POR TIERRAS DE CABREJAS DEL PINAR

Soria, 6 Marzo 2.021

Hoy no nos alejamos mucho de Soria. A poco más de treinta Km. de la capital, nos hemos dado cita en la pujante y pinariega localidad de Cabrejas del Pinar. Según nos acercamos al pueblo podemos ver algunas instalaciones industriales de madera o productos micológicos, que dan vida a este pequeño, pero acogedor núcleo soriano.
Minutos antes de las 9 de la mañana, con una puntualidad inusitada para la práctica española, estamos ya en el punto del municipio señalado por nuestros organizadores para iniciar la ruta. Casi una treintena de veteranos/as entusiastas del bastón y la mochila nos disponemos a recorrer los caminos de la sierra cabrejana, adoptando las exigidas y necesarias medidas de seguridad mientras dure este tiempo de pesadilla pandémica.

Nos encontramos con una población todavía adormecida, porque no vemos ni un alma por la calle, pese a nuestra numerosa presencia. Y, a decir verdad, agradecemos la discrecionalidad de nuestra visita, porque en estos tiempos de incertidumbre que provoca la irrupción de gente foránea ante la expansión del odiado virus, siempre es preferible pasar inadvertido a que podamos suscitar el recelo entre los paisanos del pueblo.


La ruta de hoy se conoce como “La senda de cabras”. Y no será tanto por lo abrupto del terreno que facilita la presencia de estos animalitos bicornios (algún tramo podría justificar este título), sino a la otrora crianza de este ganado por los parajes que recorreremos.
El primer objetivo de visita, a modo de aperitivo paisajístico, es el nacimiento del río que da nombre a la localidad, el río Cabrejas, conocido como “Chorrón de Maldifrades”.

En las proximidades de unas rudimentarias edificaciones destinadas a guardar aperos para el trabajo de campo, útiles de regadío, e incluso alguna estancia-residencia canina, se asienta la base de una pétrea pared, en cuya base tiene origen el nacimiento del citado río, que silenciosamente desciende por las gradas que se extienden bajo esta mole vertical, formando pequeñas y sucesivas cascadas de escaso tamaño, pero de indudable atractivo para iniciar nuestra ruta.


No está mal este comienzo para ir calentando zapatilla, frente al tramo ascendente que nos espera apenas hemos echado a andar. Se trata de una subida pronunciada, no muy larga, pero sí exigente por el desnivel que forma la pendiente que origina el tajo alargado de la pared rocosa que se extiende de este a oeste, no exento de peldaños naturales que ha formado el mismo suelo pétreo que debemos encarar, hasta alcanzar la parte más alta que nos adentrará en la llanura boscosa de sabinas. Y como toda cuesta empinada tiene sus ritmos de andadura: los hay que exhiben una excelente capacidad pulmonar y buenas piernas para atacarla con energía y quienes necesitan un tiempo más pausado y dosificador de este esfuerzo inicial. Circunstancia, por otra parte, bastante normal en un variado colectivo de personas que, además de esfuerzo, derrochan energía y satisfacción por recorrer caminos y conocer lugares y paisajes de nuestra geografía. Aunque no tanto como para acompañar este tramo con el baile del “Negro zumbón” que ha puesto de fondo musical nuestro sherpa en su habitual montaje fotográfico. Este paso estrecho por el que ascendemos fue en otro tiempo el camino habitual de caballerías para adentrarse en el área de la masa forestal que visitaremos.


Superada la cuesta, método muy natural de calentamiento (obligado), nos hallamos en una altiplanicie, que dará ocasión para contemplar amplios y variados paisajes de la serranía cabrejana. Y puestos ya a andar, en un corto recorrido por terreno llano encontramos el “balcón de Maldifrades”. Una sencilla protección metálica sobre el saliente más alto de la pared rocosa, permite una panorámica, a vuelo de pájaro, de la localidad que hemos dejado. A nuestra izquierda, una sucesión de pequeñas lomas, a modo de cadena montañosa, que nos dirigen a otros emblemáticos lugares de esta serranía, como “la Fuentona” y, un poco más alejado (e imaginado, porque la vista no nos alcanza), el cañón del río Lobos.


En las proximidades de este balcón encontramos un cartel con la leyenda de la fiesta nocturna que antiguamente se celebraba el 28 de Octubre, donde se cantaban algunas “hazañas” de personajes bíblicos, poco ejemplarizantes, por el carácter trágico de las mismas.
En las inmediaciones también existe una indicación de la existencia de un castro celta. Apenas quedan restos del mismo y despachamos la visita al lugar en pocos minutos.


