COVALEDA: LA PERLA DE LOS PINARES

                                                                       Soria, 7 Mayo 2022

 

            Confieso que no es cosecha propia del cronista el título  que encabeza  este relato. Hace años que leí esta metáfora descriptiva   para referirse a  la  atractiva y atrayente localidad pinariega  de Covaleda y  que ha quedado ya como sobrenombre cuando hablamos de los pinares sorianos. Parece que quien esto escribe es covaledense y el amor por su tierra le empuja a hablar de la misma con indisimulada pasión y redoblado afecto. Totalmente cierto. Pero no es menos cierto que la opinión  de quienes disfrutan de estos parajes provenientes de otras zonas, coincide con la subjetividad emocional del nativo, cuando nos referimos al encanto que emana de estas áreas forestales, donde el pino  es el protagonista del acogedor ambiente y la belleza extendida que muestra a lo largo y ancho de su extensión geográfica. Y hoy, nativos y ajenos,  hemos tenido ocasión de comprobar estas sensaciones  en nuestra ruta grupal sabática. Pero empecemos desde el principio.

Son las 8,30 y estamos ya todos los registrados para esta caminata en el punto fijado por nuestros sherpas: el emblemático paraje en las inmediaciones del refugio de pescadores. Muy cerca de nuestro lugar de aparcamiento, la entrada al camping de Covaleda; a nuestra izquierda, el curso manso y tranquilo del  todavía niño río Duero. Y casi pegado a nuestros coches, el cimbreante puente de madera, sujeto por gruesos cables de acero sobre las pilastras que lo soportan. Tiene  el encanto  de moverse onduladamente cada vez que sobre el  mismo coinciden varias personas, con la falsa sensación  de que uno puede perder el equilibrio por la aparente inestabilidad que producen las pisadas simultáneas de quienes lo cruzan. Solo apariencia. Luego, la sensación agradable, casi infantil, de sentir cómo se bambolea el piso del mismo hasta llegar a tierra firme.

Lo cruzamos para tomar al otro lado la ruta que hoy completaremos. Al principio, una cómoda pista forestal, que se extiende a lo largo del pinar y que pone en contacto con el GR-86, de muy larga distancia  en su recorrido, transcendiendo los meros límites locales. Pero esta pista la abandonamos apenas 200 metros más adelante. Y enseguida tomamos un desvío a la izquierda bien señalizado que  indica la dirección hacia “Mirador Los Pericones” y “Pico Escobar”.

El camino es una típica senda ascendente de monte, salpicada de numerosos arroyos que buscan el curso del Duero, cuando no algunos sobraderos de los mismos, produciendo pequeños encharcamientos en el camino, debido, sobre todo, al paso de ganado por estas tierras. En algún momento debemos hacer uso de rudimentarios puentes hechos con troncos que facilitan el tránsito de estos pequeños arroyos. El trayecto, como indico, es de subida y así seguiremos hasta completar la primera parte de la ruta. Nada especial, salvo que las pendientes son irregulares: unos tramos son más pronunciados y otros ofrecen una andadura más amigable, pero, en definitiva, seguimos subiendo.

Y como no podía faltar en nuestras rutas, enseguida hacemos un alto para admirar una pequeña y escondida cascada que se cruza en el camino. No es de las más exuberantes que hemos conocido, pero el paraje semioculto entre voluminosas rocas y la tranquilidad que produce la serena belleza combinada de agua-piedras-pinos, motiva que sea el momento para hacernos la primera foto grupal, testimonio de nuestro paso por estas incipientes cumbres pinariegas.

Seguimos avanzando en nuestro ascenso y  pronto vemos la referencia de las dos direcciones que tomamos al inicio: a un lado, y con una pendiente más pronunciada, pero no excesivamente larga, el “Pico Escobar”. Hacia el otro, el “Mirador de Los Pericones”. Accedemos al primero, no sin antes advertir nuestro sherpa Angel que si alguno no estaba con ganas de seguir subiendo podía permanecer en el punto de la encrucijada donde nos encontramos, porque luego deberíamos pasar de nuevo por ahí para dirigirnos al segundo objetivo de la ruta. Creo que todos o casi todos optamos por seguir camino hacia el pico Escobar, desde donde tuvimos la oportunidad de contemplar una vasta panorámica del costado noroccidental de nuestra ubicación: frente a nosotros, la imagen nítida del perfil de Covaleda, y un poco más hacia el oeste, Duruelo de la Sierra. Y tras estos pinariegos municipios, la amplia masa forestal que se extiende hasta el Urbión por el norte, el pico de El Águila y La Machorra  hacia el este  y la sierra de Neila hacia el oeste. Desde nuestra posición, el pino lo inunda todo, apenas algún raso en el horizonte aparece alfombrado de un intenso verde herbáceo, que, en cualquier caso, completan la espléndida estampa de esta impresionante perspectiva con las moles rocosas que comparten presencia con los pinos y que desde la distancia se muestran como el cíclope imaginario que guarda y protege las esencias de estas tierras del Urbión. Nos encontramos a casi 1.400 m. de altitud y desde este pico hacemos un breve descenso para dirigirnos hacia el otro mirador, el de Los Pericones,

