De Castil de Tierra a Bliecos por Pinilla y la virgen de la Cabeza y visita al museo al aire libre de Nomparedes.
Tras varios aplazamientos,el 1 de abril, Asun, Reme, Miguel Ángel y José Antonio hemos podido coordinar nuestras agendas y los cazadores de la zona no tenían reservado el monte, por lo que, ¡por fin!, hemos podido realizar la ruta para disfrutar de los campos de Gómara.
La expectativa creada tras las anulaciones anteriores, el atractivo de que Miguel Ángel pudiera enseñarnos el museo de Nomparedes y quizá algún que otro comentario sobre el inusual paisaje que nos esperaba, ha generado una expectación contabilizada en más de veinte inscripciones y alguna renuncia por diversas circunstancias.
Hoy, Ángel no ha podido acompañarnos, a pesar de intentarlo y de haber trabajado en ello, pero nos ha dado una sorpresa cuando lo hemos encontrado en Nomparedes, preparando el recibimiento del grupo con Adolfo y Miguel Ángel, miembros de “Asociación Cultural Orquesta del Titanic”.
Mientras Gema, Elisabel y José Antonio nos acercábamos a Bliecos para dejar un coche que nos esperara a la vuelta, el resto del grupo paseaba por Castil de Tierra, visitando su imponente y recientemente consolidada iglesia, que es un icono característico de la sierra. Esta sierra divide la cuenca entre el Duero y el Ebro y es el enclave más elevado de la zona, dando buena cuenta de ello el viento que nos sopla en la cara y los aerogeneradores, que se suman a la icónica estampa que dibuja en el horizonte la iglesia.
Siempre que vuelvo a mis raíces y conecto con mi tierra me invade la quietud, la paz, la inmensidad del espacio abierto, los campos infinitos… Campos al son de las estaciones y vestidos para la ocasión y que hoy nos regalan su mejor versión del verde primavera, iluminado por un cielo de atormentadas nubes que en algún momento nos ofrece un tímido arcoíris para colorear la fría y ventosa mañana que nos recibe en Castil de Tierra.
Pueblo en el alto de la sierra, abandonado por los hombres y destruido por el tiempo. Apenas tres o cuatro casas bien conservadas se mantienen en pie y acompañan a la imponente iglesia y los restos del antiguo torreón; punto desde el cual, a vista de pájaro, se pueden divisar el Campo de Gómara y las montañas más altas de nuestra provincia.
La nota de nostalgia y de tristeza que resuena en la inmensidad es inevitable. Regresar a estos pueblos en los que hemos crecido y ver el estado en el que se encuentran suponen un nudo en la garganta y un viaje a nuestros recuerdos y al legado que nuestros antepasados nos dejaron en forma de relatos orales.
Esta vez dejaremos que sea la pluma de Benito Pérez Galdós la que nos describa cómo era el Campo de Gómara en 1909, año en el que publicó El caballero encantado, y en el que describía del siguiente modo a las gentes de Boñices, pueblo de características análogas a los que hemos visitado en esta ruta: «A la entrada del pueblo, fue recibida la ilustre pareja por una lucida representación de chiquillos descalzos y andrajosos; por una corte de damas escuálidas, ataviadas con refajos corcusidos de mil remiendos…».

Quizá lo que más duela sea el abandono, el desarraigo y la despoblación de la zona, señales inequívocas de esa reconversión del sector agrario de secano que supusieron la incorporación del petróleo y la industrialización y que permitieron a sus habitantes mejorar sus condiciones de vida y sus oficios. La mayoría de sus antiguos habitantes ha superado holgadamente las expectativas de vida que podían haber soñado allá en los años 70 y poca gente es la que se dedica ahora a cultivar los campos.
El futuro de la provincia y las posibles soluciones a la situación de estos pueblos invaden los comentarios previos al comienzo de la marcha y con todos estos pensamientos iniciamos la ruta, dejando atrás Castil, su huella y su balsa.
Hoy, ventoso del oeste con nubes grises, se escapa alguna gota y un espectáculo paisajístico irrepetible. Puede divisarse todo el campo de Gómara con sus colores verdes en cereales, marrones en los barbechos, brumoso de nubes bajas y frías, al norte un horizonte desde la sierra de Cabrejas al Moncayo. No hay ningún obstáculo que impida dejar libre la mente y relajar el espíritu.

Nos acercamos a un depósito de agua, junto a la Cruz que se utiliza para la bendición de campos. Desde aquí se puede bendecir todo el Campo de Gómara. El depósito lleva agua a la zona de la Vicarías desde el depósito que visitamos la semana pasada en Ribarroya, llegando el agua al que aparece en la foto casi por su pie. Continuamos camino junto a los molinos de viento con imponentes palas de más de cuarenta metros y que elevan sobre el terreno su eje cerca de los 100 metros. Ruge la fuerza del viento.
Ya en la majada nos ladran sus grandes mastines, vemos a los pastores atendiendo sus ganados y nos adentramos en un monte de roble muy pobre, aunque nos resguarda del viento. Poco a poco, conforme nos acercamos al valle, va mejorando el porte de los árboles y, de pronto, nos topamos con una preciosa pradera con grandes robles desnudos junto a una caseta cuidada por los cazadores con a una mesa, una fuente y una balsa que componen en conjunto una imagen idílica.




Los más rezagados no podemos ver un ciervo y un zorro que asustan los primeros en llegar. Nos dirigimos por la vega del río Nágima hacia el santuario de la Virgen de la Cabeza. El camino hasta el puente de la carretera asfaltada está jalonado por altas y frondosas choperas. Se reclama un almuerzo inmediato, esperando llegar a la pradera del santuario donde existe una zona de recreo con grandes robles que hacen la delicia de los paseantes y, especialmente, de Alberto, que los identifica y nos instruye, aunque parece que nuestras habilidades en esta materia precisan un poco más de doctrina y atención.




Más tarde Asun y Miguel Ángel se conocieron y formaron una familia.
La cosecha era la nómina anual y hasta que no estaba en el granero no se consideraba segura. Quizás Enedina, aunque su familia ya no viviese de la agricultura, desde la otra orilla del Riotuerto pueda corroborar este imaginario del que os hemos intentado hacer partícipes: la vida en el pueblo, el centro social, las largas jornadas en el campo y las historias que nos han legado nuestros padres y abuelos.




Un gozo encontrar este trabajo.
Mi madre era de Nomparedes y mi padre de Velilla de los Ajos. Mis tíos y tías de Castil de Tierra donde hace unos 12 años acudimos en grupo a estas tierras. Durante cuatro años con concierto lírico incluido.