La mañana es apacible. El sol se oculta entre las nubes, pero la temperatura es agradable y permite un recorrido tranquilo por esta llanura de abundantes sabinas, testigos de nuestros pasos, a la vez que encontramos motivos de admiración por las formas, volumen, consistencia, etc. que algunas presentan. Las hay que forman originales geometrías en su crecimiento y sus ramas, cual si fuera obra de un difícil diseño de reproducción por medios artificiales. Otras, de apariencia robusta, dan señales de una decrépita decadencia por el paso del tiempo. No faltan los sorprendentes y desafiantes ejemplares que extienden su ramaje, como queriendo abrazar el entorno vacío más próximo a su lugar de crecimiento.


A estos “delicatesen” visuales se une la “amabilidad” del terreno por el que transitamos. Caminos ya hechos y marcados por las rodaduras de vehículos que transitan por estos pagos, sucesores de las carretas que en sus tiempos constituían el medio de transporte habitual para realizar las tareas del campo. No faltan los tramos de llanura reverdecida, a modo de suelo alfombrado que suaviza la dureza del terreno, como otros momentos de tránsito por caminos pedregosos, formados por lascas de piedra asentadas simétricamente en el suelo, que asemejan calzadas romanas, aunque nada hace pensar que por aquí aparecieran legiones romanas.
Nuestro caminar animado y tranquilo llega hasta otro punto de vasta perspectiva sobre campos de cultivo cereal al oeste de Cabrejas, así como colinas colonizadas de arbustos que enriquecen el medio natural y dan vida a esta tierra pródiga en riqueza forestal. Se conoce este lugar como el “Mirador del Pico”. No estamos en condiciones de observar la “luz que brillaba en la noche estrellada” que sugiere la música de un conocidísimo tema de Tom Jones que nos brinda de nuevo Ángel en su montaje fotográfico para este momento, pero sí podemos afirmar que estamos admirando un paisaje, unos montes, unos campos alrededor de Cabrejas del Pinar, que transmiten vitalidad, riqueza, diversidad….belleza, en fin, de un pedacito de nuestra geografía local.


Algo más de hora y media desde que hemos empezado la ruta, llega la pausa del asueto gastronómico. Lo hacemos sobre un llano en medio de la masa sabinar, alfombrado del verde primaveral que proporciona la humedad del suelo. Agradable a la vista, sí, pero incómodo ante la escasa presencia de alguna piedra que nos permita asentar nuestras posaderas sobre superficie más segura. Al final vamos encontrando el asiento adecuado y, siguiendo el guión que marca la situación pandémica del momento, guardando las distancias normativas .Resulta un tanto extraña esta dispersión en el momento más participativo de nuestra actividad andarina, pero las exigencias de seguridad personal no dan opción a otra alternativa mejor.


Resuelto el trámite reconfortante para recobrar nuevos bríos, enfilamos de nuevo el camino flanqueado por caprichosas sabinas con su particular silueta, haciendo que cada una tenga la inimitable estampa que se aproxima a la belleza de un monte encantado. Por el camino observamos numerosas huellas de ganado ovino o caprino. No en vano, a poco de iniciar la marcha, nos encontramos con el conocido “Chozo del Cabrero”. Se trata de una construcción muy frecuente en los montes donde pastaba el ganado, que se hacía para refugio del pastor que lo cuidaba. El que tenemos a la vista (no llega a los 9 metros cuadrados de superficie), presenta la peculiaridad de que una de sus paredes está levantada, en parte, sobre la rama añosa de una encina desgajada de su troco, que ha servido de sustituto a la piedra de mampostería con la que está realizada el resto de la construcción. Se conserva todavía en buen estado y, como su nombre indica, parece que ha dado cobijo a los pastores que atendían el ganado caprino que campaba por esta zona. Y aunque en la actualidad es más abundante la cabaña ovina, su función sigue siendo útil para la práctica del pastoreo.


Nos vamos adentrando en el bosque en el tramo conocido como “La Peñota”. En un momento de reagrupamiento para continuar la ruta, José Antonio nos advierte de la presencia de perros “asilvestrados”, por lo que nos pide máxima precaución ante estos improvisados huéspedes de compañía. Se trata de perros que cuidan dela cabaña ovina, principalmente, que se recogen en majadas dispersas por esta zona, algunas de las cuales se hallan en estado ruinoso, dada la paulatina desaparición del ganado al que servían de refugio, pero otras siguen activas para esta finalidad. La advertencia de nuestro presi no es banal: apenas hemos recorrido quince minutos cuando empezamos a oír ladridos de perro que se van haciendo más cercanos. Y, efectivamente, una manada de media de poderosos canes nos reciben en las proximidades de las llamadas “Tainas de La Llana”, haciéndonos saber con sus ladridos que estamos en territorio comanche para los humanos, aunque su porte y presencia intimidatoria solo es eso: un aviso de que cumplen con su misión de guardianes del ganado que cobijan las citadas tainas.


