrio que ofrece la naturaleza, sin necesidad de intervención humana alguna.
Y si la visita a este enclave nos ha obligado a hacer un ejercicio de equilibrio mientras descendíamos la pronunciada pendiente, ahora el camino a la inversa nos obliga a poner a prueba nuestra resistencia para acometer el ascenso a la siguiente parada de nuestra ruta. Nos movemos por un terreno donde se diseminan enormes moles pétreas, (no hay que olvidar que estamos en las inmediaciones de Castroviejo), que vamos sorteando, con mayor o menor fortuna, entre estrechos pasos de rocas, escalones pronunciados y sendas de mayor exigencia por el perfil del terreno que recorremos. Por supuesto, todo factible a nuestras posibilidades, mientras sea andar sobre suelo firme. Distinto es el ejercicio que se ofrece a nuestra vista cuando nos encaminamos al siguiente objetivo y que no es otro que el recurso deportivo de caminar por la vía ferrata, recién instalada por estos parajes. Cerca del emblemático enclave de Castroviejo observamos el primer tramo de este novedoso sistema de comunicación de montaña, y cuyo corto trazado está pensado para la iniciación de los más jóvenes que les facilita transitar entre desafiantes rocas diseminadas por estas elevadas altitudes . Antes de iniciar el acceso a la pasarela, sobre el tronco de un pino se han señalado las condiciones, medidas de seguridad y cuantos datos son necesarios conocer para el desarrollo de dicha práctica deportiva.
Con cierta (sana) envidia contemplamos la instalación y más de uno habrá recordado su juventud como recurso imaginario que nos hubiera permitido descargar adrenalina para transitar por estos pasos voladizos, idóneos para los más atrevidos.
Hemos hecho el camino de subida y ahora enfilamos hacia otro de los bellos rincones que esconde esta zona de masas rocosas y formas caprichosas que muestran su intemporal belleza.
Nos encontramos en la conocida “Cueva del Tejo”. Y a fe que el nombre es lo más apropiado para esta escondida caverna en medio del universo pétreo de su alrededor: un altivo, majestuoso y vetusto tejo preside la entrada de esta cueva, a modo de guardián impasible que exige su contemplación y da el visto bueno al visitante que se acerca hasta la boca de su bien protegida oquedad. No es habitual encontrar esta especie en el reino del pino albar, por eso resulta más sorprendente que un árbol de otra familia vegetal, a modo de intruso, se haya colado entre sus congéneres dominantes de la zona. Nadie le va a quitar el privilegio de presidir, con todo merecimiento, este enclave de ensueño, a costa de la “envidia” que puede suscitar entre sus colegas de la familia albar.
Y a propósito del tejo, nos recuerda Alberto, siempre bien informado en temas medioambientales (como corresponde a su profesión y trabajo), que este árbol era considerado sagrado entre la civilización celta y lo plantaban en torno a las fosas donde enterraban a sus muertos. Que sepamos, por esta zona no hay indicios de la existencia de alguna comunidad celta y, por tanto, este tejo no tiene la consideración del tributo obligado al difunto que, potencialmente, podría yacer bajo sus raíces, pero sí el de símbolo majestuoso de un lugar que le aporta encanto y singularidad al lugar.
Seguimos entre rocas, peñascos y caminos angostos para acceder a otro de los rincones programados en esta ruta. Y pronto vemos un cartel anunciador de “La cueva de las ventanas”. De nuevo admiramos la versatilidad de las rocas que inundan el paisaje, en este caso horadando un hueco entre la masa pétrea para formar una coqueta cueva, cuyo elemento más singular, en opinión de este cronista, es el arraigo de una frondoso acebo, sobre la pared vertical que hace de techumbre a la citada cavidad. A modo de frontispicio vegetal, este atrevido acebo luce en todo su esplendor sobre la milenaria formación rocosa, como si quisiera avisar al visitante que también ellos, los acebos, pueden mostrar su belleza en lugares imprevistos, muy poco acordes con su hábitat habitual.
Dejamos atrás la cueva de “Las ventanas” y nos dirigimos al centro neurálgico de Castroviejo: sus rocas circundantes y, sobre todo, su mirador, desde dónde alcanzamos una impresionante vista de norte a sur, que abarca pinares, picos, sierras, montañas y la más cercana perspectiva del municipio de Duruelo, como población más próxima al lugar donde nos encontramos. Nuestros sherpas han rotulado esta ruta como “Cascadas de Duruelo”, aunque yo he dado título a esta crónica como “Aires pinariegos”, sin desmerecer, ni mucho menos, el encanto de estos paisajes durolenses, pero he querido resaltar más el ambiente de una comarca de nuestra provincia, que siempre cautiva al visitante y nos proporciona una visión complementaria y enriquecedora a la tierra cerealista que domina la mayor extensión de nuestra provincia. Tal vez resulta demasiado manifiesto que esta crónica la escribe un nativo de pinares. Lo siento. Pero no puedo ocultar mi pasión por estos lugares.