y repetir otra impresionante vista pinariega, aunque en este caso el municipio de Duruelo no lo podemos divisar por encontrarse este observatorio paisajístico de nombre superlativo un poco más escorado hacia el interior y a menor altitud.

Continuamos nuestra ruta hacia la mágica Piedra andadera, pero antes cruzamos por un paraje conocido como El Hoyón, donde encontramos una señal que indica “Cueva nº 2- Melitón 200 mt”. Se trata de la cueva que ocupó, secundariamente, un personaje de Covaleda, de nombre Melitón, al que luego me referiré más despacio, cuando visitemos la que fue su guarida principal en el monte. En este caso, nos encontramos con una cueva de reducida altura, pero de una longitud aproximada de 40-50 metros, escondida tras atravesar un pequeño arroyo y remontar una pequeña cuesta entre pinos, y  que el citado personaje utilizó como “frigorífico” de sus viandas almacenadas. La oquedad presenta un pulcro aspecto, exento de la presencia de otros animales y transitable su interior para conocer de cerca su fisionomía cavernícola.

No hemos terminado nuestra ruta ascendente y continuamos la marca que nos indica que un poco más arriba (siempre  hacia arriba) encontraremos nuestro anhelado objetivo de visita y admiración. Pero antes, nos topamos con otras señales indicadoras de nombres tan sugestivos y sorprendentes como “Portillo de las putas”. Alguien me pregunta cuál es el motivo de este nombre, de notorias resonancias obscenas. Varias teorías existen sobre esta singular denominación, aunque ninguna acredita una certeza etimológica o etnográfica satisfactoria. Una de ellas, sostiene que la vida de los carreteros por estos pagos era dura y pasaban días  en el monte  sin pisar la alcoba familiar, por lo que para compensar sus jornadas y, sobre todo, sus  frías noches bajo el manto de la luna o la estrellas y la protección de los pinos, desde el pueblo se hacían llegar mujeres de moral distraída (esta metáfora  gusta mucho a alguna de mis compañeras del grupo) para atemperar sus deseos básicos y dulcificar su duro trabajo durante el día. Hipótesis cargada sin duda de morbo que, por insólita, puede parecer creíble desde una explicación freudiana de la condición humana. Otra hipótesis sugiere que el nombre de dicho rincón pinariego se debe a la dificultad que este angosto paso o portillo ofrecía para circular por ahí la yunta de bueyes, tirando de la carreta, lo que hacía que las pasaran idem animales y carretero para sortear este obstáculo, por lo que se acuñó este castizo término que habla de la dificultad de llevar a cabo con éxito un trabajo. Esta segunda interpretación es más prosaica, sin duda, carente de cualquier connotación sensacionalista, aunque también  guiada más por el realismo y la falta de fundamentalismos eróticos. Desconozco si hay otras explicaciones alternativas a este topónimo. En cualquier caso, dejo a gusto del lector  la elección de una u otra a las aquí expuestas.

