POR  CAMPOS DE GÓMARA

 

                                                                                   SORIA, 22-05-2021

Teníamos una deuda con esta tierra. Enclavada en el corazón de nuestra provincia, y hasta donde la memoria me alcanza, apenas habíamos pateado por sus campos y colinas. Considerada como la comarca más fértil en cultivos de secano de la amplia superficie soriana, no habíamos tenido ocasión de disfrutar de los colores y olores que el campo de Gómara nos ofrece en esta época del año.

Nuestros bien informados sherpas y mejor conocedores de nuestra geografía, no han pasado por alto este dato y  han querido obsequiarnos con una ruta para disfrutar  de la riqueza agrícola soriana, sin desdeñar otros encantos visuales que desde  sus altozanos y pequeñas elevaciones permiten contemplar un ancho horizonte de nuestra provincia, que va desde la sierra de Cebollera y Urbión,  al oeste, pasando por el sorianísimo  Pico Frentes, hasta la más oriental  altura del Moncayo, como puntos de sutura que unen el cielo con la tierra, amén de la variedad floral que encontraremos en nuestro camino, a modo de reclamo de la belleza paisajística menos conocida, pero no por ello menos admirada, que exhibe este entorno. Por demás, nuestro presidente nació y se crió en esta tierra, razón por la que disponemos de información más precisa sobre otros aspectos peculiares de este rincón  soriano que iremos desgranando. Pero empecemos desde el principio.

A las 8,30, con la puntualidad ya habitual de nuestros organizados encuentros, nos hemos dado cita en el cercano pueblo de Tejado, hoy semiabandonado, Castil de  Tierra. Junto a una báscula de pesaje para vehículos pesados, hemos dejado los coches, ajustado las hebillas de las mochilas, desplegado los bastones y, tras los saludos de rigor y comprobar que  hemos llegado los inscritos en la ruta, nos ponemos de camino por una  ladera  hasta una pequeña elevación por la que discurrirá el inicio de la ruta.

El comienzo del terreno aparece cubierto de hierba  que ha crecido espontáneamente, pero se observan claras diferencias en densidad y altura del vegetal en este tramo, dato que no pasa desapercibido para nuestro siempre bien documentado  Alberto en temas medioambientales, quien nos advierte de la aplicación de herbicidas en parte del terreno que muestra  un aspecto  más ralo en algunos de estos brotes herbáceos, frente al desarrollo más exuberante de los más próximos a la carretera. La observación de Alberto no es banal, ya que los herbicidas, de todos es sabido,  tienen la función de eliminar brotes vegetales  no útiles  para los fines reproductivos deseados, pero, por el contrario, dejan sustancias residuales poco saludables para la sostenibilidad del suelo.

Caminando a media ladera hemos alcanzado una llanura hasta una especie de altiplano, que nos sitúa frente  a un prolífico y activo parque eólico, donde podemos percibir con nitidez el sonido que producen las aspas de estos verticales molinos en su roce con el aire, mientras  giran armónicamente cumpliendo su función  transformadora del viento en energía. Y energía contiene también una pequeña, pero robusta, construcción  de hormigón que avistamos apenas hemos recorrido unos metros por esta penillanura. Se trata de los depósitos de agua que surten del líquido elemento hasta el término municipal de Monteagudo de las Vicarías, formando parte de su vertido ya a la cuenca del Ebro, a través del río Jalón, mientras que desde nuestro puesto de observación, podemos divisar una construcción blanca de media altura, ubicada en terrenos del no muy alejado municipio de Ribarroya, que constituye otro depósito de agua, con la diferencia de que su caudal va a desaguar a la vertiente del Duero. Nos encontramos, por tanto, en el punto fronterizo entre las dos cuencas de los ríos citados.

El senderismo tiene  estas cosas: no solamente  admiramos paisajes y lugares, también nos quedan grabadas algunas lecciones de geografía fluvial, en este caso, que no encontramos en los libros de texto. Y es en este punto del recorrido donde podemos descubrir la profundidad del horizonte al que he hecho referencia antes, mientras mentalmente hacemos un repaso, ahora sí, de los conocimientos de  geografía física de nuestra provincia. Dejamos para más adelante otra perspectiva más cercana, pero no menos admirable por su riqueza cromática y diversidad agrícola.

Seguimos caminando por una cómoda pista de tierra, utilizable tanto para el transporte y asentamiento de los “molinos” eólicos, como para el tránsito y circulación de la maquinaria agrícola que requieren los campos de labranza que circundan estos pagos. Restos de alpacas de hierba en estado de descomposición aparecen en algunos lugares, mientras nos vamos alejando de los transformadores eólicos, para adentrarnos en otro hábitat distinto y complementario, pero no menos fructífero y enriquecedor de esta prolífica naturaleza. Nos acercamos a una frondosa masa arbórea de monte bajo que  los nativos llaman “El Quejigal” y, sin duda, tiene su justificación por la abundancia de quejigos que en ella reverdecen, pero igualmente podría calificarse como  “el encinar”, porque ambas especies rivalizan en número y crecimiento.

