ESPEJO DE TERA. RUTA DEL DIA 21-11-20

 

0º marca la temperatura en el termómetro interior de unos cuantos coches que circulan por la N-111 y que se desvían por la SO-P-6012 para llegar a una pequeña pedanía de Almarza, que hace años estuvo deshabitada, pero que con el impulso de unos cuantos pioneros ha renacido y alberga un famoso festival de jazz en el verano. Hablamos de  Espejo de Tera, pero no entramos en la localidad, nos quedamos junto a su puente romano sobre el Río que le da su apellido. Desde aquí comenzamos ruta:

Una ligera capa de escarcha hace blanquear a los arbustos y algún charco del camino está ya cubierto con una fina capa de hielo; caminamos por umbría entre algún campo de cultivo y una montaña dorada por el sol. En el camino tan pronto vemos desaliñadas casas salteadas por el campo que parecen habitadas como grandes fincas con sistema de seguridad y señoriales accesos a chalets.

Atravesamos un pequeño arroyo y ascendemos por una montaña por lo que empezamos a sentir el sol en nuestras caras con gusto. El territorio que pisamos es marrón, grisáceo, escuálido y triste, la naturaleza se va replegando para recibir la cruda estación que se aproxima. Los caducifolios ya se han desprendido de su fronda que ahora cubre el suelo y caminamos rodeados por robles de todos los tamaños y formas, desde los que parecen arbustos, hasta los gigantes que extienden sus ramas más bajas para acoger una antigua casita de madera.

Se produce una primera escapada del pelotón por seguir al fotógrafo, bajamos junto al cauce del río para conseguir una fabulosa instantánea del manso Razón que refleja el chasis de los árboles de ribera, seguimos un camino junto al agua y enseguida ascendemos otro cerrillo hasta llegar al sendero superior donde nos espera el resto del grupo. La mañana va avanzando y la temperatura también, el ambiente se va caldeando y ahora, bajo la luz del sol nos fijamos en los únicos y solitarios puntos de color colgados entre los grises y débiles arbustos, escarambrujos y otras pequeñas bayas rojas son los únicos supervivientes al filo del invierno, pero sin duda las plantas que más nos atraen son las peonias solitarias y terminales   que quedan a orilla del río.

Poco más andamos hasta dejar el arbolado a nuestra espalda y aparecer en un maravilloso valle rodeado de sierras y como el día es nítido en una de las esquinas vislumbramos un pueblo que va a ser nuestro siguiente objetivo: Rebollar. Caminamos campo a través, Cebollera nos vigila, el pasto está recogido y enrollado para que no falte el alimento a los animales este invierno; entramos en el pueblo viendo a lo lejos la ermita de la Soledad y más cerca el depósito de agua. Rebollar debe su nombre a la palabra “Rebollo” que es una denominación del roble, es decir, Rebollar es un terreno poblado por rebollos (Quercus Pyrenaica).

Sus gentes ya están en marcha, deseamos los buenos días aquí y allá y al llegar a su plaza con una magnífica fuente romana se decide que es el lugar perfecto para tomar los bocadillos porque, aunque es un poco temprano, las instalaciones son perfectas para nuestro confort, bancos y poyos repartidos alrededor de la amplia plaza nos permiten sentarnos a gran distancia unos de otros, parece como si hubiéramos discutido entre nosotros.

No abandonamos ningún pueblo sin recorrerlo y aquí en Rebollar comenzamos por la Iglesia Parroquial de San Andrés Apóstol, construida en sillarejo con contrafuerte de sillar en la parte de la cabecera. La torre/campanario está situada a los pies del templo y está formada por tres cuerpos bien diferenciados y en el último se sitúa el campanario en el que se abren dos arcos de medio punto peraltados albergando a dos campanas del siglo XVIII. Este templo en su lado sur poseía un gran pórtico que fue desmantelado para construir la vivienda que hoy vemos y que tanto nos asombra. Rodeamos el templo pasando por su ábside y observamos su portada empotrada en la casa, echamos la imaginación a volar y pensamos que esta casa podría haber sido escuela, biblioteca o casa del cura siendo la tercera opción la correcta.

Admiramos la arquitectura en piedra y encontramos peculiares tejados en los que además de tejas hay lajas de piedra en sus orillas o sus vértices, en ellos vemos unas singulares chimeneas también, de piedra con su base ancha y estrechándose hacia arriba. Casas robustas con amplios aleros para que no penetre le frío en el invierno, ni el calor en verano; alguna fachada está encalada y otras conservan escudos en las portadas. El color y la alegría en los aledaños de las puertas los ponen las caléndulas anaranjadas y amarillas, los objetivos de las cámaras no descansan y el zoom sube y baja, no se escapa ni la abeja que está plácidamente recolectando en una flor.

