UN PASEO POR BARRANCOS Y CAÑONES EMBLEMÁTICOS

 

                                                                       SORIA, 12 Marzo, 2022

 

Hacía ya algún tiempo que no visitábamos estos parajes. Y no será porque no los hemos recorrido de arriba abajo, de norte a sur y de este a oeste. Y, sin embargo, siempre  nuestros sherpas encuentran nuevas y, en este caso, cómodas rutas para merodear y acercarnos hasta ellos por caminos alternativos, que nos permiten ver, recrearnos, emocionarnos o admirar imágenes no vistas y descubrir otros  encantos y novedades que la naturaleza ha depositado en  nuestra geografía provincial o, simplemente, volver a visitar enclaves con alma que interpelan al visitante, cualquiera que sea su procedencia, por la belleza y espectacularidad de su marco natural . En este caso, el punto de partida ha sido las inmediaciones de Casarejos. Y el objetivo intermedio (que no de llegada final) la ermita de San Bartolomé, en el indescriptible cañón del río Lobos.

Arrancamos. Y lo hacemos poco antes de la hora acostumbrada últimamente: a las 8,30 ya nos encontramos en el lugar marcado por los guías para iniciar la marcha a través de una llana ruta, que no es otra que el recorrido por el que transcurre el sendero ibérico GR 86. Se conoce este tramo  como el barranco de Valderrueda. Nada que ver con la entidad local menor del mismo nombre, perteneciente al municipio de Fuentepinilla. El camino es cómodo y el suelo parece alfombrado por la textura verde que presenta el manto de la tierra, si bien otros tramos muestran la verdadera razón de su naturaleza, al encontrarnos con sedimentos de canto rodado, propios de un cauce fluvial hoy seco, pero, a fin de cuentas, el curso natural de una correntía de agua que baña este barranco, antes de  conectar con el cañón del río Lobos.  Avanzamos envueltos en un paisaje colonizado por una rica comunidad vegetal, mezcla de bosque de pino pudio o negral y sabinar. Desde una perspectiva puramente descriptiva, esta variedad vegetal constituye un bosque atípico, con árboles separados unos de otros debido a la pobreza o rocosidad del suelo, que obliga a sus raíces a extenderse horizontalmente para extraer los nutrientes

suficientes. Y, sin embargo, la esbeltez del pino o la elegante frondosidad de las  sabinas confieren al lugar un halo de belleza singular, que antecede a la majestuosidad de lo que será el final de su recorrido. Por el camino de este barranco hemos admirado no solo su vegetación arbórea, sino también alguna de las singularidades que ofrecen las rocas que lo flanquean, como es la imponente apertura de una cueva colgada en la pared vertical que antecede al cambio de nombre de barranco por cañón. No es accesible su visita, pero desde la rasante de nuestra posición no parece que tenga mucha profundidad, aunque no es menos elegante su aspecto en forma de gigantesca cerradura de una imaginaria puerta excavada en lo alto de la vertical rocosa. Y completando esta hermosa panorámica, no faltan otros elementos orgánicos, que dan riqueza cromática al ambiente, como el musgo que recubre las piedras o los líquenes que aportan un color plateado a las ramas de los árboles que saludan nuestro caminar.

Venimos hablando todavía de un barranco. Y ahora nos vamos acercando a un cañón. ¿Y cuál es la diferencia? Sin ánimo de entrar en cuestiones semánticas,  el diccionario dice que un cañón es un valle profundo que tiene lados escarpados, mientras que el término barranco se asocia a un desfiladero con un río que fluye a través de él o, simplemente, sin el río. O, lo que es lo mismo: barranco y desfiladero vienen a ser términos intercambiables, cuando hablamos de accidentes orográficos.  Sea como fuere, la importancia paisajística, ecológica y medioambiental se la lleva el cañón, y, en nuestro caso, la confluencia del barranco que hemos transitado para entrar de lleno en el admirado, idealizado, loado y majestuoso cañón del río Lobos.

Hemos cruzado el río Lobos por las pasarelas de piedra que, a modo de puente natural, sin artificios de otro tipo, permiten el acceso de un lugar a otro del ensalzado paraje que pisamos. Y nos hemos acercado hasta la joya artística de este lugar, por su parte más occidental, que no es otra que la ermita de San Bartolomé. Hay literatura abundante sobre el origen y función de esta ermita, como para que este cronista pretenda descubrir nada nuevo de la misma. Me limito a reproducir textualmente, y con una intención puramente didáctica, algunos extractos de la Enciclopedia del románico en Castilla y  León referidos a la misma (vol. III, p.1133): “Si hay un monumento soriano que ha provocado admiraciones y controversias, ese es la ermita de San Bartolomé de Ucero. Su magnífica arquitectura….su ubicación en un paraje natural sobrecogedor, unidos a una forzada e interesada interpretación de las fuentes

históricas, han dado lugar a que este sitio se haya convertido en un centro de peregrinación de “templaristas”, “exotéricos” y de una legión de curiosos que tratan de encontrar aquí la quintaesencia de la religiosidad medieval, el ombligo de la Cristiandad…..Pero nada de eso hay en San Bartolomé, tan solo un edificio más, levantado en un momento que sembró de templos similares el mundo cristiano, a veces magníficos, casi siempre mucho más pobres y en ocasiones buscando lugares de recónditas orografías”. Se le ha querido atribuir un origen templario, pero no hay documentación suficiente  que asegure esta suposición.

