CIHUELA: EN LA FRONTERA CON ARAGON

 

 

Soria, 22 Enero 2022

 

Otra fría mañana de Enero recibe a nuestro incombustible grupo de zapatilla, mochila  y bastón dispuesto a  recorrer y disfrutar  por esos caminos de la vasta geografía soriana, escasa de habitantes, pero extensa en superficie y siempre sorprendente al visitante que pisa su tierra. En esta ocasión nos hemos alejado del centro neurálgico de la provincia para acercarnos a los límites de la misma por su cara este, hasta sobrepasar los dominios  de nuestro terruño y adentrarnos, durante buena parte del recorrido, en tierras de Aragón y patear la superficie de la vecina comunidad, con la que tantos vínculos nos unen.

Son las 9 de la mañana y Cihuela nos recibe con una temperatura de -5º. No importa. El frío matinal no es obstáculo para nuestro propósito y, además, promete una mañana soleada que  irá haciendo olvidar el rigor climático que encontramos a la llegada. Casi ninguno de nosotros conocía este alejado municipio de la capital, caracterizado, como otros muchos pueblos sorianos, por la indeleble huella del vacío de residentes, tan tristemente común entre nuestros núcleos de población.

Hemos llegado casi a la misma hora los registrados para  la ruta. Atrás hemos dejado los fecundos y siempre valorados campos de cereales de la tierra de Gómara. El grupo no es muy numeroso, así que nuestro sherpa echa un vistazo y, una vez ha comprobado que estamos  los previamente inscritos,  cumplimos el ritual del  inicio de toda caminata: estirado de bastones, ajuste de mochilas, elección de gorro y guantes más propicios para la temperatura y presto el oído y las indicaciones del guía para situarnos en el camino de salida.

En este caso, el recorrido arranca con una pronunciada y larga pendiente que pone a prueba nuestra dosificada resistencia, a la vez que ayuda a combatir los rigores invernales de esta luminosa mañana de Enero.

El terreno es cómodo, ya que caminamos sobre una pista hormigonada  que hace más fácil nuestros pasos y nos permite contemplar los alrededores del paisaje, no exentos de algunas curiosidades y bellezas naturales. Entre ellas, llama la atención una sucesión de pequeñas fallas delimitando la altura de  superficie, custodiadas por arbustos espinosos, a modo de guardianes de los secretos que ocultan entre sus oquedades estos peñascos verticales.

Y un poco más adelante, podemos apreciar una configuración  de piedras a modo de dólmenes en forma casi semicircular, exenta de cualquier intervención humana, que nos transporta con la imaginación a otros monumentos megalíticos de este jaez en otras partes de la geografía nacional o universal.

La pendiente cómodamente pavimentada se va acabando y al final, apenas hemos recorrido 1 km. desde la salida, divisamos el motivo de este cuidado camino, que no es otro que la subida hasta la ermita de San Roque. Se trata de una ermita porticada no muy antigua (o, si lo es, está muy bien reformada), con sus fachadas níveamente encaladas y, por lo que podemos divisar a través de los pequeños cristales enrejados en la puerta principal, retablo e imágenes presentan buen aspecto, con mobiliario interior, igualmente, en buen estado. Se celebra una procesión hasta la misma el día de su festividad, (16 Agosto), coincidiendo con las fiestas patronales del pueblo. Antes de entrar a la celebración religiosa,  el alcalde procede a realizar la Puja de los Palos, es decir, los varales o andas de la peana del santo. Después de la misa, salen a subasta distintos regalos (conejos, pollos, licores, dulces, etc.), que los hijos del pueblo han tenido a bien ofrecer al santo. Costumbre, por otra parte, muy arraigada también en otros pueblos de nuestra provincia.