El contraste entre ambos es manifiesto: la hoja del quejigo presenta un  hermoso y brillante verde intenso, a la vez que los botones germinales que desparraman sus hojas nos advierten que hemos llegado en la época de su explosión reproductiva. Estos pequeños frutos, de un color más amarillento que su ascendiente arbóreo, tienen, a juicio de nuestro experto en hábitat natural, propiedades altanamente beneficiosas para el tratamiento de algunas patologías óseas, siempre que se tomen después de hervirlos y filtrados para aprovechar sus cualidades. Claro que este tipo de medicina natural requiere el aprovisionamiento de una gran cantidad de los minúsculos “medicamentos”, por lo que, en primer lugar, no sería ético que nos apropiáramos de algo que no es nuestro y, en segundo lugar, no disponemos de tiempo para dedicarnos a esta tarea (por muy terapéutica que pueda resultar). Así que nos limitamos a tomar nota de su poder curativo….por si llega la ocasión o necesidad de utilizarlo. Y aunque la encina, la otra gran protagonista de este  espeso bosque, pudiera parecer de escasa belleza ornamental, no es menos cierto que encontramos  ejemplares que por su rareza o peculiar morfología, presentan una extraña admiración que no deja indiferente al que se acerca a ella con la curiosidad del aprendiz.

Este enclave, como puede suponerse, constituye el refugio de una variada fauna  que hace el deleite de los cazadores: jabalíes, corzos, ciervos, conejos o liebres, componen el atractivo cinegético de este coqueto bosque típicamente mediterráneo y genuinamente soriano.

Seguimos caminado entre quejigos y encinas, algún roble, a la vez que dinamizamos nuestros pasos con animados comentarios sobre lo que vamos encontrando a nuestro paso. Y no solamente  los troncos y ramas de las distintas familias arbóreas que nos rodean son el argumento de nuestras espontáneas charlas. Si miramos al suelo (y, por fuerza, lo tenemos que hacer por nuestra  seguridad), encontramos otras sorpresas en la variedad floral que  aparece a nuestra vista: desde el amarillo intenso de la flor que desgrana  la denostada aliaga (¡cuántas noches de lejanos inviernos esta rústica y espinosa planta ha encendido el fuego de la cocina  de nuestros pueblos !), hasta la popular amapola de los campos, con su peculiar color rojo carmesí, van salpicando el camino de una variada gama floral, cuya descripción y detalle sobrepasan las intenciones de esta crónica del camino. Y no menos atractivo resulta el olor que  desprende el suelo de este generoso bosque de monte bajo, con el aroma inconfundible del tomillo, entre otras plantas, que se extiende por nuestra extensa tierra de labranza, donde el terreno se hace más áspero para la reproducción de otros cultivos. Vistosas flores y deliciosos olores de plantas naturales   dan un toque de encanto a nuestro paseo por los escondidos pagos de esta comarca.

Enmarañados entre árboles, flores y aromas campestres, hemos llegado hasta un saliente rocoso, que los lugareños conocen como “risco de Pinilla”. Desde aquí, la perspectiva que contemplamos a ras de suelo es la de una tierra equipada con un primoroso tapiz alfombrado, donde predominan los tonos verdes, de diferente intensidad, que ofrecen las espigas crecidas del trigo y la cebada: verde oscuro y tallo recio, hirsuto y hierático el que presenta el trigo, frente al verde más suave y delicado de la espiga de la cebada, cuyo movimiento ondulante por efecto del viento parece reproducir el vaivén de una ola marina o la caricia que el invisible elemento etéreo dedica a este cereal. Si el viento en estado puro  tuviera una mínima capacidad luminiscente, podríamos imaginar que riela sobre la mies de la cebada, a juzgar por esa imaginada irisación que produce cuando dobla delicadamente la cerviz de su espiga en delicada y armoniosa  ondulación, para mostrar de nuevo su esbelta figura al incorporarse sobre su porte  más alto.

Pero no solamente la gama dominante de los verdes inunda el paisaje. En menor medida podemos también apreciar los tonos ocres de las tierras que, o bien han quedado sin cultivar, o están esperando acoger la semilla del girasol y lucir más adelante el encanto de esta oleaginosa, fuente de inspiración de pintores que la han entronado en sus obras pictóricas. Y en proporciones más pequeñas no pasa inadvertido el color amarillo grisáceo que muestra el cultivo del centeno, poco abundante, pero no menos pujante en esta época del año.

Y así, entre paisajes cromáticos, cultivos florecientes y aromas campestres, hemos decidido que también nuestro cuerpo merece un premio en forma de reposición de energías, imprescindible en cualquier esfuerzo senderista. Nos encaminamos, y ahora atravesando literalmente por un paso de servidumbre entre dos parcelas sembradas de cebada, hacia un rincón en la parte baja de la pequeña ladera, donde podremos disfrutar de una casi escondida, pero bien cuidada, fuente de agua de manantial. Me comenta José Antonio que en tiempos un tanto lejanos, los lugareños de Tejado acudían con caballerías a esta fuente para aprovisionarse de agua, cuando todavía el pueblo con contaba con otra captación más cercana. En cualquier caso, nos hallamos en  un lugar que ha tenido su

importancia para la vida cotidiana de la población más próxima. Y cerca de este chorro de agua que generosamente ofrece la coqueta fuente, descargamos las mochilas y damos cuenta del bocadillo hasta entonces celosamente guardado. Y como en todo asueto colectivo, tengo la ocasión de disfrutar de un delicioso café que me ofrece Merche y que, además, lleva marchamo  soriano en su elaboración. A su vez, el tinto de bota también corre entre los más atrevidos que se avienen  a lidiar con tan amigable compañero de rutas y largos paseos.