No me detendré en la descripción arquitectónica de la ermita. Para ello está la información que proporcionan las oficinas de turismo. Pero sí quisiera reseñar un bonito detalle de nuestro paso por este mágico recinto religioso: tuvimos la suerte de que, a nuestra llegada, se abrió el templo para las visitas turísticas, por lo que se nos dio la oportunidad de conocerlo por dentro. Y una vez en el interior, nuestra compañera Alicia, melómana y miembro de una coral, desde lo alto del coro de esta pequeña iglesia, y aprovechando las excelentes condiciones acústicas del recinto, no se resistió a entonar una pieza musical de resonancias clásicas religiosas con su cálida y afinada voz de soprano (¿o es más bien de contralto, Ali?) que, por su espontaneidad y belleza musical, produjo la admiración y el aplauso de quienes nos encontrábamos dentro.

Y allí mismo, a los pies de la controvertida pero no menos bella y espectacular pequeña ermita, hicimos la obligada parada gastronómica, para reponer las energías consumidas en los poco más de 8 Km. que habíamos recorrido. Mientras dábamos cuenta del bocadillo, acomodados en los salientes de las piedras frente  a la puerta de la ermita, a nuestra espalda se abren unas alargadas terrazas escalonadas, que forman distintas alturas, hasta llegar a la máxima elevación, desde la que se  obtiene una espectacular vista del cañón en su conjunto. En ese lugar  hicimos el descanso en nuestra última visita por estas tierras y resultaba inevitable el recuerdo y los comentarios sobre las impresiones recibidas en aquella ocasión.

Y, cómo no. Irresistible era adentrarnos en la horadada y amplia cueva que se abre tras la ermita. Poco de particular pudimos encontrar  dentro, no obstante la información existente a la entrada de la misma de una pinturas rupestres que no vimos (o no supimos ver) por ningún lado. La misma decepción me comentaron un par de visitantes que, incluso, habían podido acceder al plano superior de la cueva.

Y si la ermita de San Bartolomé atrae la admiración por su significado religioso, misterio o interés arquitectónico, no menos admirable resulta, una vez más, la contemplación de este impresionante cañón que moldea el paisaje con sus costados escarpados, a modo de guardianes intemporales del  mágico lugar que la naturaleza ha recreado.  Se dice que las rocas son materia inorgánica fabricada por la naturaleza. La piedra, extraída de las rocas,  ha servido para el desarrollo de nuestras sociedades. De hecho, nuestra relación con la piedra ha motivado que la primera etapa de nuestra evolución la conozcamos con el nombre de Paleolítico (del griego “palaios”, antiguo, y “ lithos”, piedra). Sin embargo, no es este el motivo principal que atrae nuestra atención en este mágico lugar. Siendo un emplazamiento  custodiado por  bloques de sustancia inorgánica, suscita admiración, sentimientos y emociones más que orgánicas, cuando contemplamos esas paredes verticales, monolíticas, que forman cavidades interiores o presentan una morfología convexa, cual si un diseñador o experto escultor la hubiera tallado  para darle una ornamentación especial que solo la naturaleza es capaz de proporcionar. Y qué decir de esos paramentos rocosos teñidos de un color negruzco, producto de la “exudación” de los minerales e iones metálicos que albergan en su interior y afloran con inapelable precisión cuando el agua hace su trabajo sobre la piedra. Y si hablamos de las oquedades “colgadas” en el macizo que las sustenta, no podemos por menos de admirar y ver en ellas el diseño estudiado de unas portadas, formando arcos simétricos que dan acceso a unas cuevas, en cuyo interior imaginamos mil historias de vida animal. Y entre tanta  belleza natural, una pincelada histórica suscita nuestra atención y admiración. Se trata del conocido “Colmenar de los Frailes”, que no es otra cosa que unos rudimentarios paneles, hechos con troncos huecos de  árbol de escasa altitud, y tapados por arriba con una gruesa piedra, mientras se perforaban en los costados unos agujeros para que pudieran penetrar las abejas y producir su preciado producto, la miel.  Es obra perdurable y testimonial  de los frailes que habitaron  las proximidades del cañón. Están situados en un saliente de la roca, a

