Esta fecha estaba programada para hacer la ruta Cuevas del tío Melintón-Piedra Andadera, en el término de Covaleda. Pero un exceso de prudencia por temor a las anunciadas lluvias nos hizo desistir de nuestro propósito inicial y dirigirnos hacia otro destino que, en su día, también fue suspendido por el mismo motivo. Luego, la mañana fue clara y soleada, lo que contribuyó al mejor disfrute de nuestra actividad andarina.
La víspera de la salida, los voluntariosos y aguerridos senderistas del “Soria, paso a paso”, acordamos poner rumbo hacia Peñalcazar, un pueblo abandonado que se sitúa en las estribaciones del Moncayo y a escasos kilómetros del puerto de la Bigornia, límite natural con la comunidad aragonesa. Angel, Julian, Gema, Julia, Maribel, Luis, Reme, Rosa, Ana Bernal, Raquel (hija de Angel), Miguel y este cronista, conformaron el entusiasta grupo que da origen a una nueva correría por tierras sorianas. Por razones familiares de última hora, cancelaron su participación Ana de la Hoz y Jaime, que habían manifestado su interés en andar con nosotros
A las 8,00 h. nos concentramos en nuestro habitual punto de encuentro y en los coches de Luis, Angel y Reme nos dirigimos hasta La Quiñonería, donde arranca la caminata propiamente dicha. A lo largo del trayecto, contemplamos y comentamos la variedad de cultivos cerealistas que flanquean nuestro camino a derecha e izquierda. Y el aspecto espléndido y fecundo que presenta el campo en esta época del año y que augura una excelente cosecha, si el tiempo no lo impide (nunca mejor dicho). Y en esto de los cultivos cerealistas, siempre hay quien, como un servidor, tiene dificultades para distinguir en verde el trigo de la cebada, aunque tengo la suerte de contar con la sabia ayuda de Luis, nuestro presidente, quien, haciendo uso de sus dotes didácticas (quien tuvo, retuvo) me hace una comparativa sencilla y concisa, sobre las características diferenciales de dos clases de espigas correspondientes al trigo y la cebada. Algo he aprendido esta mañana y camino más satisfecho pensando en lo saludable del proverbio latino “nullum dies sine línea” .
Pero no solamente el pujante cereal muestra un semblante luminoso y lozano. A lo largo del camino nos encontramos también con extensos terrenos de encinares, arbustos florecientes, como el majuelo o espino albar, y otras flores y especies herbáceas que Maribel, nuestra experta en la flora de esta tierra, nos va describiendo y explicando con detalle. No voy a extenderme más en la descripción del paisaje que se extiende ante nosotros , porque ya hemos tenido ocasión de admirar el magnífico reportaje audiovisual que nos ha preparado Angel, con su proverbial entusiasmo y acierto a la hora de rememorar en imágenes nuestros paseos por esta apasionante geografía soriana. Asi que os dejo con el recuerdo de esas imágenes para que, quienes no lo hicisteis, dejéis abierta la puerta de vuestra imaginación.
La llegada hasta Peñalcázar, después de dejar el cómodo camino a través de una pista agropecuaria, transcurre por una corta y empinada cuesta, que nos ha traído hasta las estribaciones de esta muralla natural, donde se asienta el municipio que fué. El topónimo del pueblo no puede ser más acertado: PEÑALCAZAR, es decir, fortaleza sobre piedra, por estar ubicado sobre una enorme muela con escarpas de hasta 100 metros, que le confiere el aspecto de una fortaleza natural, y que se ha completado con alguna muralla adicional para reforzar su disposición eminentemente defensiva. La contemplación de este lugar sugiere sentimientos diversos y sensaciones variadas de lo que fué y ahora es. En primer lugar, suscita la penosa impresión de la suerte que ha corrido este municipio, que llegó a contar con 65 hogares y 266 vecinos a mediados del siglo XIX, como tantos otros de nuestra provincia: el abandono definitivo en la década de los 60 por falta de recursos, infraestructuras y oportunidades de supervivencia con el paso del tiempo: no existe ningún acuífero que abasteciera de agua al pueblo y ni siquiera dispone de una carretera de acceso al mismo, por lo que el acercamiento hasta allí debe hacerse con medios no mecanizados. Una vez dentro, es fácil dejarse llevar por evocadoras leyendas que hablan de sarracenos, cristianos, amores y odios que allí tuvieron lugar. La realidad presente, sin embargo, nos muestra un poblado en ruinas, donde todavía permanecen en pie las paredes de sus antiguas casas, casi en su totalidad, o de la Iglesia parroquial de San Miguel, que aún conserva alguna parte del techo o de la torre, con restos de nervaduras de su bóveda, pero ningún elemento arquitectónico o decorativo que haya resistido el paso del tiempo….y de los saqueadores. Fue precisamenteaquí donde centramos nuestro interés en conocer lo que este lugar albergaba ( albergó, sería más correcto) y en lo que ha quedado ¿Y que ha quedado? Pues un mullido suelo de espesa vegetación de todo tipo, que crece libremente entre sus paredes, y en la que abundan las matas de ortigas. Y fueron precisamente estas plantas quienes suscitaron la atención de Luis, que quiso conocer de cerca su color, olor y textura, pero su bastón de apoyo no tenía el mismo interés y en su intento por afianzarse sobre el suelo que pisaba, el bastón cedió …y nuestro presi se dio de bruces con la espesura de las ortigas, acariciando su cara y sus brazos, cual dulce amante acaricia a su amado. Nuestra enfermera de cabecera, no tenía la crema apropiada para aliviar la maléfica carantoña de la dueña y señora del suelo que pisábamos, así que fue Miguel, el más joven del grupo y que además tiene conocimientos de primeros auxilios por sus estudios, quien proporcionó a Luis una cáscara de plátano, resto de nuestro almuerzo que habíamos degustado antes de llegar a destino, para que se frotara con la cara interna de la misma su anatomía afectada y aliviara el amargo sabor del “beso” traidor de la planta. Remedio casero, pero parece ser que efectivo ( al menos, a corto plazo). Y otra vez volví a recordar el adagio latino que cité anteriormente.
De regreso a nuestro punto de partida, nos detuvimos a conocer un antiguo nevero en las proximidades del pueblo, fuera de su recinto amurallado, como necesidad que paliaba la falta de agua en el interior del núcleo habitado. Y, un poco más abajo de este resto hidrológico, descubrimos una fuente natural, ( nunca mejor dicho, porque estaba cubierta de maleza, aunque ha sido canalizada y dispuesta para tomar agua), que alivió nuestras gargantas y repuso las botellas que habían quedado ya vacías.
Y enfilando el camino que nos conducía hacia La Quiñonería, no pude por menos de disfrutar de dos plácidas y serenas sensaciones. Una sensación visual, al contemplar cómo la suave brisa que soplaba por allí, peinaba la mies, originando una delicada ondulación que irisaba unos tonos de verdes claro-oscuros, semejando olas de primavera sobre el tranquilo campo castellano. Y una no menos sensación auditiva agradable, cuando a mis espaldas pude escuchar, como un susurro, la cálida y risueña voz de Rosi (patati) canturreando una canción que habla de los amores de un calé con la luna…Y pensé por un momento en aquel ardiente deseo de juventud, que era a la vez un grito de guerra pacífica: ¡imaginación al poder!
Soria, 28 de mayo de 2016
AGNELO