Superado el trance sin más dificultades, seguimos nuestro camino y nos dirigimos a las proximidades de otro altiplano que nos ofrecerá excelentes vistas del agro cabrejano. Antes, hemos pasado junto a una pequeña finca vallada, que muestra restos de cultivos cerealistas y, muy cerca de ella, una balsa de agua. Pregunto a nuestro siempre bien informado (y mejor formado en este ámbito del saber) Alberto, qué significado puede tener esta pequeña extensión de cultivo cerealista en medio del monte de sabinas. Me dice que, posiblemente, dada la confluencia de agua y cultivos cerealistas (trigo o cebada), esta finca haya servido para producir alimentación y bebida necesarias al ganado que ha pastado y pasta por esta zona. Tiene su lógica y no hago más indagaciones.


Seguimos nuestra ruta y nos encaminamos hacia otro punto emblemático parta divisar un extenso paisaje de la sierra que acoge nuestros pasos. Llegamos al “Mirador del pico el Zarzo”. En este caso, se trata de una construcción metálica, en forma de torre elevada con plataforma de recepción, a la que se accede por cómodas escaleras hasta al punto de observación. De nuevo, este dispositivo nos permite contemplar una amplia panorámica del entorno serrano que rodea la sierra cabrejana. Podemos observar con nitidez las parcelas destinadas al cultivo de las trufas, hectáreas de terreno destinadas a la producción cerealista, la carretera que conduce al vecino pueblo de Muriel de la Fuente y la evocación que desde este lugar nos traslada al homenajeado, ensalzado, sublimado y siempre admirado paraje de “La Fuentona”. Y en el horizonte próximo la inconfundible y nítida estampa que nos ofrece el pueblo de Cabrejas del Pinar. Alguna mente poética ha resaltado esta población con la expresión “ ¡Cabrejas, tan bella bajo la luna!”. No quiero pensar, como alguna mente maliciosa me ha sugerido, que la belleza nocturna siempre es bien acogida….porque no se ve de noche…. Creo que la localidad debe su belleza a la noche… y al día. Su vitalidad, su paisaje, su historia…está en las señas identidad de este pueblo acogedor y tranquilo, que hoy nos muestra su esplendor paisajístico y el encanto de una naturaleza que , con el paso del tiempo, ha sabido cuidar y mantener para su riqueza patrimonial y admiración de quienes nos acercamos hasta sus entrañas.


Seguimos nuestra ruta y nos vamos acercando, ya en sentido descendente, hacia lo que se considera la joya de la corona de este municipio: el “Chorrón de Fuentetoba” o, sencillamente, El Chorrón. Y no es desacertado el calificativo, ya que desde las entrañas de una formación kárstica surge un potente chorro de agua que va regando a su paso la pendiente de la ladera que recibe sus aguas, a modo de gradas escalonadas que jalonan el recorrido de la corriente, hasta confluir en una balsa artificial para canalizar su salida en otro flujo de agua que da origen al rio “la Hoz”, con destino final en la cascada de la Fuentona.

Es admirable el recorrido de este caudal descendiendo por la ladera coloreada de verde por la adherencia de musgo a sus rocas, cual un proceso mágico donde se combinan diversos aspectos naturales que ofrece como resultado este espectáculo visual al visitante. Es un lugar de culto para los amantes de la fotografía y de las artes visuales, que pueden captar en este entorno un momento mágico de la expresión de una naturaleza sorprendente.


Nos acercamos ya al pueblo que hoy acoge nuestra presencia, no sin antes girar visita a la fuente romana que los cabrejanos conservan en su casco urbano, convenientemente protegida y cuidada, como testimonio de un pasado que les deja su recuerdo y un pequeño testimonio de su historia.
Es hora de despedirnos hasta la próxima semana. Así lo hacemos, con el regusto de una jornada disfrutada y vivida en la cercanía y camaradería que caracteriza a este grupo, amante de las rutas y las sendas que dan sabor a nuestra actividad.

 

Agnelo Yubero

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