Ahora hemos tomado un camino llano, lugar de tránsito para vehículos agrícolas, que nos permite reponer fuerzas, tras la repentina pendiente con la que hemos comenzado la ruta. Y pronto nos advierte nuestro sherpa (aragonés de pro) que nos encontramos ya en tierra aragonesa. Ningún mojón o señal divisoria nos marca tal circunstancia, sin embargo, la palabra de nuestro guía y su conocimiento del terreno, no nos hace albergar ninguna duda de que  hemos traspasado  los límites castellanos. Nos conforta su observación de que no tendremos más  cuestas ascendentes y el recorrido se hará más liviano. Y así es. Vamos llaneando por tierras zaragozanas, mientras observamos las colinas y pequeñas elevaciones de esta comarca situadas a nuestra izquierda, y que presentan aspectos distintivos a  las machadianas colinas plateadas y cárdenas roquedas  con las que el poeta  describía nuestra tierra, ya que son terrenos baldíos en tonos parduscos, aunque también, como nuestros grises alcores, yermos de vegetación.

El frío matinal va dando paso a una temperatura más agradable que  proporciona el espléndido sol  que nos da de cara. El ambiente andarín se hace ameno entre conversaciones de los temas  más variados y entretenidos que mantiene el grupo. Caminamos en dirección sur y observamos lo que queda de alguna majada donde se guardaba el ganado, aunque podemos apreciar que todavía quedan cabezas de lanar, a juzgar por sus huellas y residuos biológicos. Tal vez la llanura que se extiende a nuestra derecha sirve de pasto para criar todavía algún  rebaño de ovejas, tan numerosos por estos pagos en épocas no muy remotas.

Descendemos una prolongada pendiente y enseguida avistamos el núcleo de población que es nuestro destino intermedio: Embid de Ariza, municipio zaragozano, sacudido por la despoblación que se ha cebado también por estas tierras de Aragón limítrofes con nuestra provincia. En las laderas más próximas a este enclave, nuevamente podemos ver no pocas instalaciones abandonadas o semiderruidas, construidas en adobe, destinadas al cobijo y crianza de ganado. Sin embargo, el municipio, como tal, presenta un aspecto más aseado y decoroso en sus casas y viviendas, aunque no habitadas o rehabilitadas, pero sí bien conservadas. A la entrada del pueblo nos saluda un nativo del lugar y nos pregunta si venimos de Ateca. El citado pueblo (de donde es originario nuestro sherpa) queda a una distancia de unos 18 Km. Le parece poco corriente que gentes del “alto llano numantino” aparezcan en grupo por estas latitudes. No obstante, su conversación es agradable y el trato ameno y espontáneo. Sobre una pequeña finca próxima a la población, observo una serie de artefactos, cuidadosamente alineados y construidos en lo que parece chapa galvanizada, de unos 4 metros de largo por 70 cm. de ancho,  colocados en el suelo con la apertura superior hacia abajo y aislada del mismo por unas tablas, a la vez que  están asegurados en  los extremos por cuatro puntales de hierro fijados sobre el terreno para evitar desplazamientos o movimientos no previstos. Llevado de mi curiosidad y como mejor manera de superar mi ignorancia, le pregunto al paisano qué son y para qué sirven tales útiles. “Son comederos para animales” – me responde- “y están a la venta”. Se lamenta no llevar consigo el móvil para demostrarme que los tiene anunciados en Internet para quien pueda interesarle. Amistosa y distendidamente me dice si quiero comprar alguno. En el mismo tono le contesto que solo tengo un animal: un precioso lorito que me regaló una compañera del grupo, pero que un artilugio como los que él fabrica le vendría demasiado grande a mi colorido pájaro y, además, mi vivienda no tiene dimensiones para acoger un comedero animal de tales proporciones. Todo queda en una broma simpática y bienhumorada.  No serán los únicos comederos que veamos por esta tierra maña, pero lo que no hemos visto todavía son animales que puedan hacer uso de los mismos. De ahí la necesidad de vender algo que tiene una utilidad no aprovechada.

Nos adentramos en el pueblo y son varios los puntos de interés que tendremos ocasión de conocer en este recoleto lugar aragonés. Hemos parado junto al río que atraviesa la localidad y que aquí se llama el río Argadir. Este río, que nace en el término soriano de Almazul y es afluente del Jalón, presenta como curiosidad que recibe distintos nombres, dependiendo del lugar por donde pasa. Así, en Deza, se le conoce con el nombre de Deza. A su paso por Cihuela, se llama Henar. Aquí, en Embid, con el nombre ya descrito y en su desembocadura, en el término aragonés de Cetina, le llaman el Barranquillo. El nombre de Argadir proviene de la algarabía, dialecto árabe andalusí o árabe hispano, hablado de forma común  en El-Andalus entre los siglos VIII y XV, y significa laguna o estanque. Desconozco el motivo del cambio de los demás nombres.