Las caléndulas son las culpables de la segunda escapada del grupo, nos quedamos cogiendo semillas y cuando se reanuda el camino, de forma intuitiva seguimos la carretera hasta que nos damos cuenta que los compañeros no van delante, volvemos sobre nuestros pasos y tras preguntar a un lugareño damos con el sendero que conduce a “La Fuente de abajo”. Esta fuente es también romana y está junto a un pequeño lavadero usado antaño en invierno porque en el buen tiempo las mujeres de Rebollar preferían lavar su ropa en el río.

Caminamos un buen trecho entre huertos en los que han crecido todo tipo de verduras, algunos de ellos ya semivacíos porque ya se ha recogido la cosecha, grandes cardos tapados aguardan la llegada de la Navidad.

Ya de nuevo junto al grupo salimos a un amplísimo campo verde vamos en busca del Razón que es uno de los ríos que da vida y fuerza a todo este valle, caminamos junto a él contracorriente un buen rato, el suelo es irregular y blando, con la hojarasca no sabemos dónde pisamos por lo que tropezamos en varias ocasiones. El río discurre sosegado y silencioso solo escuchamos el sonido del agua un momento en el que transcurre entre pedregales y se encabrita un poco. Disminuye el roble y aparecen los árboles que crecen junto a las corrientes de agua como chopos, abedules y fresnos, pero la apariencia es la misma, hoy igual nos da ver unos u otros, todos están ya en el chasis, solo resalta el muérdago colgando de las ramas desnudas. Llegamos a un puente donde encontramos Zargateras que son otros árboles a los que les gusta el agua cerquita.

Descansamos un poco mientras charlamos y nos reagrupamos y ascendemos por un sendero que nos conduce a un verde pinar en el top de una pequeña montaña. Los pinos laricios son los primeros que encontramos y entre ellos uno de los regalos más preciados del otoño que nos dan los bosques que son las setas y amízqueles . Mientras bajamos del monte los laricios dan paso a los albares y enseguida nos enganchamos de nuevo al cauce del razón para bajar siguiendo su corriente pegaditos a él. La cuenca del río va guarecida por la montaña y caminamos en pendiente sorteando muchos obstáculos ya que el bosque por aquí parece que se está despedazando, con troncos caídos, restos de árboles atravesados sobre el río y maderos derrumbados en la pendiente.

Pasamos por zonas en las que el musgo forma un manto muy grueso en el que se hunden nuestros pies y paramos de vez en cuando para observar la corriente hacia arriba descubriendo árboles que maltratados probablemente por la fuerza de las aguas han adoptado formas grotescas al romperse sus ramas y tronco, uno de ellos parece que se sujeta con dos grandes brazos sumergidos en el agua. Una vez en la falda de la ladera el bosque vuelve a cambiar su apariencia, el rebollo aparece de nuevo y ahora quizá con más fuerza, muchos ejemplares jóvenes apiñados forman una gran espesura y al estar sin hojas los líquenes que colonizan las ramas y troncos quedan expuestos totalmente al sol.

Grandes rocas aparecen en nuestro camino, atravesamos por pasos estrechos que hay entre ellas y el cauce del Razón se ensancha, pero” al llegar a Espejo y sin razón, pierde el Razón su razón” tributando sus aguas al Tera que baja desde el Puerto de Piqueras.

Finaliza nuestra caminata en una pradera verde muy agradable con una vieja piragua y un viejo secador de peluquería con sillón también, que nos deja pasmados.

Antes de partir entramos en Espejo de Tera por “la era” que es el lugar donde se celebra el festival estival de música. Las casas son de piedra conservando quizá la arquitectura autóctona y en muchas de ellos vemos hermosos ventanales para que el sol penetre hasta las entrañas de la vivienda. Desde la era llama poderosamente la atención su Iglesia en la parte alta del pueblo, la observamos y la fotografiamos porque   tiene su “espadaña exenta “del resto del cuerpo, es de estilo románico rural (S.XI) y está dedicada a San Bonifacio. Todo el conjunto está amparado por el cerro de “La Calvilla” que es el extremo oriental de la Sierra de Carcaña.

Atravesamos el puente romano empedrado, contentos y con nuestros cuerpos en forma por haber pasado una mañana estupenda todos juntos caminando entre ríos, valles, bosques y pueblos; relajados porque nuestras mentes se han refrescado; prestos para enfrentar el trabajo y la rutina de la última semana de Noviembre y   reforzado nuestro cosmos interior para resistir al Black Friday .(Ventajas de ser pasopaseros).

 

Emi