No olvidamos que nuestro objetivo más inmediato se encuentra un poco más arriba y así nos lo señala uno de los indicadores que se reparten por las rutas diseñadas en las entrañas de estos pinares: Piedra andadera. Y al fin nos encontramos con este prodigio de la naturaleza: una considerable mole pétrea, suspendida sobre una base lisa ligeramente inclinada y con un más que aparente frágil asentamiento. La primera noticia bibliográfica que se tiene de este curioso fenómeno está recogida en el libro de Angel Terrel, en su obra “De Covaleda y para  Covaleda”(1912). De ella dice lo siguiente….” En la mojonera de la raya de Salduero, hay una piedra grande de más de 10.000 arrobas de peso que se apoya  sobre la cuerda sosteniendo un equilibrio inestable y que tiene la particularidad de que cuando se ejerce una presión por cualquiera de sus lados se mueve, por lo que a esta piedra se le hadado el nombre de piedra andadera” Y a renglón seguido, añade: ”Cuando cuente Covaleda vías de comunicación es seguro que será visitadísima en verano y muchas familias ricas vendrán  aquí a pasarlo, prefiriéndolo acaso a las grandes ciudades veraniegas”. Esto lo escribía en 1912 y si he citado a  este ilustre personaje soriano es por dos motivos fundamentales: su amor por Covaleda  y su acreditada y brillante trayectoria profesional, cultural y científica, que refuerza la consistencia de sus afirmaciones. Nacido en Soria en 1872 (y al que se le recuerda con una calle que lleva su nombre en la capital) llega a Covaleda en 1904, para ocupar la vacante de farmacéutico. Y queda prendido del pueblo y sus pinares  hasta el punto de confesar: “El móvil que me guía para escribir este libro (el citado anteriormente) no es otro que el mucho amor que le tengo a esta tierra de pinares, pues si bien no he visto en ella la luz primera, guardo, sin embargo, recuerdos que no se borran más que con la muerte….”  La cita a este autor tiene como finalidad rendir merecido tributo de admiración a este insigne soriano, (poco conocido, incluso, entre nuestros paisanos) a propósito de la piedra andadera que él conoció y describió, la cual sigue siendo objeto de admiración y hasta de vanos intentos por nuestra parte de hacerla bascular, aunque satisfechos porque algún pequeño  movimiento si hemos conseguido arrancarle. Situada en la sierra de la Umbría o Resomo, a casi 1500 m de altitud, posee una altura que supera los dos metros y una anchura de casi cuatro, por lo que podía tener un volumen cercano a los 10 metros cúbicos.

Y a los pies de este mágico encanto natural, hacemos el descanso obligado, mientras van aflorando de las mochilas los bocadillos y demás viandas de ruta. Luce un sol espléndido y aunque estamos a una considerable altura, la climatología se convierte en este caso en un aliado más de nuestro agradable  tránsito por estos  no menos encantados territorios pinariegos.

La segunda parte de la ruta se nos hará más amable porque hemos tocado la máxima altura que fijaba la ruta y ahora llega el descenso menos exigente.

La ruta no solo es para caminantes, sino mucho más exigente para los ciclistas que se animan a subir o bajar por la misma (no sabría decir qué es más arriesgado) al tratarse también de una de tantas rutas de bici de montaña y que sirve de para organizar competiciones por estas latitudes. Nos cruzamos con algunos de ellos, cuya cara refleja el esfuerzo realizado para llevarlos hasta la cima propuesta.

Nos dirigimos hacia otro de los reclamos turísticos de la zona: La Cueva del tío Melitón, situada en el paraje conocido como Portillo de la Remenda. Lo primero que hay que advertir es que hablamos de un personaje de carne y hueso, Melitón Llorente Rioja, que nació y  vivió, cuando pudo, en Covaleda y, cuando no, en el monte, que conocía como la palmo de su mano. Los datos históricos,  conservados en los archivos parroquiales de Covaleda, registran su nacimiento un 10 de Marzo de 1838 y murió, en las proximidades de Covaleda de forma violenta, el 5 Enero de 1870.

Ahora nos encontramos en la cueva que fue su refugio-guarida mientras vivió en el monte. Esta es más conocida que la visitada anteriormente. No es excesivamente amplia, pero sí lo suficiente para hacerla habitable un reducidísimo número de personas. En este caso, los únicos moradores serían el tío Meliton  y su mujer, alias La Cabrejana  (curiosamente, en la vecina localidad Cabrejas del Pinar, nadie ha oído hablar de esta mujer). Situada estratégicamente en el emplazamiento señalado, no es fácil su acceso y mucho menos la vista de la entrada a la misma desde el exterior, por cuanto su frente orientado al sur este  lo cubren  elevados pinos que crecen en la cercanía. Su interior es áspero y húmedo en alguno de sus recovecos, aunque bien aireada, dada su situación. Por otra parte, tiene garantizada la seguridad en caso de huída por una estrecha  rampa y boca más alta. Lo que se conoce de este personaje se ha transmitido oralmente, ya que poca o nada información escrita se conserva sobre sus andanzas y supuestos actos delictivos. La tradición ha presentado al tío Melitón como un personaje fornido, huraño, altivo, agresivo, áspero, truculento, estrafalario, temido salteador, incendiario, ladrón de ganados, asesino vulgar….Todo estos calificativos obedecen o son consecuencia de las “hazañas” que se han transmitido a través de la transmisión oral generacional, pero, insisto, apenas existen fuentes escritas que corroboren estos testimonios orales, salvo algún vestigio de sus fechorías, en forma de inscripción sobre la piedra en el mismo lugar que pudo cometer alguno de los asesinatos que se le atribuyen. Sin embargo, algunas opiniones de escritores covaledenses creen, a falta de otras pruebas, que en este caso nos podemos encontrar con un hecho que tiene dimensiones universales y  se repite en otras pueblos, otras culturas, otras civilizaciones, y es que la historia de los vencidos la cuentan los vencedores, por lo que la imagen del tío Melitón sea visto fatalmente vinculada a un hombre de conducta perversa y maligna, cuando en realidad pudiera tener motivos para echarse al monte, nunca mejor dicho, por la presión, rechazo u hostilidad que encontró en su medio natural y no encontró otra salida que adoptar un estilo de vida nada acorde con la moral y los principios de convivencia al uso. En cualquier caso, solo es una hipótesis que intenta acercarse a la vida del tío Melitón con otra mirada, y, sobre todo, estamos hablando de un personaje local, una historia local y una resonancia de la misma puramente local (salvo que pudiera servir de inspiración para algún autor de novela negra). No abundaré más en este tema. Hemos venido a pasar una maña por los pinares y vamos a disfrutar de los lugares emblemáticos que iremos encontrando.