Otro atractivo de este pequeño municipio es su castillo. Enclavado en una especie de piña que forman un conjunto abigarrado de elevadas y afiladas rocas, parece la obra ideada por un sádico, en opinión de Angel,   y no tanto por la dificultad para acceder al mismo (presenta una  excelente ubicación estratégica), cuanto por lo costoso que debió resultar en vidas humanas su construcción. El castillo está formado por una torre cilíndrica sobre un torreón rectangular con cuerpo semicircular unido a uno de sus lados. Desde lo alto desciende al pueblo la muralla de piedra y tapial. Y la tentación es inevitable: Angel pregunta quien está dispuesto a subir hasta  arriba, no sin antes advertir de la dificultad y el peligro que entraña algún tramo de acceso al mismo. Y la respuesta no puede ser más diversa: un grupo, el más numeroso, opta por la aventura y poner los pies a las puertas de este endiablado

 

enclave estratégico; otro, menos numeroso, prefiere quedarse junto a un pequeño parque infantil que hay al lado del río y consumir el bocadillo (que ya va siendo hora de reponer energías), y un tercero, el  más reducido, sopesan la dificultad y acceden a subir mientras no encuentren signos de peligro. Me encuentro en este último grupo y junto a otra compañera, acometemos la subida tras los primeros intrépidos que han iniciado el ascenso.  La subida es una empinada, estrecha y pedregosa pendiente, a la que se le ha protegido mediante unos cables en  una margen del camino, a modo de barandilla de sujeción, para dar seguridad al caminante. Así transcurre  el recorrido durante, aproximadamente, 200 metros, a partir del cual observamos que la subida hay que hacerla mediante asideros de hierro clavados en los salientes de la roca, si se quiere llegar hasta el final. Llegados a este punto, mi compañera y este cronista deciden dar marcha atrás y evitar un riesgo que no nos motiva en exceso.

Con los años (hace ya muchos que la juventud quedó atrás) uno va adquiriendo experiencia y cierta sabiduría para tomar decisiones, pero lo que no se adquiere  ya es la agilidad y flexibilidad de otros tiempo más jóvenes para afrontar retos más atrevidos. Así que nos unimos al grupo anterior  que ha quedado en tierra y aprovechamos también para dar cuenta del bocadillo y, una vez satisfechas las necesidades más básicas, conocer otros lugares de interés  del recién descubierto Embid de Ariza. Y uno de esos lugares es la Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. El templo está cerrado, pero a la vista queda su hermosa y sencilla fachada del siglo XIII. La portada, de estilo románico, es una de las pocas muestras que se han conservado de este estilo artístico medieval en la comarca, un territorio donde el gótico-mudéjar  es el sello de identidad. Su  belleza artística  está presente en sus arquivoltas al más puro estilo románico, unas decoradas con una moldura central y otras, las más exteriores, con una talla en piedra en forma de puntas de diamante o diente de sierra. Los capiteles de las columnas que sustentan los arcos aparecen decorados, algunos con serpientes entrelazadas y otros con decoración vegetal y alguna figura humana muy tosca. Su interior, leemos en el panel informativo junto a la entrada, es sencillo: cubierta de bóveda de cañón (habitual del románico) con lunetos y   retablo  mayor de estilo tardo-barroco (hay que señalar que la Iglesia fue remodelada  en el siglo XVIII), dedicado a la Virgen titular de la Iglesia.

Aún queda  tiempo  para pasear por las afueras del pueblo a través de un cañón natural que entra a plomo hasta las inmediaciones del municipio y que atravesaremos después, cuando reiniciemos el regreso. Camino por el mismo durante un buen trecho, hasta coincidir con las compañeras del primer grupo mencionado  que han tenido la misma idea, para volver  al punto donde nos encontraremos con los intrépidos de la subida al castillo: el parque infantil junto al río.