Y como dato curioso en el buen hacer de nuestros sherpas, tengo que aplaudir el acompañamiento musical que nuestro entrañable Ángel, en sus acertados montajes fotográficos-musicales, ha puesto al momento de encontrarnos en el mirador de Castroviejo y sus alrededores: en esta ocasión acompaña nuestra presencia con el conocidísimo tema napolitano “¡Oh, sole mío!”. Y, a decir verdad, agradecemos el sol limpio que disfrutamos a estas alturas y que compensa la baja temperatura que durante buena parte de la mañana hemos soportado.
Llevamos ya un rato caminando y todavía no hemos hecho el alto obligado para el bocadillo. ¿Se han olvidado nuestros sherpas de satisfacer las necesidades gastronómicas más elementales? ¡No!. Nos emplazan a seguir hasta ”Cueva Serena” y allí abrir las mochilas para tener el merecido descanso y el no menos reconfortante refrigerio del caminante.
Y allá que nos dirigimos. En las proximidades de la muy conocida y visitada Cueva Serena encontramos acomodo bajo la protección del sol (no molesta, todo lo contrario, se agradece sentir su luz y calor), con la dispersión obligada del grupo por las actuales circunstancias de todos conocidas. Nos aplicamos a la tarea con la indisimulada satisfacción de recuperar energías y reponer fuerzas para continuar nuestra travesía por los pinares durolenses. Pero antes de partir, es obligado el reconocimiento y hasta el escudriñamiento de la casi venerada Cueva Serena. Y aquí encontramos un curioso fenómeno, no excepcional, pero sí muy singular, del que nos advierte J. Antonio: la formación de un fragmento del arco iris, por efecto de la refracción de la luz solar que penetra por el costado oriental, en conjunción con las gotas de agua que desprende la pequeña cascada de la citada cueva y que es perfectamente visible desde la posición que nos encontramos. Forma un ángulo pequeño dibujado entre la cola acuífera y la roca donde mueren las aguas caídas, pero el efecto visual tiene el encanto de los arco iris inmensos que contemplamos cuando se dan las circunstancias que producen este fenómeno.
Hemos transitado por perfiles agrestes más exigentes. Ahora enfilamos hacia un llano conocido como “Las Cepedillas”, y por el camino descubriremos de nuevo el atractivo de la vía ferrata que promueve el deporte de altura para los más exigentes montañeros. Y así es como podemos apreciar, ahora sí, una larga pasarela que comunica las alturas de los peñascos diseminados por la zona,
complementada con los necesarios cables de protección, a modo de pasamanos, que discurren en paralelo a la citada vía aérea. Antes de acceder a ella, un cable de seguridad, fijado a la pared rocosa, permite el paso hacia este voladizo puente que hace las delicias del montañero atrevido y facilita una práctica deportiva cargada de emociones y excitantes sensaciones. Una pareja de jóvenes aparecen por allí, testimoniando su afición a los deportes de montaña, a la vez que resulta especialmente atractiva la fotografía de la figura humana encaramada en lo alto de una roca, magníficamente captada y reproducida en el vídeo post-ruta que prepara nuestro técnico de imagen, aislada, en apariencia, de cualquier otra vía de comunicación alternativa. Pero no podía faltar el testimonio de alguien de nuestro grupo para demostrar que el atrevimiento no solo es cosa de jóvenes. Y ahí tenemos a Ricardo, nuestro hombre-araña, que aparece sobre la pasarela-vía ferrata, para demostrarnos que las emociones por el riesgo no decaen con la edad, sino con la actitud de cada uno. ¿Cómo ha llegado hasta allí? Eso es lo que nos preguntamos, pero comentamos más su arrojo y decisión para hacer uso de un recurso puesto a disposición de la gente con espíritu aventurero y deportista, que a la vez da un plus de emoción a esta actividad al aire libre y magnifica el encanto natural de una novedosa práctica deportiva.
Por el camino encontramos otro atractivo propio de los ambientes montañosos, y es el punto de inicio de una moderna tirolina, para desplazamientos cortos y sin mucha dificultad entre trayectos con su correspondiente desnivel. Seguimos el cable que conduce hasta el final y enseguida encontramos el conocido raso de “Las Cepedillas”.
Desde aquí descendemos por una cómoda pista abierta al tráfico, que nos llevará hasta el aparcamiento de Castroviejo, punto inicial de nuestra ruta de hoy. Hasta la localidad de Duruelo distan 7 Km. y algunos compañeros han optado por adentrarse en el municipio para visitar las tumbas antropomórficas que se muestran en los exteriores cercanos a la Iglesia parroquial, mientras otros hemos emprendido el camino de regreso a Soria.
Ha sido otra jornada senderista que nos deja el olor del omnipresente pino albar de la zona, el aroma del aire que respiramos al socaire de su figura y el encanto que nos ofrece la masa pinariega con su vegetación, su masa rocosa, sus quebradas , sus caminos enmarañados en brezos, helechos, raíces…todo un derroche de recursos que la naturaleza ha puesto a disposición de esta afortunada y bendita comarca pinariega.
Agnelo Yubero
Los pinares….Qué bien descrito todo, el ambiente y lo que sentimos recorriendo estos sitios tan bonitos. Gracias Agnelo.