Abandonamos la cueva del tío Melitón y descendemos entre el espeso pinar que flanquea nuestro camino. Un curioso rincón que vistamos a la bajada es el Corral del Periquillo. Y los restos del corral permanecen ahí, pero mejor conservado está el chozo el Periquillo, recientemente mejorado con chorros de espuma expandida entre las oquedades de las paredes de piedra que no ha cubierto el cemento. Además, el coqueto chozo cuenta en su interior con unan pequeña estufa para paliar los rigores climatológicos de la zona. Un poco más adelante vemos una rudimentaria escalera apoyada en un pino para acceder al ramaje superior. Suponemos que serán los restos de alguna plataforma utilizada por cazadores para observar el paso de las palomas. Y por si fueran pocos los panoramas que hemos tenido ocasión de comprobar en la subida, ahora nos acercamos al picacho Tío Ambrosio.

Una pequeña y despejada meseta nos dirige la mirada hacia el pueblo más próximo y con un alcance visual más definido. Y lo más cercano que se alcanza a nuestra vista son las piscinas de Covaleda situadas en El Lomo, todavía sin estrenar (¿será este verano su estreno?). Las estamos esperando desde hace muchos años…El resto del pueblo y el polígono industrial completan la vista que nos ofrece este observatorio pinariego.

Pronto llegamos al Refugio de La Cabeza. Es de los más recientes que se han construido en Covaleda y presenta un magnífico aspecto exterior, de robusta construcción en piedra y cercado su pórtico con una coqueta  verja de hierro, adornada en forja, que le da un aire más urbano, sin perder por ello su sintonía con el ambiente natural que le rodea. Al lado del mismo se ha habilitado también recientemente una fuente de agua potable, que presta un servicio más  al refugio. Está cerrado y no podemos visitarlo por dentro, pero se puede hacer uso del mismo si se solicita permiso al Ayuntamiento.

Y ya en el último tramo de la jornada descendemos por una estrecha vereda hasta plantarnos en las cercanías del Puente de la Arenilla. Cruzamos la zona preparada para picnic y tardes de verano que los covaledenses disfrutamos en este paraje, amén del baño de los más pequeños en las tranquilas y seguras aguas del Duero que bordean el lugar, y nos dirigimos por la margen izquierda del río hacia el punto de origen de nuestra ruta. Por el camino vamos comentando aspectos de la ruta, comentarios sobre las historias que se cuentan del “maltratado” tío Melitón, cómo puede sostenerse la piedra andadera en esa difícil posición,  qué fenómenos  naturales la han colocado ahí….En fin, curiosidades que dan pie para conocer un poco más los encantos y secretos de esta naturaleza que admiramos.

Y así, entre animadas charlas, hemos llegado desde la Arenilla hasta las inmediaciones del camping  donde tenemos aparcados los coches. Pero antes no podía faltar la cerveza o el vino compensatorios de nuestro esfuerzo senderista. Y hoy tenemos la suerte de encontrar abierto el bar que  presta servicios en esta zona para campistas y visitantes del lugar. Y junto a la cerveza o el vino, completamos nuestra merecida recompensa con una ración de deliciosos torreznillos, que a estas horas del mediodía son bienvenidos a nuestro mejor dispuesto apetito.

Acabamos la ruta, pero nos queda en la retina las innumerables imágenes que nos deja el pinar de Covaleda, privilegiado en su fecundidad, por su hermosura, por su limpieza de la luz y el aire y por su misma natural, compartida y comunal riqueza.

Agnelo Yubero   

One Comment so far:

  1. Un gran relato en el que hemos aprendido sobre parajes e historias de la perla de los pinares a la que admira una visontina. Gracias Agnelo.

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