Oímos las voces de los compañeros que van bajando y pronto estaremos todos en el lugar de reunión acordado. Preguntamos cómo les ha ido en su experiencia de conocer por unos momentos el estilo de vida medieval y si han saludado al conde del castillo. Nos dicen, igual de socarrones que los que preguntamos, que no, que el señor conde había salido de caza y, en consecuencia, no los podía recibir. Decepcionados por la negativa, han emprendido el camino de bajada, que comentan ha sido más fácil de lo esperado. Nos confiesan, ya en un tono más  realista, que no han podido entrar al castillo porque no es visitable, pero sí se han llevado una grata impresión con las vistas observadas desde esa privilegiada atalaya en un ángulo de 360º sobre toda la comarca divisable.

De nuevo el grupo compacto, iniciamos el camino  hacia el punto de partida. Y lo hacemos por el mismo cañón natural al que me he referido, conocido como el barranco de Santa Quiteria. Sorprende la cuidada presencia del suelo, hormigonado y adecentado como si fuera una vía de comunicación hacia un lugar de interés, que lo es, a la vez que regula las correntías de agua que se puedan formar en épocas lluviosas hasta alcanzar la bien preparada recepción de las mismas en el río Argadir.

Y a poco de empezar el recorrido por este cañón o barranco, encontramos una curiosa construcción, en forma de torre cuadrangular de pequeñas dimensiones (apenas tres metros de altura), que en una de sus caras en la parte superior alberga una imagen de alguna figura religiosa desconocida. Pregunto a Angel qué significan esa columna y esa imagen. Me dice que en Aragón este tipo de construcciones se las conoce con el nombre de Peirón. Ante mi insistencia por conocer más detalles sobre esta novedosa forma de advocación popular, le pregunto  más detalles sobre la misma. Y nuestro sherpa, siempre atento a nuestras necesidades o curiosidades, ha tenido el gesto de enviarme documentación sobre estos curiosos monolitos, que transcribo sucintamente: Un peirón es una pequeña estructura  arquitectónica de forma monolítica…que se dirigían generalmente a uno o varios santos, que eran representados en su parte superior con figuras o imágenes. Se sitúan en las márgenes de los caminos, a la entrada de los pueblos o bien en el centro de los mismos…Los Peirones suelen ser de pequeñas dimensiones, compuesto de una columna  o pilar de sección cuadrada….Son construcciones de piedra o ladrillo, de dos  a tres metros de altura…., la cubierta puede adoptar diversas formas geométricas, en cuya cumbrera siempre se coloca como remate una cruz, (como es el caso del peirón que hemos encontrado en este camino)

Y rebasado el peirón, continuamos por el cómodo camino pavimentado que hemos iniciado, que resulta relajante mientras se prolonga en nuestro trayecto. Pero pronto vemos el final del mismo cuando ante nuestros ojos tenemos el siguiente objetivo de esta ruta: la ermita de Santa Quiteria, venerada e invocada por los habitantes de Embid. Es una ermita porticada, de planta rectangular, con tejado a doble vertiente. Y como la visitada en la vecina Cihuela, no parece de construcción muy antigua e, igualmente, dispone de dos cristales en la puerta central, protegidos por barrotes, desde donde podemos observar con cierta nitidez el interior de la misma. Y lo que más destaca de su interior es una pieza de considerables dimensiones,  envuelta en una funda de protección de color crema, que cuelga del techo sobre el altar. Alguna mente malpensante opina que se trata de la imagen de la santa, que han “colgado” del techo para protegerla de las condiciones climáticas del lugar (humedad, corrosión, etc.) Enseguida otro grupo más sensato, con  Chus Romero a la cabeza, refuta esta opinión, aventurando que se trata de una lámpara que han protegido con la funda descrita. Esta segunda hipótesis resulta más razonable y plausible.

Inicialmente, este era el lugar escogido para hacer la pausa y dar cuenta del bocadillo, pero la subida al castillo ha hecho cambiar de planes y no demorar la obligada y reconfortante ingesta demandada por nuestro organismo.