considerable altura del suelo, lo que obligaba a su acceso mediante escalera portátil. Ingeniosa forma de obtener el preciado producto teniendo en cuenta su emplazamiento y dificultando de esta manera su apropiación por parte de los amigos de lo ajeno. ¡Ah! Y no olvidamos los “habitantes” habituales que reinan en lo más alto de estos acantilados de tierra: los omnipresentes buitres leonados, con su majestuoso vuelo y su más  que imponente envergadura, cuando sobrevuelan  nuestras cabezas, como queriendo advertir que estamos en territorio de una colonia de celosos alados que vigilan nuestra presencia. Cada paso, cada mirada a nuestro alrededor, cada descubrimiento sobre estas moles rocosas, nos advierten que estamos en un espacio casi único, que solo la naturaleza ha sido capaz de conformar, pero ahora, sólo el hombre puede y debe ser capaz de cuidarlo, mantenerlo y protegerlo para su disfrute y el de las especies animales y vegetales que mantienen y alimentan su esplendor.

Abandonamos las inmediaciones de la ermita y nos dirigimos ahora hacia el  norte para hacer el camino de regreso. Cruzamos de nuevo el río Lobos y enseguida abordamos una corta, estrecha y pronunciada subida, que ha sido protegida con una gruesa soga fijada a los costados rocosos de la empinada cuesta para facilitar el paso por la misma y proporcionar seguridad al caminante que ha elegido esta vía de salida del cañón.  Transitamos entre una masa arbórea donde domina el pino silvestre o pino albar. Atrás hemos dejado las altivas sabinas y  nos “hermanamos” con los abundantes pinos que rodean estos escarpados lugares, tan familiares   en nuestros pinares sorianos. El camino es llano y la vegetación arbórea nos protege del tímido sol que empieza a lucir en esta agradable mañana de Marzo. El aspecto orográfico del terreno conforma un discreto cañón, conocido como el cañón de la Calzada. Poco que ver con el anterior de la primera parte de la ruta, aunque sí alguna novedad, como la existencia de una sima o agujero de considerables dimensiones

que se ha formado por desprendimiento de la tierra y que suscita la curiosidad de algunos compañeros por descender hasta la misma entrada de sus entrañas. Parece que no hay ningún descubrimiento destacable en su interior, así que continuamos senda adelante, llaneando la mayor parte del tiempo, hasta llegar a un terreno más despejado, donde podemos ver algunas paredes  de piedra, a modo de cercas de cerramiento,  que han servido ( o sirven) para guardar el ganado al aire libre. Pero nos llama la atención una amplia majada, con parte de la techumbre derruida, en cuyo interior todavía bien conservado, oímos el ladrido   de un perro, que, al parecer, se encarga de proteger un minirrebaño de ovejas que hay en su interior, convenientemente emplazadas en un pequeño  espacio cerrado para su protección. Pero lo que más sorprende es la abundante cantidad  de envases de plástico, algunos vacíos, otros conteniendo algún líquido de uso ganadero o para limpieza de la instalación (creemos), que llenan casi por completo la entrada a la majada  y se extienden por su interior. Amén de tres hermosas bañeras domésticas en la entrada, que deben servir de bebederos para el ganado lanar que allí se recoge. Alguien del grupo recuerda que el propietario de la misma tal vez ha heredado el espíritu de Diógenes, a juzgar por la cantidad de elementos allí almacenados de dudosa utilidad. Pero, bueno. No vamos a hacer juicios valorativos sin más datos.

Entramos en un trayecto que, en realidad, es una pista de tierra, apta para la circulación de vehículos. No será por mucho tiempo, ya que enseguida dejamos la cómoda carretera de monte para desviarnos a la izquierda y adentrarnos nuevamente en terreno arbóreo, dominado por encinas, carrascas y pequeños arbustos. Estamos dentro del término municipal de Casarejos, tierra que vio nacer a nuestra compañera Chus Romero,  y el final de la etapa lo tenemos  próximo.

Hacemos el último tramo por una moderada ladera que nos acerca hasta la carretera de salida del municipio, donde avistamos ya los coches que nos anuncian fin de la etapa. Aunque con ligeras variantes sobre la ruta, hemos llegado casi a la vez todos los miembros del grupo. Próxima parada será la ya frecuentada, en otras ocasiones, cafetería de la estación de servicio de Abejar, para apurar la merecida cerveza o el estimulante Rioja que compensa el esfuerzo de nuestros algo más de 15 Km. completados en esta ruta.

Si hace unas semanas visitamos “El templo del Roble”, hoy hemos recorrido el Templo de los cañones que la naturaleza ha formado en esta tierra soriana. Ha merecido la pena recordarlo y disfrutarlo una vez más.

 

Agnelo Yubero

 

2 Comments so far:

  1. Precioso Agnelo, hemos recorrido lugares desconocidos muy muy bonitos en esta ruta y me encantó visitar S. Bartolomé en su interior, así como me encanta leer tus relatos. Gracias compañero

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