Hemos hecho el descanso requerido, mientras Angel ha ocupado parte de su tiempo en buscar entre la espigada cebada  que hemos atravesado tangencialmente la funda del paraguas que había extraviado. Ha habido suerte y el citado complemento aparece no muy lejos del lugar donde nos encontramos.

Ponemos rumbo al punto de partida, pero antes nos detenemos en una bien cuidada caseta que sirve de refugio y lugar de actividades complementarias a la caza, conocida como la “Caseta de los cazadores”.  Presenta un excelente aspecto exterior, con sus paredes pintadas de un blanco impoluto y su alta chimenea, dotada de una pertinente abertura exterior en la fachada a ras de suelo, para facilitar  la combustión necesaria en su interior. Pequeños montones de leña de carrasca aparecen próximos a la caseta. Una mesa y asientos de piedra a su alrededor constituyen el complemento a este tranquilo lugar de descanso. No muy lejos de ahí, observamos una pequeña balsa natural de agua, cubierta de una viscosa sustancia amarillenta. Alberto nos descubre la incógnita de esa extraña capa que oculta el agua: es el polen de las plantas vertido sobre la superficie de la charca.

Conocido el refugio y su noble uso, enfilamos ya hacia la cómoda pista agropecuaria que andamos al inicio, para dirigirnos al lugar de partida. Por el camino, de nuevo la presencia de estos molinos giratorios, que se encuentran a plena producción de energía, aprovechando las excelentes condiciones climáticas que tenemos hoy. Castil de Tierra lo tenemos a la vista y en breve nos presentamos en el escaso casco urbano que todavía permanece en pie, porque son visibles los edificios abandonados que muestran sus ruinas  sin visos de recuperación inmediata. Sin embargo, los tímidos ladridos e un perro que advierte la presencia de extraños, nos indica que hay vida humana  dentro de este núcleo (casi) urbano. Y así lo comprobamos al adentrarnos en el pueblo: una familia, tres generaciones por lo que vemos, pasan el día tranquilamente en este tranquilo enclave. Antes de dirigirnos a los coches aparcados en las inmediaciones,  giramos visita a la iglesia del pueblo, aunque improductiva, ya que aparece celosamente protegida y cerrada, en evitación de efectos no deseados (suponemos). Restos de lo que fue un castillo, que posiblemente da origen al nombre del pueblo y algunas plantaciones  hortícolas, muestra que, efectivamente, todavía mantiene una mínima  actividad humana. Y otra curiosidad: un hoyo excavado en sus inmediaciones, sobre el que se levanta un frondoso saúco, nos hace pensar cuál puede ser el origen de esta pequeña sima. A juicio de José Antonio, hay teorías para todos los gustos que, por falta de espacio e irrelevantes para nuestro fin, no reproducimos.

Lo que no me resisto a reproducir es un dato curioso pertinente al pueblo de Tejado. Y es que este pequeño municipio cuanta con dos cementerios: uno confesional (católico) y otro municipal. El origen de este extraño suceso hay que remontarlo a los años 80, cuando el regidor del pueblo, no  muy satisfecho con el estado y conservación del cementerio católico, decidió, en el ejercicio de sus funciones públicas, construir otro cementerio para los lugareños, dando a opción a los mismos a elegir su lugar de descanso perpetuo tras el último viaje. Esto, según me dice José Antonio, generó unas tensiones vecinales que todavía perduran, no obstante el paso de los años, como perdurables son también los dos cementerios a día de hoy  con que cuenta Tejado. Un hecho insólito en nuestros pueblos,  si exceptuamos los llamados cementerios civiles que elegían los no creyentes o excomulgados por la Iglesia. Ninguna de estas circunstancias, al parecer, ha motivado la existencia de dos camposantos en este singular municipio.

Y ya en el Tejado hacemos el  último descanso en el amplio bar con que cuenta el pueblo, otrora sede de las escuelas municipales, ahora convertidas en el  lugar de ocio más popular de nuestra cultura. Y en este caso el refrigerio obligado tiene una protagonista: nuestra compañera Pilar nos ha invitado a todos con motivo de la celebración de su cumpleaños al día siguiente, 23 Mayo. ¡Felicidades, Pilar! Larga vida a ti y al grupo que nos permite disfrutar de estas celebraciones.

Agnelo Yubero        

One Comment so far:

  1. Fantástico, los campos de Gómara pillados en un momento precioso. Gracias por relatarnos lo que has visto y sentido compañero Agnelo.

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Posted by: soriapasoapaso on