Desde la posición en que nos encontramos tenemos una vista clara en la lejanía de las nieves que cubren el Moncayo, la otra frontera con Aragón  por el norte.

Iniciamos el último tramo de la etapa  hacia la vecina Cihuela. A la salida de la ermita lo hacemos por una  habitual pista para vehículos agrícolas. Pero pronto abandonamos la superficie más cómoda para adentrarnos campo a través, siguiendo el trazado que señala el wikiloc de nuestro sherpa. Ahora pisamos suelo irregular: tan pronto transitamos por terreno pedregoso, como tramos cubiertos de vegetación espinosa (las abundantes aliagas de nuestros campos), o  nos vemos obligados a atravesar parcelas de tierra cerealista, unas en barbecho, otras ya sembradas, si bien procuramos sentar la suela de las botas  por el borde que delimita el sembrado de estas últimas. Algún tramo se hace particularmente incómodo, cuando no queda más remedio  que   superar alguna inoportuna elevación pedregosa, con una pequeña ayuda de los más ágiles para facilitar   el tránsito del resto.

Pero no todo el suelo que pisamos es pedregal y espino. Por el camino podemos admirar algunos bellos ejemplares de frondosas encinas, que parecen haber sido cinceladas por la acción humana, si observamos la armonía de su morfología geométrica y la redondez de su ropaje vegetal. No son muchas, pero realmente  aportan un punto de belleza ecológica y riqueza natural a este árido paisaje. No tan espectaculares, pero no menos enriquecedoras  para este hábitat, son las numerosas carrascas que crecen en estos terrenos, a modo de complemento vegetal a las pujantes encinas descritas.

Hemos andado algo más de tres kilómetros desde que salimos de Santa Quiteria y todavía no divisamos ningún núcleo de población. Pero, al menos, hemos sorteado ya la parte del camino menos agradable y en poco nos plantamos en otra de las pistas de uso agrícola. Y tras sobrepasar una majada abandonada, enfilamos una recta que conduce a otro confortable camino, primero llano y después en descenso hacia la confluencia con otras vías que comunican  entre sí los campos de cultivo, más numerosos según nos acercamos a nuestro punto de origen.

Algo más 1 Km. después de iniciar este último tramo, ya podemos divisar los tejados de la vecina Cihuela. Hacemos la entrada al municipio por la parte opuesta de la que salimos. Con la ventaja de que ahora podemos observar más de cerca la fisonomía del pueblo: sus casas, sus calles, su arquitectura popular. Atravesamos en bajada sus calles y nos llama la atención, a modo de anécdota, la decoración de la fachada de una vivienda con conchas de vieira incrustadas en la pared, que me recuerda este mismo motivo decorativo en otras zonas del litoral mediterráneo. Y nos preguntamos qué significado o relación puede tener esta ornamentación marinera en una tierra de secano. Y la respuesta es el recurso al consabido y siempre acertado refrán: “para gustos, los colores”.

Al borde de la carretera tenemos los vehículos aparcados. Nos desprendemos de las mochilas y bastones y, frente a nosotros, está el bar de la localidad, que para nuestra satisfacción permanece abierto y con una más que discreta concurrencia de paisanos. Hacemos el merecido descanso en la amplia terraza de este establecimiento (la temperatura   acompaña), para  celebrar una nueva andadura sin incidentes  por estas tierras, hoy mitad castellanas, mitad aragonesas,  con una cerveza fresca o un  tentador Rioja. En la tertulia surge un tema gastronómico que Ángel conoce bien y a algunos nos pilla de sorpresa: cómo se hacen los “huevos tontos”, plato bastante popular en tierras aragonesas. Para más detalles de esta receta, nuestro sherpa.

Son casi las 15,30 y empezamos a echar de menos el rutinario almuerzo de cada día, que hoy lo haremos un poco más tarde, pero también un poco más satisfechos de haber cubierto casi 16 Km. de ruta por los campos que inspiran y motivan nuestro gusto y pasión por el senderismo

 

Agnelo Yubero     

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